jueves, 30 de diciembre de 2010

2010, cuando comenzó el cambio

El año comenzó con un intento, poco exitoso, de motivar la discusión sobre los derechos digitales; el año termina con los derechos digitales en primer plano.

La declaración que promovimos no logró despegar, más allá del interés de una cantidad respetable de personas, creo por falta de conexión entre el discurso propuesto, de derechos y demandas, con la percepción de la realidad digital, en donde predomina el caos, el individualismo y cierto sensacionalismo. Se asume que el sistema no funciona, como asumimos en general los peruanos que ningún sistema funciona; por eso no es necesario, para afirmar nuestra posibilidad de consumo digital o de calidad de servicio, proponer derechos, que finalmente implican aceptar un sistema de defensa de los mismos. Es mejor que todo siga igual, más bien desordenado.

No digo que sea la única razón, pero creo que sí aflora cuando se reivindica el derecho a "consumir todo lo que quiera", es decir a bajarme contenidos protegidos sin límite alguno, como se notó en algunas protestas contra la nueva estrategia comercial de Telefónica sobre el uso de la banda ancha domiciliaria. Lo que hizo Telefónica no fue, per se, atentatorio contra la neutralidad de red, porque el principio fundamental es que la discriminación es por volumen y no por contenido, precisamente lo que implicaban estas nuevas tarifas.

Dicho de otro modo: proponer neutralidad de red no significa que podamos contratar un servicio y que no haya límites; tampoco significa que no existan restricciones por derechos de autor, ni que los derechos de autor sean inherentemente malo o irrelevantes. Significa que debemos garantizar que no haya abusos de parte de ninguno de los actores.

Algo parecido ocurre con Wikileaks, donde el valor de la transparencia se ha convertido en lo único que importa, más allá de la relevancia o de la pertinencia de ciertas revelaciones. ¿Es posible realizar acciones diplomáticas en la total transparencia? No. La premisa que todo debe revelarse, que nace de una noción casi hobbesiana de un estado que solo puede ser opresor, contrastada con un anarco-individualismo para el que el ciudadano del "quinto estamento" es el único realmente libre, ha creado un entorno que, más allá de los excesos de canonización de Assange, reclama ignorar lo práctico y hasta lo conveniente en función de un principio, que además no afecta la vida cotidiana de los activistas.

Lo que yo reclamo, lo que creo la Declaración plantea, es equilibrio. Como creador, siquiera de libros académicos, reclamo control sobre mis creaciones y la posibilidad que, si no hacer plata yo con ellas, que nadie medre con mi trabajo; como consumidor, que pueda bajarme una canción o hasta una película, especialmente si como pasa con la música, ya la compré, incluso como 45, en el pasado lejano; pero reconozco que si varias partes de la ecuación hacen plata con mis bajadas (el operador de telecomunicaciones, que no me vendería banda ancha solo para ver mis correos; el sitio web que aloja los contenidos, que pone publicidad; el sitio en el que anuncio mis contenidos, que también pone publicidad), deberían portarse y darle parte de esa plata a aquellos creadores culturales que quieran pedirla, pero no ciegamente a conglomerados mediáticos que finalmente aplastan la creatividad para su beneficio inmediato.

Creo, finalmente, que la Internet es el mayor espacio de innovación cultural desde la imprenta, y que hay que cuidarla. Y esto implica asumir que es de todos, no solo de cierto grupo de consumidores, ni tampoco de los operadores, ni de los conglomerados mediáticos, ni de los activistas con agendas propias, ni de los anarquistas en red al estilo de Anonymous o 4chan. De todos. Considerar el beneficio de cada uno y las desventajas que uno le causa al otro, y tratar de balancearlas.

Este año no hemos hecho eso. Algunas batallas ganadas, como aquella contra la ley Sinde en España, pueden ser contraproducentes, porque son completamente unilaterales; otras, como las controversias de Wikileaks, no son realmente relevantes más allá del chisme y la novedad de ciertas minucias, pero pueden implicar respuestas agresivas, hasta peligrosas, de los poderes estatales y empresariales.

¿Qué pasará el 2011? No lo sé, ni siquiera tengo una idea clara. Sé que los periodistas, los marketeros y los publicistas seguirán obsesionados con Twitter y Facebook para las elecciones presidenciales, sin evidencia empírica o siquiera anecdótica que sustente que estos medios sean realmente importantes; sé que Assange seguirá actuando como mártir; sé que ACTA será aprobado, y con ello la noche caerá a pesar de éxitos como el fracaso de la ley Sinde; no sé que pasará en el Perú, donde seguimos sin discutir estos temas en serio.

En todo caso, aquí estaré. Seguiremos conversando.
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jueves, 23 de diciembre de 2010

Una noche en Heathrow (parte 2)

Heathrow es un aeropuerto singular. Relativamente cercano a la ciudad de Londres, tiene solo dos pistas pero cinco terminales, algunos muy lejanos de los otros. Fue creciendo en movimientos y pasajeros poco a poco, hasta que la expansión económica de la década de 1980, justo con la privatización de British Airways y la desregulación del tráfico aéreo en los EEUU se combinaron para multiplicar los vuelos hasta niveles insostenibles. Por su posición, es un perfecto punto de interconexión entre Europa, Asia y Africa y Norteamérica, por lo que mucho de su tráfico es tránsito. Los primeros tres terminales, construidos en un estilo discreto y poco funcional propio de los cincuenta, dejaron de ser suficiente para 1970, y el terminal cuatro, ligeramente al costado de los tres terminales centrales, se inauguró con la noticia que era necesario construir otro terminal. El terminal cinco, una obra de arquitectura espectacular, se inauguró el 2008 y solo es usado por British Airways; está a más de quince minutos en bus de los demás terminales, entre las pistas de aterrizaje, demostrando lo sobrecargado que está un aeropuerto que simplemente es demasiado grande, demasiado complicado y demasiado usado como para sobrevivir a una mínima crisis. A pesar de la existencia de otros cuatro aeropuertos a distinta distancia de Londres, cuando se quiere ir a la ciudad el aeropuerto preferido, por cercanía y un extrañísimo cachet, es Heathrow. Y hacia allá voy.

La estación de llegada del Heathrow Express no parece particularmente atareada, salvo por los inevitables casos de viajeros que no se ubican. El largo, larguísimo pasadizo que lleva de la estación a los ascensores tiene más basura tirada de la que uno esperaría, pero todavía nada serio. Tomo el ascensor, y al salir de él descubro el caos: la cola para bajar es inmensa, fácil 400 personas tratando de tomar uno de los cuatro ascensores, más otras 100 intentando comprar sus boletos en las máquinas expendedoras. Se sigue caminando y el desorden aumenta: la basura no solo abunda, sino que está acumulada en grupos, donde es obvio que los viajeros frustrados han tirado lo que les sobraba; carritos de equipaje dejados en cualquier sitio, personas sentadas sin cara de estar precisamente ciertos de qué hacer, y el agua, es decir la nieve que arrastrada por los viajeros comienza a deshacerse y mojar todo a su paso.

Finalmente, tras otra subida más, se sale de la estación a la entrada de la terminal 3, que no es mucho más grande que el Jorge Chávez (como lo es la terminal 1, pero la 4 y la 5 son inmensas; la dos está fuera de servicio). El golpe de frío permite constatar que estamos bajo cero, pero no hay nieve cayendo o cosa por el estilo. Adentro, el colapso de la civilización occidental está en pleno desarrollo.

Un aeropuerto funciona porque aceptamos un contrato implícito. Nos portamos bien y nos dejamos llevar, arrastrar a los procedimientos y colas y papeleos, a cambio de ser llevados a nuestro destino. El aeropuerto es apenas un no-lugar, destinado a servir de conexión entre nuestra vida cotidiana y la excepcionalidad del desplazamiento. Este no-lugar nos obliga a someternos a una serie de cosas con las que no siempre nos sentimos cómodos a cambio de cumplir con su parte. Claro, todo colapsa cuando el aeropuerto falla, y en este caso falló por completo.

Era obvio que no estaba pasando nada, que no había movimiento de aviones en ningún lado. La gente hablaba, molesta, pero apenas si se movía en dirección alguna. Las máquinas expendedoras estaban casi vacías, las zonas de circulación comenzaban a llenarse de gente que simplemente dejaba pasar el tiempo. No esperaban: esperar es un acto consciente, un acción, porque uno literalmente cuenta los minutos, o las personas en la cola, o la secuencia de pasos a seguir. En este caso, la actitud de muchos era tan solo pasiva, inerme. Mala señal.

Finalmente, el mostrador de Iberia. Tras un largo reconocimiento visual, algo parecido a una cola se discierne; me acerco y hago las preguntas del caso, de frente en español, aquí todos o casi todos son españoles. OK, calculo que en el mejor de los casos me tomará un par de horas tener una respuesta, y me preparo por lo menos para saber qué me espera, pero no cuento con el encanto hispánico que decide que es tarde y que abrirán el mostrador a las 5 de la mañana. Mientras, jódanse. Nos dan un papelito con el número telefónico al que no pienso llamar de nuevo, y chau.

Ante la incertidumbre, dos caminos: el recomendado por el aeropuerto es simple, irse de ahí y llamar por teléfono; claro, presupone tener dónde llegar, y confiar en los teléfonos de Iberia. El camino por el que claramente parece más sensato optar es el menos racional: quedarse en la terminal, no porque el piso sea particularmente atractivo, sino porque es mejor estar cerca de algo que parece estar en condiciones de dar una respuesta, además del confort que ofrece la cercanía de gente en la misma situación. La empleada de Iberia que reparte los papeles nos dice en un tono fácilmente reconocible para cualquier peruano que "ella no sabe, pero aquí en el aeropuerto no nos van a dejar quedarnos donde estamos, así que bueno, cuestión nuestra", un mezcla de lavada de manos y amenaza no tan velada, y vuelvo a renegar el no haber sido conquistados por eficientes protestantes anglosajones. La respuesta de los varios grupos de españoles que comienzan el raje es predecible: Iberia es una aerolínea lamentable, deberían despedirlos a todos, además el aeropuerto lo han cerrado para hacer negocio, con lo que ganan del duty free se hacen ricos, etcétera etcétera. El contrapunto inevitable es una serie de risotadas y comentarios conmiserativos, muchos del tipo "si no viajo mañana pierdo el empleo". ¿Será verdad eso? ¿Tan bajo ha caído el estado de bienestar?

Tengo a una agradable pareja hispano/tejana delante mío, y una arqueóloga italiana luego de mí. Esto permite, con los primeros, el encargar el equipaje para ir a dar vueltas; con la segunda conversaciones varias, de esas que se tiene en un aeropuerto. Me alejo del mundanal ruido para apreciar el show, y no puedo no llevar mi cámara de video para captar el ambience. Como una imagen vale mil palabras y etcétera, mejor chequeen el video en YouTube.

(añado otro más)

Inevitable pensar que los estereotipos nacionales tienen fundamento. Un grupo de ingleses abre botellas de champan y se las beben comunitariamente, mientras al costado unas muchachas estadounidenses juegan scrabble; un grupo de audaces exploradores ha puesto una carpa casi al lado del lugar donde varios jóvenes varones del medio oriente compiten por lucir más platudos con su ropa de diseñador, sus comentarios sobre las millas que pueden usar para cambiar sus pasajes a primera, y su actitud general de "aquí no es donde debo estar, no con estas masas"... dos japoneses saludan mi cámara, no a mí, con señal de la victoria incluida y risitas arrochadas de por medio; gente duerme, gente toma fotos, gente compra los últimos sandwiches del último restaurant que queda abierto. Incoherentemente, American Express está abierto, con una dama de evidente origen Indio contemplando la situación con esa expresión de veterano tedio, de alguien que lo ha visto todo en su centro de trabajo.

El aeropuerto está suavemente bajo la ocupación de los pasajeros. Una señora más bien mayor ha juntado dos alfombras de business class de American Airlines, y ha acomodado sus cosas ordenadamente alrededor: parece estar recibiendo visitas; al costado dos personas duermen desparramadas sobre las fajas de equipaje del mostrador de Saudi Airlines. Las sillas del personal ha sido tomadas y están por todos sitios; las escaleras, los rincones más inverosímiles, tienen gente encima. A mi costado hay una de las mantas térmicas completamente extendida y de pronto me desconcierta una pequeña mano que sale por el costado: hay dos niños, de no más de tres años, durmiendo bajo ella.

Hay desorden y suciedad, pero un respetable caballero sikh trata de recoger la basura, sin esforzarse demasiado en llegar debajo de las escaleras mecánicas donde dos enchufes congregan a los dueños de computadoras. El equilibrio del campamento trae inevitables referencias a Cortázar, pero se siente una precariedad especial, una sensación de que en cualquier momento esto se cae, se viene abajo, la gente dejará de tratar de cumplir y podría volverse loca. La tensión no desaparece bajo el aburrimiento o las actividades comunitarias, sino que se disimula en ellas.

Pero también hay desesperanza. Los inermes, que simplemente no saben qué será de sus vidas, son claramente identificables, porque están arrinconados, miran sin ver y tienen claras señales de deterioro: ropa desarreglada y sucia, basura cerca de ellos, territorio demarcado por posesiones propias o pequeñeces recogidas del aeropuerto, como uno de los separadores metálicos que sirven para hacer las filas. Por ahí, a través de ellos, comenzará el caos si no se encuentra pronto salidas.

El personal del aeropuerto reparte colchonetas y mantas de papel platina. El propósito de estas últimas es cubrir a los muertos en caso de accidente, algo no muy agradable pero que logra poner en perspectiva la situación. Claro, se supone que son para los ancianos y niños, pero veo a muchos ancianos e incluso a respetables personas de mediana edad (i.e., yo) sin colchoneta ni frazadita y muchos chiquillos, con cara de estar ya un buen rato por aquí, bien envueltos en sus mantas plateadas, como un gigantesco chocolate en barra. Llega agua en botellas de 650 ml, agradablemente fresca, es decir puesta en la pista por diez minutos y retirada justo antes de la congelación; curiosamente la gente no se abalanza sobre las botellas.

Todos están ya listos para la noche. Es cerca de la una, y está claro que nada pasará hasta la mañana siguiente, cuando se espera que abran los mostradores de atención, y que el aeropuerto vuelva a funcionar. Así que ha llegado la hora de hacerse un rinconcito. Contra una escalera eléctrica, sobre el piso, acomodo mi equipaje, saco algo de ropa para hacer un asiento, y me acomodo. Lectura intrascendente me permite hacer que las horas pasen, mientras un grupo de ¿rumanos? (suenan a algo entre español e italiano) discuten o conversan con demasiado entusiasmo, y un grupo de chiquillas españolas, incluyendo un par que cargan un violoncello (no tengo idea por qué o para qué) conversan con risitas adolescentes de altísimo tono. Dan ganas de callarlos a todos pero solo las chiquillas reciben un sonoro "shut up!" y se van a dormir... los "rumanos" se van callando, como si estuvieran siendo atrapados por la borrachera.

En algún momento de la noche, intento dormir. Quizá llegué a la media hora, lo que es un récord similar a cuando viajo en aviones. Sorprendentemente profundo, porque cuando se arma un alboroto que me despierta siento el desconcierto típico de la interrupción del sueño REM. Algo parece que va a pasar y todos se alistan.

Lo que pasa es el tiempo: la gente se agita, se aloca, se entusiasma, pero apenas aparece un empleado de Iberia y varios del personal de tierra de otras aerolíneas, que se dirigen decididos a la pista. Alessandra, la arqueologa italiana que trabaja en Barcelona, se queja de su pesada mochila llena de libros, y poco a poco comenzamos a conversar un tanto más personalmente, un tanto más sobre qué hacemos y quiénes somos, no solo sobre la coincidencia fortuita y maldecida de estar en un aeropuerto en un mal día. Sigue pasando el tiempo mientras Alessandra me cuenta cómo es trabajar en Florencia y renegar de tanto turista; sigue pasando el tiempo y le hablo de la arqueología peruana y ella me insiste que algún día irá al Perú porque adora Latinoamérica. Cuando ya me está hablando que su verdadera pasión no es el Renacimiento sino la cultura maya, llegan más empleados de Iberia y de pronto, los mostradores se abren para el check-in, pero del vuelo que sigue al mío. Alessandra está explicándome ahora como dejó la economía para pasar a la arqueología cuando aparece, de la nada, un comunicado de BAA. Son diez para las siete, tengo más de nueve horas en el aeropuerto y he estado haciendo esta última versión de la cola por dos horas y media, y recién salta la liebre: Heathrow estará cerrado a llegadas por todo el domingo, con apenas algunas salidas, sobre todo de los aviones que ya están en el aeropuerto, tan pronto como se los pueda liberar del hielo que se ha armado a su alrededor.

Alessandra y yo nos miramos y aceptamos dos cosas: que este domingo que recién despunta estaremos en Londres, y que nuestra amistad ha terminado. Hemos sido amigos, casi confidentes, durante dos horas, mientras la conversación, primero en inglés y luego en español, nos mantuvo atentos y afables. Fuimos un hilo a tierra el uno para el otro, y un pedazo de civilización en medio del caos creciente. Pero ha terminado ese espacio y no queda más que regresar a lidiar individualmente con el desastre aeroportuario, seguir intentando llamar a Iberia y buscar un lugar donde dormir. Nos despedimos afablemente tras un rápido raje final sobre la incapacidad de Heathrow para enfrentar tan poca nieve.

El camino de regreso a la estación me confirma mi primera impresión. El territorio liberado de orden sigue sucio, sigue desordenado. La gente no parece estar particularmente preocupado sobre donde dejar su basura o donde tirarse a dormir. Finalmente la estación del tren aparece y mientras me subo a mi vagón, descubro que me duelen los brazos de tanto cargar las maletas pero que mi espalda ha recibido muy bien la noche de piso duro y frío. Ahora a buscar dónde dormir y qué hacer, mientras descubro que he perdido mis guantes y que el frío está muy duro. Paciencia pues. Al menos he sacado una historia que contar.

Londres, 21 de diciembre de 2010

martes, 21 de diciembre de 2010

Una noche en Heathrow (parte 1)

Siempre me han fascinado los aeropuertos. La combinación de funciones precisas y ansiedades humanas, la superposición de claridad de propósito con ausencia de contexto, la posibilidad de conocer gente fascinante o de confirmar todos los prejuicios sobre la humanidad que uno pueda tener.

Sin embargo, y tras haber visitado aeropuertos grandes y pequeños, nuevos y antiguos, organizados y caóticos, me faltaba la experiencia final: perder un vuelo por "acto de dios", esa frase anglosajona tan deliciosa que indica que la naturaleza se ha impuesto sobre las intenciones humanas; y ciertamente, con el resultado de este acto divino: quedarme varado en una terminal.

El sábado 18 de diciembre, un día antes de mi regreso al Perú tras 10 productivos y entretenidos días fríos pero snow-free en Inglaterra, no estaba pensando para nada en esta situación, por una razón muy simple: habiendo visto cómo siguen funcionando aeropuertos en circunstancias mucho peores, los quince centímetros de nieve que cayeron en la mañana de ese día sobre Londres no parecían particularmente intimidantes. Por favor. No es una tormenta de nieve, es simplemente una respetable pero localizada y no muy grande cantidad de nieve.

Pues la pérfida Albión no sabe lidiar con esas cantidades de nieve. Un país de lluvias constantes pero tenues, y ocasionales nevadas ligeras, cuando lo someten a un tormento así como que el espíritu nacional colapsa. Porque Londres podrá ser una de las ciudades más espectacularmente cosmopolitas de la tierra, pero Inglaterra sigue teniendo un carácter blando, suave, que solo se rebela cuando la atacan o tiene que atacar. Incluso en estos tiempos de chavs y yobs, Inglaterra es un país de cerveza tibia, comida sin sal y cortesía sin pasión, ese país que memorablemente fue descrito hace unos cincuenta años por George Mikes en una frase demoledora: continental people have sex life; the English have hot water bottles.

Entonces, cuando la nieve tiene la descortesía de caer con énfasis y agresión, y como no se le puede enviar a los Royal Marines encima, Inglaterra se desconcierta y no sabe qué hacer. En la mañana del sábado estaba yo en otra ciudad viendo por televisión cómo se desenvolvía la tragedia, y lo contradictorio de las decisiones: BA (British Airways) decidía radicalmente no volar por ocho horas, mientras BAA (el administrador de los aeropuertos) decía que iban a mantener las pistas abiertas. Stiff upper lip; keep calm and carry on: las actitudes inglesas frente a los problemas.

Pero en realidad BA tenía razón: el aeropuerto no pudo mantener el ritmo necesario de despegues y aterrizajes y simultáneamente limpiar las pistas con la velocidad requerida ante la cantidad de nieve que caía tan de pronto. El resultado fue una acumulación de nieve que no se pudo controlar y que no solo inhabilitó las pistas, sino que congeló en su sitio a los aviones, que no podían moverse. No importa que desde la media tarde del sábado 18 no haya caído nieve en cantidades significativas, igual Heathrow estaba fuera de servicio.

En estas circunstancias, e igualito que en la guerra, la primera víctima es la verdad. Imposible saber qué ocurre usando la web, que solo recomienda que se llame por teléfono a cada aerolínea. Imposible comunicarse con las aerolíneas, que tampoco saben qué hacer porque es sábado por la noche y no parecen tener planes de contingencia. Mucho menos con Iberia, que mantiene esa impaciencia tan hispana en el servicio a los clientes, esas respuestas agresivas en tono de "no es mi asunto y si insistes te pego", ese "tómalo o jódete" tan encantador con el que te tiran un papel con números telefónicos inútiles, que hace imposible no desearles que su economía quiebre y vuelvan a enviar gastarbeiter a Alemania.

Ante la completa falta de información, solo queda un acto desesperado: ir al aeropuerto y ver qué está pasando en el terreno. Quizá fue apresurado, porque tenía hotel (uno muy simpático) en la ciudad en la que estaba, y la verdad es que resultaba relativamente obvio que el aeropuerto no estaba funcionando, y si el avión que venía de Madrid para hacer el regreso en la mañana de domingo no había llegado, evidentemente se cancelaría mi vuelo. Pero algo me dijo, desde mi pasión por los aeropuertos, que quizá sería interesante ir a ver la verdadera historia desde el terreno. Luego se podría intentar un repliegue de ser necesario.

Ergo: a Londres. Primero el viaje en tren con pausa en Woking, en donde está McLaren, para tomar un bus que no estaba en servicio ese día. Una impaciente jovencita me propone compartir un taxi pero el instinto me dice que no valía la pena; además mi vuelo saldría por la mañana, con lo que el apuro no tenía sentido. De nuevo al tren, donde me recomiendan que me vaya de largo hasta Waterloo y de ahí tome el metro, conocido en Londres como el tube. OK, no parece una mala fórmula. Finalmente, nadie está controlando nada, las puertas automáticas de los andenes están abiertas, todo indica una consciencia de la situación que es acompañada por poquísimo tráfico, con no más de cincuenta pasajeros desembarcando en Waterloo (la estación de tren de llegada de estos particulares servicios).

Claro, la nieve no solo afecta a las pistas y los aeropuertos, también lo hace al viejo, chirriante y carísimo tube londinense. La línea que llega hasta Heathrow no tiene servicio por inundación o algo así. Nada fuera de lo común, puesto que la infraestructura londinense es la más antigua de la era industrial, y no importa cuantas renovaciones hagas, hay cosas que tienen 150 años y que ya están tan viejas que cualquier cosa las hace descalabrarse. Chau. A arrastrar maletas hacia otras estaciones para llegar a Paddington, de donde sale el rápido pero carísimo Heathrow Express: 18 libras esterlinas para 15 minutos de viaje...

Ahí recién aparece la verdad cruda y dura, en la forma de una pantalla de información de vuelos, clara y distinta y al mismo tiempo cruel: el vuelo IB 3165 de Iberia, programado para el domingo por la mañana, ha sido cancelado. Llamo a la aerolínea, a su número de 20 peniques el minuto, y tras cuatro libras (saquen la cuenta de cuánto tiempo de espera) tiro la toalla. Ahora hay que enfrentar el destino.

¿Regresar a Winchester? Al menos hay un cuarto de hotel, aunque no sé si la gracia de idas y venidas a 50 libras en total me la reembolsarán, y no sé si lograré finalmente hablar con alguien en Iberia desde ahí.

¿Buscar asilo en Londres? No es tan fácil, mis amistades no están necesariamente preparadas para la llegada, a las 10 de la noche, de un peruano sin techo.

¿Un hotel? Ni de vainas, no cerca a Paddington al menos, donde un hotel pasable arranca en 150 libras la noche.

¿Ir a Heathrow? Al menos habrá certeza, y al menos se podrá intentar forzar una salida, en el caso milagroso que haya alguna salida de Londres...

Dado el lugar donde me encuentro, considero por un instante si queda actuar como nuestro compatriota más famoso en Inglaterra y esperar que alguna buena familia inglesa recoja al inmigrante peruano desvalido y lo invite a formar parte de su hogar. Pero algo me dice que that ship has sailed, a while ago...

De nuevo, algo desde atrás de mi mente me sugiere ir y experimentar la situación.

Compro algo de comer, porque quién sabe si habrá algo parecido en Heathrow. Me acomodo en el tren, que es limpio, cómodo y eficiente, mientras algo me dice que esos son tres valores del capitalismo contemporáneo de los cuales he de ir despidiéndome por el resto de la noche. Me aviento pues a la aventura. Pienso en lo que vendrá y me preparo para lo peor, incluso para que me regresen del aeropuerto.

(continuará)

domingo, 5 de diciembre de 2010

Stuxnet, el conflicto por venir

Varias veces he hablado de las ciberguerras. Stuxnet ha sido una versión de baja intensidad y alta localización de la ciberguerra, y es un ejemplo de cómo puede ir cambiando el panorama.

La idea es fácil, la implementación complicada: un virus (técnicamente un gusano) dirigido no a computadoras sino a un controlador lógico programable, el tipo de hardware que se encuentra en una máquina industrial y que dirige sus procesos. Normalmente, los PLC no están conectados a la Internet de la misma forma que lo hacen las computadoras, es decir a través de aplicativos que pueden ser controlados por el usuario, sino que usan la Internet para enviar y recibir data de equipos similares o para diagnósticos, de maneras muy precisas y sin intervención de usuarios no entrenados. En otras palabras, los PLC son seguros.

Pero muchas veces en las plantas industriales, se cuenta con computadoras que permiten monitorear el trabajo de los PLC y extraer data para seguimiento de procesos. Stuxnet fue diseñado para que cuando estuviera en una computadora, cualquiera esta fuera, buscara conexiones con un PLC preciso, diseñado por Siemens, que se sabía Irán había comprado para manejar sus centrifugadoras de material nuclear. Este virus cambiaba el funcionamiento de la centrifugadora, ocultando su acción, y así modificando el proceso industrial hasta hacerlo inútil.

Al parecer, Stuxnet fue creado por una agencia gubernamental, por su sofisticación; existen indicios que habría sido Israel, a través de su Unidad 8200, la creadora de este gusano; lo que no solo tiene sentido sino que es casi una excelente noticia, porque con un virus habrían logrado lo que antes requería un bombardeo. Lo interesante no yace aquí, sino en su conexión con el concepto mismo de ciberguerra.

No se trata de hacer escándalo, porque nada indica que los países vecinos estén interesados en forma alguna de guerra contra nosotros, sino más bien de destacar que es relativamente simple para un agente no oficial hacerse de herramientas para ataques informáticos. Los casos discutidos anteriormente, y el caso mismo de Wikileaks en estos días, sujeta a constantes ataques DDS, no necesariamente provenientes de agencias estatales, sirven como ejemplos. Pero la existencia de herramientas que permiten ataques tan sofisticados como el de Stuxnet llevan inevitablemente a pensar cuánto tomará para que caigan en manos de terceros.

Aunque todo indica que el caso de Stuxnet es el resultado de un descuido (alguien que metió el USB equivocado en el puerto indebido), es casi imposible impedir que haya errores como estos, en donde alguien simplemente mete la pata y permite un ataque al dejar una rendijita abierta. Basándose en este principio, los ciberatacantes solo tienen que confiar en que alguien cometerá un error para lograr su objetivo, que es penetrar la línea de seguridad y hacer que una red o sistema colapse. El resultado puede ser peor que un ataque convencional, porque hace un daño comparable pero no permite saber de dónde vino, o cómo se hizo, o cómo evitarlo.

Lecciones para ir preparándonos: las ciberguerras no son ni poca cosa ni algo para el futuro.

Addenda: una explicación técnica más detallada, otra más, en formato de pregunta y respuesta.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Wikileaks, o el quinto estado pasa al primer plano

(tras un mes de silencio, regreso al blog, con el compromiso ante mí mismo de publicar al menos dos "columnas" semanales de más o menos 600 palabras; a ver si lo cumplo)

La controversia Wikileaks gira sobre dos puntos. Primero, si está bien liberar este tipo de información, así, al por mayor. Segundo, si esto es el futuro de algo, por lo general del periodismo, pero también de la diplomacia. La segunda controversia es interesante pero en realidad tiene que ver con otro asunto, más de fondo, que alude sin resolver al primero.

Para discernir la narrativa del “futuro de...” que acompaña a Wikileaks, quizá habría que comenzar por decir que no se trata del futuro, sino de la “puesta en valor” de un presente bastante enredado. Desde hace un buen tiempo, la lógica de lo público que acompaña a la Internet desde sus inicios ha tomado control de una serie de espacios y recursos técnicos. Me explico: en el espíritu del movimiento FLOSS, y de la openness, existe la noción que “la información quiere ser libre” normalmente asociada con el hackerismo (estilo Stallman antes que Salander). En este espíritu, todo lo digital, todo lo que puede circular digitalmente, debe hacerlo.

Si se trata de contenidos como música, no hay razón para limitar el tráfico en razón de leyes antiguas; si se trata de una enciclopedia, lo consecuente es crear un mecanismo de circulación que permita que cualquiera participe, como Wikipedia, y el entorno wiki en general. Si se trata de información confidencial, que por lo general se entiende como oculta al interés público, contra el interés público, entonces hay que soltarla.

Wikileaks se inspira en este estilo, pero no lo inventa ni es el mejor exponente. Cryptome es mucho más antiguo y mucho más sistemático; no publica al por mayor, lo que encuentra, y sobre todo no mezcla rollos personales con la misión del sitio, como Julian Assange disfruta haciendo. Ambos sitios aprovechan la Internet y el abaratamiento de costos, pero sobre todo la opacidad y transnacionalidad de la tecnología digital, para revelar, ocultamente. Es decir, asumen que ocultar fuentes, ocultar tráfico, ocultar sus propias actividades, es moralmente correcto ante la vocación opaca de los estados.

Assange encarna como pocos a un nuevo actor político: el quinto poder, o quinto estamento. Como dice William Dutton, “The growing use of the Internet and related digital technologies is creating a space for networking individuals in ways that enable a new source of accountability in government, politics and other sectors.” Estos miembros del quinto son globales, son muy dedicados y de convicciones sólidas, como todo zelote de reciente aparición, y sobre todo, son conscientes de las posibilidades de la tecnología para el beneficio de su propia agenda.

¿Es el nuevo periodismo? No. Es un nuevo estamento usando el periodismo para sus propios fines. ¿Es una nueva era diplomática? Probablemente, porque el impacto emocional de esta fuga no es comparable a su impacto real (Wikileaks no tiene un buen scoop desde este) pero sí aumenta la paranoia, y más allá que se pueda interpretar esta situación como un payback de la paranoia que la vigilancia estatal y corporativa produce en los ciudadanos, lo que queda es que tenemos un nuevo actor político que, a través de su propia agenda, creará motivos para mayor opacidad de parte de los actores corporativos y estatales.

Finalmente, la pregunta moral se debería replantear: en el contexto de la política contemporánea, este nuevo actor, el individuo en-red, tiene una agenda propia. Usar Wikileaks es consecuente con esa agenda. ¿Beneficia una acción que privilegia la agenda propia por encima de las necesidades de los demás actores, a la ciudadanía, la que se dice representar y defender? No estoy seguro. Algunas revelaciones de Wikileaks han sido importantes y valiosas. Estas son más bien banales y quizá hasta más exhibicionismo que pertinentes políticamente. Parafraseando el argumento de Timothy Garton Ash, lo que es bueno para los historiadores no necesariamente es bueno para los ciudadanos.
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sábado, 30 de octubre de 2010

Sofía Vergara es una agente caviar de la CANATUR

Tanto rollo por la comparación desfavorable entre el Perú y Colombia en Modern Family. Tanto rollo porque ha sido una colombiana, haciendo de colombiana, la que nos ha ofendido. A mí también estuvo a punto de hervirme la sangre, hasta que comencé a averiguar. Un buen amigo que trabaja en la Fox, como encargado de lavarle los pies a Ed O'Neill, me contó algunas cosas que comparto con uds., y que nos permiten discernir que finalmente, los peruanos hemos comenzando a jugar el gran juego como los mejores.

Hace cosa de tres años, y preocupados por el éxito colombiano en atraer a turistas a su país, los especialistas en inteligencia turística de la CANATUR decidieron contratar a un compatriota (que no es mi amigo el que le lava los pies a Ed O'Neill, por si acaso) que podía penetrar las redes de creatividad de Hollywood, para que implantara la idea no de hacer una comedia o drama sobre los atractivos del Perú, porque ya se ha hecho varias veces, sino para que denigre, de costado, a Colombia. Con esto se buscaba que los turistas de mayores ingresos decidan que nuestros vecinos de arriba no merecen sus dólares, y por eso había que escoger, entre las joyas del collar andino, a las ricas montañas, hermosas tierras, risueñas playas de ya saben quién.

Nuestro hombre en Sunset Boulevard se dirigió a sus contactos en el inframundo de TinselTown, y gracias a la ayuda de Otto Maddox y Henry Spencer (el original, no el bamba local) ubicó al dealer de hierba de un asistente de Steven Levitan, el que estaba interesado en hacer un sitcom donde la segunda esposa de un respetable pero libidinoso local era peruana. Nuestros agentes lograron influir sobre Levitan para que en vez de una peruana, escogiera una colombiana, porque se buscaba que Sofia Vergara tuviera el rol. Las opciones peruanas no estaban dispuestas a hacer de tontas, de aprovechadas, y de latinas exuberantes pero esencialmente huecas, características esenciales en una latina de Hollywood, más en comedia. Nuestras actrices y modelitos jamás lo harían, especialmente por un rol en un sitcom en el prime time gringo.

Ya implantada la idea en la cabeza de Levitan, todo estaba hecho. Tenía el estereotipo negativo perfecto para venderle al mundo la idea que Colombia no valía la pena, porque claro, ¿quién querría visitar un país donde las mujeres son así? Entonces, contentos en la certeza de nuestro éxito, nos fuimos tranquilos. Contemplamos el éxito de Modern Family, y hasta lo celebramos en aras de la hermandad de los pueblos de Bolívar y porque Sofía Vergara es un hembrón.

Hasta que un caviar (siempre hay un caviar en cualquier historia peruana reciente, siempre) infiltrado en la CANATUR (siempre están infiltrados, salvo en las ONG), logró enviarle un mensaje subliminal a Sofía, usando el método habitual (turrón de doña Pepa pepeado; ¿ven? por eso todo este rollo ocurrió en octubre) para que diera un mensaje que hiciera hervir la sangre a los peruanos bien nacidos, es decir, a los que no son caviares. Lo logró. El director del Arkham Announcer dijo públicamente, en memorable pico a pico con Claudia Cisneros, que esto le hacía hervir la sangre. Es sabido que las personas a las que les hierve la sangre no duran mucho en este valle de lágrimas, así que listo. La caviarada lograría su objetivo: acabar con su máximo archienemigo.

Esa es la explicación. Todo ha sido un éxito. La credibilidad de Colombia está por los suelos, y el susodicho director está más cerca de la jubilación anticipada. Celebremos, celebremos. Pero en vez de gastarnos la plata en Ron de siete años y Pisco Biondi, guardémosla para cuando la chanchita de Godoy.

Se sufre pero se goza...

sábado, 23 de octubre de 2010

Defunciones tecnológicas: domo arigato, Mr. Walkman


Treinta y un años después, y tras haber caido en la obsolescencia hace, qué, unos diez años, finalmente Sony ha dejado de fabricar Walkmans (¿o más bien Walkmen?).

Fue el objeto de deseo tecnológico de todo miembro de mi generación, y una posesión fundamental. Yo llegué a tener uno de plástico negro, propio de finales de ochentas / comienzos de noventas, cuando la electrónica de consumo tenía que ser de color negro. Ciertamente, no lo uso hace mucho tiempo, aunque lo converso, en algún lugar de casa.

Es efectivamente el fin de una era. No quiere decir que el cassette vaya a desaparecer, puesto que se seguirá produciendo, y usando, en muchas realidades en donde las computadoras no son masivas y el CD no ofrece las ventajas de fácil copiado personal y bajo costo que asociamos al cassette. Pero como aparatito, como producto de consumo, el Walkman fue parte de una era y sus nuevas versiones, para CD o con memoria flash, son reencarnaciones de la idea original.

Adios, pues, Walkman. Para los que no saben cómo se usaba, ahí les va un videito instruccional (adecuadamente, con subtítulos en japonés).

sábado, 16 de octubre de 2010

Más sobre voto electrónico: problemas y soluciones.

Sigue la controversia. Aunque ya fue aprobado, el voto electrónico motiva comentarios más bien absurdos de parte incluso de autoridades que deberían difundir críticas sustentadas, no solo cosas que han oído a medias.

Como he dicho antes, no soy experto en el tema, pero sí estoy interesado en los temas de vida digital y el voto electrónico es uno de ellos. Es fácil documentarse con lo básico, y llegar a dos grandes conclusiones: muchos de los problemas que se plantean son manejables; hay varias condiciones elementales para que el voto electrónico funcione. Este post será sobre los problemas, y mañana saldrá otro sobre las condiciones elementales.

Por ejemplo: en declaraciones ayer, el presidente del JNE, Hugo Sivina, ha dicho que hay riesgo de hackeo, y da ejemplos de Alemania y Holanda, donde se habría regresado al voto manual por desconfianza en el voto electrónico. Asumiré que no dio más detalles a los periodistas.

Estas declaraciones tienen dos problemas: la generalidad y la imprecisión. Son generales, porque en realidad da a entender algo sin ofrecer suficiente información como para juzgar qué tan cierto es lo que dice. Una rápida revisión en la amplísima bibliografía citada en el artículo de la Wikipedia basta para identificar problemas técnicos sin duda manejables, mediante dos grandes medidas: certificación del software, desde lo fundamental hasta el diseño de la cédula de votación; y certificación de seguridad, incluída la posibilidad de phreaking, algo bien distinto al genérico hackeo del que hablan algunos.

En ningún caso he encontrado menciones a problemas sistémicos, es decir a cuestionamientos de la posibilidad misma de realizar elecciones mediante votos electrónicos. Los problemas son técnicos o procedimentales, y no han significado la anulación del voto electrónico, sino su suspensión o postergación.

¿Cuáles son los más significativos problemas? Calibración de las pantallas táctiles, que de por sí son frágiles; la falta de un rastro de papel para comprobar la votación, cosa que la ONPE ha enfrentado directamente; software cerrado, que impide que todos los actores del proceso se sientan cómodos con el mecanismo electoral; falta de capacitación de los votantes, que por ejemplo piensan que han votado cuando en realidad han elegido un candidato pero no lo han confirmado. Otros mencionados en el Perú como falta de electricidad en los centros de votación son también relativamente simples de corregir.

Todos estos casos son manejables, pero requerirán un gran y sistemático esfuerzo de la ONPE para comunicar a todos los actores, incluyendo a los electores y quizá más que nadie a los movimientos políticos, lo que se debe hacer para garantizar elecciones limpias. Si se omiten pasos, lo más probable es que terminemos con elecciones cuestionadas. La ONPE tiene pues una gran responsabilidad.

¿Cuáles son los problemas sistémicos? Hay dos, todos manejables pero no por ello menos serios.

1. Ni la población, ni los partidos políticos, ni la ONPE, tienen suficientes habilidades técnicas para enfrentar esto. Encontrar la gente para montar el sistema, verificarlo y certificarlo, difundir y capacitar, y finalmente juzgar de buena fe los resultados, va a ser un gran desafío y creo que muy probablemente resulte en una estampida de confusiones, dimes y diretes. Esto puede cambiar si se hace con cuidado y buena voluntad... lo que no siempre tenemos en abundancia en nuestro país.

2. La reducción de mesas electorales puede complicar el ejercicio electoral de los peruanos que viven en zonas rurales, puesto que la consolidación de mesas hará más difícil y caro cumplir con la votación. Esto sí es un problema, porque significaría castigar a los peruanos que menos tienen en aras de eficiencias que poco o nada significarían para ellos.

Seguimos mañana...
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viernes, 8 de octubre de 2010

Sobre voto electrónico

En los últimos días he estado hablando bastante sobre voto electrónico. Quiero resumir y concluir el tema con tres observaciones generales:

1. Que me llamen a mí es más resultado de la ausencia de especialistas a la mano que de mi relevancia en el tema. No soy experto pero estoy informado y comunico decentemente sobre temas de tecnología; estas habilidades son necesarias en los ambientes en donde se discuten e implementan estos temas, y serán necesarias con urgencia si se llega a implementar el voto electrónico.

2. Las objeciones al voto electrónico son completamente intuitivas o intencionadas, no técnicas en el amplio sentido de la palabra. No hay ninguna razón para dudar de la seguridad, de la estabilidad y de la viabilidad del voto electrónico.

3. Este debate es saludable, y ojalá ocurriera sobre otros temas de gestión pública. Pero sobre todo, sería fantástico que los medios volvieran a tocarlo en un par de semanas o meses, antes que nos olvidemos por completo de esto.

Nada más por ahora. Gracias a todos los que se interesaron en mi opinión.

martes, 28 de septiembre de 2010

Municipales: en la duda, ¿atrévete?

Si bien no ha terminado, la campaña electoral por la municipalidad de Lima Metropolitana ha alcanzado una meseta. Es difícil esperar que la dinámica cambie mucho, dado que los argumentos han sido puestos y las estrategias han sido desplegadas al máximo. Ahora viene la pregunta por el voto, y reconozco que tengo más dudas que certezas.

Me he definido como de izquierda toda la vida, y al mismo tiempo creo que soy un liberal en lo político: creo que la libertad de los individuos es el único camino a la prosperidad común. También creo que la historia peruana nos muestra interminables ejemplos de victorias económicas y políticas nacidas de negarle la libertad a los demás. Los "ricos", ese término que engloba no solo un nivel de ingresos sino una actitud ante la vida y los conciudadanos, han partido siempre de la exclusión, y muchas veces la han ejercido con un enorme desprecio por los demás.

La izquierda peruana, como la izquierda de muchos lugares, sufrió de lo mismo: la convicción de sus ideas la llevó a excluir, desde el lenguaje hasta la acción más violenta. El poder justificó los mismos abusos y agresiones que la derecha realizaba con otros fines. Así como los "ricos" excluían por "rojos", vendepatrias o lo que sea a los de izquierda, estos excluían por burgueses, traidores de clase, y un largo etcétera. Hoy, varios que se suben al carro de Susana Villarán siguen siendo el mejor ejemplo de esa actitud profundamente opuesta a la libertad.

Por eso no tengo la intención de considerar el voto por Lourdes Flores, que arrastra las taras ideológicas de esa derecha excluyente, que se las arregla con su gentita y para su gentita. Como dije hace un tiempo, ha optado por negar la realidad y vivir en su Idaho Privado, y ahora que regresó al mundo real siguió rodeada de la misma gente y diciendo las mismas tonterías, como si estuvieramos en 1987 y ella estuviera azuzando a la burguesía limeña para evitar que Alan García tome los bancos. Agitar el fantasma del comunismo es juego sucio, no porque no pueda tenerse legítimas dudas sobre algunos compañeros de viaje de Susana Villarán, sino porque no se cuestiona lo que realmente puedan hacer, sino lo que supuestamente piensan o representan.

La experiencia de Barrantes es un buen ejemplo: en una etapa mucho más difícil, con partidos de izquierda con peso propio y capacidad de acción política inmensamente mayores a las que tienen ahora, el ejercicio tecnocrático que fue el gobierno de Lima de 1984 a 1986 fue completamente carente de sesgos radicales, de amenazas a la seguridad, a la tranquilidad, al orden público. No hay ninguna razón para pensar que lo que no pudo hacer en 1984 Patria Roja podría intentarse ahora: atenazar a los tecnócratas y obligarlos a darles la calle para sus tropelías.

Porque ese es el perfil del potencial gobierno municipal de Susana Villarán: tecnocracia de izquierda. El tono más "world music / New age" de la potencial alcaldesa es compensado por la casi completa carencia de oído político de los tecnócratas, como el más que respetable Eduardo Zegarra, que no es capaz de decir con sutileza algo completamente sensato: el metro de Lima es una ilusión, y hay cosas más urgentes que hacer que proponerse realizar una obra que partiría a Lima por la mitad por mucho más tiempo que el que la señorita Flores pretende se alcanzaría (¿realmente alguien cree que se podría hacer en cuatro años?), aparte de los aspectos legales y burocráticos, que hacen que "el mayor logro" que esta dama se propone no dependa de ella, sino del gobierno central.

Entonces: tenemos a una política profesional que le vende a la ciudad la idea de conseguir que el gobierno central haga una obra sobre la cual no tendrá ninguna injerencia, frente a una administración que no sabe decir que el metro sería fantástico pero que mientras la vamos viendo, tenemos cosas más urgentes, y más manejables, que hacer. Los tecnócratas reales están en el lado de Susana Villarán, los políticos profesionales sin mayor contacto con la realidad del lado de Lourdes Flores (Jaime Salinas y Xavier Barrón no merecen otro calificativo).

¿Por qué dudas? Porque la combinación de un liderazgo algo naïve, o de discurso naïve, con mucho tecnócrata y alguno que otro pendejerete, me hacen pensar que las buenas ideas y la relativamente eficiente ejecución no bastarán, que el tráfago y la lucha cuerpo a cuerpo consumirán a la alcaldía y la harán caer exangüe y frustrada. A fin de cuentas, los inmensos problemas de Lima no son fundamentalmente municipales: el desorden del transporte es el desorden de la cosa pública; la delincuencia es en buena medida resultado de la incapacidad burocrática del estado central. Entonces aparte de obras, y ganas de decir las cosas en voz alta y pelearse por lograr algo mejor, ¿alcanza para hacer algo más?

Entonces, simplemente recuerdo lo que han sido los ocho años de Castañeda, y pienso que vale la pena tratar otra ruta. ¿Más "obras" que no resuelven los problemas sino que los eluden? ¿Más reducir la ciudad al tráfico de influencias? ¿Más olvidar que la política es liderazgo moral ante que cualquier otra cosa? ¿Más renuncia a crear, siquiera el esbozo, de comunidad en esta ciudad de millones que se ignoran, cuando no se desprecian? ¿Más reducir el progreso al beneficio individual o a la imitación chabacana, sin imaginar algo para todos, a ser hecho entre todos?

Consciente de los riesgos; consciente de las (pocas y diversas) malas juntas; consciente de los posibles errores; consciente que los demás candidatos me ofrecen la certeza de sus errores y la constancia de sus prejuicios; consciente que a fin de cuentas, toda elección es un salto de fe, y que nada de malo tiene equivocarse cuando se hace de buena fe; confiaré en no equivocarme, y optaré por Fuerza Social.
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lunes, 13 de septiembre de 2010

Entrevista en La República

Con las gracias del caso a Mario Munive y Ghiovanni Hinojosa, y las felicitaciones para Rocío Orellana por lograr tanto con tan poco :)

http://www.larepublica.pe/archive/all/domingo/20100912/20/node/288702/todos/1558

domingo, 12 de septiembre de 2010

Mistura 2010, bajo el peso del éxito


Que la experiencia es impresionante, no cabe duda. Más grande, con más expositores, más áreas, más comida, más gente... todo es un aumento en Mistura, y el éxito es reflejo del interés del público, no cabe duda, así como de la importancia identitaria que está alcanzando la comida peruana, tampoco me cabe duda. En suma: una excelente inversión y un disfrute pleno de los sentidos, desde la vista hasta el sabor, pasando por el olfato y el tacto (la escucha no tiene mucha ayuda por el ruido ambiental). Pero creo que hay por lo menos dos factores más que considerar, y no son saludables para el futuro de esta exposición.

El primer es el factor moda: está de moda la comida, Mistura es la expresión más asequible de esa moda, hay que ir. No necesariamente para experimentar nada nuevo, o para explorar sobre temas conocidos. El ejemplo concreto: en el Rincón del Café, varios productores de buen café ofrecían sin problemas ni aglomeraciones mientras Tunki, sin duda un producto singular, tenía colas constantes. ¿De pronto somos los limeños gourmets del café? Hace tiempo que dije que no lo creo, y por eso pienso que parte de la moda de la comida se expresa en ir a Mistura y comer y tomar lo que está de moda, más allá de consideraciones sobre la efectiva mejor calidad de esa experiencia.

El segundo punto es una señal potencial de madurez. Mistura comenzó relativamente modesto e inclusivo, no solo en la intención culinaria sino de intereses: feria gastronómica, feria de comida, feria de productos, feria para la industria, evento académico. Todo eso sigue estando ahí, pero superpuesto, aglomerado, amontonado. Al mismo tiempo que la gente hace colas de horas para comer chancho al palo o fetuccini a la huancaína, restaurants más sofisticados no tienen colas, porque el público mayoritariamente va a experiencias relativamente manejables; en esta celebración de la riqueza de la comida peruana hay colas para comprar en China Wok, o para picarones y anticuchos. Nada de malo, pero tampoco algo que merezca una feria.

El problema es que tantas narrativas, tantas intenciones, juntas y revueltas, terminan negándose unas a otras. Todos van a Mistura, incluso con bebitos en coche, que es una pésima idea porque estorban y porque tantos estímulos no son saludables para un bebé de meses; pero no todos van a lo mismo, y entonces la experiencia se vuelven inmanejable para los que van a la feria gastronómica y terminan topándose a cada instante con las multitudes que van a la feria de comidas.

Esta vocación por la diversidad es buena pero creo que la escala de Mistura no la permite más. Que hayan vendedores de utensilios de cocina, degustaciones de pisco, proveedores de bodegas y helados Donofrio todos mezclados a diez metros de distancia no permite hacer nada con calma. Como ha sido un éxito, el próximo año irá más gente y las aglomeraciones, mezcolanzas y desorden seguirán creciendo, sin importar el esfuerzo de los organizadores, que han hecho de un espacio poco propicio un ambiente coherente y fácil de navegar; pero igual, es demasiado.

Creo además que a los limeños nos están faltando con desesperación lugares a dónde ir y experiencias singulares que explorar. Más allá del miserabilismo de algunos que piden que sea gratis, Mistura es una inversión privada que tiene que por lo menos buscar no tener pérdida, y parece ser que lo logrará; pero hacerlo creando semejante desabarajuste parece contraproducente. A la larga, Mistura, creada para celebrar la diversidad, nos están dando un espacio para ignorarla: vamos a hacer lo que hemos pensado que es Mistura para nosotros, sea chancho al palo, sea el helado de aguaje, sea la compra de ofertas de Lee Kum Kee. Una oportunidad de enfrentar y aprender de nuestra diversidad se pierde porque hay demasiada gente para aprovechar los espacios creados para ello: el excelente ejercicio de didáctica que es el puente de la biodiversidad marina de la UPCH desaparece entre los humos de las cocinas rústicas, como en general la idea de ofrecernos un espacio para descubrir mejor quiénes somos los peruanos se difumina entre las masas que buscan lo que ya sabían que les gustaba. Si hubiera habido un McDonald's, estoy seguro que las colas hubieran llegado al MALI.

Para evitar que Mistura termine siendo un arroz con mango (metáfora culinaria para ser consistentes con el tema de la feria) debería insistir más en la didáctica para darle una lógica a la diversidad. Quizá menos comida y más gastronomía, menos puestos y más paneles, o un espacio en donde la caminata nos permita escuchar las voces que hacen la comida peruana antes que ir de frente al sánguche de lechón. Hay sitio para todo, hay necesidad de todo, pero por ahora, la sensación que queda es que Mistura, para mostrar la diversidad, tiene que ser menos generosa en su inclusividad.
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martes, 7 de septiembre de 2010

Los términos del debate público

Estos días el tema de muchos ha sido las opiniones del director del Daily Bigot, ese órgano de la intolerancia y la completa cerrazón. No niego que ha sido interesante, de la forma que un accidente de tránsito es interesante: repugna y atrae y al final capta la atención hasta el punto que nos decimos, "¿qué hago viendo esto?" sin ser capaces de dejar de mirar.

Pero creo que realmente la cosa está llegando a un nivel peligroso, y no por los decires de dicho personaje, sino por la atención que le prestamos. Hay temas críticos, urgentes, que no están siendo debatidos, y lo que dice este personaje no merece discusión.

¿Por qué? porque en realidad no busca debate. Sus puntos de vista no son ni de derecha ni conservadores tanto como intolerantes y provocadores. No busca convencer sino indignar más a los ya convencidos. Usa su stock cultural y su capacidad de comunicación para afirmar su decisión de negar inteligencia a quien no piense como él.

El debate solo es posible con quien respeta al rival, más allá de no pensar como él. El fanático solo merece desprecio, en especial cuando se trata de un fanático por elección propia, de un intolerante que medra en su intolerancia.

Por ello, el ex-Daily Bigot será llamado, por mí al menos, el Arkham Announcer, y tratado como lo que es, "una historia, contada por un idiota, llena de sonido y furia, que nada significa"
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lunes, 6 de septiembre de 2010

El futuro de la Televisión del ¿Estado?

El ministro de cultura no es un hombre de las industrias culturales, o de la práctica cultural. Es un antropologo con su historia de desencuentros con comunidades y escuelas de pensamiento, y con muchos encuentros con mineras y empresas extractivas. Quizá por eso fue que dijo un contrasentido sobre la televisión, al mencionar que para él, el modelo a seguir es de un canal del Estado "como la BBC". Para ello, querría contar con inversión privada.

Ah, cuántas rocas en dos observaciones. Primero, que la BBC no es del estado británico, sino un radiodifusor público. Segundo, que un radiodifusor público es la antítesis de un radiodifusor privado. Tercero, que el capital mixto es lo menos relevante para lograr una empresa que mantenga tanto la viabilidad financiera como la independencia de producción de contenidos que caracteriza a la mejor televisión pública.

Aparte, claro está, que es difícil imaginar a un inversionista privado aceptando trabajar con una empresa que estaría siempre a disposición de los antojos del presidente. La estabilidad de programación es la base para atraer al público, y eso es imposible sin intervención del poder. Claro está, hay ocasiones en donde es necesario interrumpir la programación, pero son excepciones que además deberían estar reglamentadas.

Entonces, hay que comenzar a tomarle cuentas al sr. Ministro: ¿exactamente qué piensa que debe hacerse con TNP y con Radio Nacional? ¿Semi privatizarlas, con lo que habría que discutir cuánto debe y no debe intervenir el capital privado en la programación, y cómo se escogería dicho capital? ¿Convertirlo en canal público, con las garantías de independencia y demás? ¿Dejarlo como está? ¿Convertirlo en canal del estado, lo que garantiza lo peor de todos los mundos?

Acepto que es un tema nuevo y que se está asentando. Pero el ministro Ossio debería aclarar sus ideas y decirlas así pronto.
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lunes, 9 de agosto de 2010

C&T no es lo mismo que I+D

Un tema latente hace tiempo, y que ha cobrado alguito más de interés tras la creación del ministerio de Cultura, es la cuestión de la ciencia y la tecnología en el Perú. Por un lado, algunos mencionaron que podría valer la pena poner este tema en el MinCul, a partir del tema de conocimientos nativos (lo que abre la puerta de la discusión de para qué está el tema de culturas nativas en el MinCul...). Otros han hablado de la necesidad de un ministerio de C&T propiamente tal. También se ha considerado que el éxito del financiamiento BID para la C&T en el Perú, expresado en el FONDECYT, amerita insistir en el tema.

Sin duda, es necesario impulsar mayor desarrollo de la C&T en el Perú, pero no como tal, sino como I+D, es decir como investigación y desarrollo aplicado al crecimiento económico. La idea que la C&T por ella misma tiene un valor significativo para el desarrollo nacional no tiene mayor sustento; más bien, asociar el trabajo de C&T a la I+D, especialmente al nivel de las firmas, sería una ruta mucho más sensata.

No es que no haya investigación en el Perú: es que hay poco presupuesto, sin duda; es que hay proyectos de primer nivel en algunos lugares pero nada o casi nada en muchas universidades; es que mucho de lo que se hace no tiene salida al mercado, porque no existen alianzas claras entre el sector productivo y el sector académico.

Este último punto es clave: la competitividad de la economía peruana, por ejemplo, no puede basarse en mano de obra barata, porque el costo de vida en el Perú no permitiría pagar al estilo chino: 130 USD por mano de obra industrial, con jornadas de 12 horas, y otras gracias particulares de un modelo de expansión capitalista en una sociedad autoritaria. Aparte de la productividad de ciertos productos de agroexportación, y de los minerales, cualquier desarrollo significativo debería provenir de innovación, para el mercado interno y externo, y eso solo se logra con I+D.

Ahora, cuando consideramos que la inversión en I+D en el Perú es de un patético 0,1% del PBI, frente a modestos 0,4 de Costa Rica o 0,7 de Chile (y 2,2% de Corea del Sur, considerando además el tamaño de su PBI), vemos que la posibilidad de innovación es ínfima. Hay un divorcio entre las distintas partes de la economía, hay carencia de formación en las áreas en donde realmente se necesita C&T, y hay poca vocación de invertir en innovación, lo que requiere trabajo a mediano plazo. Existe un órgano que gestiona la política de C&T, el Concytec, que ha tenido luces y sombras, pero que tiene poco peso en la formulación de políticas, más por carencias de conducción que por falta de espacio para participar en ellas. Hay planeamiento, incluso hay grandes lineamientos, pero hay poca dirección en el sentido literal, de decir hacia dónde vale la pena ir.

Pero incluso cuando se ha logrado formular planes y proyectos, el despegue sigue sin ocurrir. Es decir, la C&T no se conecta con la I+D. ¿Un ministerio cambiaría esto? No. Es más, el ministerio probablemente haría lo que hacen todos los ministerios, que es crear una dinámica cerrada en sí misma sobre su rol, impidiendo ver más allá de su propio organigrama y de sus tareas, haciendo que el diálogo con otras instancias del estado, y sobre todo con las firmas que realmente hacen o deberían hacer el I+D, no ocurra.

Necesitamos pues que el Ministerio de Producción dialogue mucho más sobre las demandas de I+D de las firmas; que el Concytec converse con las universidades para formar la gente correcta para la demanda empresarial; que el Ceplan sea un líder en la visión de largo plazo considerando desde dónde podemos comenzar y hacia dónde dirigirnos, sin necesariamente hacer listas de lavandería de acción a tomar sino prioridades nacionales que tendrán retornos altos para el sector privado y la sociedad en su conjunto; que se cree un entorno que premie la innovación tecnológica y las alianzas con universidades; que los gobiernos regionales tomen la iniciativa y fomenten innovación de impacto local rápido y contundente. Que el sistema de ciencia, tecnología e innovación sea orgánico, nacido de lo que realmente hacen las firmas en el mercado y las universidades, no una serie de instancias en un plan burocrático que realmente no llevan a nada.

Lo que no necesitamos es otro ministerio, cerrado en sí mismo y con una agenda divorciada del resto del país.
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jueves, 5 de agosto de 2010

Se fue la ola: el final de Google Wave

En junio pregunte si alguien seguía usando la Wave, y en noviembre de 2009 cuestionaba la lógica tras un producto que rompía paradigmas que no parecían necesitar romperse. Google ha llegado a la conclusión que la vida real no necesita algo como la Ola, y le ha dado de baja.

Muerte que finalmente no me molesta ni creo que a mucha gente incomode. Me reitero en lo que dije en noviembre: la premisa que conversaciones en tiempo real se pueden mezclar con documentos que se leen fuera de línea, y con conversaciones que suelen ser propuestas para una lectura en línea pero no en tiempo real, resulta confusa, innovadora en el sentido más negativo del término ("si no está roto, no lo arregles").

Google Wave se plantea como una solución para la confusión en la comunicación multiforme y multidocumental de la actualidad. La respuesta no fue separar y ordenar, sino agrupar y confundir. Como dejar una biblioteca y pasar a un depósito de libros, donde no hay más criterio que el orden de llegada.

Reivindico a las bibliotecas pues: el fracaso de Wave nos recuerda que la información, bien puede querer ser libre, pero necesita estar ordenada.
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miércoles, 4 de agosto de 2010

El texto y el libro ante el panorama tabletero

El dilema que enfrentan los consumidores y las industrias de contenidos es qué hacer frente al aparente auge de las tabletas. Este auge tiene nombre propio: el iPad. Ni el relativo pero indefinido éxito del Kindle ha servido para plantearse con claridad, como ahora, la posibilidad de un futuro con el claro predominio de las tabletas como forma primordial de acceso a una serie de contenidos.

Diferenciemos: el libro electrónico es un tipo de publicación que puede ser leído en dispositivos digitales, en donde el contenido y el continente han sido separados. El "lector de libro electrónico", como el Kindle, es un aparato diseñado para leer libros electrónicos. El iPad es una tableta o pizarra (slate) digital, que sirve para muchas cosas, entre ellas para leer libros usando el software propietario de Amazon (el Kindle) o el de Apple (iBooks) o incluso otros que no están asociados a continente específicos, como Stanza.

Esta diferencia es bien importante, porque cuando Amazon anuncia que la trilogía Milennium de Stieg Larsson es el primer "vendedor millonario" en formato electrónico, no está diciendo que se trate de de un millón de ejemplares que solo se puedan leer en el Kindle, sino con Kindle (el software). Precisamente, yo compré las tres novelas en formato Kindle pero para leerlas en mi iPad, donde la lectura fue fluida y muy satisfactoria. Ahora estoy leyendo el diccionario del Diablo de Ambrose Bierce pero en el iBooks de Apple, también en mi iPad.

Esta flexibilidad, hay que decirlo, es solo aparente. Que pueda enviar una copia de las novelas de Larsson a mi iPad, o a mi iPod Touch, o eventualmente a un Kindle que no creo vaya a comprar, no quiere decir que pueda prestarselo a alguien, salvo que salga con todo y aparato; que pueda fotocopiarlo o algo así; y sobre todo, que pueda leerlo en el Sony Reader o en el Nook, otros e-books devices que tienen formatos de venta de libros incompatibles con los de Apple o Amazon.

Esto, sin entrar a discutir la manera como se manejan las ventas de libros entre editoriales y librerías digitales; sin considerar lo que significa para las revistas y otros; sin entrar a ver si la portabilidad del libro electrónico compensa la falta de flexibilidad en la distribución de las copias compradas.... un largo etcétera. Es un terreno difícil y no hay una ruta clara, y varios meterán la pata.

Lo que queda claro es que el libro, como tal, es una tecnología muy poderosa y que muy probablemente nos acompañe por mucho tiempo más, pero que necesita ser confrontada por el libro digital para tareas distintas, como por ejemplo el libro de texto. En plataformas como el iPad (más que como el Kindle, por el uso en este de e-ink) es posible crear contenidos interactivos muy potentes, que complementen el texto con ejercicios que se auto-resuelvan o con evaluaciones, que se actualicen sin costo mayor y que se asocien con grandes bases de datos. Creo que las universidades, creo que mi universidad, debería comenzar a mirar en esa dirección. Ojalá lo hagamos.
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domingo, 1 de agosto de 2010

Vida digital: capítulo 8

El último capítulo de Vida digital: la tecnología en el centro de lo cotidiano.

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8. Concluyendo, o la vida digital requiere una sociedad digital

La conversación planteada a lo largo de este ensayo tiene un propósito simple: poner sobre la mesa la amplia diversidad de problemas que tenemos que enfrentar cortesía de la vida digital. No es únicamente cuestión de cómo esta vida nos afecta individualmente, sino la urgencia de pensar la necesidad de enfrentar los problemas que aparentemente son personales pero que en realidad son sociales.

El Perú es un país que ha desaprovechado varias veces los booms, las expansiones económicas producidas por sus recursos naturales, y que apenas ha salido de otra ola expansiva, causada también por exportaciones primarias pero con componentes más variados. Los límites de esta expansión son evidentes: el desorden de Lima se convierte en una desventaja competitiva; la carencia de profesionales en número adecuado para aprovechar la expansión muestra la falta de pertinencia de nuestro sistema educativo, salvo excepciones; y la incapacidad de diseñar e implementar un proyecto de mediano a largo plazo que encamine al país, con inversiones en las distintas áreas que las necesitan, y con el mínimo de paz social necesario para que las cosas no se quiebren. Todas estas situaciones apuntan a problemas de fondo en la constitución misma del país. La vida digital no sirve para componer nada de fondo, pero puede ser una herramienta, si se la sabe usar, para romper el momento de inercia.
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sábado, 31 de julio de 2010

Vida digital: capítulo 7

El penúltimo capítulo...

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7. Digresión comunicacional, o viendo más allá de lo evidente

Este libro está situado en una naciente tradición: el intento de entender cómo nos afecta a las personas y a la sociedad la tecnología de información y comunicación, o TIC. Desde novelas de ciencia ficción hasta especulaciones alegres, pasando por una temática que genéricamente se llama “de la sociedad de la información”, hay dos grandes vertientes para aproximarse a estos asuntos: desde el análisis social, y desde el análisis técnico. En medio, la discusión sobre políticas públicas/gestión del desarrollo, sea sectorial o general, muchas veces está informada más por la fascinación técnica que por la realidad social. Desde hace varias décadas, estas vertientes divergen con distintos énfasis, y ocasionalmente las tangentes se cruzan para crear bibliografías que se reconocen parcialmente en ambas tradiciones. No es este un intento de hacer una genealogía de la divergencia, sino apenas de acotarla para poder indicar por qué se opta por un análisis como el que se ha intentado proponer a lo largo de este ensayo.

Tras este exordio, procede reivindicar los aspectos más saltantes de la tradición sociológica: la vida digital no es más que la manifestación precisa, evidente para los individuos, de una transformación profunda de la producción de riqueza, a través de la utilización de la información como insumo y como producto final. Siguiendo a Manuel Castells, es una forma nueva de producción en el gran patrón capitalista. Y sigue con el mismo propósito final, la producción de plusvalía para el beneficio de los que controlan el capital. Como parte de este proceso, la transformación de relaciones de producción y de productos en los mercados transforma a su vez las relaciones sociales, creando formas nuevas de asociación, nuevas formas de intercambio cultural y nuevos conflictos entre grupos sociales que cuentan o no con acceso a las nuevas fuentes de riqueza o a los nuevos productos simbólicos.
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viernes, 30 de julio de 2010

Vida digital: capítulo 6

Como está siendo costumbre...

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6. En defensa de los derechos digitales, o no hay vida digital sin lugar donde vivirla

¿Podemos imaginarnos un mundo sin diarios? Difícil. No se trata de pensar en diarios individuales, porque sí es posible imaginar un Perú sin El Comercio, La República o Expreso; pero resultaría complicado pensar una sociedad sin ningún diario. Incluso con sus fallas y su falta de desarrollo, en el Perú necesitamos estos medios generalistas, que se proponen hablarnos a todos o por lo menos a una gran mayoría de todos nosotros. Si por un lado se postula un sistema político democrático representativo, mientras por el otro no existen medios de comunicación que representen posiciones que tratan de ganar un espacio en el proceso político, terminamos completamente en manos de aquellos que se las arreglan para representarse solo a sí mismos, o que representan como testaferros a terceros. La articulación entre el debate público y el sistema político es una tarea en la que los diarios, al igual que otros medios “tradicionales”, todavía no han sido reemplazados.

Es cuando se inventa la noción de libertad de prensa, convertida ahora en libertad de expresión, que se logran establecer dos conceptos fundamentales para el sistema democrático como lo entendemos: las ideas deben difundirse lo más posible, y las personas pueden recurrir a los medios que difunden estas ideas para expresar sus puntos de vista individuales, e incorporarlos en el debate público. Sin esto, no estamos en condiciones de funcionar en ninguna variante posible de democracia; y es por eso que en países como la Venezuela actual, la presión para impedir que los medios molesten es cada vez mayor.

Por otro lado, es indiscutible que con los medios masivos tampoco funcionamos muy bien...
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jueves, 29 de julio de 2010

Vida digital: capítulo 5

Los primeros párrafos del quinto capítulo de mi libro Vida Digital: la tecnología en el centro de lo cotidiano.

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5. Ciberamenazas

La vida digital tiene intensidades muy variadas, dependiendo del lugar en donde uno viva. No es lo mismo ser ciudadano de, digamos, Burkina Faso, Perú, EEUU o Estonia. En el primer caso, la Internet es más una promesa de difícil realización; en el Perú, es una posibilidad que algunos pueden aprovechar, otros deciden aprovechar, y otros ni pueden ni saben cómo aprovechar. En los Estados Unidos, país que finalmente inventó la Internet y que es sede del mercado de contenidos más grande del mundo, la vida digital es la forma más lógica y cotidiana de aprovechar todo el potencial de consumo y entretenimiento disponible.

En Estonia es distinto. Si se puede hablar de un país donde la vida digital sea la norma, sería Estonia. Luego de su liberación de la Unión Soviética, y con históricas malas relaciones con los rusos a pesar de la significativa presencia de una minoría de tamaño respetable de ese país, los estonios decidieron dar el salto hacia Europa. No ha sido sin problemas, entre ellos emigración, bajas tasas de natalidad y problemas con el idioma, hablado por pocos. Pero el éxito ha sido alto, gracias entre otras cosas a la decisión de desarrollar la inexistente infraestructura de servicios públicos bajo la premisa de hacerlo plenamente digitales.
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miércoles, 28 de julio de 2010

Vida digital: capítulo 4

Aquí van los tres primeros párrafos del cuarto capítulo de mi libro Vida digital: la tecnología en el centro de lo cotidiano.

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4. Viviendo el conflicto: creación, propiedad, consumo y acceso en la vida digital

La transformación del consumo que acompaña a la vida digital tiene manifestaciones muy concretas. Por ejemplo: las ventas de música en los EEUU tuvieron su pico en 1999. Para el 2008, las ventas no alcanzaban a la mitad del monto en dólares tras ajuste inflacionario. En otras palabras, en diez años, el mercado de la música perdió 50% de sus ingresos.

No se trata de música compartida, de piratería o de streams, emisiones por la Web. En todo caso, no se trata únicamente de alguna de estas variables. También puede considerarse la calidad de la música, la saturación del mercado de reposición de LP a CD, el estancamiento de los géneros. Otra explicación puede apuntar a que el consumo de los jóvenes tiene muchos canales a través de los cuales expresarse, como los juegos, el video, o simplemente la comunicación interpersonal.

En los últimos diez años, la coincidencia del auge de la Internet con el deterioro del negocio musical y de contenidos en general ha provocado un evidente caso de post hoc, ergo procter hoc: si X sigue a Y, entonces Y es causa de X. Muy probablemente no sea así, pero lo cierto es que para todo efecto práctico, la relación entre los actores de la vida digital y la economía de consumo de contenidos ha sido visto bajo esta interpretación. El resultado es el conflicto que vivimos cotidianamente. Explicar el conflicto no es simple y, sobre todo, buscar salidas para él es particularmente complicado. Es parte de una tendencia en donde dos maneras completamente distintas de entender el rol de la tecnología se han enfrentado por años. Pero sin intentar no podremos avanzar en la comprensión general del fenómeno que llamamos vida digital.
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martes, 27 de julio de 2010

Vida digital: capítulo 3

Aquí los tres primeros párrafos del tercer capítulo de mi libro Vida Digital: la tecnología en el centro de lo cotidiano.

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3. Sin una red, no tenemos dónde vivir

Cuando hablamos de redes, pensamos inmediatamente en la Internet, y con buenas razones. Nada tiene su alcance, su importancia y sobre todo su peso específico en la vida digital, o para el caso en la vida, así a secas. Al mismo tiempo, la Internet es un artefacto técnico con el que no tenemos mayor contacto, que realmente no nos incumbe, salvo para evitar que deje de funcionar tan transparentemente como hasta ahora.

Una contradicción completamente intencional, que busca, efectos retóricos aparte, indicar la dualidad de la Internet en la vida digital: el canal fundamental de su existencia pero también un sistema alejado de todo uso práctico de los consumidores finales.

En realidad, usamos muchas redes, en varias acepciones del vocablo. Redes de telecomunicaciones, tanto de servicios básicos como también la Internet; redes de servicios, conexiones especializadas basadas en ciertos servicios de la Internet, que nos permiten comunicarnos, consumir y hacer en general; y finalmente las redes sociales, no en el sentido banal que se le da con Facebook, sino como espacios en donde intercambios entre personas ocurren cotidianamente. Lo que integra todo es la Internet, incluso en casos como el texteo, que no funcionan con la Internet, porque el norte que al que apuntan tanto los desarrolladores como los usuarios y partes de la industria es a la interoperabilidad con la Internet.
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lunes, 26 de julio de 2010

Vida digital: capítulo 2

Aquí los dos primeros párrafos del segundo capítulo de mi libro Vida digital: la tecnología en el centro de lo cotidiano.

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2. Los contenidos no existen

Cuando el 25 de junio de 2009 se difundió la noticia de la muerte de Michael Jackson, dos momentos muy distintos de la historia del consumo cultural coincidieron. La forma en la que muchos se enteraron de este acontecimiento, no solo en el Perú sino en los EEUU mismos, fue por correo electrónico o en la Web. Al mismo tiempo, con Jackson murió el responsable del que será el disco más vendido de la historia, sin lugar a dudas.

Lo primero se debió a la hora en que ocurrieron los acontecimientos: media tarde en la costa este de los EEUU, tarde temprana en la costa oeste, la mayor parte de la gente no estaba viendo televisión o cerca de un aparato; conectados por computadoras de oficina o estudio, o por smartphones, a la Internet, la difusión de la noticia en los EEUU y en América Latina hubo de ser rápida y digital. Algunos habrán dudado de su veracidad, especialmente cuando recibieron de segunda mano un correo electrónico; incautamente lo confundieron con correos estafa enviados anunciando, de mala fe, otras muertes, esas sí afortunadamente falsas. No era lo mismo que escucharlo en la radio, o verlo en televisión: si es correo electrónico, ¿cómo sé si es verdad?

Pero lo segundo quizá parece algo aventurado....

domingo, 25 de julio de 2010

Vida digital: capítulo 1

Tres primeros párrafos del primer capítulo de mi libro Vida Digital: la tecnología en el centro de lo cotidiano.

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1. La primera línea: los aparatitos

Como se estila en estos casos, podemos comenzar con un inventario personal. ¿Cuántos aparatitos tengo? Incluyamos solo aquellos que podemos identificar claramente con los formatos digitales. Esto hace que descartemos esa viejo radio tocacassette, el televisor que no sea pantalla plana, y lo que solemos llamar de manera genérica como electrodomésticos.

Diferenciemos entre los aparatos fijos, los portátiles y los móviles. Los últimos están diseñados para permanecer físicamente en el mismo lugar, como un televisor de buen tamaño, una computadora de escritorio o la apoteosis doméstica que es una refrigeradora, de las que ahora vienen con acceso a la Internet; los portátiles se pueden trasladar sin problemas, y no se llevan mal con lugares inusuales, como una laptop, que puede quedarse quieta en un escritorio por meses para luego ser usada en un café, en un parque o un avión. Pero los móviles han sido creados para no tener lugar fijo, para vivir sin ataduras: sin enchufes, sin cables, de tamaño menudo para poder caer en un maletín, cartera o bolsillo sin molestar y, sobre todo, sin perder utilidad.

Lo que se llama la mobility es una condición de uso y de diseño. Para nosotros, los usuarios, contar con aparatos móviles es fundamentalmente para participar de las formas más novedosas de la vida digital; para los diseñadores, es esencial incorporar la mobility como forma de atraer compradores, creando nuevas líneas de productos en el proceso.

sábado, 24 de julio de 2010

Vida digital: el comienzo

Estoy presentando mi libro Vida digital: la tecnología en el centro de lo cotidiano el 3 de agosto de 2010 en la Feria Internacional del Libro de Lima, a las 5.30 en la sala Ciro Alegría. Con este motivo, adjunto los dos primeros párrafos de la introducción, como para que se hagan una idea de la temática y el tono del libro.

0. Introducción, o cómo el cementerio inspira al autor

Hace poco entré al cementerio buscando una mesita. Llamamos cementerio al rincón de la casa familiar en donde se guarda lo que ya no se usa. La gran mayoría de lo enterrado en él recibe el nombre poco adecuado de tecnología: zombies electrónicos unidos en el olvido con electrodomésticos malogrados, papeles en desuso y cajas con manifestaciones del pasado, periódicos, ropa, juguetes, artefactos que realmente nadie volverá a requerir, pero que deben su penitencia en el cementerio a la ilusión de la utilidad futura, una redención utilitaria que todos sabemos no vendrá.

En este cementerio me reencontré con un amigo de infancia: mi televisor. 19 pulgadas, pantalla curva, empotrado en el interior de un mueble de madera brillosa y esmaltada, con diales y perillas, ese viejo televisor mostraba imágenes en blanco y negro y por su tamaño ocupaba el centro de la casa, en la sala, o a veces en el comedor; en una era con apenas tres estaciones de televisión, no importaba que obligara a pararse para cambiar canales. Detrás de él estaba esa mesita alta que quizá tenía más tiempo en el cementerio que el televisor, pero que resultó viable más allá de su supuesta irrelevancia: ahora carga sobre sí mi nuevo televisor, de 22 pulgadas pero en aspecto panorámico, tan ligero que lo puede levantar un niño de 10 años y que, aparte de necesitar su propia mesita, ha sido diseñado no para mostrar televisión, sino para recibir señales de distinto tipo y calidad, entre las cuales eventualmente, puede estar la televisión. Esos diales y perillas de antaño han sido reemplazados por un ahora ubicuo control remoto, pero ni siquiera me fijaré en él, puesto que el mando inalámbrico de la consola de juegos que conectaré al televisor se encargará de todo: mis gestos controlarán la máquina.
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miércoles, 21 de julio de 2010

En Fiestas Patrias, ¿quiénes somos nosotros?

La controversia de la bandera ha sido un tema interesante estos días. Claro está, en la blogosfera local ha tenido más impacto que en los medios, y estoy seguro que para muchos compatriotas el tema no importa, o es "lío de blancos". Creo que en general sirve para preguntarnos también qué significa ser peruanos, o por lo menos, qué significa que uno se defina como peruano.

Como lo dije hace un tiempo: "¿Somos peruanos porque compartimos prejuicios, aunque nos afecten distinto? Tal vez esa sea la mejor manera de definirnos."

En este caso, podría replantear la aseveración, y decir que somos peruanos porque nos afectan los prejuicios de algunos, de la misma manera que nuestros prejuicios afectan a otros. Partamos por lo básico, descartando la ambigüedad: la actitud estúpida de algunos que vieron en la bandera con el rostro de Tupac Amaru a un símbolo terrorista, fue agravada por la necedad policial, que convirtió un problema que podría haber sido menor y municipal en una cuestión de orden interno y seguridad nacional. Profundamente idiota.

Y sin embargo, hay algo ahí... pues aunque no tengo claro el marco legal, sí es cierto que poner la bandera es obligación, y demás está decirlo: es poner LA bandera, no la interpretación que uno u otro hagan de la bandera. Podrá sonar decimonónico o ridículo, pero el símbolo, en su integridad, finalmente importa.

Claro, podría y debería haberse resuelto con un policía municipal diciéndole al que trasgredió la norma que cambie por la bandera oficial, y que pague una multa; claro está también, en el Perú, eso suena francamente absurdo, aquí donde todos hacen lo que les da la gana, desde vender y comprar la bandera oficial (con el escudo) hasta bueno, todo. Más que informalidad, lo que impera es la privatización de lo colectivo: así como porque mi carro es mi carro, y estoy apurado, y tengo que trabajar, y hago lo que me da la gana; porque la calle es de todos, y por eso es mía para hacer lo que me dé la gana sin importarme el "todos"; ¿acaso también la bandera es de todos, y por ello cada uno puede decidir qué bandera quiere usar?

Esto no se trata de símbolos patrios o de los sagrados símbolos patrios, que es todavía más absurdo. Es de lo que entendemos por todos. Aprecio la obra de arte de Cherman, y alabo su propósito. Pero recojo un comentario de Javier Torres, en el post que enlazo párrafos arriba, y recuerdo que esa bandera que no siempre valoramos, es de todos los que nos llamamos peruanos, así, en su simpleza y carga simbólica más bien trabada de formalismos que esconden injusticias.

Es nuestra bandera, y por ello debe ser la de todos, y siempre la misma. No porque represente a la patria, sino a los peruanos. Mal que bien, nos une. Por ello, la flameamos. Por ello, no comparto la idea de cada quién definiendo qué bandera lo representa o le gusta más. No censuro la idea, pero no comparto la oportunidad.

Sin sacralizar al estilo militar la forma; sin renunciar a representar a la patria con nuevas ideas, con estilos distintos y prácticas imaginativas; sin abandonar la noción que la patria la hacemos todos, cada uno a su manera y desde su propia noción de patriotismo; sí reivindico la idea que en Fiestas Patrias, que es la fiesta de los peruanos, debemos poner nuestra bandera, la de todos, es decir la de todos nosotros.
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lunes, 12 de julio de 2010

La radio, ¿tiene futuro?

La radio persiste como un medio importante a pesar de estar anclada, tecnológicamente, en la mitad del siglo XX. A diferencia de la televisión, atravesada por nuevas formas de transmisión pagadas y ahora intervenida hacia lo digital, la radio no ha dejado de ser la AM y la FM.

Sin duda, la calidad de ambas ha mejorado, y la posibilidad de aprovechar el espectro para aumentar las estaciones permite más señales. Pero al mismo tiempo, el negocio radial, en el Perú como en todas partes en donde ha ocurrido un proceso similar, se ha convertido en un páramo sin ideas.

El informe del Comercio del domingo 12 es una buena entrada, aunque analíticamente es algo pobre. Muestra la evidencia de la concentración de propiedad pero no la explora, con lo que se pierde el principal motivo del estancamiento. La concentración suele producir estaciones en formatos predecibles, con mucha menos variedad porque se opta por fórmulas predecibles y por gestión de programación centralizada. En el Perú, la variedad está en la relativa pobreza de la AM, abandonada por las grandes inversiones pero al mismo tiempo terreno fértil para programas altamente especializados. La FM es una colección de parrillas completamente predecibles, donde salvo casos mínimos de independencia como Doble 9, no hay espacio para la innovación o el rescate de nuevas ideas.

El diagnóstico propuesto tiene dos grandes salidas, como aparecen en el informe. Por un lado, regulación para aumentar la variedad de operadores, cosa que es francamente ilusa, salvo una situación como la argentina, y que en realidad no quiere decir mucho, porque la realidad del consumo y de la explotación comercial del medio nos dice que la radio es telón de fondo, lo que ponemos para llenar lo que hacemos, antes que una actividad central. Por otro lado, se propone la interactividad, como una avenida hacia mayor participación de los oyentes en la programación.

Si entendemos interactividad como "usar Facebook", estamos ante algo tan irrelevante como la acción estatal. Por un lado, si queremos buscar mayor expresión, hay que mirar a todo lo que nos permiten los nuevos medios, sin problemas de escasez por el uso de tecnologías con 60 años de antiguedad; y si queremos interactividad en serio, pues esta ya existe, aunque no podamos usarla mucho todavía en el Perú.

Spotify y Last.fm son ejemplo de la realidad del consumo original de música. Ambas funcionan bajo principios similares: las listas de reproducción de los usuarios son accesibles por todos y nos permiten descubrir qué música escucha gente que gusta de las mismas canciones que uno. En otras palabras, se crea "comunidad" mediante la conexión de gustos y el descubrimiento compartido. No es cuestión de intercambiar datitos o rajes en Facebook, sino de ir encontrando cosas nuevas a partir de lo que otros, que consumen como uno, nos sugieren cotidianamente.

En particular, la tecnología de last.fm ha sido aprovechada para crear un sistema bajo los mismos principios pero para uso académico, Mendeley, que puede transformar el trabajo de los investigadores al ofrecer una conexión entre los discos duros y entre los intereses de estudio muy potente.

Ergo: la radio seguirá bajo su modelo, concentrada y entregada a la plácida repetición de fórmulas, apenas coloreada por algunos DJs con personalidad propia. El futuro no está en ella, sino en la interconexión de gustos mediante herramientas de Internet. Como con la televisión, el futuro está en otro sitio, y si bien no hay que abandonarla, tampoco hay que dejar de mirar todo lo que está por delante y que puede, realmente, cambiar el panorama mediático global y también local.
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sábado, 10 de julio de 2010

Al final del Mundial...

Como espectáculo global, el Mundial es una fiesta y es un testimonio. Sirve para entender cómo nos vemos, cómo vemos al resto del mundo, y también lo banal que puede convertirse nuestra conversación cuando no encontramos cómo llenarla.

La atención a Larissa Riquelme sirve como ejemplo perfecto: obligados a hablar y hablar y hablar del Mundial, terminamos dedicándole tiempo a una banalidad de una señorita hecha a bisturí y química antes que a entrar al detalle táctico y a la riqueza histórica del esfuerzo paraguayo. Supongo que es mucho pedir encontrar razones de la terquedad, entrega y incapacidad de rendirse de los guaraníes en su historia de imperiosa pasión por la libertad, en su vocación por el heroísmo desesperado. Es más fácil hablar de tonterías. Lo primero demanda más tiempo y más espacio; el Mundial es el aquí y el ahora, y las páginas que llenar. Igual, se puede escribir cosas brillantes, sobre el futbol mismo y sobre lo que significa.

Lo malo es que nos perdemos una oportunidad de especular, jugar con ideas y discutir de cosas interesantes. Sin duda un giro profundamente intelectual, pero finalmente el futbol es un reflejo de la realidad y de la historia y las sociedades de donde sale. Los fracasos de nuestro futbol son más el resultado de nuestros problemas sociales y políticos que de los jugadores, o los dirigentes o los entrenadores. La confusión que lleva a que todavía se condene a Manuel Burga por viajar "con la plata de todos" es un buen ejemplo: sin duda un mal dirigente, pero la FPF es un ente privado y la FIFA también. En estos tiempos de agentes globales no nacionales, cuesta algo de trabajo disociar nuestros intereses de la gestión de transnacionales sin control de nadie.

Pero sí creo que el futbol merece tiempo y energía, no solo como interés intelectual sino como entretenimiento, mágico, maravilloso, como ventana a un mundo que puede ser perfecto. El Mundial es una delicia por eso, por ser vitrina del planeta y porque nos permite entusiasmarnos con una inmensa banalidad por un mes. Además, porque es imposible no celebrar el esplendor atlético que nos ofrece, en su gran diversidad y en su encantadora simplicidad. Solo en el Mundial podemos ver a un pata con facha de empleado público como Iniesta llegar tan alto, y fracasar a un arbolito de Navidad como Cristiano Ronaldo. Justicia poética, más o menos.

Finalmente: el Mundial termina mañana con un partido que promete ser cuando menos interesante. España ha mostrado ser un equipo tácticamente impecable, que sabe aprovechar al máximo las virtudes de sus jugadores y que ha creado un estilo que le resulta fácil y al mismo tiempo implacable. Por eso lo más probable es que campeone; encima, el pulpo Paul les ha dado su bendición.

Pero eso no me impide que desee el triunfo de Holanda. No solo porque el país me gusta, porque me guste el tabaco holandés, o su civilizada manera de convivir, sus tradiciones burguesas, su arte, sus hazañas navales. Todo eso me gusta. Pero en el futbol hay mejores razones para gustar de Holanda, a pesar incluso de esta selección que resulta menos interesante que anteriores Oranje.

Le voy a Holanda porque si a una selección le debemos el mejor futbol que se juega en la actualidad, es a la Naranja Mecánica del 74. Esa fue la última vez que una selección cambió el rumbo del futbol, cuando dejaron de jugarse posiciones fijas y todo el equipo comenzó a moverse y a cambiar de lugares según fuera conveniente. Encarnando el espíritu de los tiempos como probablemente ningún otro equipo lo ha hecho, esa Naranja Mecánica jugaba con el desparpajo y la aparente dejadez propia de comienzos de los setenta; todos los jugadores parecían haber estado fumando tronchos hasta diez minutos antes del inicio del partido, usaban cadenas, pelo largo, eran flacos y desaliñados, viajaban con sus esposas (lo que quiere decir que había sexo en pleno campeonato, ¡horror!), pero sobre todo jugaban como los dioses. La demolición de Argentina y la pateadura con los brasileros siguen siendo ejemplos espectaculares de lo que eran capaces.

Pero no campeonaron. Fueron soberbios, confiados, se dejaron llevar por su propia excepcionalidad y terminaron siendo derrotados por un gran equipo, con grandes jugadores, pero finalmente estándar, como la Alemania del 74. Esto hizo que se produjera una pequeña injusticia: de los realmente grandes de la era televisiva del futbol, de esos jugadores que hasta hoy son leyendas y que además podemos volver a ver, solo Cruyff no logró ser campeón del mundo.

Es una suerte de pago de una deuda histórica, aunque Sneijder no sea Cruyff, Robben no sea Neeskens, van Bommel no se le acerque al tobillo a Van Hanegem, y Heitinga no sea ni el dibujo de un niño de cinco años de ese gigante que fue Ruud Krol. Ellos que debieron ser campeones, están siendo representados por estos, que son buenos pero que no asombran.

España, a pesar de sus virtudes actuales, es la realidad del aquí y el ahora. Holanda es eso y además un pasado espectacular, y las buenas tradiciones hay que rescatarlas, y la grandeza siempre debe ser reconocida. Por eso, les voy. Por eso, mañana, solo queda gritar ORANJE!
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