sábado, 30 de abril de 2011

Acceso gratuito: ¿cómo y para qué?

Entre el paquete de medidas que la discusión sobre el Plan Nacional de Banda Ancha había considerado, una importante era transformar el FITEL, originalmente dedicado a financiar programas de expansión de acceso telefónico en zonas de frontera y de pobreza extrema. La idea era lograr que el FITEL tuviera más autonomía, más recursos y la posibilidad de gestionar no solo pequeños proyectos, sino infraestructura estratégica, que permitiera llegar de manera más económica a buena parte del país, y así abaratar costos de entrada y operación en más lugares. Con ello, en el mediano plazo, no habría que subvencionar la banda ancha en ciertas localidades, sino que los precios finales serían manejables tanto para el operador como para el consumidor.

Detalles más o menos, la gracia está en la gestión antes que la normativa misma, pero el proyecto de ley (disponible aquí gracias a Maite Vizcarra) aprobado con modificaciones el jueves 28 de abril en el Congreso no es malo. Lo bastante malo es el añadido más bien descabellado al inicio.

La propuesta original buscaba declarar de "preferente interés nacional" la masificación de la banda ancha, pero ahora también se ha estipulado que el acceso a Internet es un "derecho fundamental", y más todavía, en el artículo uno, que el acceso gratuito a Internet es un derecho fundamental. Esto fue idea de Mauricio Mulder.

Si bien declarar el acceso a Internet como derecho fundamental es una buena idea, con la obligación de definir qué significa esto de por medio, cuando añadimos la categoría "gratuidad" la cosa no solo se complica sino se vuelve insostenible. ¿Quiere decir que tengo el derecho fundamental de no pagarle a Telefónica por mi conexión domiciliaria? ¿Que mi ejercicio de este derecho fundamental, aunado a los otros 18000 ciudadanos peruanos que la componen, exime a la PUCP de pagarle a Telmex? ¿O que el estado pagará por mí? ¿Cuánto pagará: por modestos 54 Kbps, por 1 Mbps, por los coreanos 22 Mbps? ¿Para hacer en concreto o para hacer lo que me dé la gana, como bajarme películas a todo meter todo el tiempo?

En otras palabras: ¿cómo se operacionaliza este derecho fundamental? Cuando se propuso la Declaración de Derechos Digitales, lo que se puso fue "acceso irrestricto", para indicar que no se quería gratuidad sino la garantía que el Estado o terceros encontraran cómo limitar mi acceso por razones de interés privado o por medidas administrativas. Es decir, que fuera un derecho como la libertad de expresión, que no por existir obliga al Estado a pagarme la imprenta o el transmisor de radio.

Si a esto añadimos que para tener acceso a Internet necesitamos tanto electricidad como infraestructura de telecomunicaciones, entonces bien podríamos exigir acceso gratuito a ellos para poder realizar el derecho final. Y claro, el Estado podría decirnos que al darnos este derecho, también nos crea obligaciones, como no usar más de cierto ancho de banda para el mal, no faltar a las buenas costumbres (mis buenas costumbres no siempre son las buenas costumbres del vecino, para no decir de un potencial vicepresidente de la República de color naranja y espíritu pre Conciliar) y un largo etcétera.

En otras palabras: este derecho es banal, así planteado. Incluso es peligroso. Ojalá sea retirado del texto final o vetado por el Ejecutivo, quien al final es que tiene que hacer que ocurra todo este paraíso interconectado.
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sábado, 16 de abril de 2011

El voto y la vida digital: de PPKausas y entusiasmos 2.0

(publicado en el dossier Humala y Keiko en el diván de La República, 16/4/2011. Esta versión tiene mínimas correcciones de estilo)

No hay nada más fácil que ser un PPKausa: basta con apretar un botón. La magia del marketing en “redes sociales” ha solucionado la urgencia de convocar a los jóvenes, de hacerlos participar en la política. Se requiere un léxico ligeramente más amplio para entender esta situación, pues no se trata de militantes, pero tampoco de votantes; simpatizantes, pero no siempre en condiciones de movilizar y ser movilizados, de discutir y argumentar. Captados en un medio virtual, la participación política solo es virtual.

Esto, ¿es una condición ineludible de la red social? ¿No se puede trascender desde lo virtual a lo real? Por supuesto es posible, pero para ello hay necesidad que la propuesta política lo haga. El “me gusta” al PPKuy o a la campaña “Tenemos ganas” de Augusto Rey y Elohim Monard suelen ser el resultado de participar de redes sociales, en el sentido sociológico del término, es decir de conexiones compartidas con personas que conozco, con similares percepciones de la realidad y experiencia cotidiana. Por eso esa sensación que “todos” son amigos de mis candidatos, que “todos” van a votar por ellos, que es imposible perder. La vida es digital, y la realidad, como dijo Manuel Castells, es lo virtual, el espacio en donde las interacciones a través de la tecnología se vuelven tan importantes como la realidad convencionalmente definida. El rincón en donde los que viven digitalmente se conectan con sus pares es una zona de confort, un espacio en donde las certezas son sólidas y podemos saber que la realidad externa no siempre entra. En este espacio personal, podemos reafirmarnos en gustos y creencias sin miedo a equivocarnos.

Digamos que los PPKausas habitaron un mundo en donde todo era posible, incluso ignorar las encuestas serias, las críticas sólidas, y las intenciones de las mayorías, esas que podemos excluir sin miedo de las interacciones digitales.

Sin embargo, la política ocurre en el mundo real, lo opuesto a la vida digital. Ahí votamos, ahí se convence a las mayorías, ahí se ganan los votos desde leyendo un post en Facebook hasta discutiendo con amigos, escuchando discursos y compartiendo opiniones con desconocidos. Negamos la política, que es la construcción de consensos y la lucha por el poder, cuando nos refugiamos en la tranquilidad de reafirmar nuestros gustos sin tener que luchar por ellos, frente a aquellos que no piensan como nosotros.

El uso electoral efectivo de servicios como Facebook ha estado acompañado por vocación de trascender lo virtual hacia lo real. Campañas exitosas, como Obama el 2008, buscaron encontrar y reunir a los más motivados y convertirlos en militantes, para que actúen en la calle, donde se pelean los votos, o donde se facilita el voto de aquellos que no pueden ir a un centro de votación, tarea importante cuando el voto es facultativo. En la realidad peruana, donde todos tenemos que votar, la lucha política es dura y los partidos necesitan de militantes. Cuando en vez de eso se tiene estrategias de marketing, se produce una ilusión colectiva.

Tal vez en el futuro relativamente lejano en el que todos tengamos acceso a servicios como Facebook, y en el que todos vivamos de la misma manera la vida digital, podremos pensar en que la política se resuelve en la Web; mientras tanto, para ganar una elección, se seguirá necesitando hacer política, no marketing 2.0. Si una lección queda del entusiasmo digital, es que se puede atrincherar opiniones hasta convertirlas en prejuicios, como lo muestran las discusiones plagadas de insultos que pululan en la red en estos días. Un accionar político responsable debe eludirlas y repudiarlas, porque enturbian aún más la de por sí compleja realidad política nacional.
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lunes, 11 de abril de 2011

Cinco conclusiones poselectorales

Podrían ser cincuenta, pero tengo estas cinco dándome vueltas desde ayer, y quiero compartirlas...
  1. Hay que saber hacer política: con sus limitaciones, Humala hizo política por cinco años; Fujimori, a través de su hijita y demás cómplices, también. Toledo creyó que podía pasársela fantástico dando charlas en los EEUU por cuatro años y medio para luego llegar y hacerla en una. Obviamente, lo que va a hacer ahora es irse de regreso a su refugio académico del primer mundo, del que me parece que mentalmente no salió nunca. Final casi previsible pero no por ello menos triste de alguien que encarnó muchas esperanzas pero regaló sobre todo desilusiones.
  2. La mediocridad no siempre gana: Castañeda es casi el paradigma no solo de la chatura intelectual, sino humana. Incoherente, sin imaginación, sin grandeza, anclado en una manera de hacer política sacada del manual más lerdo de la escuela Fernando Belaúnde, se va dejando la impresión que todavía cree que puede hacerla. Personaje lamentable, que sin embargo fue dos veces alcalde de Lima. Siquiera sirve de esperanza que ningún otro mediocre pensará que la hace con supuesta pendejada y a punto de concreto.
  3. Alan García es solo Alan García, no será nunca Piérola: el sueño húmedo de este personaje de cuento fantástico era entrar a la historia como un Piérola 2.0, cuyo primer gobierno fue una tragedia nacional mientras que el segundo fue la refundación de la República y veinte años (más o menos) de progreso y estabilidad (tampoco tanto, pero bueno). Salvo la catástrofe económica, y sin enemigo interno abierto, García II ha sido tan malo como el primero, dejando un valle de lágrimas, un crecimiento a ciegas, un estado sin rumbo salvo donde ya lo tenía, una serie de payasadas ministeriales (¿Alva Castro y Cabanillas de ministros del interior? ¿se acuerdan?) y una triste sensación de oportunidad perdida. Su discurso al ganar la segunda vuelta el 2006 me dejó la sensación que podía hacer algo, que había aprendido. No fue así, sino todo lo contrario: se mantuvo necio, terco e ignorante de la realidad, convencido de su auto-imaginada grandeza. El páramo que nos deja es lamentable.
  4. La bancarrota moral de la burguesía es patente: estas generalizaciones setenteras pueden sonar odiosas, sobre todo cuando las dice un miembro de la categoría que está siendo condenada, pero hay una diferencia enorme entre ser de derecha y votar consecuentemente, con aquellos que no solo decían, sino que se reían al decir "págale la multa a tu empleada antes que vota por Humala", "róbale el DNI al que quiera votar por Humala" y demás perlas. Realmente, una demostración no de ignorancia, que ya sería, sino de bajeza moral. Velasco habrá roto el espinazo económico de la oligarquía pero el primer candidato a empleado de una transnacional, con 4x4 y acceso a eisha, actúa como si fuera dueño de una hacienda azucarera en los años cuarenta... Sin negar la ignorancia de otros, ni su falta de visión de largo plazo, o las mezquindades varias que vemos cada día en las élites provincianas, es la burguesía, la limeña y la aspiracionalmente limeña, la que todavía no entiende "por qué los cholos no entienden nada", la que mantiene al país donde está.
  5. Dos frases para el mármol: "Se puede dudar de Ollanta, pero de Keiko tenemos pruebas", brillante Stephen Levitsky, que solo es comparable a "no han ganado los ignorantes, han ganado los ignorados". Algo queda de lo que ha sido un resultado lamentable. Lo de Fujimori es para llorar, pero lo de Humala tampoco es para dar saltos en un pie. A esperar y a vigilar.
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miércoles, 6 de abril de 2011

Democratizaciones, liberaciones y miedos: Humala y los medios

Si se acepta como premisa que la libertad de expresión es un fundamento elemental de la sociedad, entonces expresiones como esta de decir que "Necesitamos que los medios de comunicación sean ese puente entre el pueblo y sus gobernantes..." son despropósitos que deben ser condenados. Si en realidad piensa que en lograr "un “reparto equitativo del espacio electromagnético” y una descentralización de la entrega de licencia de funcionamiento a los medios, que tendrían que ser dotadas por las regiones" estamos entonces en un escenario distinto, más bien potencialmente sensato aunque la idea de repartir licencias a nivel regional es algo absurda, dado que el problema de la concentración no tiene mucho que ver con las licencias tanto con la negociación de las mismas como si fueran propiedad de los licenciatarios. Esto, además de tener que aclarar que lo que se entregan son licencias de utilización del espectro, no licencias de funcionamiento... eso es otra cosa.

Pero el problema con Humala no es uno ni otro. Si quiere realmente democratizar la televisión, hay dos pasos: convertir a TV Perú en un canal público, manejado no por el gobierno o el estado sino por una corporación independiente, sin propósito comercial y sin agenda política (BBC, ARD/ZDF, TVE son buenos ejemplos); el segundo es más complicado, pues requiere cambiar las normas sobre televisión digital terrestre (TDT), que entregan tal cual la explotación no solo del canal que ya tienen, sino de hasta cinco canales más a los operadores de señal abierta, más otros problemas serios, como explica aquí Martín Carrillo. Además, si lo que se quiere es democratizar la comunicación, ese invento llamado Internet puede ser una forma excelente de lograrlo...

No es que la televisión digital vaya a ser necesariamente importante. Es posible, creo yo casi seguro, que nunca sea relevante, entre el desarrollo de los nuevos medios y la globalización de facto de la distribución de contenidos. Para cuando haya TDT en el Perú en una escala generalizada, es muy probable que la penetración de Internet haya cambiado por completo nuestra noción de lo que es consumo mediático. Pero si asumimos que más diversidad es de por sí una buena idea en la televisión, la oportunidad, que el gobierno aprista optó descaradamente por desperdiciar, es distribuir mejor la disponibilidad de canales en la TDT.

Los costos asociados a la instalación de un canal de televisión son enormes, la conversión a la tecnología digital no es simple, y los consumidores bien pueden terminar optando por televisión de pago de alta definición. Si bien la tecnología lo permite, el modelo de negocios de la televisión de señal abierta bien puede ser incapaz de permitir la expansión de señales hasta 40 emisoras que se financien por publicidad. Ese es el verdadero cuello de botella.

Ahora, si lo que Humala y gente de su entorno quiere es pelearse con los medios, en especial con la televisión, este es un caballito de batalla completamente banal pero fabuloso. Cuando solo teníamos tres canales de televisión, la obsesión por quién controla la señal abierta podía explicarse; cuando contamos con siete, pero gracias a la Internet, la televisión de pago y eventualmente la TDT hemos de considerar que tendremos fuentes interminables de contenidos diversos, entonces dedicar tanta energía a la televisión actualmente existente es como pelearse con fantasmas del pasado.

La impresión que deja Humala no termina ahí. Comentarios como el primero que cito dejan la impresión de alguien que ve la comunicación como una forma de ordenar la sociedad, donde el negocio y el entretenimiento son malos porque no permiten un alineamiento entre los iluminados en el poder y las masas a ser educadas. Es decir, una señal autoritaria. Otra más.

Cuántas malas señales, señor Humala.
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domingo, 3 de abril de 2011

¿Y si gana Humala? A lo mejor no es tan malo...

Escribo esto iniciado un debate que puede ser decisivo para el resultado electoral de primera vuelta, y confirmado en mi opción de votar en blanco. En este escenario, es posible que la segunda vuelta sea entre el cáncer y el SIDA. Claro está, el SIDA es Keiko Fujimori, que no tiene nada que valga la pena rescatar, y que encarnaría el más patético salto para atrás al vacío de la historia de un país lleno de ellos.

Sin embargo, en el escenario Humala / Fujimori, la hipocresía de la derecha, la capacidad acomodaticia de un APRA que solo existe para el ego de Alan García, la falta de principios de buena parte de los políticos y de la clase empresarial y financiera, y la completa ausencia de sentido de realidad de buena parte de la población, muy probablemente le darían el triunfo a la heredera política de un asesino corrupto y cobarde. Por eso habría que optar por el cáncer...

Partiendo que algunos cánceres se pueden derrotar, Humala puede ser visto como una oportunidad. No me cabe duda alguna que su intención es autoritaria y el izquierdismo es tan un pretexto como el de Chávez; que va a crispar las relaciones con Chile por su vocación de cachaco; que va a enfrentar los tremendos problemas de seguridad ciudadana poniendo a un militar retirado en el ministerio del Interior y manteniendo los mismos malos principios de pasividad, línea de comando por encima de la realidad, y corrupción que caracterizan a la policía; que va a hacer que el país se paralice en una discusión bizantina sobre la constitución, en vez de reformar el estado y comenzar a reorientar la relación entre los distintos niveles de gobierno y la población; que la visión setentera de la comunicación los hará buscar "democratizar" los medios masivos, metiéndose en un problema ridículo cuando el tiempo está encargándose de desaparecer a estos viejos medios. Un largo etcétera.

Pero precisamente por eso, es una oportunidad. Para la izquierda, de sincerarse y optar por una apuesta por un sistema democrático y por el respeto a las leyes, alejándose de nociones caudillistas y populistas; para la derecha, de entender que el sistema es tan importante como el modelo, y que afirmar la democracia implica conflictos y desacuerdos pero que a la larga se sale ganando; para la clase política en su conjunto, que es necesario reivindicar la calidad y la dedicación de los políticos, sin peleles, payasos o arbolitos de navidad que decoran pero no sirven para nada en el Congreso, sino con buenos políticos haciendo su chamba en orden y con convicción. Y para la sociedad en su conjunto, de exigir y plantear un diálogo serio sobre qué cuernos queremos hacer con el país, más allá de las promesas altisonantes y la frivolidad de un Toledo, el fetichismo de la obra pública como reemplazo de la inteligencia y el respeto a los rivales de un Castañeda, y el marketing sin propósito real mientras solo se defiende al capitalismo multinacional de un Kuzcynski.

En otras palabras: un triunfo de Humala, que no me hace feliz, puede superarse. Creciendo de verdad, como país, como sociedad y como espacio político. Que la Fujimori gane en las ánforas es la derrota de la república, mientras que Humala nos ofrece la posibilidad de crecer como república. Poco probable, pero a veces, se logra vencer el cáncer.
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