martes, 28 de febrero de 2012

La consulta es para todos

Asumamos por un instante que los problemas prácticos alrededor de la consulta previa puedan ser enfrentados, y que contamos entonces con una nueva herramienta para lidiar con los conflictos sociales. Asumamos además que los actores políticos están interesados en enfrentar los conflictos, no en eludirlos o en usarlos como mecanismo de acumulación de fuerzas.

En este escenario ideal, con un estado capaz y ubicado al medio de dos posiciones distintas sobre uso de la tierra y de recursos, tenemos a dos potenciales juegos de actores: empresas interesadas en actividades fundamentalmente extractivas, y grupos de ciudadanos interesados en mantener sus condiciones de explotación de los recursos que estarían en riesgo en caso que las actividades externas lograsen ubicarse en dichos territorios.

En otras palabras, la consulta previa es un mecanismo para negociar el control de recursos, donde en los casos en que aplica, estamos dando derecho de veto a una comunidad que se reclama ancestral y distinta del resto de los peruanos. No se les niega sus derechos como peruanos, sino que se les extiende un juego más amplio de derechos para garantizarles preservación cultural o social.

El origen de la consulta previa, desde el convenio 169 de la OIT que le da forma jurídica, es la protección de comunidades que pueden llamarse “nacionales” al interior de un estado que ejerce dominio sobre ellas. La idea no es meramente garantizar su protección cultural sino que no sean avasalladas y puedan mantener control sobre sus medios de producción; esto es más evidente en países como Australia o Canadá, donde el mestizaje, en cualquiera de sus acepciones, es mínimo; en nuestro país, sería el caso con las comunidades amazónicas, pero se vuelve más complicado con las distintas comunidades de la zona andina.

En otras palabras: hay un conflicto doble que se enfrenta con la consulta previa, la identidad y el control de la riqueza. La identidad se preserva al garantizar el control de la riqueza, pero la premisa del convenio de la OIT es que la identidad está bien definida y sobre todo, es claramente diferente, de la identidad predominante de los que ejercen el control sobre el grueso de los recursos de un estado nación.

¿Es esta la ruta de solución del conflicto social que queremos en el Perú? La identidad colectiva de muchas de las comunidades que resultan afectadas por la explotación de recursos es difusa en distintos grados; la identidad individual puede ser casi indiscernible. Pero en el fondo, los canales de transmisión entre las distintas fuentes de identidad que, parafraseando a Fernando Fuenzalida incluyen la cultura, la raza, el espacio, la iglesia y la clase entre otras, son cada vez más fluidos, y también hay que considerar el potencial para el aprovechamiento político de grupos que están luchando por control de los recursos, con fines de explotación en sus términos.

Si añadimos a esto el uso de medios de comunicación varios, incluyendo los digitales, para ampliar el alcance real y simbólico de la expresión identitaria, vemos como surgen comunidades que incluyen a individuos al parecer occidentalizados pero que se reclaman indígenas en momentos de apelación comunitaria; así como podríamos ver a individuos que se reclamen occidentales cuando su comunidad se afirma indígena.

La fluidez propia de lo que Zygmunt Bauman llama la modernidad líquida, característica de estos tiempos, no hace a las identidades menos válidas ni mucho menos, insinceras: las hace referencias antes que certezas, y sobre todo las hace individuales a la vez que colectivas, permitiendo que cada uno sea parte de una y varias identidades colectivas cuando las circunstancias se presta para ello.

La consulta previa entonces, ¿es un reconocimiento de comunidades ante-modernas? ¿o debería ser un derecho ciudadano extenso, para todos aquellos que podrían ser afectados por presencias sobrecogedoras de poderes fácticos varios? Si lo primero manda, estamos ante la clara posibilidad de afirmar una visión congelada, rígida, de la identidad, que la haría una herramienta de difícil manejo para el Estado pero de mucha ventaja para aquellos que sin realmente ser solo parte de una única identidad colectiva, pueden reclamarla para sus propios, y muy modernos fines.

En el segundo caso, la consulta previa aparece como la respuesta a la imagen que circuló por Internet, de un Club Golf de San Isidro horadado por una mina de tajo abierto. También los habitantes de los elegantes y carísimos departamentos de la avenida Pezet tienen derecho a ser consultados. Como ciudadanos, como los habitantes afectados por Conga, por solo ser peruanos, tienen el derecho a reclamar ser escuchados antes que cualquier decisión sea tomada.

Publicado en Noticias SER el 22/02/2012

sábado, 18 de febrero de 2012

Metros de Lima

OK, tenemos la paradoja de, tras casi treinta años sin rumbo, subitamente tener dos planes para reorganizar el transporte en Lima Metropolitana. Por un lado, el Metropolitano, que podríamos llamar el Metro Amarillo; por el otro el Tren Eléctrico, que funcionará eventualmente, cuando haya suficientes trenes, pero que también se llama Metro de Lima. Dos sistemas francamente mínimos, incompatibles y sin conexión, en medio del caos.

Si bien existe un plan para construir líneas de tren, subterráneo o no, tenemos tantas superposiciones que es difícil saber cómo va a terminar funcionando la cosa. Por un lado, no hay una autoridad para el transporte metropolitano, porque la Municipalidad de Lima Metropolitano y la Municipalidad de la Provincia del Callao no han creado, y probablemente no vayan a crear, una autoridad conjunta para hacer un plan único. Por el otro, el gobierno central es el único que tiene suficientes recursos para hacer obras de la magnitud de un tren eléctrico, sea por viaducto o mejor todavía, subterráneo. La autoridad sobre el caos del transporte urbano realmente existente es tenue por la realidad compleja de actores completamente en contra de grandes reformas, público impaciente y al mismo tiempo resignado, y la perspectiva, nada agradable, de la que nos espera mientras se construye cualquier obra de envergadura.

Es decir, conciudadanos: ¿se pueden imaginar lo que va a ser moverse por esta ciudad mientras se esté haciendo el huecazo bajo la Javier Prado?

¿Qué hacer primero? Quizá se podría comenzar por saludar la intención pero reclamar más organización. El gobierno central bien podría sentar a la mesa a los alcaldes de Lima y El Callao y decirles que habrá metro cuando haya sistema, y que habrá realmente sistema cuando haya autoridad unificada. Luego, integrar en uno solo ambos grandes planes, y poner fechas siquiera para tener una referencia de cuándo no tendremos una línea de subte, de elevado o de metrobus (poner nombres más adecuados sería una buena idea también). Una vez integrados los dos planes, que la Municipalidad de Lima comience a integrarse con El Callao efectivamente, haciendo una línea de metrobus conjunta, con el mismo sistema de pago que será usado en todo servicio en la gran ciudad.

Pero lo más crítico, en realidad, es lograr otra cosa antes: un plan para desfacer el entuerto, herencia fujimorista, del caos del transporte. Lo que está haciendo la MML es valioso pero solo va a funcionar cuando El Callao se lo compre y cuando el gobierno central decida que la autoridad no es suya y que solo debe hacer aquello que le piden, no lo que se le ocurre, que viene a hacer una versión Eisha de la prepotencia habitual en nuestra sociedad: será tu problema, pero yo quiero hacer lo que yo quiero, como anunciar una línea de subte sin avisarte antes (y digo Eisha por la cantidad de plata involucrada).


Entonces: qué Humala de la plata pero no se meta; qué Moreno y Villarán dispongan una sola autoridad para toda la ciudad; que las respuestas sean integradas; y que se anuncien las cosas en orden y con vistas a 30 años, que es lo que tomará lograr que las cosas esté como deben ser. Y nosotros, a prepararnos porque mientras se hagan líneas subterráneas, la cosa va a ser de terror.
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sábado, 4 de febrero de 2012

De controversias banales y cámaras de resonancia

Despejemos el terreno: las discusiones sobre la comida y la nacionalidad adolecen de inviabilidad, porque finalmente se basan en opiniones incontrastables, en puntos de vista que se sustentan apenas en la convicción de cada participante. Thays tiene tanta verdad como cualquier otro, y al mismo tiempo sus motivaciones, su retórica y sus opciones para proclamar su opinión son dignas de juicio.

No por mí. Honestamente no me interesa el tema, más allá de servir para pensar esto de la vida digital, y de la manera como ciertas visiones de nosotros mismos aparecen amplificadas hasta una deformidad digna de Botero a través del lente de los medios sociales.

Traslademos la situación a la vida real. Estamos entre amigos y alguien dice "no me gusta la comida peruana", como podría decir "no me gusta la salsa", "no me gusta 'Al fondo hay sitio'", "no me gusta el chifa"... y un largo etcétera. La reacción alrededor de la mesa sería alguien completamente indiferente, alguien completamente de acuerdo, y alguien que expresaría el conocido "¡¡¡¡pero cómo no te puede gustar la comida peruana / salsa / serie de televisión / chifa!!!!" Jijiji, jajaja, y ya está.

En Internet ocurren dos cosas distintas: no estás alrededor de una mesa, sino puesto en una vitrina al mismo tiempo a la mano y lejana, completamente personal e indiscernible. Además, tu reacción no se queda entre los cuatro amigos, sino que es vista por otros, que reaccionan también, y que te aplauden. El equivalente a la ronda de amiguitos que alientan la bronca en el barrio, que azuzan, calientan el ambiente.

La combinación de impunidad con azuzamiento crea un entorno en donde no solo es fácil armar escándalo, sino escalar el escándalo. Más y más gritos, más y más indignación. Claro, la mayoría de los gritos es tosca, poco elaborada, pasional y sobre todo banal. Lo triste es que los diarios y los medios en general usen esta colección de banalidades para hacer todavía más escándalo, y sobre todo para validar el cacareo al convertirlo en noticia. Claro, no ayuda que otros más se metan, usando sus habilidades retóricas, para rechazar estas indignaciones banales por equivocadas, para enrostrarnos la mala elección de nuestras furias; tampoco ayuda el subtexto de pasiones y broncas en la escena literaria local, que se exhibe no tan disimuladamente en las líneas de batalla, trazadas rápidamente.

Entonces, lo peor de todo es que los argumentos válidos se pierden en la retórica desproporcionada. Sí, mucho de la culinaria peruana es una bomba de carbohidratos con exceso de sazón; pero esto no quiere decir que no sea sabrosa, sobre todo porque es nuestra manera de comer y así hemos formado el gusto, de manera que nos encanta, como los chicles de ají le gustan a los mexicanos, el fish and chips a los ingleses, o el gaegogi a los coreanos.

Sí, es un exceso reducir la nacionalidad peruana a la comida; pero eso no niega que es una de las pocas cosas en las que nos encontramos y que nos enorgullecen.

Sí, la furia anti Thays es lamentable; pero es una furia banal, que no vale como otras furias que han sido mucho más importantes, como aquellas que trajeron abajo a Fujimori el 2000, o las que impidieron múltiples despropósitos en los últimos años. Esas son furias reales, que implican riesgo y efectos de fondo en la sociedad, y han ocurrido cuando han tenido que ocurrir.

Sí, algo anda mal cuando la prensa dedica tanta atención a algo tan banal; pero el problema viene de atrás, y afecta a la prensa de casi todo el mundo, y en el Perú en particular, es una manifestación de la completa falta de rumbo. Todo esto es un síntoma, y así hay que verlo.

Finalmente, sí, deberíamos poder hablar de otras cosas, y tener otros símbolos: pero no los tenemos, y es la chamba de los académicos tratar de discernir por qué ocurre esto y cómo mejorar la situación. Me reservo la indignación para otras cosas.

Me disculpan, tengo un sanguche de jamón del país esperándome.
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