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3. Sin una red, no tenemos dónde vivir
Cuando hablamos de redes, pensamos inmediatamente en la Internet, y con buenas razones. Nada tiene su alcance, su importancia y sobre todo su peso específico en la vida digital, o para el caso en la vida, así a secas. Al mismo tiempo, la Internet es un artefacto técnico con el que no tenemos mayor contacto, que realmente no nos incumbe, salvo para evitar que deje de funcionar tan transparentemente como hasta ahora.
Una contradicción completamente intencional, que busca, efectos retóricos aparte, indicar la dualidad de la Internet en la vida digital: el canal fundamental de su existencia pero también un sistema alejado de todo uso práctico de los consumidores finales.
En realidad, usamos muchas redes, en varias acepciones del vocablo. Redes de telecomunicaciones, tanto de servicios básicos como también la Internet; redes de servicios, conexiones especializadas basadas en ciertos servicios de la Internet, que nos permiten comunicarnos, consumir y hacer en general; y finalmente las redes sociales, no en el sentido banal que se le da con Facebook, sino como espacios en donde intercambios entre personas ocurren cotidianamente. Lo que integra todo es la Internet, incluso en casos como el texteo, que no funcionan con la Internet, porque el norte que al que apuntan tanto los desarrolladores como los usuarios y partes de la industria es a la interoperabilidad con la Internet.
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