domingo, 16 de mayo de 2010

Derechos Digitales: a firmar

Aunque es altamente probable que ya hayan visto esto, se ha publicado formalmente la propuesta de Principios para una Declaración de Derechos Digitales en el Perú.

Los invito a adherirse con su nombre y DNI a derechosdigitalesperu@gmail.com.

Es importante.
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lunes, 10 de mayo de 2010

En defensa de la PUCP - el verdadero espíritu de la casa

La pelea sobre el destino de la PUCP tiene varias aristas, pero un subtexto claro: se trata de una lucha por el espíritu de la casa.

Este espíritu se encarna en un proyecto común: con sus defectos, indefiniciones y sin duda sus limitaciones, consiste en una universidad que no moleste los proyectos individuales, sean académicos o de vida.

Es un liberalismo existencial, por así decirlo, en el que las ideas de los demás no son motivo de cuestionamiento moral, pero sí de discusión cuando se manifiestan en la actividad académica. Hay gente con la que no se está de acuerdo, pero salvo no aceptarse el incumplimiento o la deshonestidad, se respeta la diferencia.

Entonces, el espíritu de la casa, creado desde que la PUCP se transformó radicalmente en la década de 1960 hasta el día de hoy, es un cascarón que alberga los más diversos ADN y que no estorba a los individuos. No hay un mandato más allá del trabajo serio (en la mayoría de casos) y el respeto a las opiniones ajenas. No se espera que nadie piense de una manera determinada para solo así considerarlo candidato a docente. La principal virtud de este espíritu de la casa es que todos los individuos tienen libertad de decir lo que quieren, aunque la universidad misma a veces esté limitada por su condición de católica y pontificia y su complicada relación con el arzobispado.

Lo que ocurre ahora es que aparece en los partidarios del arzobispo de Lima una clara perspectiva sobre cómo debe ser el espíritu de la casa. No solo se trata de la cuestión patrimonial, sino de amarrar a la PUCP a una interpretación de la vida universitaria opuesta a la que tenemos hoy. En ella es la iglesia la que decide que es correcto, y solo luego de eso se puede hablar. El tema patrimonial aparece como un pretexto para exigir una tutela ideológica sobre la universidad basada en las opiniones políticas y religiosas del benefactor.

No sé lo suficiente sobre la legislación de testamentos como para opinar los detalles técnicos, pero están claras dos cosas: dejados libres en cancha, siempre habrán por lo menos dos opiniones completamente contradictorias de parte de abogados que disimularán hábilmente sus preferencias ideológicas con argumentos jurídicos.

¿La segunda cosa clara? la intención de cambiar el espíritu de la casa, incluso con amenazas de demandar indemnizaciones de los rectores anteriores (como aparece en este artículo). El razonamiento es simple: Riva Agüero, un personaje sin duda conservador, dejó su fortuna a una universidad de nombre católica y pontificia. La obligación del heredero es respetar su voluntad, que según esta interpretación, no solo implica lo que dice el testamento, sino el sometimiento de todas sus acciones a la opinión de la jerarquía eclesiástica.

Este argumento básicamente nos dice que el actual espíritu de la casa está mal, es incorrecto, que la PUCP no debe cambiar con los tiempos y sobre todo con su gente, y que jamás los profesores tendremos la madurez y la inteligencia para autogobernarnos, necesitando permanentemente la tutela arzobispal. En otras palabras, que estos ciudadanos que hemos hecho y hacemos la PUCP cada día no somos seres dignos de confianza, y que debido a que hace más de 60 años se recibió una herencia debemos seguir, per secula seculorum, bajo la égida del verdadero conocedor de la verdad, el arzobispo de Lima.

Un argumento así no solo es conservador: es profundamente reaccionario, es pre-moderno. Asume que el mundo tiene un orden dictado desde arriba y que solo puede ser interpretado por un grupo de poderosos, y que los demás hemos de someternos a él. Asume que las actitudes que no están claramente indicadas en la doctrina no solo son equívocas, son malas, y deben ser prohibidas y castigadas. Asume que todos somos menores de edad por siempre.

Esta es la pelea de fondo: el oscurantismo contra una módica dosis de modernidad. Es por eso que esta pelea le concierne al Perú en su conjunto, porque si queremos salir adelante como país, necesitamos partir del principio de igualdad no solo ante la ley, sino ante cada uno de los miembros de nuestra sociedad; y necesitamos aceptar que las organizaciones cambian porque son hechura humana, y que el cambio es positivo.

Pero sobre todo: necesitamos saber, todos los peruanos, que solo en el mejor espíritu liberal, podremos salir adelante discutiendo y creando soluciones que partan del mejor análisis y la mejor intención crítica, que no busca mantener el orden que beneficia a unos o a otros, sino entendernos colectivamente. Esto solo es posible cuando los individuos son libres en un entorno libre.

Con sus fallas y limitaciones, la PUCP es un entorno libre de individuos libres. Eso es lo que todos lo que quieran ser libres en el Perú deben defender.
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jueves, 6 de mayo de 2010

iPad - la reseña

Sentado en un avión, naturalmente con poco espacio, tras una larga estadía en un aeropuerto más pequeño de lo conveniente, uno termina por rendirse ante las virtudes del iPad.

No se trata de imaginar una computadora, o el reemplazo de una computadora, en el sentido más estricto posible: más bien hay que pensar una nueva experiencia.

Experiencia que comienza por redefinir lo que uno espera. Las computadoras se suelen comprar en base a expectativas maximalistas: todo lo que creo que algún día puedo querer hacer; por lo general, ese tope de rendimiento solo es demandado ocasionalmente, y terminamos usándolas para nimiedades como ver correos, navegar por la Web, o ver una película. Cargamos con esas computadoras para realizar tareas que bien pueden hacerse sin ellas, o por lo menos sin esas versiones tan sobredimensionadas de una computadora.

El iPad parte de la premisa opuesta: sirve para lo básico y muchas veces para bastante más, porque para lo otro, para tus demandas máximas, tienes una computadora.

¿Qué hago aquí en el avión en el que escribo esta reseña? ¿Trabajar? Difícil, dado que tengo poco tiempo entre la subida, la bajada, el bocadito y la conversación con la pasajera que en suerte me acompaña. Encima, no hay espacio, ganas o simplemente disposición para hacer algo concreto en el corto espacio realmente libre. Quizá si el vuelo fuera realmente largo la desesperación podría invitar a sacar la computadora, pero incluso así lo dudo, porque en mi experiencia volar, con la falta de oxígeno y la incomodidad, termina por atontar, y lo que queda es distraerse. Quiero revisar correos guardados, quiero escribir algo breve, quiero jugar algo relativamente simple pero entretenido. No quiero pensar en la batería, en el espacio que debo guardar para la compu y en el vecino de adelante que puede empujar su asiento contra mi pantalla, y un largo etcétera. El iPad es perfecto en ese contexto.

Nadie en el aeropuerto, o alrededor mío en el avión, está haciendo nada que no puedo hacer con el iPad. A diferencia de ellos, no tengo que pensar en buscar un enchufe, en hacer espacio, en el mouse, en cualquier cosa. Solo uso el iPad y me distraigo lo suficiente.

Le faltan cosas, sin duda. No reemplaza la computadora, tanto que ni siquiera funciona sin una, a través de la cual obtengo programas y transfiero contenidos. Podría querer conectar un USB pero eso quebraría la simpleza de la experiencia; podría aprovechar la cámara para un video chat, dado que no voy a tomar fotos con este aparato (sería algo ridículo además de incómodo); en muchos sitios la ausencia del Flash deja un vacío, pero en muchos más la mala calidad del diseño y la falta de adaptación a la navegación móvil hace que igual la carencia de Flash sea uno de varios males; quisiera bajar mis fotos pero al mismo tiempo voy a hacerlo en mi computadora, con lo que resulta algo redundante y potencialmente confuso andar creando bibliotecas de imágenes distintas en dos sitios distintos.

En otras palabras, el iPad es un complemento. No reemplaza nada pero extiende todo. Hace más fácil consumir y ligeramente más oportuno crear. Permite manipular información, compartir datos y extender la vida digital más allá de las paredes de una computadora con sus cables, su peso, su exceso de poder. Cabe en mis manos y solo luego de un buen rato el peso se siente, pero rápidamente encuentra un sitio donde no incomodar. Si lo quieres para reemplazar tu computadora estás enfocando mal la cosa: se trata de acceder a la información de la computadora a través de una experiencia distinta, donde todo es rápido, donde no hay que esperar al sistema operativo, donde no hay virus, donde no hay teclas, botones, ranuras, antenas o enchufes.

El único inconveniente es temporal: por ahora, llama mucho la atención. Es finalmente un aparato casi contradictorio, dada su falta de algo que permita discernir claramente qué hace con solo verla. Es como si un refrigerador no tuviera puerta y fuera circular. ¿Una lámina de vidrio sobre una base de metal, a la cual le falta todo lo que solemos asociar con una computadora, permite hacer exactamente qué? Basta prenderlo para que aparezcan más dudas: ¿cómo hago? ¿de qué se trata? El iPad no es obvio incluso prendido, pero una demostración de segundos basta para que casi cualquiera se anime a intentar manipularlo. Naturalmente, capta aún más la atención.

El iPad es una promesa. No fascina tanto por lo que hace, que lo hace muy bien, sino por el futuro que nos insinúa. En pocos años, cuando la habilidad de teclear sobre vidrio haya sido incorporada a las expectativas de un usuario de tecnología; cuando la conexión 3G sea más barata y común; cuando la conexión con otros aparatos en el mundo de las cosas haya sido resuelta con alguna tecnología inalámbrica que permita mantener la limpieza de líneas y la simpleza de uso; cuando las aplicaciones de productividad sean fuerte y al mismo tiempo lo suficientemente ligeras como para funcionar en las versiones futuras del iPad, veremos el pasado como una incoherencia.

¿Cómo así pensamos que la mejor manera de manipular nuestra vida digital era un aparato pesado, complicado, lleno de cables y teclas y ranuras, lento y lleno de complejidades de software, cuando lo natural es prender un iPad, usarlo de inmediato, hacer lo que quiero y apagarlo sin esperas?

¿Cómo así creimos que una computadora era indispensable en toda hora y en todo lugar?

Porque seguirán habiendo computadoras... las usaremos para cosas que requieran una solución compleja a una actividad compleja. Para el resto, bastará una lámina de vidrio sobre una base de metal que funcionará por horas en cualquier sitio, y nos dejará acceder a la nube y jugar con algunas cosas. Tendremos computadoras como estaciones base y iPads como naves exploradoras o como yates de recreo. Exploraremos, y disfrutaremos. Y nos reiremos de las dudas originales.
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