miércoles, 19 de octubre de 2011

ACTA y TPPA: El comercio como pretexto

El modelo de desarrollo promovido desde comienzos de la década pasada podría ser denominado como el "acuerdismo": si se firman suficientes acuerdos comerciales, el país logrará generar un sector exportador dinámico que impulse al resto de la economía, y que con calma pero sin pausa, nos lleve al desarrollo.

Una discusión sobre la pertinencia de estas premisas escapa a esta columna; baste decir que la apuesta por tratados bilaterales tiene la consecuencia, no muy grata, de colocarnos como país en una posición precaria de negociación, sobre todo cuando se tiene al frente a un país con experiencia, excelentes recursos humanos, y claridad política. El caso del tratado de libre comercio con los EEUU es el mejor ejemplo: propuesto como la puerta de entrada al mercado de los EEUU, vino “con mucho hueso”, ante lo cual el estado peruano no tuvo buenos argumentos.

El modelo propuesto puede simplificarse así: acceso a mercados a cambio de protecciones a las actividades económicas consideradas como críticas. El TLC impone una serie de criterios respecto al tema general de propiedad intelectual que efectivamente impiden el desarrollo de políticas públicas propias frente al tema; en otras palabras, los tratados supranacionales se convierten en una camisa de fuerza para enfrentar problemas que pueden ser relevantes para el país, y la propiedad intelectual sirve como demostración de ello.

No se trata únicamente de los acuerdos bilaterales: dos ejemplos particularmente importantes son el ACTA y el TPPA. El primero, el Acuerdo de Comercio Anti Falsificación, ha sido negociado sólo entre los miembros de la OCDE, un club de países desarrollados o casi. Entre otros aspectos, plantea extender las protecciones aduaneras mediante una noción muy flexible de "bienes falsificados", que deja de ser aquello que se hace con la intención de engañar al público, para convertirse en toda copia no autorizada por el titular de derechos intelectuales. En otras palabras: las copias de un CD, que pueden ser consideradas legales en ciertos países, pueden ser vistas como falsificaciones en otros, y el intento de cruzar fronteras con ellas, impedido administrativamente por la autoridad aduanera.

Como el mecanismo más común de transporte de estos "bienes falsificados" es el uso de redes de telecomunicaciones, el ACTA autoriza a las aduanas a analizar y penalizar el tráfico de bits a través de fronteras. Se trata de un cambio radical de la definición de frontera, y crea un enorme problema para aquellos que adquieren bienes -como música- a través de redes de intercambio: el ACTA los vuelve contrabandistas.

El promotor de esta norma es obvio: la industria global de contenidos que desde los años noventa demanda altas protecciones. Su peso político en muchos países desarrollados, comenzando por los EEUU, es tal que ha cambiado los términos de la política pública de derechos intelectuales a su favor hasta extremos impensables, y sin fundamento en la lógica original de la ley. Si bien el Perú no es firmante del ACTA, bien podemos terminar cubiertos por él, y no me imagino a ningún político peruano articulando un mensaje claro de por qué no deberíamos firmarlo.

Ahora mismo, estamos ante las negociaciones del Trans Pacific Partnership Agreement, que tendrán lugar en Lima, la semana del 24 de octubre. ¿De qué se trata?

Como en muchos otros casos, se plantea al TPPA como un acuerdo de libre comercio. Los diez países que negocian este acuerdo son miembros de APEC, que buscan a través del mismo aumentar el acceso a los mercados. El problema de siempre es que se frasea algunas cosas como "barreras al comercio" cuando se pueden leer como "políticas públicas". Las limitaciones a la inversión extranjera, a las patentes médicas, a la extensión de protección patrimonial en el derecho de autor, todas pueden ser políticas públicas para un país que quiera desarrollar ciertas industrias con capital local, facilitar el acceso a la información a los estudiantes universitarios, o ampliar el acceso a medicinas reduciendo el plazo de ciertas patentes.

El TPPA es parte de la tendencia ya mencionada, de usar el comercio como pretexto para proteger a las industrias con mayor peso político en países como los EEUU. No cabe duda que puede tener algunos beneficios para el Perú, pero con costos enormes al reducir la autonomía del estado para tomar decisiones.

Como en todos los casos anteriores, la ausencia de debate público es impresionante. Sería ideal que el estado peruano explique qué busca lograr, y como piensa compensar las limitaciones que el TPPA podría imponer para las políticas públicas. Y también sería ideal que el gobierno nos diga si su interpretación del desarrollo pasa por la sumisión ante el fantasma del libre comercio, o si cree que hay áreas “grises”, que bien pueden requerir más sutileza que la firma de un tratado negociado para el interés de las industrias que dominan ciertas actividades económicas.

Más información:

Sobre el ACTA:
http://evillan.blogspot.com/2010/01/acta-contra-esto-hay-que-luchar.html (comentario de hace casi dos años)

https://www.eff.org/issues/acta (crítica de la Electronic Frontier Foundation)

Sobre el TPPA:

http://bit.ly/r3JQQ0 (mirada crítica desde Nueva Zelandia)
http://www.ustr.gov/tpp (versión oficial del gobierno de EEUU)

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Publicado originalmente en NoticiasSER el 19/10/2011

sábado, 15 de octubre de 2011

Ocupando su lugar: protestas y medios sociales

Hoy, 15 de octubre, una variedad de ciudades del mundo enfrentan, en mayor o menor grado, protestas que genéricamente podrían llamarse "99-1": los activistas reclaman representar los intereses del 99% de la población que no es escuchada por un sistema político dedicado a defender los intereses del 1%, los banqueros, las grandes corporaciones.

Más allá que sea cierto o no, lo interesante es cómo estas protestas muestran el verdadero rol que los medios sociales pueden jugar en la política contemporánea. No es que los movimientos hayan creado una agenda común, o que se trate de grupos realmente organizados globalmente, sino que mucha gente, y ciertamente muchos movimientos locales, han logrado adoptar una narrativa global gracias a las capacidades de alcance global y conexión interpersonal de los medios sociales.

Lograr crear esta narrativa global, sin contar con medios sociales como Facebook, sería casi imposible, por costo y lentitud. En este caso, las distintas voces han confluido en un conjunto de slogans parecidos y en un día de acción común, lo que muestra realmente el poder de los medios sociales: facilitan no tanto la acción colectiva, sino el relato colectivo.

Claro, la resolución de los conflictos políticos solo es posible de manera local, enfrentando los sistemas políticos de cada país. Pero eso no impide aceptar que un primer paso interesante se ha logrado: transmitir el mensaje que el problema es global y que las acciones para enfrentarlo también son globales. Que vaya a funcionar, difícil saberlo, pero que la narrativa, el relato colectivo de protesta ha sido implantado en la política, no cabe duda.
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domingo, 9 de octubre de 2011

Jobs: primero diseño, luego tecnología

Hoy en Domingo de La República salió un informe sobre Steve Jobs, en el que hay un pequeño aporte mío. Va aquí ligeramente más extenso.
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Hace unos años, Steve Jobs calificó a Apple como una compañía en la encrucijada entre la tecnología y las humanidades. Por eso sus creaciones siempre fueron una mezcla de “fierro” con diseño muy logrado. Su pasión por la caligrafía, su insistencia en que una película es primero que nada una buena historia, muestran su origen humanista.

Las computadoras de Apple siempre tuvieron un diseño logrado así no fueran innovadoras técnicamente. De ahí su impacto en el mercado de consumo, donde el diseño hace a los iPods irresistibles: su limpieza de líneas, su simplicidad de manejo, su claridad de propósito. Jony Ive, el diseñador industrial inglés a cargo de todo lo relacionado con convertir en un producto concreto las ideas de Jobs, es un seguidor de los 10 principios del buen diseño de Dieter Rams, creador de hermosos productos minimalistas para Braun desde la década de 1960, y se nota que hay también influencia de Rams en las ideas de Jobs. Rams ha dicho, en un documental sobre diseño, que Apple es la única compañía que aplica sus 10 principios: esto implica una subordinación de lo tecnológico al diseño que no suele ocurrir con la tecnología de información.

Jobs no era un tecnólogo sino un diseñador, un humanista dedicado no a las máquinas, sino a que las máquinas nos facilitaran la vida. Desde la primera Macintosh, una revolución conceptual que no fue inmediatamente exitosa, hasta el iPad, lo que manda es una buena idea, bien implementada, antes que la potencia tecnológica o los mandatos del marketing. Como dijo una vez, los consumidores solo saben lo que quieren cuando se lo damos. Apple y Pixar han llegado a las alturas en que están no por someterse a la tecnología, sea de la información o del marketing, sino por poner lo humano primero. Ese es el mayor legado de Steve Jobs.

¿Qué mejor demostración que uno de los productos más simpáticos, que además son de los que salvaron a la compañía? Vean este comercial para captar el rollo Jobsiano.