lunes, 26 de diciembre de 2011

De Alaska a Tuvalu, o las fábulas vistas a través de un experimento natural

Aunque no sean personajes con mucha credibilidad, algunos proponen como solución a los conflictos creados por el reparto de recursos provenientes de cánones varios el llamado método Alaska: darle la plata directamente a la gente. Así, los supuestos miembros de la manada se individualizarán, y comenzarán a actuar como agentes racionales. O quizá simplemente gasten la plata en trago. Al menos, no habrá paternalismos, no habrá ONGs, no habrá estado de por medio. Cada cual usará la plata como buenamente quiera.

La referencia a Alaska viene de la práctica, en dicho estado de los EEUU, de darle plata a la gente de frente, sin tantos rollos. O al menos eso se dice. Según otras fuentes, de casi tan dudosa seriedad intelectual como los promotores locales de la idea, no es toda la plata que ingresa por beneficios de explotación de recursos naturales, y es un dividendo de un fondo, ni siquiera la plata misma que sale de los recursos. Claro, a veces es más, a veces es menos. Lo que sí es cierto es que se entrega el dinero directamente a los ciudadanos, los que lo pueden usar para lo que quieran.

¿Por qué funciona? Puede haber varias razones, incluyendo que en una sociedad desarrollada pero con espíritu de frontera es más fácil funcionar con relativamente pobres servicios públicos; o que en realidad la vida en Alaska requiere inversiones permanentes en infraestructura para asegurar la calidad de vida de cada familia; o que la población, relativamente pequeña, no crecerá a pesar de la dádiva estatal porque vivir en Alaska no es precisamente fácil, y la gente no anda corriendo tras la idea de un clima ártico. Sea como sea, es un caso que se presenta como favorable. Se supone un buen ejemplo del igualitarismo en base a activos, que a la larga permite que los individuos hagan uso de los recursos de mejor manera que cualquier burocracia.

Pero también hay casos completamente opuestos. Veamos uno casi ejemplar.

En 1998, el dominio de nivel superior de Internet .tv comenzó a venderse. Contra lo que se pueda creer, no quiere decir “televisión”, sino “Tuvalu”, un grupo de islas en el Pacífico, antes llamadas la Islas Ellice, la tercera nación independiente menos poblada del mundo, con modestos trece mil y pico de tuvaluanos, con un área que la coloca en el cuarto puesto de las más pequeñas del mundo. Los países recibieron, allá por 1982, un código de dos letras basado en un estándar de la ISO (organización internacional de estándares, seguro un complot rojimio), para designar los sitios de Internet en su territorio: nosotros somos .pe, los amigos del sur, .cl, los chinos .cn, los sudafricanos .za, y así.

Tuvalu, sin recursos naturales, ni siquiera agua, de pronto descubrieron que su .tv era una activo en estos tiempos de vida digital. Una compañía californiana compró el derecho de explotación del .tv por 40 millones de dólares de hace 13 años, y de pronto estas islas precariamente colgadas del Océano Pacífico, listas para ser tragadas por las aguas en crecimiento cortesía del calentamiento global, tenía plata de sobra. Gastaron 10 millones en pavimentar los caminos, y el resto se fue en darle la plata a cada ciudadano.

¿Qué hicieron los ciudadanos? Mejoraron su estándar de vida. Se volvieron emprendedores, compraron autos, pusieron hoteles para ecoturismo, comenzaron a venderse entre ellos servicios que no habían podido ni siquiera soñar.

Pronto los autos comenzaron a caer en desuso, los ciudadanos comenzaron a engordar por la falta de ejercicio y la dieta de cosas importadas para la que no estaban genéticamente preparados, y las iniciativas emprendedoras no dieron resultado. Se descubrieron no solo igual de pobres, sino con peor salud, con un ambiente hecho pedazos, y con la amenaza del calentamiento global exactamente igual que antes. Esta nota del Guardian cubre la situación bastante bien.

En otras palabras, el igualitarismo individualista había fallado. No solo porque se tomaron decisiones absurdas, sino porque incluso las decisiones que parecían sensatas, como ser emprendedores, no tuvieron sentido en el contexto general de las cosas; y sobre todo, porque las decisiones individuales, que para cada quien eran racionales, crearon una cascada de efectos sociales que terminaron siendo altamente negativos: la decisión individual de comprarse un carro significó el resultado social del colapso ambiental en dos partes: contaminación por gases, y por desechos industriales a quedar abandonados los vehículos malogrados. La realidad social se impuso, odiosa ella, sobre los sueños de la racionalidad individual.

Si se comenzar a repartir dinero en Cajamarca, ¿estaríamos en Alaska, o en Tuvalu? Probablemente en algo intermedio, pero de ninguna manera habríamos solucionado los problemas que llevaron a la situación en la que estamos. Toma mucho tiempo corregirlos, y en la mayoría de los casos alguna forma de solución colectiva es necesaria: mejores colegios, mejores servicios, mejor infraestructura. Ciudadanos con visión de sociedad y de mediano y largo plazo. Empresas ancladas en la comunidad.

Repartir plata puede hacer a algunos ricos, a otros más pobres; sin duda, en un país con continuidad territorial, atraería a mucha gente dispuesta a cambiar su domicilio legal para recibir plata, sin que el gobierno regional pueda hacer nada. Lo que actuar como generoso déspota oriental no hará, es solucionar los problemas de la sociedad, que es más que la suma de los individuos que la habita. Esa es la lección de ambos experimentos naturales.

El subdesarrollo nuestro se manifiesta en nuestro gusto de pelear por el gusto de pelearse, pero también es no tener con quién contar, saberse expuesto al poder de otros cuando el estado no juega de tu lado. Las carencias del país van más allá de su gente o de sus líderes porque son, para usar la palabreja, estructurales. Por ello, requieren de recursos que enfrenten estructuralmente los problemas.

Que nos falta mucho, sin duda. El conflicto de irracionalidades varias que ha sido Conga lo demuestra de la peor manera. Que repartir plata parezca una solución para algunos, es solo demostración que ciertas irracionalidades son más irracionales que otras.

Publicado originalmente en Noticias SER, 14/12/2011.

martes, 13 de diciembre de 2011

El planeta ANR

El fetiche estatista y reglamentarista que domina nuestra nación sigue en pie. Puede que tengamos 21 años de discurso liberal sobre la importancia del mercado pero en algunas cosas seguimos igual que antes, creyendo que basta que el estado se pronuncie a través de una ley para que todo cambie.

Ahora es la idea de impulsar la investigación en las universidades lo que trae una tontería mayor. Las lamentables cifras de investigación y desarrollo del Perú tienen que ver con la falta de recursos universitarios, pero también con la ausencia de innovación en las empresas y la inexistente articulación de empresas innovadoras con universidades. Un ministerio no va a arreglar eso, porque el problema es económico, no universitario o científico / tecnológico; obviamente, si existiera recursos para una inyección impresionante de plata podríamos estar en un escenario distinto, pero es improbable que eso ocurra bien.

¿Por qué digo "bien"? Porque la clave está en que no se trata solo de plata, sino de inversión orientada a resultados. Los fondos tienen que ir a donde habrán impactos directos en la economía y en la innovación, y tienen que haber mecanismos de validación competitiva. Dar plata no más, no sirve.

¿Cuál es la solución para la falta de investigación? Según los genios burocráticos del congreso y de la ANR, que las licenciaturas sean otorgadas solo mediante una tesis.

Hay dos grandes argumentos en contra de ese razonamiento. El primero es simple, y remite a que el título profesional es una certificación de capacidad para hacer algo, y como tal tiene requerimientos distintos a los de un grado académico. El título demuestra que uno puede hacer lo que un profesional hace, y no siempre el mejor camino para demostrarlo es una tesis, es decir una investigación planteada bajo las premisas de la ciencia normal, con todas las gracias habituales. Incluso, muchas tesis terminan siendo algo distinto: sistematizaciones de experiencias, por ejemplo, que realmente no son tesis.

El segundo es la impresionante ignorancia del gran argumento en favor de las tesis: que son necesarias para aumentar la investigación en las universidades. Esto es más complicado por lo amplio del argumento y los distintos niveles de absurdo que implica.

En primer lugar, las universidades con grandes tradiciones de investigación están descansando en doctorados, no en licenciaturas. La investigación compleja y realmente novedosa se hace ahí. Bajo ese criterio, el siguiente paso para aumentar la investigación será que todos los cursos deben tener una monografía, para aumentar la investigación, sin que eso afecte la calidad y el impacto de la investigación.

El impacto se mide no por números, sino por publicación de las investigaciones, con su respectivo factor de impacto, o por patentes obtenidas y luego usadas, o por innovaciones concretas que luego son implementadas. La simple cantidad es irrelevante.

En segundo lugar, el problema de las universidades no es grados o títulos, es caos y falta de estándares. Si aumenta el número de licenciados pero la calidad de las universidades no, es plausible asumir que la calidad de las tesis es similarmente mala, que son hechas por encargo, o "wikitesis", es decir levantadas de la wikipedia o de colecciones de literatura diversa recogidas de la Internet. Si los profesores no publican, ¿qué van a enseñarle a sus alumnos? Si las universidades no tienen que acreditarse y responder por sus prácticas académicas, ¿cómo van a garantizar buenos resultados que sean relevantes fuera de la institución, no solo hacia adentro?

Es como la ley que prohibe fumar en las universidades. No es que sea una mala idea en abstracto, pero en realidad, por razones culturales, no es viable; en las universidades con grandes espacios abiertos, hay sitio de sobra para que los fumadores se vayan a lugares donde no molesten; no fomenta la responsabilidad colectiva, promoviendo que sean los propios no fumadores los que reclamen que los fumadores se vayan a otro sitio; crea costos y malogra el ambiente porque la universidad tienen que volverse policía.

Si hace veinte años se podía fumar en clases, y ahora no, es por un cambio cultural, no por leyes que disparan al aire en un país en donde no se tiene ni la costumbre de aceptarlas ni la capacidad para el enforcement. Una combinación de estímulos y castigos puede lograr poco a poco que los hábitos cambien y que las personas asuman sus derechos. Eso toma tiempo pero es orgánico y permanente. Aumentar el peso de la investigación en las universidades requiere ese ejercicio lento pero orgánico de cambio. En el planeta ANR, ahí donde las leyes son importantes pero se puede ignorar la evidencia, basta con una norma legal para decir que hemos cambiado la realidad, sin importar que no lo hayamos hecho.

Dar una ley como la propuesta, simplemente creará la tormenta perfecta de una exigencia contundente pero banal, que se diluirá en el mercado caótico de la informalidad, ese mercado que sí funciona en la siempre incoherente república del Perú.
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miércoles, 16 de noviembre de 2011

Detesto la SOPA

El proyecto de ley ante la cámara de representantes de los EEUU, Stop Online Piracy Act (SOPA), es parte de una andanada jurídica que, para variar, puede terminar botando al niño con el agua de la bañera... y todo porque las industrias de contenidos no son capaces de aceptar que no hay forma de volver al pasado.

La premisa es esta: desde mediados de los noventa, las leyes de EEUU y del mundo entero aceptan que el intermediario no es responsable por las trasgresiones en línea. La DMCA, por ejemplo, creaba excepciones claras para los ISP en caso que alguien fuera culpable de "piratear" contenidos, con lo que aparecen los takedown, comunes en Google: si una búsqueda daba un resultado indebido, Google no era responsable que alguien se bajara contenidos siempre y cuando, a pedido de los derechohabientes, se retirara el enlace.

Como todos sabemos, desde esa época hasta ahora, la cosa ha cambiado, y sitios como YouTube basan buena parte de su popularidad en la cantidad de contenidos no autorizados disponibles. Entonces, la idea es cambiar las reglas del juego: ergo, SOPA.

Me levanto parte de una explicación de la EFF sobre el tema:

"En la actual redacción, la norma dará tanto al gobierno como a actores privados poder sin precedentes para interferir con el sistema de nombres de dominio (DNS). El gobierno podría forzar tanto a ISPs como a los motores de búsqueda a redirigir o descartar los intentos de llegar a ciertos sitios web. Una consecuencia posible es que terceros inviten a los usuarios promedio a servidores alternativos que ofrezcan acceso a toda la Internet por fuera del DNS, evadiendo la nueva versión, censurada, de la Internet en los EEUU; esto crearía nuevas vulnerabilidades a todo nivel mientras la confiabilidad y universalidad del DNS se evapora.

Y se pone peor: bajo las disposiciones de SOPA, los proveedores de servicios (incluidos los proveedores de hosting) estarán bajos nuevas presiones para monitorear y controlar policialmente las actividades de sus usuarios, puesto que SOPA se centra en sitios web que no hace lo suficiente para evitar las infracciones, sin dejar en claro qué sería "lo suficiente". Además crea nuevos poderes para cerrar a todos los servicios que ofrecen alternativas de acceso por fuera de las normas dispuestas por la norma".

En el camino, si alguien pone un video como este , alguien podría reclamar que es una trasgresión y bajárselo. Pero sobre todo: la privatización del control de los contenidos de la Internet básicamente nos vuelva vulnerables a todos, porque bastaría que una empresa con recursos diga que algo es ilegal, para que tengamos que bajar la cabeza. Encima, este problema es estrictamente de los EEUU: no se trata de tratados internacionales o acuerdos bilaterales, pero las consecuencias serían globales.

Por eso, en vez de SOPA, EFF propone que se le conozca como "Proyecto de Ley de Listas Negras en Internet", que nos remite al macartismo, y en general a todos los intentos de poner ciertos valores privados por encima de los valores sociales. Finalmente, lo que esta norma plantea es que la protección de intereses privados es más importante que los derechos ciudadanos, que es preferible algo de censura antes que pérdidas económicas. Un desastre total, que no por recurrente deja de ser desagradable.

El consenso en contra es grande: solo las industrias de contenidos, desesperadas por proteger su modelo de negocios, apoyan esto.

La opinión de los grandes de la InternetLa opinión de la Asociación de Electrónica de ConsumoLa opinión de la Unión de Libertades Civiles de los EEUULa opinión de especialistas en propiedad intelectual



El discurso político y el abismo digital

El diálogo de sordos en temas como Conga, tan bien reporteado por Lamula.pe y Noticias SER, demuestra dos cosas: no es tan difícil hacer buen periodismo cuando no se tiene urgencias de circulación; pero tampoco es fácil debatir cuando las cámaras de resonancia son más importantes que la opinión pública.

Lo digital ha sido reivindicado como el espacio para que la verdad fluya y los ciudadanos se encuentren, pero en realidad lo que ha hecho es debilitar a la prensa, y facilitar la cacofonía en el discurso político. Nada más simple que recoger solo lo que me interesa, leer solo aquello con lo que estoy de acuerdo, y conversar con aquellos que comparten mis ideas: reducir el debate ciudadano a mi red de amigos en Facebook. El escenario contrario, un mundo feliz de diálogo sistemático y sincero, es apenas una ilusión; lo que predomina son las cámaras de resonancia, esos vacíos en donde el diálogo no existe y todos están de acuerdo, sobre todo para condenar al otro.

Los medios no crean la comunicación: la canalizan. En una sociedad fragmentada, con poca confianza y poco sentido de la ciudadanía, y que además no se siente cómoda con el gran capitalismo urbano, los medios apenas reflejan la fragmentación, el centralismo y sobre todo la precariedad. Contra lo que muchos entusiastas creen, el buen periodismo requiere recursos y tiempo, puesto que no puede correr con el día a día de actualizaciones constantes, bounce rates y optimización de tráfico. Un buen trabajo periodístico arranca con el reporteo para seguir con la investigación y al final, con el artículo escrito o el reportaje grabado. Pero sobre todo, lo indispensable sigue siendo criterio, claridad argumentativa y comprensión integral del tema. Los datos y las novedades no son la clave, sino el punto de partida.

Los medios realmente existentes, en el Perú y en casi todas partes, sufren por la obsesión de sus audiencias por consumir, en vez de procesar, información. El diálogo público requiere análisis pero para analizar, es necesario leer y procesar información medianamente compleja; dramas personales o protestas sociales se convierten en banales cuando se persigue los datos y se deja de lado la perspectiva.

El ejemplo más saltante es también el más lamentable: meses dedicados a una tragedia personal que en el contexto de las grandes cosas, no tiene el mismo significado para todos los peruanos que el caso del mayor de la PNP Felipe Bazán. Al igual que el joven desaparecido en el Colca, es casi seguro que el mayor Bazán murió durante o poco después de los acontecimientos de Bagua. Lo importante, aparte de la necesidad de darle paz a su familia, es por qué el Estado peruano no ha dedicado atención a su búsqueda; y a su vez, el escándalo es que el periodismo de todos los colores no investigue la dejadez casi criminal de ese Estado que finalmente nos incumbe a todos.

Cuando los periodistas solo buscan saber algo más y no entender qué quiere decir el paquete completo, la prensa deja de tener sentido y se convierte en el problema. Entonces, la banalización de la noticia, el reporteo de trivialidades como si fueran importantes, no afecta a todos. El drama es el abandono por parte de los medios serios de cualquier intento de protegernos de la espectacularización de la noticia, de la redefinición de lo que merece atención como aquello que nos llama la atención. Hay intentos, sin duda, y diarios como La República pueden tratar de mantener ciertos estándares en algunos reportajes, pero cuando le dedican la primera plana a una sonsera como la supuesta “designación” de la Amazonía como maravilla natural, que no es más que una movida de marketing de un astuto empresario, confirman que no pueden resistirse al impulso de atender lo banal en desprecio de lo importante.

Que lamula.pe y Noticias SER sean los espacios en donde el buen reporteo de una crisis como Conga, para no mencionar otras muchas, encuentre su lugar, es señal de la debilidad fundamental de la prensa peruana. Sin recursos para hacer investigación elemental, sin ganas de encontrarlos, sin decisión para ofrecernos material para pensar en vez de entretenimiento con formato noticioso, los medios de prensa peruanos han abdicado ante la Web, la fuerza que ha vertido la espectacularización en nuestras computadoras con fuerza de huracán.

Que medios alternativos, que no se financian con ventas, sean la esperanza de un público informado, es una señal no del poder de la Internet, si no de la debilidad de los medios de comunicación, y ultimadamente de la sociedad y la esfera política peruanas, para fomentar debate y ofrecernos soluciones reales a problemas reales.
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Publicado en NoticiasSER el 16/11/2011

sábado, 5 de noviembre de 2011

El futuro, y dónde no mirarlo

Microsoft acaba de lanzar un video sobre su visión futura de la productividad. Bien hecho, global, con el viejo truco de la diversidad dentro de la homogeneidad occidental, nos muestra refrigeradoras interactivas, lentes que incorporan mapas, teléfonos que interactúan con pantallas de video en estaciones de tren. Lindo.

Inevitablemente hace recordar un video de hace 24 años, Apple's Knowledge Navigator. Para su época, ese video nos ofrecía cosas alucinantes, como la posibilidad de interactuar mediante voz con una tableta que estaba conectada con todas las fuentes de información del mundo y que además permitía videoconferencias. Como han anotado muchos, esta visión está casi hecha realidad: salvo la capacidad de combinar datos a pedido del usuario con comandos de voz, un iPad con iOs5, que incorpora el asistente personal Siri, puede hacer casi todo, y la integración de Siri con Wolfram Alpha bien puede producir que para el aniversario 25 del video del KN, todo sea cierto, a excepción de la interfaz, que afortunadamente ahora es mucho mejor que el diseño escolar que aparece en el video original.

Por esas cosas de la vida, el video del Knowledge Navigator parece ocurrir ¡en 2011! O sea, la visión de Apple está casi perfectamente alineada con la realidad. ¿Querrá decir eso que la visión de Microsoft, que está fechada para el 2020 +/-, también se hará realidad en su momento?

No.

O mejor dicho, no importa.

Como soy "especialista en tecnologías" (varios diarios), "gurú de la Internet" (mis ex-alumnos que saben cómo me revienta el mote) o hasta "teórico en comunicaciones" (Ellos y Ellas dixit), muchas veces me preguntan por lo que pasará en cinco años o más, o quizá hasta en 25 años. Siempre me niego a responder, y estos dos videos me sirven de perfectas explicaciones de por qué no hacerlo.

Más allá de la coincidencia de lo ocurrido, el video de Apple asume las cosas completamente al revés, a saber: ignora la Internet, dado que presenta la conexión como una integración hecha a medida del producto antes que genérica; enfatiza la potencia de la interfaz oral, cosa que recién está madurando, con Siri, al estilo de lo que se plantea en el video como si fuera algo natural; presenta la habilidad de combinar inteligentemente información, cosa que es algo todavía complejo; y muestra acceso a información completamente abierto, buscando artículos académicos con la misma simplicidad con la que se muestra estadísticas, cosa que es inviable salvo que alguien esté pagando mucha plata para lograr ese acceso.

En otras palabras, Apple planteó un futuro sobre el que no tenía control, y que ha ocurrido si se lo mira superficialmente, y en buena medida, porque muchos actores han convergido en la misma dirección. Sobre todo, sin la Internet, esto que es el presente parecido al futuro de 1987, no habría ocurrido.

Lo mismo pasa con el futuro de Microsoft. Salvo en un delirio de grandeza sin base alguna en la realidad, Microsoft jamás podrá lograr lo que es la gracia de la predicción: un montón de información y un montón de usuarios perfectamente en sincronía y completa disponibilidad; porque para lograrlo, o Microsoft lo hace todo (¡ja! ¡claro!) o depende de otros, de estándares abiertos y fáciles de implementar (como la Internet) o de acceder a los servicios de la competencia. Y eso significa someterse a las ambiguedades de estilo y presentación, a la falta de consistencia y la ausencia de estándares de servicio comunes, que son propias de un mercado con múltiples proveedores.

Eso sin contar con el detalle que John Gruber menciona con mucha claridad: si una empresa tiene tiempo para pensar en cómo será el futuro lejano, no tiene claro o no le está prestando atención al presente y al futuro inmediato, que son su responsabilidad. La premisa aquí es simple: si no puedes controlar el futuro inmediato, ¿cómo puedes pretender decir cómo será el futuro lejano?

Por eso yo no hago predicciones: no solo porque no me ligan, sino sobre todo porque no tienen sentido. Nadie maneja tanta información como para saber qué podría estar pasando realmente ahora, con lo que el futuro es solo una serie de posibilidades que no siempre podemos ponderar adecuadamente. El resto, incluso las proyecciones de mercado, son especulaciones más o menos informadas. Si no me creen, lean esto y luego hablamos.
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miércoles, 19 de octubre de 2011

ACTA y TPPA: El comercio como pretexto

El modelo de desarrollo promovido desde comienzos de la década pasada podría ser denominado como el "acuerdismo": si se firman suficientes acuerdos comerciales, el país logrará generar un sector exportador dinámico que impulse al resto de la economía, y que con calma pero sin pausa, nos lleve al desarrollo.

Una discusión sobre la pertinencia de estas premisas escapa a esta columna; baste decir que la apuesta por tratados bilaterales tiene la consecuencia, no muy grata, de colocarnos como país en una posición precaria de negociación, sobre todo cuando se tiene al frente a un país con experiencia, excelentes recursos humanos, y claridad política. El caso del tratado de libre comercio con los EEUU es el mejor ejemplo: propuesto como la puerta de entrada al mercado de los EEUU, vino “con mucho hueso”, ante lo cual el estado peruano no tuvo buenos argumentos.

El modelo propuesto puede simplificarse así: acceso a mercados a cambio de protecciones a las actividades económicas consideradas como críticas. El TLC impone una serie de criterios respecto al tema general de propiedad intelectual que efectivamente impiden el desarrollo de políticas públicas propias frente al tema; en otras palabras, los tratados supranacionales se convierten en una camisa de fuerza para enfrentar problemas que pueden ser relevantes para el país, y la propiedad intelectual sirve como demostración de ello.

No se trata únicamente de los acuerdos bilaterales: dos ejemplos particularmente importantes son el ACTA y el TPPA. El primero, el Acuerdo de Comercio Anti Falsificación, ha sido negociado sólo entre los miembros de la OCDE, un club de países desarrollados o casi. Entre otros aspectos, plantea extender las protecciones aduaneras mediante una noción muy flexible de "bienes falsificados", que deja de ser aquello que se hace con la intención de engañar al público, para convertirse en toda copia no autorizada por el titular de derechos intelectuales. En otras palabras: las copias de un CD, que pueden ser consideradas legales en ciertos países, pueden ser vistas como falsificaciones en otros, y el intento de cruzar fronteras con ellas, impedido administrativamente por la autoridad aduanera.

Como el mecanismo más común de transporte de estos "bienes falsificados" es el uso de redes de telecomunicaciones, el ACTA autoriza a las aduanas a analizar y penalizar el tráfico de bits a través de fronteras. Se trata de un cambio radical de la definición de frontera, y crea un enorme problema para aquellos que adquieren bienes -como música- a través de redes de intercambio: el ACTA los vuelve contrabandistas.

El promotor de esta norma es obvio: la industria global de contenidos que desde los años noventa demanda altas protecciones. Su peso político en muchos países desarrollados, comenzando por los EEUU, es tal que ha cambiado los términos de la política pública de derechos intelectuales a su favor hasta extremos impensables, y sin fundamento en la lógica original de la ley. Si bien el Perú no es firmante del ACTA, bien podemos terminar cubiertos por él, y no me imagino a ningún político peruano articulando un mensaje claro de por qué no deberíamos firmarlo.

Ahora mismo, estamos ante las negociaciones del Trans Pacific Partnership Agreement, que tendrán lugar en Lima, la semana del 24 de octubre. ¿De qué se trata?

Como en muchos otros casos, se plantea al TPPA como un acuerdo de libre comercio. Los diez países que negocian este acuerdo son miembros de APEC, que buscan a través del mismo aumentar el acceso a los mercados. El problema de siempre es que se frasea algunas cosas como "barreras al comercio" cuando se pueden leer como "políticas públicas". Las limitaciones a la inversión extranjera, a las patentes médicas, a la extensión de protección patrimonial en el derecho de autor, todas pueden ser políticas públicas para un país que quiera desarrollar ciertas industrias con capital local, facilitar el acceso a la información a los estudiantes universitarios, o ampliar el acceso a medicinas reduciendo el plazo de ciertas patentes.

El TPPA es parte de la tendencia ya mencionada, de usar el comercio como pretexto para proteger a las industrias con mayor peso político en países como los EEUU. No cabe duda que puede tener algunos beneficios para el Perú, pero con costos enormes al reducir la autonomía del estado para tomar decisiones.

Como en todos los casos anteriores, la ausencia de debate público es impresionante. Sería ideal que el estado peruano explique qué busca lograr, y como piensa compensar las limitaciones que el TPPA podría imponer para las políticas públicas. Y también sería ideal que el gobierno nos diga si su interpretación del desarrollo pasa por la sumisión ante el fantasma del libre comercio, o si cree que hay áreas “grises”, que bien pueden requerir más sutileza que la firma de un tratado negociado para el interés de las industrias que dominan ciertas actividades económicas.

Más información:

Sobre el ACTA:
http://evillan.blogspot.com/2010/01/acta-contra-esto-hay-que-luchar.html (comentario de hace casi dos años)

https://www.eff.org/issues/acta (crítica de la Electronic Frontier Foundation)

Sobre el TPPA:

http://bit.ly/r3JQQ0 (mirada crítica desde Nueva Zelandia)
http://www.ustr.gov/tpp (versión oficial del gobierno de EEUU)

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Publicado originalmente en NoticiasSER el 19/10/2011

sábado, 15 de octubre de 2011

Ocupando su lugar: protestas y medios sociales

Hoy, 15 de octubre, una variedad de ciudades del mundo enfrentan, en mayor o menor grado, protestas que genéricamente podrían llamarse "99-1": los activistas reclaman representar los intereses del 99% de la población que no es escuchada por un sistema político dedicado a defender los intereses del 1%, los banqueros, las grandes corporaciones.

Más allá que sea cierto o no, lo interesante es cómo estas protestas muestran el verdadero rol que los medios sociales pueden jugar en la política contemporánea. No es que los movimientos hayan creado una agenda común, o que se trate de grupos realmente organizados globalmente, sino que mucha gente, y ciertamente muchos movimientos locales, han logrado adoptar una narrativa global gracias a las capacidades de alcance global y conexión interpersonal de los medios sociales.

Lograr crear esta narrativa global, sin contar con medios sociales como Facebook, sería casi imposible, por costo y lentitud. En este caso, las distintas voces han confluido en un conjunto de slogans parecidos y en un día de acción común, lo que muestra realmente el poder de los medios sociales: facilitan no tanto la acción colectiva, sino el relato colectivo.

Claro, la resolución de los conflictos políticos solo es posible de manera local, enfrentando los sistemas políticos de cada país. Pero eso no impide aceptar que un primer paso interesante se ha logrado: transmitir el mensaje que el problema es global y que las acciones para enfrentarlo también son globales. Que vaya a funcionar, difícil saberlo, pero que la narrativa, el relato colectivo de protesta ha sido implantado en la política, no cabe duda.
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domingo, 9 de octubre de 2011

Jobs: primero diseño, luego tecnología

Hoy en Domingo de La República salió un informe sobre Steve Jobs, en el que hay un pequeño aporte mío. Va aquí ligeramente más extenso.
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Hace unos años, Steve Jobs calificó a Apple como una compañía en la encrucijada entre la tecnología y las humanidades. Por eso sus creaciones siempre fueron una mezcla de “fierro” con diseño muy logrado. Su pasión por la caligrafía, su insistencia en que una película es primero que nada una buena historia, muestran su origen humanista.

Las computadoras de Apple siempre tuvieron un diseño logrado así no fueran innovadoras técnicamente. De ahí su impacto en el mercado de consumo, donde el diseño hace a los iPods irresistibles: su limpieza de líneas, su simplicidad de manejo, su claridad de propósito. Jony Ive, el diseñador industrial inglés a cargo de todo lo relacionado con convertir en un producto concreto las ideas de Jobs, es un seguidor de los 10 principios del buen diseño de Dieter Rams, creador de hermosos productos minimalistas para Braun desde la década de 1960, y se nota que hay también influencia de Rams en las ideas de Jobs. Rams ha dicho, en un documental sobre diseño, que Apple es la única compañía que aplica sus 10 principios: esto implica una subordinación de lo tecnológico al diseño que no suele ocurrir con la tecnología de información.

Jobs no era un tecnólogo sino un diseñador, un humanista dedicado no a las máquinas, sino a que las máquinas nos facilitaran la vida. Desde la primera Macintosh, una revolución conceptual que no fue inmediatamente exitosa, hasta el iPad, lo que manda es una buena idea, bien implementada, antes que la potencia tecnológica o los mandatos del marketing. Como dijo una vez, los consumidores solo saben lo que quieren cuando se lo damos. Apple y Pixar han llegado a las alturas en que están no por someterse a la tecnología, sea de la información o del marketing, sino por poner lo humano primero. Ese es el mayor legado de Steve Jobs.

¿Qué mejor demostración que uno de los productos más simpáticos, que además son de los que salvaron a la compañía? Vean este comercial para captar el rollo Jobsiano.

martes, 27 de septiembre de 2011

Diez cosas que nunca hago en Facebook

Uso Facebook porque tiene masa crítica. También tengo Google + pero no logra despegar, incluso tengo Diaspora* pero eso es todavía más restringido, aunque realmente parece que puede ser un sitio muy interesante.

No me gustan muchas cosas de Facebook, pero en realidad las he evitado porque creo que es cuestión de ser previsor. Desde casi sus inicios, FB mostró tendencias poco confiables respecto a los datos privados, y también exhibió cierta debilidad técnica, es decir una calidad informática más bien baja. Ergo, no es muy confiable. Conforme lo he ido usando más, el resultado es que tengo claro que varias cosas no sirven o no son confiables, y no las hago.

Realmente, me gustaría conocer qué opinan de la lista que sigue:
  1. No uso mi dirección de correo "real" para FB. Evito así que sus mensajes sobrepasen mi capacidad de atención. Gracias a Gmail, tengo una cuenta casi exclusiva para FB. La otra es quitar las opciones de envío de correos; cuestión de gustos, lo importante es ser defensivos.
  2. No uso aplicaciones móviles para entrar a FB. Es fácil caer en la tentación de usar FB todo el día, pero como con otros servicios de Internet, FB es de dos vías y ponerse a leer todo lo que se puede todo el tiempo, lentamente lleva a querer poner en FB todo lo que a uno se le ocurre.
  3. No dejo a todos mis contactos en una sola lista. Uso las listas como si fueran los círculos de G+, y bloqueo listas completas de ciertas funciones, como el chat o la publicación de actualizaciones. Así aligero el asunto, pero mantengo los contactos por si acaso.
  4. No posteo nada realmente privado en FB. Si realmente quieres hacerlo, invéntate otra identidad y conéctala con la persona a la que quieres revelarle algo. Debido a lo errático que es FB con la configuración de privacidad, tranquilamente algo que funciona hoy termina siendo un desastre mañana.
  5. No pongo nada de mi familia salvo para la lista que sé conoce ya a mi familia y con la que quiero que tenga información. A pesar de los cuidados que uno pueda tener, es mejor andar con prudencia y no asumir que las personas que uno conoce son cuidadosas con este tipo de datos.
  6. No uso el servicio de mensajes para nada serio. Es un desastre y es poco confiable, sobre todo porque no es nada sutil: carece de separación entre destinatario, cc:, y bcc:, con lo cual todo lo que uno contesta va a todos los que fueron originalmente destinatarios de un mensaje. No hay forma de manejar defensivamente la comunicación.
  7. No activo más aplicaciones de las estrictamente necesarias: en mi caso se trata de Flipboard, porque es simpático y un estilo de diseño que me pareció importante revisar; y la conexión con Diaspora* porque así tengo contactos en este nuevo servicio :). Pero lo demás, no. Realmente no es necesario para mí, y activar aplicaciones es una de las formas más simples de hacer que Facebook te rastree a cada segundo.
  8. No juego en Facebook, y en general, no hago uso de otros medios en FB. La idea de consumir música, ver videos o jugar en FB es mala en dos dimensiones: en lo personal, porque termina uno atrapado en el seguimiento de FB; en lo general, porque reduce toda la diversidad y potencial de la Internet a un solo servicio, que es comercial y no muy bien gestionado, y con claras intenciones de adueñarse de tu vida para su beneficio.
  9. No hago actualizaciones de estado geolocalizadas: es una mala idea por seguridad personal, da información sobre lo que uno consume a FB hasta el punto de que pueden predecir a dónde quiero ir, es más bien poserazo, y realmente no es necesario andar contando ese dato a todo el mundo.
  10. No me tomo nada muy en serio. Si alguien me dice que va a ir a algún sitio porque lo anuncia en FB, no asumo que va a pasar. Si alguien proclama que va a hacer algo, no asumo que lo vaya a hacer. Si alguien se pone histérico de felicidad o de tristeza o de rabia, no asumo que esté realmente bien o mal, solo que está desahogándose y que probablemente volverá a su estado "natural" luego de hacerlo. En general, trato de recordar que lo que se hace en FB siempre es ligero y lúdico, y que si bien puede ser muy útil para conectarse con viejos amigos o para saber en qué anda gente que uno aprecia, no reemplaza a mejores formas de contacto digital. Si quieres expresarte, manda un correo electrónico. De los de antes...

viernes, 23 de septiembre de 2011

Medios sociales: sin salida

La nueva actualización de Facebook atormenta a muchos. Por un lado, es por lo que Rushkoff dice: los clientes de Facebook son los anunciantes, no los usuarios; cosa que es válida para casi cualquier medio que se financie mediante por publicidad. Pero también hay otras razones, las que incluyen la sensación de inflexibilidad por la inflexibilidad misma, en un producto que no termina de ser confiable o de brindar realmente un buen servicio.

El contraste entre Zuckerberg y Steve Jobs, el parangón de la creatividad dictatorial, es iluminador: ninguno de ellos es un real hacker, sino que se trata de personas que saben sacarle el jugo a la tecnología. En el caso de Jobs, hay una enorme consistencia entre sus ideas y sus productos, que ha sido moderado y madurada por grandes y pequeños fracasos: la Lisa, la expulsión del paraíso, la ausencia de éxito en Next, el Cubo. En el caso de Zuckerberg, todo es éxito, pero más bien vacío: Facebook es el equivalente mediático del sistema de transporte público de Lima; insuficiente, con un diseño insatisfactorio, con innovación donde no debe y conservadurismo donde sí debería cambiar, Facebook nunca satisface del todo y a veces es un gran problema, pero hay que usarlo porque pasado cierto punto, es necesario.

Igual que como con el sistema de transporte público limeño, se necesitan estrategias, y la primera es jamás olvidar que se trata de una empresa que quiere hacer plata, no de un servicio público. Así, que su Timeline sea casi ofensivo o que su ticker sea enervante no deben sorprender; la falta de flexibilidad es una manera de abaratar costos; la integración con otras formas de consumo, para que no tengamos que salir de Facebook y se convierta en un jardín amurallado en el que desaparezca la Web, algo que deberíamos evitar al máximo posible.

Una forma es buscar otros sitios para hacer lo que se hace en Facebook, pero realmente no funciona así. Facebook logró el éxito gracias a algunas buenas decisiones iniciales: ser excluyente, orientándose a universitarios en los EEUU; ofreciendo finalmente una manera rápida de compartir fotos sin complicaciones ni limitaciones de cantidad, a diferencia de Flickr; permitiendo formas varias de mensajería. Una vez alcanzada la masa crítica salir de Facebook se vuelve difícil, porque las interacciones que se logran aquí crean una dinámica que no es fácil lograr en otros sitios: el baremo para medir a otros sitios es lo que hacemos en Facebook, y si no podemos porque no hay las mismas funcionalidades, pero tampoco los mismos contenidos ni los mismos usuarios, complicado que se pueda uno interesar en salir de Facebook y pasar a, digamos, Google +, que encima tiene un gran problema, la integración con el correo y otros servicios bajo la idea de una "verdadera identidad".

Creo que parte del éxito de Facebook yace en que no es chamba, aunque se lo use para ella, ni es comunicación, aunque termine sirviendo para eso. Facebook es expresión personal. Uno se inventa una personalidad y la expone en el medio, como no lo puede hacer a través del correo. Dada la simpleza visual de Facebook, uno no termina expuesto a expresiones visuales de personalidad, como Hi5 o MySpace terminaron siendo, con una serie de atentados estéticos que hacían imposible pasar por más de una página sin sentir que no se podía soportar las andanadas, una suerte de Transformers pero sin robots, solo con Glitter.

Facebook permite expresión personal menos agresiva pero igualmente importante: los enlaces que uno pone, las provocaciones que plantea, los comentarios que borra, son formas textuales de manifestar lo que uno es o quiere ser, y que puede controlar. Cuando Facebook nos pone una lista de "chateables" que no incluye a quienes queremos sino los que su algoritmo alucina podríamos querer chatear, perdemos un poquito de expresión, y eso nos llega.

Mientras, Google +, diseñado no por un obsesivo compulsivo con ansias de dominación global, sino por un conjunto de nerds, enfatiza la comunicación, y además es transparente. Google siempre confunde la efectividad con la transparencia, y +, que es un sistema pensado para facilitar la agrupación de transacciones y eventualmente de pagos a través de una identidad digital, es completamente transparente en su interés de obligarnos a ser quienes somos, no quienes queremos ser, y por eso no despega. Además, la integración con el correo y con otros servicios impide separar dominios, cosa que Facebook, por su naturaleza lúdica, fomenta.

Entonces, estamos entrampados. Facebook seguirá cortando y maltratando nuestras intenciones expresivas en búsqueda de encajonarnos en un solo espacio comunicacional, mientras que Google no logrará salir de su encajonamiento de nerds; no parece haber nadie más en condiciones de intentar algo en este campo, dado el tamaño de Facebook (casi 1.000 millones, de morirse). Diaspora* no es una mala idea pero es muy hacker, muy flexible y muy tarde para que pueda realmente ser algo más que una alternativa para unos cuantos.

Solo queda usar AdBlock Plus para librarse del ticker, y confiar que hicimos algo importante cuando comenzamos a usar Facebook: actuar estratégicamente, asumiendo que nada es peor que confiar en un desconocido que nos regala cosas.
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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Competencias privadas, problemas públicos

El desarrollo de la industria de las telecomunicaciones es planteado normalmente desde dos perspectivas que dialogan poco. Las empresas, el gobierno nacional durante los últimos veinte años y los usuarios corporativos, nos dicen que el crecimiento de la cantidad de teléfonos móviles, de conexiones a Internet y de llamadas de larga distancia, son señales claras no solo de crecimiento económico sino de desarrollo, esa categoría difícil de definir pero que a todos nos interesa. Desde esta mirada, los indicadores de telecomunicaciones muestran una realidad positiva y si bien podrían ser mejores, son señal de una industria a que se la debe dejar sola o por lo menos, molestar lo menos posible.

Las agrupaciones de consumidores, los usuarios de negocios personales o PYMEs y lo que podríamos llamar de manera difusa un cierto sentido común sobre las telecomunicaciones, insisten más bien en otro juego de interpretaciones. Los teléfonos son caros, las llamadas son caras, las empresas hacen un gran negocio y abusan de los consumidores, el servicio es pésimo y maltrata a la gente. Se añora, aún sin haberlo vivido, un tiempo en el que los teléfonos eran baratos, y se espera que solo se cobre lo que usa y no cifras que parecen surgir de la nada.
Si la política es una lucha entre narrativas, estamos ante dos claramente opuestas, y que además no discuten entre sí. La “desarrollista” ha optado por satisfacerse en su éxito en foros empresariales, multilaterales y técnicos; la “victimizante” se queda en la queja y es acogida por políticos que resultan incapaces de hacer algo, porque volver al pasado es imposible y los costos en competitividad e inversión de optar por un modelo comercial a la antigua, tanto para el sector telecomunicaciones como para la economía en su conjunto, serían catastróficos.
El pendiente es desarrollar un discurso político que ponga por delante lo importante y anule los elementos maniqueos y banales de las dos posturas existentes. Ni la expansión de telecomunicaciones es por ella misma desarrollo, ni hemos alcanzado cifras para cantar y bailar. Los precios siguen siendo altos, la competencia baja. El Estado ha regulado poco, básicamente porque no ha querido desarrollar una posición alternativa frente a las demandas combinadas de la industria de telecomunicaciones y de los organismos multilaterales; la regulación existe y no necesariamente está mal llevada, pero no logra asegurar calidad de servicio, en el amplio sentido del término, ni tampoco logra promover competencia en el sector.
Pero por otro lado, la mirada pasatista tampoco sirve. Es imposible pensar en tener el tipo de servicio existente ahora, en donde los móviles se venden por todas partes, los fijos se instalan en un par de días, y la velocidad de conexión solo puede crecer, con una empresa monopólica que tiene que mantener tarifas bajas o que tiene que cumplir con obligaciones de servicio limitantes. El servicio de las empresas actuales es malo pero no peor que el que uno podía recibir de las empresas estatales o cuasi estatales que tenían el control de las telecomunicaciones antes de 1994; la calidad del servicio era pobre y las posibilidades de innovación, mínimas, lo que se agrava en una industria altamente concentrada a nivel mundial y donde la tendencia tecnológica es a las tarifas planas, no al cobro por llamadas.
Es posible mejorar la regulación pero primero se necesita mejores políticas de telecomunicaciones. La actual discusión sobre la renovación de contratos a Telefónica (Movistar) es una buena coyuntura para plantearse el problema de manera integral: no se trata solo de tarifas, sino de algo más complejo que es qué esperar de las telecomunicaciones y qué exigirle a los operadores.
Los principios básicos a seguir son contar con un sector competitivo pero bien regulado, donde se pueda ampliar la infraestructura ordenadamente. Ahí, por ejemplo, entra una queja válida de los operadores, pero que no se ha enfrentado correctamente: los gobiernos locales ponen exigencias muy altas y cobros elevados para la instalación de redes, antenas y similares, en todo el país. Una buena regulación armonizaría esto, de manera que los costos sean predecibles y sensatos, pero semejantes disposiciones deberían ir acompañadas de obligaciones de compartir infraestructura, de manera que no se tenga exceso de antenas, cables recargando los postes y similares problemas que no solo son de salud sino de ornato.
En otras palabras: ni el pasatismo basado en desprecio de las empresas extranjeras, ni el aprovechamiento excesivo de los inversionistas; pero tampoco rendirse ante el capital, actuando como si la inversión y el número de teléfonos fueran el único propósito del Estado. Y es obligación de los gobiernos y elites locales, entender que las telecomunicaciones son necesarias pero no porque brindan plata para “obras”, sino porque sin ellas, no habría desarrollo.
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Publicado originalmente en NoticiasSER el 21/09/2011.

domingo, 18 de septiembre de 2011

El conflicto PUCP - Arzobispo Cipriani: por qué debe interesarnos a todos

En la discusión sobre el problema que enfrenta a la PUCP con el arzobispo Cipriani, hay dos ideas particularmente insidiosas. Que es un conflicto entre privados, y que la PUCP tiene que respetar tanto la intención del legatario, que se entendería como una universidad católica conservadora, como la autoridad de la iglesia católica. Esto muestra que estamos ante un conflicto ideológico más que legal, puesto que lo que está en juego es la noción de una sociedad secular.

Lo que plantea el arzobispo es que se debe volver a una situación de control eclesiástico sobre la marcha de la universidad, y que la legislación peruana, que hace más de 40 años consagra el concepto de autonomía de gestión académica, debe ser dejada de lado. Incluso aceptando que durante un período concreto, por razones concretas, el arzobispado tuvo injerencia en la elección de autoridades, y por ello indirectamente en la gestión patrimonial, el régimen bajo el cual las universidades existen en el Perú es el de autonomía, con elección por parte de la comunidad de sus propias autoridades. Entre el estatuto de asociación civil sin fines de lucro, que rige su gestión, y la ley universitaria que establece que las autoridades nacen del claustro, no hay lugar para pretender volver a una situación de tutela sobre la universidad.

Por eso es que este no es un conflicto entre privados, sino una lucha entre una visión secular de la sociedad y otra, reaccionaria, que postula la existencia de instituciones con capacidad de influir no en las decisiones de sus miembros, sino en la organización política y legal de la sociedad misma. Cada vez que el arzobispo opina sobre temas políticos, sea para apoyar un punto de vista o para condenar visiones distintas a la suya, está postulando que la iglesia católica puede y debe intervenir más allá de sus paredes, en la sociedad en su conjunto, mostrando una visión corporativista de la política en la que ciertas instancias pueden influir directamente el marco legal, sin intervenir propiamente en el proceso democrático.

Esto es una aberración inaceptable. Nadie niega el derecho de la jerarquía católica de establecer reglas para sus miembros, pero así como no se acepta que su interpretación de la vida privada deba regir la legislación nacional, tampoco habría que aceptar que influya en la gestión de la educación, que así sea realizada por privados, es un asunto de interés público. Que no sea obligatoria la enseñanza de religión en los colegios públicos no se debe a que el Estado no deba fomentar una religión frente a otra, sino que debemos separar los asuntos privados, como la religión, de los asuntos públicos, como lo es la educación. El modelo de gestión universitaria aceptado por la sociedad peruana es el de universidad dirigidas por su comunidad, en un sistema estamentario, junto con universidades privadas con fines de lucro, con organización empresarial. No hay espacio para que se le imponga a una universidad la dirección de la iglesia.

Cuando se plantea, desde el bando del arzobispo, que la universidad ha sido “usurpada” por “caviares”, o algo similar, o es un espectacular ejercicio de ignorancia, o se enarbola banderas reaccionarias, que pretenden la inmutabilidad de las organizaciones por encima de la acción de las personas que las constituyen. Desde hace más de cuarenta años la PUCP está regida por el principio del autogobierno; exigir el regreso a un Arcadia conservadora es ignorar que la universidad que existe ha sido hecha por las personas que la componen, y que el principio de la autonomía del sujeto se expresa en la capacidad de cambiar la interpretación que uno tiene de su entorno.

Por eso es necesario reivindicar la posición secular en este debate, insistiendo en respetar la autonomía, la separación entre lo público y lo privado. Evitar que este despropósito reaccionario llegue a término no solo pondría en riesgo a una organización específica, sino al principio que la religión no debe influir en la cosa pública: base de la legislación social no desde Velasco, como intentan hacernos creer algunos, sino desde la década de 1930, cuando se aprueba el matrimonio y el divorcio civiles como principio base de las relaciones familiares.

En otras palabras, lo que está en juego no es la PUCP, ni siquiera la autonomía universitaria, sino el rol de una iglesia, la católica, en la vida pública del país. Por ello la defensa de la PUCP desde las más diversas tiendas ideológicas: ni por ella, ni por las personas que hay en ella. Por el principio de una sociedad secular.
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lunes, 29 de agosto de 2011

Irene ya fue...


Caminando por la zona central de Washington, es difícil encontrar evidencia alguna que la noche anterior pasó ni siquiera un huracán, sino una tormenta medianamente importante. Las calles están casi secas, y por ahí una rama caída parece indicar que el viento fue fuerte. La ciudad funciona sin problemas y todo marcha como es debido.

Es recién a la noche que veo algo que podría llamarse serio: un árbol caído, sobre un auto, en la zona más cercana al Potomac. Eso apenas acompaña a otras muestras menores del impacto de un huracán curioso: si bien los vientos en la zona central tenían fuerza de huracán, ya no había un ciclón de por medio. El ojo del huracán se desarmó cuando pasó en la mañana del sábado por Carolina del Norte, y nunca más se reorganizó. Esto hizo que los vientos se concentraran mucho en una zona y sobre todo que no se volvieran "convectivos", es decir que no se alimentaran de abajo a arriba produciendo tornados y en general fortaleciendo la circulación del viento y la lluvia.

Resultado: Irene lost its mojo, como dijo un meteorólogo en televisión. Por eso no hizo daño en las zonas que parecían más amenazadas, pero sí llevó mucha lluvia consigo. Veintitantos muertos e inundaciones impresionantes hasta Vermont demuestran que fue una tormenta seria, pero las áreas urbanas pasaron piola y tanto Washington como Nueva York quedaron mojadas, pero sin grandes daños. Filadelfia la pasó peor, pero tampoco tanto.

Eso explica que si bien la expectativa fue enorme, al final uno pudo dormir tranquilo, sin mucho ruido salvo la gente festejando en el hotel, sin sustos ni cortes de luz, sin casi alteraciones de la rutina. Al día siguiente todo volvió a la normalidad de inmediato y la actitud de la gente oscilaba entre "ya ven, pura exageración de la prensa" hasta "mejor prevenir que lamentar". Igual queda esa sensación extraña de anticipación de lo desconocido, esa impresión no muy grata de un porvenir inmediato completamente fuera de nuestras manos. El huracán no hizo nada, pero si los vientos del frente frío que venía de Canadá lo empujaban un par de kilometros, no hubiera tocado tierra en Carolina del Norte, y es altamente probable que se hubiera mantenido como un huracán organizado sobre el mar, y a pesar de no ser muy fuerte como ciclón, igual su alcance, sus lluvias y vientos, hubieran sido mucho mayores. Y los resultados, consiguientemente, mucho peores.

Entonces uno aprovecha para caminar y gozar de un día hermoso. ¿Huracán? ¿Cómo puede uno pensar en eso al final de un día en que hasta el memorial de Martin Luther King está abierto? Se suponía que lo inauguraban ("dedicaban") hoy, y una placa cercana lo dice todavía. Pero no se pudo, por precaución. Lástima. Es un sitio muy inspirador.


Uno menos en mi lista: terremotos, tornados, nevadas, huracanes. Ninguno muy serio, pero uno va conociendo el mundo a punta de desastres naturales.
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domingo, 28 de agosto de 2011

Tecnología: la falsa seguridad

La tecnología, las computadoras en particular, suelen ser presentadas como solución a casi cualquier problema. Basta usarlas para “modernizar”, en un sentido banal, toda actividad. En los temas de seguridad ciudadana también se aplica este razonamiento falaz. Lo interesante es cuánto nos dice la experiencia respecto a la utilidad de la tecnología, pero también cuánto es cuestión de cómo se la usa, y sobre todo, de la decisión de usarla bien.

Basta con ver el caso de Nueva York: la ciudad que hasta los ochenta era sinónimo de caos urbano, de violencia y descontrol, es ahora la metrópoli más segura de los Estados Unidos, según casi todos los indicadores de seguridad ciudadana. En un país donde la policía es responsabilidad de las ciudades, y donde el comando es finalmente civil, lo que ocurrió fue una transformación de la acción policial por decisión política e implementación de especialistas de fuera del departamento de policía local.

Esto no niega, ni por un instante, que no subsistan problemas con la policía de Nueva York; pero indica que es posible cambiar los indicadores, bajando el número de asesinatos, de robos violentos, y de crímenes en general. Lo mismo está sucediendo en Los Ángeles, donde el problema de corrupción alcanzaba niveles sudamericanos.

Una de las claves es la información: mediante el uso de un sistema llamado COMPSTAT, que sistematiza mediante computadoras la información del crimen en la ciudad, los comandantes pueden identificar dónde y cuándo ocurren los incidentes, y movilizar los recursos necesarios para impedir que ocurran actos criminales. Es decir, la tecnología era usada con fines claros y bien planteados, y los tomadores de decisión usaban esa información para actuar con claridad y rapidez.

En una escala completamente distinta, en Chiclayo está ocurriendo algo parecido. Como reporta Marco Sifuentes (http://www.infos.pe/2011/07/chiclayo-celulares-y-pistolas/), un fiscal ha creado un sistema de seguimiento de extorsionadores en una modesta hoja de Excel, que ha permitido disminuir el robo de taxis en la ciudad con más crimen violento, per capita, del país. Poca información pero bien procesado, y sobre todo bien usada, ha bastado para tener un impacto directo.

El contraste con la acción policial en el resto del país resulta chocante: es sabido, y vivido por muchos limeños y peruanos, que las oleadas de crimen ocurren debido a que un grupo de delincuentes “peina” una zona por varios días, a veces semanas, repitiendo sus acciones, como asaltos a personas que llegan a sus casas, o a jóvenes con mochilas que sugieren computadoras, o personas en vehículos caros. Robos oportunistas pero que hasta cierto punto son predecibles, y que sin embargo no son atacados con la misma claridad de propósito. Claro, ocasionalmente los delincuentes son capturados en el acto, o a veces muertos. Pero el problema de fondo continua; la información existe, pero no se procesa; al no procesarse, no existe capacidad de patrullaje predictivo. Pero sobre todo, no existe iniciativa alguna para recoger, procesar y actuar en base a esa información, por parte de los que deberían estar tomando la decisión correcta.

Si bien el caso aquí planteado es preciso, no por ello deja de ser válido para casi cualquier ámbito de acción del estado: la falta de claridad de propósito nos está haciendo mucho daño. La posibilidad de enfrentar el crimen con más y mejor información está a nuestro alcance pero no se la implementa; esto es el reflejo de una indolencia estructural frente a la manera de gestionar la seguridad pública, que alcanza a la policía, al ministerio público, a la clase política, pero también a la ciudadanía. Iniciativas tan sencillas como quenoteroben.pe demuestran que es posible generar la información incluso sin intervención policial, pero lo que no se nota es ganas de intentar cambiar la manera como se hacen las cosas, más allá de la cantidad de policías en las calles, o de los beneficios penitenciarios, o de cualquier otra idea.

En suma: no es la tecnología la que solucionará el problema, pero puede ser una buena herramienta para intentar lograr una solución al crimen en nuestro país. Lo que necesitamos es imaginación, ganas y sobre todo decisión para reconocer que la manera como la policía está organizada no es pertinente, y que es necesario poner más énfasis en las decisiones tácticas locales, en la estrategia fundada en buena información, y sobre todo, en el trabajo bien organizado para conseguir y usar buena información.

Todas las comisarías interconectadas del mundo no servirán de mucho si solo se usan las computadoras para seguir haciendo las cosas como siempre. El cambio es posible, y no tiene que ser tan caro ni tan complejo. Lo que falta, es decisión política y claridad institucional.
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Publicado originalmente en NoticiasSER el 24/08/2011

sábado, 27 de agosto de 2011

Irene ya viene...

El martes 23 un temblor inusual pero más bien suavecito golpeó varias ciudades de la costa este de los EEUU. Yo estaba llegando a Miami para viajar esa noche a Washington, y me enteré ya yendo a la capital, cuando una encantadora madre de familia me contó que estaba huyendo de las Bahamas, porque el huracán Irene estaba por llegar.

El temblor fue el tema de la televisión esa noche, y de buena parte del día siguiente. El miércoles fue hermoso, casi a punto de ser muy caliente, pero ideal para caminar por los grandes espacios abiertos alrededor del Mall. Irene comenzó a ser una sombra esa noche, cuando quedó claro que tras golpear las Bahamas, debería ir en dirección más o menos perpendicular de Washington.

Para el jueves estaba claro que Irene quería ir a Nueva York, no a Washington, y que si bien era una gran tormenta no era muy fuerte. Las zonas costeras la iban a pasar mal, y al parecer Nueva York podía sufrir mucho, pero Washington, pues no tanto.

Igual, la expectativa es dura. ¿Se cerrarán los aeropuertos y me quedaré varado? ¿Se cortará la luz? ¿Habrá que evacuar? En fin, escenarios varios que eran alimentados por los medios, mientras que los habitantes de la ciudad tenían más bien una actitud relajada. Habría que esperar al sábado...

Llegó el sábado, y a las ocho de la noche, queda claro que la ciudad está en una normalidad extraña. Los negocios están cerrados, se ha cancelado la inauguración del monumento de Martin Luther King, el hotel me dice que está preparado. Pero la gente no ha puesto tripley en sus ventanas, no han habido colas en los supermercados, y en general nadie tiene pánico.

Yo llegué a mi hotel tras una caminata de siete cuadras desde el metro, que funciona con completa normalidad pero poquísimo público. La lluvia, que cae desde el mediodía, es parecida a la de la selva, pero el viento es considerablemente más fuerte: solo los vientos de Holanda son comparables, ráfagas que te dan un ligerísimo empujón, que voltean el paraguas, y que ciertamente te mojan. Los homeless están esperando que se cierre el metro para entrar a la estación, que parece va a ser su refugio; los habitantes caminan como para comprobar que pueden caminar, en polo y shorts, mostrando que en realidad no les preocupa lo que pasa.

El agua corre, el viento sopla, y me pregunto, inevitablemente, si algún árbol cercano se caerá pronto, o si alguna baldosa floja cederá a mi paso. Faltando una cuadra el viento arrecia y es casi inevitable pisar el agua, aunque no importa porque mis zapatos y mis pantalones ya están completamente mojados. El tráfico es suave, y eso facilita las cosas porque no hay que respetar los semáforos y se puede avanzar tan rápido como el paso de pato que se adquiere bajo la lluvia lo permita.

Finalmente veo las luces de mi hotel, un asunto singular que pretende ser una discoteca de los setentas, con neón, cortinas de terciopelo y música disco en todas partes. Logro llegar y la única diferencia aparente es que hay un mensaje esperándonos: no habrá servicio al cuarto porque hay poco personal; toallas para secarse esperan, y ya está. El resto es como una fiesta, como una posibilidad de diversión. Nadie está preocupado.

¿Cómo irá a ser? Misterio completo. La lluvia no va a parar, pero el mejor escenario es que para el mediodía del domingo el sol habrá secado casi todo y que se podrá salir a caminar. Por lo menos el hotel ofrece que desayuno habrá. La predictibilidad del huracán contrasta con la única experiencia de desastre que tiene un limeño, y sin duda la actitud de eficiencia que los negocios tienen como parte de su naturaleza hace que todo parezca simple y nada preocupante.

A esperar. La tormenta pasará cerca hacia la medianoche, por suerte lejos de la marea alta, que es particularmente alta porque es luna nueva. Las cosas que uno jamás considera en Lima, aquí toman importancia...

A esperar.
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viernes, 12 de agosto de 2011

La PC: que treinta años son nada...


Esa primera computadora de IBM, la computadora personal, es la bistatarabistataraabuelita de la computadora con la que muchos de uds. están leyendo esto.

Para ella, Microsoft creó el DOS, que estuvo por mucho tiempo en la base misma de Windows (hasta el XP al menos), y se hizo alrededor del chip Intel 8088, que es parte de la familia de microprocesadores que hasta hoy impulsan tanto las PC con Windows o Linux como las Mac, estas desde el 2006.

Con una variante de maravillosos 256 KB de RAM aprendí, en 1986, a programar en Pascal. Con una XT con disco duro de 30 MB hice mi memoria de bachiller. Ahora, con mi MacBookPro, heredera de todo esto, webeo en casa.

Mi colección de Burn Notice, mi gusto por la Penguin Cafe Orchestra, mis intentos de edición de fotos, mis libros, mi correo electrónico, existen en buena medida, porque tengo una computadora personal a mi disposición. Y realmente, todo comenzó con la IBM 5150. Apenas hace treinta años, cuando salió a la venta en los EEUU por módicos 1565 dolares de aquel entonces, algo así como 3500 dólares de la actualidad.
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miércoles, 10 de agosto de 2011

Preservación

(Soy columnista ocasional de Noticias SER, un esfuerzo encomiable y de alta calidad para hacer periodismo descentralizado. Voy a copiar mis columnas aquí solo por comodidad de referencia y facilidad de recuperación).

Todos los días, sin que nos demos cuenta, muchas personas dejan un gran testimonio de la cultura de nuestros tiempos. Lo hacen además sin asumir que son parte de la cultura, sin rollos ni discursos. Lo hacen a través de medios digitales, y poco a poco crean un enorme tapiz que refleja nuestra época.

El ejercicio de subir un video a YouTube, o de colocar una foto en Flickr, o de crear un blog sobre asuntos locales, es un acto de creación, o por lo menos de registro, cultural. Esto, sin contar las acciones explícitamente "culturales", aquellas que son realizadas por personas o colectivos que se asumen creadores artísticos en el amplio sentido de la palabra. Un reflejo cotidiano de lo que los peruanos somos y de cómo vivimos y sentimos nuestra peruanidad, en todas sus posibles acepciones, contradictorias como son.

Reivindicar esta capacidad de creación es importantísimo, dado que una de las grandes ventajas de nuestros tiempos digitales es que la posibilidad de registrar y difundir lo que queramos es cada vez más común, más asequible. De la escasez de una foto ocasional, guardada en un cajón y mostrada ocasionalmente a amigos incautos, ahora pasamos a un despliegue de voces que muchas veces nos impiden ver el bosque por el árbol: los casos individuales de fotos, videos o textos nos parecen banales cuando no lamentablemente atorados de mal gusto; el reflejo de la totalidad es un paseo gratuito por lo que los peruanos sentimos, gustamos y apreciamos.

¿Quién se preocupa de este patrimonio "digital"? En un país en el que no hay esfuerzos sistemáticos para la preservación de nuestro patrimonio cultural no monumental, lo digital ni siquiera está en agenda.

Estados Unidos tiene un registro nacional de películas, parte de su biblioteca nacional (1), en el que se garantiza que las grandes obras de su cinematografía serán preservadas para la posteridad. Se discute, aunque no se implementa todavía, mecanismos similares para lo digital, incluso para manifestaciones relativamente menores.

Es imposible preservar todo, pero por lo menos algo debería estar guardándose. Salvo los materiales que se conservan como depósito legal, que es un tema distinto con un propósito distinto, el Perú no tiene nada parecido a una política de preservación de nuestro patrimonio mediático, y no se hace nada para garantizar que nuestras expresiones cotidianas en lo digital sean recogidas o siquiera reconocidas como tales por quienes podrían estudiarlas.

Puede sonar a mucho, y quizá para algunos, la idea de poder ver, en veinte años, “Jarjacha” en versión digital les parezca irrelevante. Pero la realidad es que nuestra cultura incluye a “Jarjacha” (2) tanto como a “Al fondo hay sitio” y a “Pásame la Manty”(3). Y si queremos tener contacto con esas expresiones de lo que somos, tenemos que confiar en que YouTube y algún afanoso coleccionista local mantendrán nuestras posibilidades de acceso intactas.

¿No sería mejor confiar en que nuestro Ministerio de Cultura piense ese tema? ¿No sería bueno que se acepte que lo digital, sea como expresión original o como levantamiento histórico, es digno de preservación?

Notas:

1) www.loc.gov/film/filmnfr.html
2) http://www.youtube.com/watch?v=yXTatGxF6NU
3) http://www.youtube.com/watch?v=s6ZGpDRCQMM

Publicada originalmente el 10/08/2011.

sábado, 6 de agosto de 2011

Sampa

El nuevo Imperio Brasilero tiene una capital aparente, una capital formal, y una capital real. La primera es Rio de Janeiro, que nos engaña con la imagen de un Brasil ligero, fiestero, ruidoso y cálido, en dos acepciones complementarias del término. La formal es Brasilia, ese triunfo del empeño y monumento al concreto, que creo yo, es un gusto adquirido. La capital real es Sao Paulo.

No se trata solo de escala, o de arquitectura. Sao Paulo es la prueba más contundente del poderío de Brasil, no el de ahora, el de hace rato. La Avenida Paulista, por ejemplo, con sus impresionantes edificios de varias décadas pero con retazos de su ambición palaciega, con un bosquecito nativo, con un museo de clase mundial, y también con pobres en los rincones esperando la noche, con tienditas baratas, para los precios brasileros al menos. Los contrastes del poder desbordado, en una ciudad siempre a punto del colapso, lista para quedarse atracada bajo su propio peso de 18 millones de personas cada vez más capaces de consumir, comprar y vender. La Paulista es uno de los grandes resúmenes de Brasil que Sampa regala al visitante.

Claro, decir que se conoce Sao Paulo es como decir que se conoce el mundo: una ciudad de esa magnitud no puede si no dejar impresiones. Habiendo ido ya cuatro veces, tengo más de una impresión, pero no creo que ni viviendo en ella podría conocerla.

¿Es el idioma? El portugués es hablado de muy distintas maneras en Brasil, para no hablar del incomprensible dialecto que usan en Portugal; la experiencia de ver un noticiero por Globo es completamente ajena al incesante murmullo, incomprensible en su musicalidad, que suena en cada momento en la ciudad. Más que el idioma, lo que hace fascinante al Sao Paulo de ahora es que solo se escucha portugués: no hay sino muy ocasionalmente, en zonas muy turísticas, otros idiomas. Poquísimo inglés, poco español, quizá algo de chino o coreano, pero el portugués es predominante cortesía de lo inasequible que es Brasil para el turista extranjero (costo de vida casi escandinavo).

¿Es la comida? A pesar de su magnitud, Brasil es un país con relativamente pocas variantes culinarias. Carne, de excelente calidad, con arroz preparado sin gracia, frejoles hechos sin mucha imaginación, y por ahí otros complementos. Claro, abundan las opciones, pero asombra la falta de diversidad. Pero los brasileros comen mucho, y los Paulistas podrán tener una vida agitada pero igual se arriman generosos almuerzos de comida de kilo, o tipo buffet, o mejor todavía, tipo rodizio, donde la comida sale y sale y sale y uno puede continuar hasta morir.

¿Es el aire? Sao Paulo tiene ráfagas de viento muy fuertes, tiene sol pero su invierno es significativo y este último ha sido crudo; pero es una ciudad muy arbolada, con restos de bosque original por muchas partes, y donde hay cuidado por la limpieza. Claro, la contaminación es apabullante porque siete millones de autos necesariamente llenan de polución el medio ambiente, sin importar cuántos árboles hayan; la basura puede ser recogida todo el tiempo pero con tanta gente no hay forma que no se acumule en montañas, a la espera de un mejor destino.

¿Es el tiempo? Los paulistas bromean, apenas, y aseguran que ellos son los que trabajan en un país de relajados. Lo cierto es que si trabajan es cuando tienen oportunidad. Creo que trabajan con intensidad y pasión por dos razones: porque los brasileros son intensos y apasionados, y porque no saben si podrán trabajar al día siguiente, o cuántas horas podrán hacerlo. Suena melodramático, pero ambas afirmaciones tienen su lógica detrás.

La pasión brasilera se constata cuando uno ve a una persona conversando con otra en la calle, y se imagina una disputa vital, un argumento de fondo, un debate de amantes, para solo descubrir que uno le pregunta por una dirección al otro. Todo se acompaña de una gesticulación italiana y una gestualidad facial francesa, y se matiza con la capacidad brasilera para ignorar el entorno y actuar como si el mundo no existiera: en plena hora punta, con gente corriendo a toda velocidad para alcanzar el repleto vagón final del metro, una pareja no se suelta de las manos en la escalera mecánica, impidiendo que los demás avancen. La pareja, al menos en la Paulista, bien podría ser homosexual: desde Amsterdam no veía tantas parejas del mismo sexo actuando como enamorados en las calles, tomados de la mano mientras ven tiendas.

La inseguridad sobre el mañana no es ontológica, es práctica: al salir del más bien modesto Guarulhos, el taxista anuncia con simpatía pero sinceridad: "de una a tres horas" para llegar al destino. Llegamos en cincuenta minutos, y el taxista nos explicó que en realidad, "nunca se sabe". Así es: nunca se sabe. Sao Paulo vive al límite, justo a tiempo del colapso, justo antes del abismo, y no solo literalmente. Aunque la criminalidad es un problema, igual las calles están llenas de gente con joyas y celulares caros, y los bares al aire repletos, y los carros de lujo (hay concesionario de Lamborghini, ¿qué tal?) abundan. Pero igual nadie sabe si llegará a tiempo, si la ciudad decidirá que hoy hay que esperar 30 minutos o tres horas en un semáforo, o si de pronto las obras se demoraron más de lo debido y nadie, nadie de nadie, sabe qué está pasando o cuándo terminará. Entonces no queda si no armarse de paciencia, virtud que los Paulistas dominan mejor que los limeños, puesto que los conciertos de bocinazos, los ataques al semáforo y el tomar ventaja de cualquier atajo no son cosas que uno vea en cada esquina.

En fin, generalizaciones y generalidades aparte, Sao Paulo es un coloso frágil, que muestra claramente a dónde va el mundo. Las certezas organizativas, la eficiencia y la aparente prosperidad total del capitalismo occidental están siendo reemplazadas por la confusa riqueza de los BRIC, por la mezcla de eficiencia a trompicones, de pobreza evidente, de caos alrededor del cual uno aprende a moverse, de un país como Brasil. Quizá ese sea el futuro del mundo: la ausencia de claridad sobre ideales de bienestar. Brasil es uno de los polos emergentes en un mundo desbocado, en una economía global pero sin predominio de una megapotencia. Sao Paulo es un ejemplo de lo que nos espera, y un modelo de lo que podemos ser o evitar convertirnos. De cualquier forma, es un placer casi culpable.
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