martes, 27 de septiembre de 2011

Diez cosas que nunca hago en Facebook

Uso Facebook porque tiene masa crítica. También tengo Google + pero no logra despegar, incluso tengo Diaspora* pero eso es todavía más restringido, aunque realmente parece que puede ser un sitio muy interesante.

No me gustan muchas cosas de Facebook, pero en realidad las he evitado porque creo que es cuestión de ser previsor. Desde casi sus inicios, FB mostró tendencias poco confiables respecto a los datos privados, y también exhibió cierta debilidad técnica, es decir una calidad informática más bien baja. Ergo, no es muy confiable. Conforme lo he ido usando más, el resultado es que tengo claro que varias cosas no sirven o no son confiables, y no las hago.

Realmente, me gustaría conocer qué opinan de la lista que sigue:
  1. No uso mi dirección de correo "real" para FB. Evito así que sus mensajes sobrepasen mi capacidad de atención. Gracias a Gmail, tengo una cuenta casi exclusiva para FB. La otra es quitar las opciones de envío de correos; cuestión de gustos, lo importante es ser defensivos.
  2. No uso aplicaciones móviles para entrar a FB. Es fácil caer en la tentación de usar FB todo el día, pero como con otros servicios de Internet, FB es de dos vías y ponerse a leer todo lo que se puede todo el tiempo, lentamente lleva a querer poner en FB todo lo que a uno se le ocurre.
  3. No dejo a todos mis contactos en una sola lista. Uso las listas como si fueran los círculos de G+, y bloqueo listas completas de ciertas funciones, como el chat o la publicación de actualizaciones. Así aligero el asunto, pero mantengo los contactos por si acaso.
  4. No posteo nada realmente privado en FB. Si realmente quieres hacerlo, invéntate otra identidad y conéctala con la persona a la que quieres revelarle algo. Debido a lo errático que es FB con la configuración de privacidad, tranquilamente algo que funciona hoy termina siendo un desastre mañana.
  5. No pongo nada de mi familia salvo para la lista que sé conoce ya a mi familia y con la que quiero que tenga información. A pesar de los cuidados que uno pueda tener, es mejor andar con prudencia y no asumir que las personas que uno conoce son cuidadosas con este tipo de datos.
  6. No uso el servicio de mensajes para nada serio. Es un desastre y es poco confiable, sobre todo porque no es nada sutil: carece de separación entre destinatario, cc:, y bcc:, con lo cual todo lo que uno contesta va a todos los que fueron originalmente destinatarios de un mensaje. No hay forma de manejar defensivamente la comunicación.
  7. No activo más aplicaciones de las estrictamente necesarias: en mi caso se trata de Flipboard, porque es simpático y un estilo de diseño que me pareció importante revisar; y la conexión con Diaspora* porque así tengo contactos en este nuevo servicio :). Pero lo demás, no. Realmente no es necesario para mí, y activar aplicaciones es una de las formas más simples de hacer que Facebook te rastree a cada segundo.
  8. No juego en Facebook, y en general, no hago uso de otros medios en FB. La idea de consumir música, ver videos o jugar en FB es mala en dos dimensiones: en lo personal, porque termina uno atrapado en el seguimiento de FB; en lo general, porque reduce toda la diversidad y potencial de la Internet a un solo servicio, que es comercial y no muy bien gestionado, y con claras intenciones de adueñarse de tu vida para su beneficio.
  9. No hago actualizaciones de estado geolocalizadas: es una mala idea por seguridad personal, da información sobre lo que uno consume a FB hasta el punto de que pueden predecir a dónde quiero ir, es más bien poserazo, y realmente no es necesario andar contando ese dato a todo el mundo.
  10. No me tomo nada muy en serio. Si alguien me dice que va a ir a algún sitio porque lo anuncia en FB, no asumo que va a pasar. Si alguien proclama que va a hacer algo, no asumo que lo vaya a hacer. Si alguien se pone histérico de felicidad o de tristeza o de rabia, no asumo que esté realmente bien o mal, solo que está desahogándose y que probablemente volverá a su estado "natural" luego de hacerlo. En general, trato de recordar que lo que se hace en FB siempre es ligero y lúdico, y que si bien puede ser muy útil para conectarse con viejos amigos o para saber en qué anda gente que uno aprecia, no reemplaza a mejores formas de contacto digital. Si quieres expresarte, manda un correo electrónico. De los de antes...

viernes, 23 de septiembre de 2011

Medios sociales: sin salida

La nueva actualización de Facebook atormenta a muchos. Por un lado, es por lo que Rushkoff dice: los clientes de Facebook son los anunciantes, no los usuarios; cosa que es válida para casi cualquier medio que se financie mediante por publicidad. Pero también hay otras razones, las que incluyen la sensación de inflexibilidad por la inflexibilidad misma, en un producto que no termina de ser confiable o de brindar realmente un buen servicio.

El contraste entre Zuckerberg y Steve Jobs, el parangón de la creatividad dictatorial, es iluminador: ninguno de ellos es un real hacker, sino que se trata de personas que saben sacarle el jugo a la tecnología. En el caso de Jobs, hay una enorme consistencia entre sus ideas y sus productos, que ha sido moderado y madurada por grandes y pequeños fracasos: la Lisa, la expulsión del paraíso, la ausencia de éxito en Next, el Cubo. En el caso de Zuckerberg, todo es éxito, pero más bien vacío: Facebook es el equivalente mediático del sistema de transporte público de Lima; insuficiente, con un diseño insatisfactorio, con innovación donde no debe y conservadurismo donde sí debería cambiar, Facebook nunca satisface del todo y a veces es un gran problema, pero hay que usarlo porque pasado cierto punto, es necesario.

Igual que como con el sistema de transporte público limeño, se necesitan estrategias, y la primera es jamás olvidar que se trata de una empresa que quiere hacer plata, no de un servicio público. Así, que su Timeline sea casi ofensivo o que su ticker sea enervante no deben sorprender; la falta de flexibilidad es una manera de abaratar costos; la integración con otras formas de consumo, para que no tengamos que salir de Facebook y se convierta en un jardín amurallado en el que desaparezca la Web, algo que deberíamos evitar al máximo posible.

Una forma es buscar otros sitios para hacer lo que se hace en Facebook, pero realmente no funciona así. Facebook logró el éxito gracias a algunas buenas decisiones iniciales: ser excluyente, orientándose a universitarios en los EEUU; ofreciendo finalmente una manera rápida de compartir fotos sin complicaciones ni limitaciones de cantidad, a diferencia de Flickr; permitiendo formas varias de mensajería. Una vez alcanzada la masa crítica salir de Facebook se vuelve difícil, porque las interacciones que se logran aquí crean una dinámica que no es fácil lograr en otros sitios: el baremo para medir a otros sitios es lo que hacemos en Facebook, y si no podemos porque no hay las mismas funcionalidades, pero tampoco los mismos contenidos ni los mismos usuarios, complicado que se pueda uno interesar en salir de Facebook y pasar a, digamos, Google +, que encima tiene un gran problema, la integración con el correo y otros servicios bajo la idea de una "verdadera identidad".

Creo que parte del éxito de Facebook yace en que no es chamba, aunque se lo use para ella, ni es comunicación, aunque termine sirviendo para eso. Facebook es expresión personal. Uno se inventa una personalidad y la expone en el medio, como no lo puede hacer a través del correo. Dada la simpleza visual de Facebook, uno no termina expuesto a expresiones visuales de personalidad, como Hi5 o MySpace terminaron siendo, con una serie de atentados estéticos que hacían imposible pasar por más de una página sin sentir que no se podía soportar las andanadas, una suerte de Transformers pero sin robots, solo con Glitter.

Facebook permite expresión personal menos agresiva pero igualmente importante: los enlaces que uno pone, las provocaciones que plantea, los comentarios que borra, son formas textuales de manifestar lo que uno es o quiere ser, y que puede controlar. Cuando Facebook nos pone una lista de "chateables" que no incluye a quienes queremos sino los que su algoritmo alucina podríamos querer chatear, perdemos un poquito de expresión, y eso nos llega.

Mientras, Google +, diseñado no por un obsesivo compulsivo con ansias de dominación global, sino por un conjunto de nerds, enfatiza la comunicación, y además es transparente. Google siempre confunde la efectividad con la transparencia, y +, que es un sistema pensado para facilitar la agrupación de transacciones y eventualmente de pagos a través de una identidad digital, es completamente transparente en su interés de obligarnos a ser quienes somos, no quienes queremos ser, y por eso no despega. Además, la integración con el correo y con otros servicios impide separar dominios, cosa que Facebook, por su naturaleza lúdica, fomenta.

Entonces, estamos entrampados. Facebook seguirá cortando y maltratando nuestras intenciones expresivas en búsqueda de encajonarnos en un solo espacio comunicacional, mientras que Google no logrará salir de su encajonamiento de nerds; no parece haber nadie más en condiciones de intentar algo en este campo, dado el tamaño de Facebook (casi 1.000 millones, de morirse). Diaspora* no es una mala idea pero es muy hacker, muy flexible y muy tarde para que pueda realmente ser algo más que una alternativa para unos cuantos.

Solo queda usar AdBlock Plus para librarse del ticker, y confiar que hicimos algo importante cuando comenzamos a usar Facebook: actuar estratégicamente, asumiendo que nada es peor que confiar en un desconocido que nos regala cosas.
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miércoles, 21 de septiembre de 2011

Competencias privadas, problemas públicos

El desarrollo de la industria de las telecomunicaciones es planteado normalmente desde dos perspectivas que dialogan poco. Las empresas, el gobierno nacional durante los últimos veinte años y los usuarios corporativos, nos dicen que el crecimiento de la cantidad de teléfonos móviles, de conexiones a Internet y de llamadas de larga distancia, son señales claras no solo de crecimiento económico sino de desarrollo, esa categoría difícil de definir pero que a todos nos interesa. Desde esta mirada, los indicadores de telecomunicaciones muestran una realidad positiva y si bien podrían ser mejores, son señal de una industria a que se la debe dejar sola o por lo menos, molestar lo menos posible.

Las agrupaciones de consumidores, los usuarios de negocios personales o PYMEs y lo que podríamos llamar de manera difusa un cierto sentido común sobre las telecomunicaciones, insisten más bien en otro juego de interpretaciones. Los teléfonos son caros, las llamadas son caras, las empresas hacen un gran negocio y abusan de los consumidores, el servicio es pésimo y maltrata a la gente. Se añora, aún sin haberlo vivido, un tiempo en el que los teléfonos eran baratos, y se espera que solo se cobre lo que usa y no cifras que parecen surgir de la nada.
Si la política es una lucha entre narrativas, estamos ante dos claramente opuestas, y que además no discuten entre sí. La “desarrollista” ha optado por satisfacerse en su éxito en foros empresariales, multilaterales y técnicos; la “victimizante” se queda en la queja y es acogida por políticos que resultan incapaces de hacer algo, porque volver al pasado es imposible y los costos en competitividad e inversión de optar por un modelo comercial a la antigua, tanto para el sector telecomunicaciones como para la economía en su conjunto, serían catastróficos.
El pendiente es desarrollar un discurso político que ponga por delante lo importante y anule los elementos maniqueos y banales de las dos posturas existentes. Ni la expansión de telecomunicaciones es por ella misma desarrollo, ni hemos alcanzado cifras para cantar y bailar. Los precios siguen siendo altos, la competencia baja. El Estado ha regulado poco, básicamente porque no ha querido desarrollar una posición alternativa frente a las demandas combinadas de la industria de telecomunicaciones y de los organismos multilaterales; la regulación existe y no necesariamente está mal llevada, pero no logra asegurar calidad de servicio, en el amplio sentido del término, ni tampoco logra promover competencia en el sector.
Pero por otro lado, la mirada pasatista tampoco sirve. Es imposible pensar en tener el tipo de servicio existente ahora, en donde los móviles se venden por todas partes, los fijos se instalan en un par de días, y la velocidad de conexión solo puede crecer, con una empresa monopólica que tiene que mantener tarifas bajas o que tiene que cumplir con obligaciones de servicio limitantes. El servicio de las empresas actuales es malo pero no peor que el que uno podía recibir de las empresas estatales o cuasi estatales que tenían el control de las telecomunicaciones antes de 1994; la calidad del servicio era pobre y las posibilidades de innovación, mínimas, lo que se agrava en una industria altamente concentrada a nivel mundial y donde la tendencia tecnológica es a las tarifas planas, no al cobro por llamadas.
Es posible mejorar la regulación pero primero se necesita mejores políticas de telecomunicaciones. La actual discusión sobre la renovación de contratos a Telefónica (Movistar) es una buena coyuntura para plantearse el problema de manera integral: no se trata solo de tarifas, sino de algo más complejo que es qué esperar de las telecomunicaciones y qué exigirle a los operadores.
Los principios básicos a seguir son contar con un sector competitivo pero bien regulado, donde se pueda ampliar la infraestructura ordenadamente. Ahí, por ejemplo, entra una queja válida de los operadores, pero que no se ha enfrentado correctamente: los gobiernos locales ponen exigencias muy altas y cobros elevados para la instalación de redes, antenas y similares, en todo el país. Una buena regulación armonizaría esto, de manera que los costos sean predecibles y sensatos, pero semejantes disposiciones deberían ir acompañadas de obligaciones de compartir infraestructura, de manera que no se tenga exceso de antenas, cables recargando los postes y similares problemas que no solo son de salud sino de ornato.
En otras palabras: ni el pasatismo basado en desprecio de las empresas extranjeras, ni el aprovechamiento excesivo de los inversionistas; pero tampoco rendirse ante el capital, actuando como si la inversión y el número de teléfonos fueran el único propósito del Estado. Y es obligación de los gobiernos y elites locales, entender que las telecomunicaciones son necesarias pero no porque brindan plata para “obras”, sino porque sin ellas, no habría desarrollo.
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Publicado originalmente en NoticiasSER el 21/09/2011.

domingo, 18 de septiembre de 2011

El conflicto PUCP - Arzobispo Cipriani: por qué debe interesarnos a todos

En la discusión sobre el problema que enfrenta a la PUCP con el arzobispo Cipriani, hay dos ideas particularmente insidiosas. Que es un conflicto entre privados, y que la PUCP tiene que respetar tanto la intención del legatario, que se entendería como una universidad católica conservadora, como la autoridad de la iglesia católica. Esto muestra que estamos ante un conflicto ideológico más que legal, puesto que lo que está en juego es la noción de una sociedad secular.

Lo que plantea el arzobispo es que se debe volver a una situación de control eclesiástico sobre la marcha de la universidad, y que la legislación peruana, que hace más de 40 años consagra el concepto de autonomía de gestión académica, debe ser dejada de lado. Incluso aceptando que durante un período concreto, por razones concretas, el arzobispado tuvo injerencia en la elección de autoridades, y por ello indirectamente en la gestión patrimonial, el régimen bajo el cual las universidades existen en el Perú es el de autonomía, con elección por parte de la comunidad de sus propias autoridades. Entre el estatuto de asociación civil sin fines de lucro, que rige su gestión, y la ley universitaria que establece que las autoridades nacen del claustro, no hay lugar para pretender volver a una situación de tutela sobre la universidad.

Por eso es que este no es un conflicto entre privados, sino una lucha entre una visión secular de la sociedad y otra, reaccionaria, que postula la existencia de instituciones con capacidad de influir no en las decisiones de sus miembros, sino en la organización política y legal de la sociedad misma. Cada vez que el arzobispo opina sobre temas políticos, sea para apoyar un punto de vista o para condenar visiones distintas a la suya, está postulando que la iglesia católica puede y debe intervenir más allá de sus paredes, en la sociedad en su conjunto, mostrando una visión corporativista de la política en la que ciertas instancias pueden influir directamente el marco legal, sin intervenir propiamente en el proceso democrático.

Esto es una aberración inaceptable. Nadie niega el derecho de la jerarquía católica de establecer reglas para sus miembros, pero así como no se acepta que su interpretación de la vida privada deba regir la legislación nacional, tampoco habría que aceptar que influya en la gestión de la educación, que así sea realizada por privados, es un asunto de interés público. Que no sea obligatoria la enseñanza de religión en los colegios públicos no se debe a que el Estado no deba fomentar una religión frente a otra, sino que debemos separar los asuntos privados, como la religión, de los asuntos públicos, como lo es la educación. El modelo de gestión universitaria aceptado por la sociedad peruana es el de universidad dirigidas por su comunidad, en un sistema estamentario, junto con universidades privadas con fines de lucro, con organización empresarial. No hay espacio para que se le imponga a una universidad la dirección de la iglesia.

Cuando se plantea, desde el bando del arzobispo, que la universidad ha sido “usurpada” por “caviares”, o algo similar, o es un espectacular ejercicio de ignorancia, o se enarbola banderas reaccionarias, que pretenden la inmutabilidad de las organizaciones por encima de la acción de las personas que las constituyen. Desde hace más de cuarenta años la PUCP está regida por el principio del autogobierno; exigir el regreso a un Arcadia conservadora es ignorar que la universidad que existe ha sido hecha por las personas que la componen, y que el principio de la autonomía del sujeto se expresa en la capacidad de cambiar la interpretación que uno tiene de su entorno.

Por eso es necesario reivindicar la posición secular en este debate, insistiendo en respetar la autonomía, la separación entre lo público y lo privado. Evitar que este despropósito reaccionario llegue a término no solo pondría en riesgo a una organización específica, sino al principio que la religión no debe influir en la cosa pública: base de la legislación social no desde Velasco, como intentan hacernos creer algunos, sino desde la década de 1930, cuando se aprueba el matrimonio y el divorcio civiles como principio base de las relaciones familiares.

En otras palabras, lo que está en juego no es la PUCP, ni siquiera la autonomía universitaria, sino el rol de una iglesia, la católica, en la vida pública del país. Por ello la defensa de la PUCP desde las más diversas tiendas ideológicas: ni por ella, ni por las personas que hay en ella. Por el principio de una sociedad secular.
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