He visto en
el Comercio que hoy sábado se inicia el
Festival Latinoamericano de software libre, con muchas e interesantes actividades a lo largo del Perú. Iniciativa oportuna, conveniente y sobre todo saludable, puesto que el concepto mismo y las aplicaciones del software libre son todavía patrimonio de pocos.
Entonces, me tomaré la libertad de escribir algo sobre el tema. Primero que nada, ordenando la discusión, porque todavía hay mucha mezcla de ideas y conceptos cuando se habla de software libre. El FLOSS, o Free, Libre, Open Source Software, es una categoría específica: software que no es que sea gratis, sino que está libre, es decir no se le asigna valor monetario específico por lo que no podría entregarse gratis, dado que esto supone que alguien ha decidido no cobrar; más bien, no se puede cobrar porque no tiene valor monetario. Además, es de libre modificación porque el código mismo está a disposición del usuario para ser alterado como lo prefiera.
Obviamente, no se trata de categorías que impliquen unas a otras: un programa puede ser de código abierto pero no ser de libre distribución, por lo que un usuario podría modificarlo pero no facilitar dichas modificaciones a un tercero. Etcétera. Realmente se pone denso y si quieren adentrarse en la cuestión más existencial del FLOSS, pueden ir
aquí,
aquí,
aquí y también
aquí. Consideren que es un debate complejo y que por lo tanto, otras opiniones pueden sonar distintas, y por ello, YMMV.
Lo que me interesa más es la lógica tras el software: finalmente, la razón por la que uno usa un programa determinado, desde un sistema operativo hasta un paquete de edición de video, es para hacer algo con él. La información que uno dispone, el hardware al que se tiene acceso, y los intereses concretos que uno tiene, deberían ser los elementos fundamentales para escoger un paquete frente al otro. En un mundo ideal, claro está.
La cosa es que el hardware cuesta y que el software, pues también aunque a veces no lo parezca. Muchos compran la computadora y la "consiguen" con esos maravillosos DVD de 15 soles que traen todo lo que uno puede soñar. Para empresas y organizaciones bajo la égida de la SUNAT y el Indecopi, no queda más que pensar cuánto vale la pena gastar para lograr cierto nivel de productividad.
Aquí es donde el primer aspecto del software libre se vuelve relevante: es práctico usarlo en ciertas circunstancias para bajar costos. Mientras más genérico es el uso, más práctico: un navegador, por ejemplo, es perfecto ejemplo, puesto que mal que bien todos hacen lo básico bien y solo algunas funciones relativamente esotéricas son implementadas de distintas maneras. El éxito de Firefox, que más allá de ser libre o no, es un fantástico navegador, sirve como prueba. El Firefox funciona porque hace muy bien lo que mucha gente necesita, y además deja margen para que los usuarios más especializados cuenten con
herramientas para adaptar el software lo suficiente como para que haga lo que se quiere.
Pero este punto nos ofrece una frontera compleja, entre el uso genérico y el especializado. Un usuario más o menos sofisticado que quiere, por ejemplo, copiar al disco duro videos de YouTube, puede hacerlo con una extensión para Firefox y ser feliz. Un usuario menos sofisticado necesita ayuda; muchos de estos usuarios nunca llegarán a moverse solos como especialistas, con lo que dependerán de alguien. Compliquemos el modelo y pensemos en usuarios por centenas o miles, y en aplicaciones más orientadas a la productividad, y el ahorro de costos del software libre tiene que estimarse con más finura. Las razones prácticas para el software libre son entonces las mismas del software comercial: cuál provee mejores soluciones a menores costos.
Pero al otro extremo de la discusión, están los activistas del software libre. No voy a entrar a calificar sus razones, sino a describir sus actitudes. Para ellos, el FLOSS ofrece la mejor manera de participar en un constante ejercicio de interpretación del mundo. Colectivamente, se aproximan a los problemas y colectivamente los solucionan, con el disfrute asociado a este logro como principal objetivo del proceso. No buscan ser dueños del mundo sino sus demiurgos.
Obviamente, no todos los son: hay algunos en la cumbre de la pirámide que son efectivamente demiurgos, y otros que son cheerleaders. Obviamente, el demiurgo ve el mundo como tal, y convoca a los demás a compartir su visión. Forzando la metáfora hasta el máximo: son gnósticos prometeicos. Nos liberan a través de su interpretación creativa del mundo. Su mandato moral, su imperativo hacker, es liberarnos no solo del monopolio de Microsoft, sino de la idea que debemos depender de otros para conocer el mundo, y que es necesario dividirnos entre los que hacemos y los que usamos; es posible ser un poco de cada cosa y por lo tanto, participar entre todos de la creatividad humana. De esta manera, nadie es dueño del conocimiento, sino que todos somos partícipes de un pedacito de él, haciéndolo libre.
Por esta particular entrada epistemológica, los hackers del FLOSS son tan virulentamente activistas. Buscan convencernos a través de sus acciones y sus palabras que el cambio es necesario y que está al alcance de la mano, si solo aceptamos dejarnos llevar. Por eso subieron con tanto entusiasmo al proyecto OLPC: los hackers vieron en la XO-1 el camino para llevar su visión al mundo entero: ¡cómo negarse a ofrecerle una ruta hacia el nirvana informático a todos los niños del mundo! Por eso las recientes palabras de Negroponte son tan dolorosas.
Entonces, tenemos dos miradas sino conflictivas, sí poco complementarias. Las razones prácticas para usar software libre no alcanzan a justificar, ante los ojos del hacker, la carencia epistémica. El deber del hacker es no solo convencerte de usar software libre, sino entender por qué es mejor. Para el práctico, la elección es racional en una escala menuda. Para el hacker, no hay elección, salvo que los procesos mentales sean falaces o que estemos sometidos a la fuerza monetaria de un tercero.