miércoles, 28 de agosto de 2013

Solidaridad o individualismo, o el día que los chiquillos descubrieron el dilema de las pensiones

Una generación de ciudadanos peruanos con acceso al empleo de relativa buena calidad se ha criado laboralmente en la precariedad. No esperan las comodidades del empleo fijo, que incluyen acceso a vacaciones o seguridad social, y confían en su capacidad para lidiar con la incertidumbre.

Por otro lado, el sistema previsional peruano se enfrenta a la necesidad de seguir creciendo para lograr sus metas y eventualmente, dar mejores pensiones. Pero hay una capa dura de potenciales aportantes que no van a soltar un chico porque nadie quiere que le quiten el 13% de sus ingresos para el futuro, menos en un país de desconfiados como el Perú.

Los empresarios felices, porque finalmente la actitud de estos ciudadanos hace más fácil mantener la precariedad del empleo como la norma: si los ciudadanos tuvieran que escoger entre descuentos con precariedad o descuentos sin precariedad, ¿qué exigirían? Por ahora gana la precariedad, y algunos hasta la convierten en virtud, sin darse cuenta que el tonito heroico con el que pintan sus acciones sirve de justificación para mantener fuera del empleo seguro y de calidad a un huevo de gente. Lo importante es el fin de mes.

Encima, el sistema previsional peruano está privatizado, con lo que los aportes son individuales: lo que pones es lo que recibirás en el futuro, junto con los eventuales intereses que te pueda brindar un sistema que apuesta a la inversión financiera. El viejo sistema solidario sobrevive para los viejitos, los irredentos que siguen creyendo en la solidaridad como un principio más importante (me incluyo aquí) y los subempleados que están fuera del alcance de la modernidad, como las trabajadoras del hogar y los militares.

Ahora se ha dado una ley que impone el pago de la contribución previsional a los que antes no la pagaban, los que se escapaban por entre las rendijas de la cuarta categoría. Más allá de lo mal que quedan por darse cuenta recién de algo que tiene meses, y de las quejas triviales del tipo "es para engordar las AFP" o "y ahora como hago, a quien mato, asi no se puede vivir", el problema resulta evidente: un sistema previsional, cualquier sistema previsional, requiere que los aportes comiencen lo antes posible; si no, no funciona.

Si se deja en las manos de los ciudadanos, el resultado es simple: nadie aporta.

Ciertamente, hay un rollo con las AFP, pero ¿cuál es la alternativa? Regresar a un sistema solidario de fondo único implicaría confiar en el Estado, y estar seguros que no habrá una caterva montesinista que saquee el fondo único como ocurrió con la Caja de Pensiones de las Fuerzas Armadas y Policía; incluso si se opta por un sistema híbrido, en donde un aporte chiquito es complementado por los aportes voluntarios a sistemas privados, puedo imaginarme un futuro con un huevo de gente quejándose porque sus pensiones son muy pequeñas; encima tenemos la aberracción de la cédula viva, que si bien se ha controlado de sus excesos previos, sigue siendo una amenaza hasta que se agote por razones existenciales.

Entonces, la cuestión sigue en pie: más allá que no les guste, esta ley termina con un incentivo perverso para la precarización del empleo, y exige que todos, no solo los empleados bajo régimen de contrato indefinido, consideren las consecuencias de un sistema pensionario singular. Contra lo que un comentarista chistoso pero desavisado dijo hoy, las pensiones suelen estar separadas de las cuentas tributarias normales, salvo en algunos países, precisamente para evitar que se use la plata del sistema de pensiones en gasto corriente o inversión del Estado. La cosa es que  no confiamos ni en los proveedores que tenemos, ni en el que tuvimos: uno porque cobra mucho y porque puede perder plata (es un actor financiero capitalista, qué esperan, ¿que guarde la plata bajo el colchón?) y el otro porque es un nido de incapaces y de delincuentes (a pesar que los últimos veinte años demuestran que se puede blindar de corrupción y de incapacidad al Estado cuando se tienen la decisión política y la demanda pública).

Ojalá que todo este escandelete trascienda los reclamos de los treintones, y que podamos debatir realmente si el sistema que tenemos ahora es el que deberíamos usar para garantizar pensiones decentes a todos los peruanos cuando las necesiten. Lo demás es trivializar un asunto muy serio.


sábado, 17 de agosto de 2013

Kachkaniraqmi, o la música como pregunta

¿Qué somos los peruanos? Muchas veces nos encontramos con la necesidad de hacernos esa pregunta, en sus múltiples variantes, desde la existencial hasta la pesimista. No es tanto tema de análisis académico como de una cuestión personal-colectiva: muchos, incluido yo, nos sabemos peruanos, pero no tenemos muy claro que significa, en abstracto y colectivamente, ser peruano.

Javier Corcuera no nos propone una respuesta sino otra ruta de búsqueda, y eso es el acierto, el poder y la riqueza de Sigo Siendo, su hermoso documental sobre algo de la música del Perú. La película tiene momentos muy potentes, está muy bien hecha y merece ser vista en todo su esplendor cinematográfico, pues se luce en una enorme pantalla, con excelente sonido además. Me permito opinar sobre ella, no en plan de crítica cinematográfica sino de mirada sobre lo peruano; y me permito recomendar que vayan a verla, porque es realmente una experiencia hermosa y provocativa.

Corcuera logra hacer una película sobre música, no una película de música: elude la tentación de la colección de videoclips para proponernos más bien la música como el resultado de la vida de la gente;  no solo de los músicos sino de lo que estos músicos son y de dónde es que son, de dónde viven, con quién viven y cómo viven. La selección musical no pretende ser completa ni cosa por el estilo: salvo la mínima pero preciosa presencia de lo selvático en la voz de Doña Amelia Panduro, cantante shipibo-coniba, tenemos a Ayacucho, y luego a Chincha y partes de lo limeño como el foco de la película; esta arbitrariedad es tan válida como hacer una lectura desde lo puñeno, por ejemplo, pero sirve para conectar y enlazar experiencias que tienen mucho en común a pesar que desde lejos puedan parecernos extrañas.

Como documental es de una honestidad francamente saludable: el Perú aparece como es, duro, áspero, árido, pobre y a pedazos rico, con rincones de marginalidad, con partes que se están agotando o yendo, con partes que no se conocen entre sí. No es una película para turistas, pero puede ser muy seductora para un viajero, para alguien que quiere conocer lo que pasa más allá de los circuitos habituales, mirando los rincones algo perdidos donde las personas se expresan y viven y disfrutan de lo que son, más allá de si lo que son es algo tradicional, algo anclado en la pobreza. Es sobre músicos profesionales o casi profesionales, que sin embargo existen en una comunidad, a veces a dos tiempos entre su vida original y su vida efectiva: el violinista ayacuchano que vive en Lima, y es heladero de playa pero que se transforma en un maravilloso músico entre su gente, que es un referente de lo que sienten sus paisanos, es un gran ejemplo.

La mirada que no es miserabilista pero tampoco se avergüenza de mostrar la vida como es; nos hace preguntarnos por lo que nos une, por lo que hace que todos los que convivimos en este Estado Peruano tenemos en común. Hace décadas nos preguntamos por qué no somos una nación, y quizá esta película nos muestra una posible respuesta: no es la diversidad sino nuestra colectiva duplicidad, nuestra capacidad de contemplar sin convivir en la experiencia de los demás, es lo que hace tan difícil entendernos. No es la pobreza de aquellos que tocan música maravillosa tanto como la ignorancia de esas otras sensibilidades, presentadas de manera maravillosa como experiencias colectivas, vivas, sobre todo fuera de Lima.

Al mismo tiempo, Lima aparece como una colección casi inconexa de esas sensibilidades. Todo está aquí, todo llega, pero no converge; como paralelas que no se unen jamás, la música refleja lo que no tenemos en común a pesar que está ahí, delante nuestro.

Kachkaniraqmi muestra eso a través de un bache narrativo: la historia de buena parte de la película gira alrededor de la experiencia del maestro Don Máximo Damián, violinista ayacuchano que vive en Lima pero que enrumba a su tierra para participar en fiestas locales, pasando por Chincha para tocar en una romería maravillosa con los Ballumbrosio, donde rinden un homenaje conmovedor a Don Amador; luego se conversa y se vive la fiesta local, la música ayacuchana, esa deliciosa mezcla de instrumentos occidentales con ritmos andinos, incluida la participación de Palomita, una espectacular Danzaq que se enfrenta a Florían Cesario Ramos de igual a igual; donde Don Jaime Guardia, Don Raúl García Zárate y Magaly Solier cantan y tocan bellamente; para luego regresar a Lima, donde Don Andrés Lares nos lleva a la escena quizá más emocionante de la película: el heladero que vende sus productos en el verano limeño para al final, tocarle al océano, con la misma emoción que le tocó a sus paisanos, a su tierra, a su agua.

En medio, luego que termina el periplo andino, se conecta con la música limeña, desde el callejón hasta las versiones más estilizadas y personales de SaraVan y Susana Baca, con Félix Casaverde y otros tocando. La desconexión entre estas dos secciones es como una metáfora de la desconexión entre la cultura popular, de donde vienen los músicos anteriores, y la cultura popular limeña, si no en extinción en franco debilitamiento, ahora convertida en expresión más profesional, más urbana, no por ello menos honesta y sincera pero sí alejada de un terruño y una gente concreta. El atosigante ambiente de Lima es representado con la misma honestidad que los brutalmente hermosos paisajes del Ande; la belleza está en la gente que vive su cultura sin más premio que el placer que se dan y que dan.

La relativa falta de ritmo en ciertas partes, la ausencia de explicaciones y de nombres, la referencia a cuestiones quizá muy locales, la abundancia de músicos que aparecen y desaparecen, hace que Sigo Siendo sea tal vez menos asequible de lo que podría ser una película más expositiva, más ágil y menos dispuesta a explorar a las personas, más inclinada a la emoción inmediata. Pero es también una de sus virtudes: no sucumbe a la simplificación, no buscar exotizar. Es una mirada personal, honesta y cariñosa de lo peruano.

¿Y qué es lo peruano? Difícil de saberlo. ¿Somos una yuxtaposición, una mezcolanza, una agregación? La sensación es que lo que nos queda es seguir buscando. Sea a través de la música, o de la belleza natural, Kachkaniraqmi nos invita a hacernos preguntas tanto como a dejarnos llevar. ¿Qué más pedirle a un documental que salir con más preguntas que las que teníamos antes?

martes, 6 de agosto de 2013

Leyes, leyes por todas partes

A veces ocurre esto: andanadas de propuestas legislativas destinadas a enfrentar los temores varios sobre la informática y las telecomunicaciones. Omar Chehade ha propuesto una ley sobre pornografía que es simplemente aberrante, y el Ejecutivo ha enviado una propuesta para modificar el Código Penal incorporando una serie de acápites y artículos sobre cibercriminalidad. Esta última propuesta es de esas que uno a veces asume a priori que pueden ser desastrosas y puro ciberpánico, pero una vez leida, no es tan terrible, aunque igual deja puertas abiertas que deberían estar mejor aseguradas, con una en particular que me preocupa un montón.

Conste que no soy abogado ni pretende serlo, así que no puedo realmente opinar sobre la pertinencia de este ejercicio: es posible que la propuesta sea redundante o que la falta de tipificación sea grave e impida que se condene a muchos ciberdelincuentes; espero comentarios más educados en estos aspectos para hacerme una opinión. Pero en la parte más general, libre afortunadamente de las declaraciones iniciales que muchas veces hacen ilegibles estas propuestas, lo que hay es una serie de artículos precisos que dicen cosas pertinentes.

A saber: la propuesta de artículo 162-A plantea cárcel de entre tres y seis años para el que intercepte intercambios informáticos no público, con agravantes si es información clasificada, secreta o militar. El 197-A propone la misma pena para el que altere bases de datos; el 208-C, para el que atente contra la integridad de los sistemas informáticos.

¿Dónde está el problema con esto? Difícil verlo, salvo que se asuma que estos artículos van a ser usados contra aquellos que no deberían ser castigados, como por ejemplo algunos hackers libertarios tipo Anonymous; la pregunta obvia es por qué no tendría que castigarse ese tipo de intervención de la misma manera como se castigaría una intervención con fines de lucro. La ignorancia de las partes en el proceso podría equiparar un reemplazo simplón de la página principal de un sitio web del Estado (un defacement) por el acto de alguien que "introduce, borre, deteriore, altere, suprime o hace inaccesibles datos informáticos", es cierto, pero imagino que la ignorancia de las partes no es ni justificación para no tipificar otros delitos, ni óbice para que los abusos ocurran.

Ahora, la propuesta tiene un componente algo más delicado al meter en medio de todo esto la pornografía infantil, que es un tema delicado pero que también se presta para excesos; también lo que se suele llamar grooming, o "trabajar" a menores para lograr que acepten tener actividad sexual con adultos, tema que en la Argentina ha sido considerablemente discutido, aunque siempre a partir de casos muy llamativos más que de información precisa sobre la escala del problema.

Pero esto no es el problema principal, sino uno conceptual que puede manejarse sin mayores complicaciones si se hace con cuidado; solo implica una ligera modificación en el lenguaje usado. En varios artículos se habla de "el que, a través de las tecnologías de información o de las tecnologías de comunicación...", cosa que deja una duda: ¿a qué tecnologías se refieren los autores del proyecto? Si dijeran "tecnologías de información y comunicación" podríamos entrar a un debate finalmente académico sobre si se debe hablar en plural o singular, pero es precisamente académico porque el contexto general está claro: sabemos que son la(s) TIC. Pero las tecnologías de información y las tecnologías de comunicación son otra historia, y en artículos como el 183-B podría entenderse que el que le pasa una revista porno (una tecnología de comunicación) a un menor de edad estaría proponiéndole sexo en los términos del delito de grooming. Ya sé que la primera impresión es que es ridículo ponerlo así pero de ridiculeces así se han construido procesos judiciales, y un chico de 19 que trata de impresionar a otro de 17 podría ser acusado por un padre histérico y terminaríamos con varias vidas bien jodidas. Similarmente podría pasar con el 438-A, donde el uso de una fotocopiadora para copiar un DNI podría ser entendido como transgresión tipificada en el artículo que busca castigar la suplantación de datos. 

Hay dos soluciones: evitar la ambigüedad de "estas tecnologías y estas otras", y hablar de "TIC" o simplemente de sistemas informáticos, tal como aparece en la Disposición Complementaria Final no.2, y como se la usa ampliamente en la Exposición de Motivos (por qué se la ignoró en la redacción de los artículos, es uno de esos misterios propios de nuestra actividad legislativa); y por otro lado, sacar lo relacionado a pornografía infantil y peligros para la infancia y ordenar la conversa en otros términos para evitar caer en excesos. Si es así, no estaríamos ante una propuesta descabellada.