viernes, 25 de octubre de 2013

La banalidad del mal, o la LDI como ejemplo de la crisis del Estado

Mi opinión sobre la Ley de Delitos Informáticos (LDI), mal llamada ex-Ley  Beingolea, en cualquiera de sus variantes, no ha cambiado. Lo que sí ha emergido es un conjunto de comentarios que nos sugieren que estamos ante una situación reiterativa: un estado incapaz de calibrar su respuesta ante problemas concretos. Una norma que más allá que sea necesario o no, enfrenta problemas reales, debería haber sido consultada ordenadamente a la sociedad civil y a los expertos, para lograr que no terminemos con lo que habitualmente produce el Estado peruano: copias vagamente adaptadas de leyes, o mescolanzas sin orden ni sentido.

En el tema de Internet, tenemos antecedentes. Leyes que jamás han servido para nada, hechas con profunda ignorancia de la realidad, como la que obliga, para combatir la pornografía infantil, a que cada cabina registre a cada usuario y almacene esa información por seis meses. Esta nueva ley de Delitos Informáticos, escrita con tanta vaguedad y falta de claridad conceptual que permitiría, de ser aplicada sistemáticamente, que todos terminemos en la cárcel. Eso, sin contar planes y agendas que realmente no dicen nada ni sirven para cambiar nada.

Esto nos debería llevar a un consenso sobre el problema de nuestro Estado, que no es nuevo ni tampoco exclusivo de la cuestión informática: leyes que no responden a un modelo de gobernanza claro y que buscan solucionar problemas mal delimitados y sobre todo, vistos aisladamente. No hay estrategias, que es la chamba del Ejecutivo, y no hay capacidad analítica, que sería la chamba del Legislativo. Hay una práctica, eso que ha sido llamado el "muddling through", el hacer no más porque es lo que se hace y porque es lo que se espera, no porque se tenga claro qué se busca.

Tenemos leyes malas también porque no tenemos actores políticos dedicados a estos temas en serio. En cuestiones informáticas tenemos periodistas, algunos activistas y ya: los partidos políticos carecen de idea alguna, y los actores económicos, que deberían ser los más interesados, ni siquiera piensan en que deberían dedicarse a proponer cosas concretas, sino que buscan en la mayoría de los casos, salirse con la suya; esto no significa hacer plata por malas rutas, simplemente que el interés cerrado individualista prima sobre el beneficio colectivo potencial.

La LDI banaliza los problemas al mismo tiempo que pone bajo el reflector la mala calidad del Estado y la falta de capacidad que tenemos de influir sobre él. Muchos pendientes, y muchos riesgos, y la reafirmación de la urgencia de transformar el Estado si es que queremos que algo funcione lo suficienmente bien como para que podamos cambiar el país.

viernes, 4 de octubre de 2013

Al final del Camino de Seda, y el futuro de la Deep Web

Tras dos años de intentos, el gobierno de los EEUU logró cerrar el Camino de Seda, el mayor mercado paralelo del mundo. El Camino fue creado usando una combinación de tecnologías emergentes que permiten anonimato y protección frente al seguimiento, y sirve como ejemplo del poder de la llamada Deep Web, o Web profunda, el espacio profundamente opaco donde miles de transacciones ilegales ocurren todo el tiempo.

El primer componente del Camino de Seda es Tor, una red anónima creada usando El Encaminador Cebolla (TOR en inglés), en donde varias capas de encaminamiento de paquetes IP son anonimizadas, es decir se les quita los elementos que sirven para identificar el origen. El resultado es un conjunto de señales limpias que circulan entre los distintos relays, o puntos de reenvío, de la red Tor, protegiendo la identidad de los iniciadores de los mensajes. Hay ciertas particularidades técnicas que hacen que Tor no sea completamente anónima, pero para efectos prácticos, es muy difícil identificar quién está haciendo qué en esta red.

La red Tor no ha desaparecido, a pesar de los esfuerzos de la NSA y el GCHQ  y su singular Jirafa Egoísta:  el Camino de Seda usaba Tor para garantizar que las partes en sus transacciones no pudieran ser identificadas. Pero como todo mercado, necesitaba un medio de pago. Tor existe en mayor o menor medida desde 2002, pero recién cuando emergen los Bitcoins es que algo como el Camino puede aparecer.

Aunque merece una explicación mucho más detallada, la versión brevísima de qué es un Bitcoin es simple: una moneda creada digitalmente, "extraida" a partir de algoritmos precisos que generan una de estas "monedas" cuando completan una tarea. Es equivalente, en una manera bastante abstracta, a la utilización de un recurso natural como el oro como elemento de cambio: la "extracción" del bien es el resultado de un esfuerzo determinado, y el producto final es reconocido como un bien de cambio por todos los que participan del mercado, porque a su vez reconocen que ha sido extraido o generado de manera accesible pero no trivial por un agente económico cualquiera. Al inicio de su existencia, un bitcoin podía ser "extraido" de cualquier computadora, pero el algoritmo es lo suficientemente sofisticado como para hacer más compleja la tarea de extracción conforme más agentes económicos intentan completarla, con lo que ahora para generar un bitcoin se necesitan equipos especializados que realizan tareas altamente complejas.

Los bitcoins pueden ser comprados y vendidos por moneda real, es decir hay un mercado de cambio donde, bajo el principio de libre flotación, un bitcoin puede valer desde 266 USD (el pico máximo) hasta 2 USD, el precio a inicios del 2002. Es decir, hay espacio para la especulación.

Con bitcoins en mano, se puede usar Tor para realizar transacciones que no son rastreables: ni los bitcoins aparecen en las finanzas convencionales ni usan realmente sistemas de transferencia electrónica; Tor protege la identidad formal de los usuarios. De esto se sirvió el supuesto dueño del Camino de Seda, Ross William Ulbricht, para crear un bazar lleno de drogas, software malicioso, documentos de identidad falsos, y datos robados de cuentas bancarias. Una suerte de San Jacinto virtual: no todo era ilegal pero lo ilegal era lo que sostenía su existencia.

¿Cómo cayó? Todo indica que el FBI hizo su chamba y desmontó el Camino lentamente mediante acciones detectivescas convencionales. Han confiscado cuatro millones de bitcoins, que equivalen más o menos a 90 millones USD, según el cambio actual.

Obviamente algo surgirá en su reemplazo: tendrá que ser aún más opaco y profundo para que no caiga más rápido que lo que el Camino tardó. Tor y Bitcoin siguen en pie. La Web Profunda, que nace en los digital lockers que permiten acceder a contenidos irregulares y termina en abismos como el Camino de Seda, seguirá escarbando en las posibilidades tecnológicas para ofrecer oportunidades a los que realmente no quieren estar bajo la égida de la ley.