miércoles, 23 de marzo de 2016

El voto electrónico en Lima

(publicado originalmente en esahora.pe)

De pronto, con las elecciones encima, el voto electrónico aparece como un factor. ; en un contexto bastante más movido que el de cualquier otra elección desde 2000.
Difícil interpretar la parsimonia de la ONPE en este caso. No es que el voto electrónico sea inherentemente más complejo que el voto en papel, todo lo contrario; salvo los que expresan su creatividad mediante dibujitos a la hora de votar viciado, todo es mejora: el sistema es mucho más flexible, el voto es potencialmente más rápido, las auditorías pueden hacerse en cualquier momento, y los resultados son incontrovertibles e inmediatos. Véase Brasil para comprender las ventajas de un método como este: las elecciones están resueltas en una y no hay mayor margen para reclamar fraude o cosa por el estilo.
Sin embargo, el contexto no ayuda. La decisión de no difundir con tiempo y masivamente el sistema puede ser causa de colas y confusiones que se pueden confundir con fraude si se tiene mala voluntad. La precariedad de nuestros partidos políticos hace avizorar reclamos absurdos en donde la falta de información sea interpretada jurídicamente como mala intención. La ciudadanía, enfrentada a un método distinto, bien puede reaccionar negativamente.
Todo cambio tecnológico trae complicaciones, pero al mismo tiempo implica nuevas posibilidades. Si los resultados del uso de este método de votación son óptimos y tenemos claridad sobre las preferencias electorales rápidamente, las incomodidades de una larga cola pueden ser perdonadas. Si las elecciones no tienen mayores controversias o si no se siembra la noción que hay una mano negra detrás de las decisiones de los organismos electorales, entonces no hay por qué asumir que esto no será confiable. Si se le explica a la gente que es un método fácil y veloz, y que si en Brasil y Venezuela las masas pueden, aquí también podremos (además el método local es más simple que el brasileño), entonces todos estaremos contentos.
Como está claro, nada es así esta vez: ni los organismos electorales, ni el proceso, ni los candidatos, ofrecen ese tipo de confianza. Añadamos la tradición de una ciudadanía despistada y que suele quejarse de todo y convertir todo en conspiración, y delante nuestro puede suceder un desastre más. La ONPE tiene la obligación de bombardear a la ciudadanía con información, más allá de conferencias de prensa y similares, para evitar que el proceso termine siendo menos confiable de lo que ya es. Ojalá lo hagan, porque es su deber no solo legal, sino moral.

jueves, 10 de marzo de 2016

La urgencia de espacios deliberativos

(publicado originalmente en esahora.pe)

La crisis política causada por la errática combinación de formalismo e informalidad ha provocado que las elecciones se vean profundamente desequilibradas. El resultado es difícil de avizorar, pero sin duda hay consecuencias, y una de ellas es el grado de agresividad particularmente agudo que se puede constatar en los intercambios en las “redes”, como se suele llamar a medios sociales como Facebook.
La comprobación más evidente de todo este caos es lo poco que sirven estos medios sociales para fomentar el diálogo. Usados con inteligencia por la campaña de TPP / Guzmán, y con cierta parsimonia alternada con precisión discursiva por la campaña de Alfredo Barnechea, sin duda han sido útiles electoralmente. Han captado a electores que buscaban algo distinto, y han permitido que se encuentren las distintas voces que necesitaban afirmar una mirada propia. El refuerzo positivo que se explicita cuando una persona comenta de manera favorable una intervención particularmente lograda de un candidato, permite que otras encuentren argumentos favorables y sobre todo, un espacio de coincidencia que no necesariamente es evidente en el mundo de las interacciones presenciales.
Pero al lado de esto, abundan los ejercicios de agresión, de afirmación de creencias expresadas de manera tosca o prejuiciosa, y sobre todo, impacta la generosa cantidad de respuestas que, sin importar que sean genuinas o simplemente repetición de mensajes preparados por otros, solo expresan desagrados sin argumento alguno: arietes contra la posibilidad de abandonar ciertas ortodoxias. Lo virtual resulta siendo completamente opuesto a la persuasión y sobre todo, a la deliberación.
El contrapeso debería yacer en los medios masivos, dirigidos a la colectividad y no al grupo de interés. Lamentablemente, el rol de la televisión y la radio ha sido desvirtuado, dejando el control de las ondas a intereses que además se esconden tras pretensiones de libertad, para simplemente afirmar sus propios prejuicios. La falta de objetividad se convierte en juegos de rating y búsquedas de aplausos de una tribuna parecida a la que existe en Facebook.
La lección más fuerte es que así como se puede usar bien espacios como Facebook para articular intereses específicos, necesitamos que los medios masivos sirvan para expresar todas las voces, y para lograr la deliberación que será imposible sin los viejos espacios previos a la masividad mediática, o contemporáneos. Mejores medios, que sigan el interés público, es lo que necesita una democracia, sobre todo si es precaria como la nuestra. Otro pendiente para esta república tan frágil.