lunes, 12 de mayo de 2014

Asuntos internos: la reelección de Marcial Rubio

Hasta hace tres semanas, el panorama electoral en la PUCP era bien confuso. Existían cuatro candidaturas, dos bastante claras, una más discreta y una última, casi clandestina. Marcial Blondet, lanzado en julio de 2013, y Eduardo Ismodes, lanzado en octubre del año pasado, habían manifestado su interés con claridad, y hasta cierto punto planteaban posiciones bastante nítidas sobre los problemas de la universidad. Pepi Patrón no se había lanzado formalmente pero sí era sabido públicamente que lo iba a hacer. Efraín González de Olarte, más allá de un episodio confuso en una cuenta personal de Facebook, se mantenía bastante menos efusivo en su interés electoral.

Todo esto cambió cuando el Vaticano envió comunicación de la creación de una comisión para lograr una solución "consensual y definitiva" al conflicto entre la PUCP y la jerarquía de la iglesia católica. Por los backchannels, y por el tenor de la comunicación, quedaban claras dos cosas: el Vaticano prefería seguir negociando con el actual rector, y la comisión, compuesta por arzobispos que no trabajn en la curia vaticana, venía en lo más cercano a son de paz que se podría esperar de una institución conservadora y finalmente vertical, como es la iglesia católica.

Esto alteró completamente la dinámica de la elección rectoral, de por sí algo desacomodada por la amenaza de la ley Mora. Subitamente era posible que la elección ocurriera durante un proceso complejo de negociación, y que el nuevo rector tuviera que lidiar con un asunto mucho más serio que la continua conflictividad con el Vaticano y con el arzobispo de Lima.

No sé de quién salió la idea específica de la reelección esta vez. Ciertamente varios profesores le pidieron a Marcial Rubio que continuara hace varios meses y él se negó. Esta vez la idea que surgió tuvo una forma más específica: reelección del equipo completo con la meta clara de negociar con la comisión vaticana, y luego que esta meta se haya logrado, renuncia del equipo rectoral, convocatoria a nuevas elecciones en las que no participará el actual rector, y una nueva etapa para la PUCP. Evidentemente habrá algunos baches: la negociación traerá demandas eclesiales que harán la vida algo difícil a los candidatos a rector, puesto que el Vaticano continua sosteniendo, de manera indirecta, que es el arzobispo local con quien se debe tener la primera relación, mientras que la PUCP preferiría entenderse con la burocracia vaticana. Entre otras cosas.

En este contexto, la solución planteada no me parece mala. Personalmente soy partidario de incendiar la pradera y llevar el conflicto al máximo, hasta que quede claro que la PUCP no es ni puede ser una universidad sometida a la voluntad del Vaticano. No es una cuestión de fe, sino de poder: para las distintas partes de la iglesia, no solo para la curia o el arzobispo, la PUCP es una ficha en un juego de poder mucho mayor, por el control de la iglesia católica. Eso me parece una mala idea que nos expone, y expone al país, a perder una universidad decente a cambio de un pleito al interior de una comunidad religiosa que no parece ser capaz de solucionarlos a su interior. Somos una especie de Vietnam, donde la guerra fría se realiza por proxy.

Pero estos meses han confirmado una impresión que siempre he tenido: el espíritu de la casa es ligeramente conservador y bastante poco dispuesto a grandes broncas. Para muchos, en muchas tonalidades y niveles, la idea de obediencia a la iglesia está engranada en la noción de "católica" y "pontificia"; para otros, es simplemente una extensión de su manera de ser católicos el trabajar en una universidad tal, y la idea de dejar de serlo les repugna. Para otros, finalmente, el conflicto les resulta intolerable en sí mismo. En otras palabras, para la mayoría de los profesores de la PUCP la prioridad es llegar a un acuerdo con la iglesia católica que nos deje en paz y libertad para hacer lo que cada quien quiere.

¿Es posible llegar a este acuerdo? Complicado, pero sin duda no hay mejor coyuntura que la actual. Esta comisión ha sido creada para sacar el pleito de la curia y del arzobispado limeño; está compuesta por arzobispos de confianza del papa, que además son aceptablemente abiertos a la realidad institucional de la PUCP; además el mismo papa tiene una historia larga de desconfianza cuando no pleito con el actual arzobispo de Lima. En suma, mejor que esto en los tiempos previsibles a futuro, casi imposible.

Por otro lado, Marcial Rubio podrá no ser el mejor comunicador, y sin duda ha cometido errores tácticos importantes, pero sí tiene las cosas lo suficientemente claras como para que podamos esperar una conducción en donde la cuestión de la autonomía no sea sometida a otras consideraciones. No creo que la solución sea perfecta, pero es posible lograr una solución aceptable, asumiendo que aquellos que como yo, que preferiríamos una universidad laica, aceptemos también que la realidad de esta universidad jamás lo fue tal, y que siempre ha cargado con el hecho de ser pontificia y católica, y que la mayoría de sus profesores no están interesados en dejar de serlo. Visto así, la solución perfecta para los radicales no es la solución perfecta para la institución.

La candidatura de Marcial fue discutida el viernes 2 de mayo en una asamblea universitaria informativa; en ella los candidatos a rector, según tengo entendido, aceptaron la premisa de la reelección, con lo que dejaron sus candidaturas suspendidas. El lunes 5 de mayo, por la noche, recibí una carta de Eduardo Ismodes anunciando que se lanzaría de todas formas a la elección, y que de ser elegido rector designaría una comisión, encabezada por Marcial Rubio, para que negocie con la iglesia.

La candidatura de Eduardo Ismodes ha tenido, desde el inicio, dos grandes problemas: el primero es que Ismodes optó, hace rato ya, por ponerse al medio del conflicto: ni a favor de la posición oficial PUCP ni por la iglesia, pero proponiendo una suerte de blandura argumental, que en el fondo aceptaba que la autonomía y la obediencia son valores comparables. Se ha rodeado de personas más bien conservadoras y en general su posición es de negociación sometida antes que independiente. Creo que salvo anteojeras ideológicas, no hay forma de enfrentar la posición del arzobispo de Lima sin un profundo desagrado por su naturaleza reaccionaria, su falsa piedad y su desprecio por las instituciones republicanas que se supone gobiernan a una universidad como la PUCP. Por ello, elegir a un rector que no asuma que el ciudadano Cipriani debe ser entendido como una amenaza para el futuro de la PUCP sería un grave error.

Además, está el asunto de qué es lo que haría una vez superado el pleito mayor. Aunque aprecio a Eduardo luego de décadas de conocernos, no puedo dejar de lado que su desempeño en distintos puestos institucionales ha tenido una marcha poco destacada, y que en general sus ideas y planteamientos parecen demasiado light para una institución con intención de ser relevante internacionalmente. Su debilidad por modas y frases hechas, su misma carrera académica, que es bastante pobre, su afición por proponer metas que no tienen mayor sustento, me hacen pensar que un rectorado suyo sería mucho menos favorable para la marcha institucional que el de otros candidatos.

Creo entonces que la única manera sana de enfrentar los años que vienen es terminar de una buena vez con este conflicto agotador y completamente absorbente, sacando del camino a una figura tan despreciable como el ciudadano Cipriani; luego habrá ocasión de enfrentar las urgentes necesidades de reorganización institucional, el mejoramiento de los procesos administrativos y la planificación más ordenada de la gestión, así como los problemas concretos que van desde la calidad de los servicios hasta la falta de claridad en algunas decisiones.

En un año, más o menos, podremos debatir el futuro; por ahora, la urgencia es liberarnos del pasado. Por eso, en este caso, creo que el camino más sensato, incluso para los que creemos en una PUCP laica, resulta siendo apoyar la reelección de Marcial Rubio