martes, 20 de marzo de 2012

Lo que debo ser no es lo que puedo ser

El artículo anterior de esta columna ocasional planteó una pregunta aparente que en realidad buscaba motivar otra conversación: los riesgos de desarrollar políticas de identidad étnico/cultural en el Perú. A partir de la consulta previa, diseñada en realidades políticas muy distintas a la peruana, la preocupación era que estábamos cayendo en el error de confundir la identidad colectiva de los tiempos contemporáneos, que es fluida, dinámica y sobre todo parcial en relación a las identidades personales, con una comunidad política.

Sin embargo, la pregunta por el qué somos sigue siendo inmensa. Las discusiones de décadas pasadas se planteaban la ausencia de una nación peruana, dada la historia de quiebres, rupturas, violencias colectivas y sobre todo exclusiones sistemáticas, pero es significativo que lo indígena desapareciera por decreto de la discusión nacional a partir del gobierno de Juan Velasco Alvarado, cuando todos comenzamos a ser peruanos y los indios se convirtieron en campesinos. A esto se aunó la política desde la izquierda, que incluso en sus variantes más “ruralistas” no quería lidiar con factores culturales como lo indígena, y optó por dedicarse a movilizar a los campesinos.

Hoy en día, una de las creaciones de aquellos tiempos, la Confederación Campesina del Perú, se autodenomina como organización indígena; sin duda es parte de la reaparición de esa noción en la discusión pública, que podría ubicarse en el gobierno de Alejandro Toledo, cuando explícitamente se apela a la categoría para encaminar acciones estatales concretas. Acontecimientos como la matanza de Bagua pusieron el término al centro, para el uso cavernario de aquellos que identificaban a los indígenas como criminales naturales, o justificatorio, para los que intentaron explicar lo ocurrido mediante categorías antropológicas.

Sin embargo, la apelación a lo indígena tiene como elemento más llamativo no tanto la falta de discusión sobre lo que significa, sino la incorporación de la dimensión política como una cuestión natural. Los indígenas parecen tener una agenda propia, aunque esto resulta evidentemente falso por los conflictos entre los distintos grupos que se reclaman representativos de distintos grupos indígenas; lo indígena ha sido usado como pretexto para reclamos desbordados cuando no ridículos, como el del anterior presidente regional de Puno Hernán Fuentes, auto declarándose estado federal.

En los países en donde lo indígena es una categoría política propia, esto ha ocurrido porque se ha asumido a las naciones indígenas como algo que va más allá de la política reivindicativa, para articularse como agentes diferenciados del estado nación establecido alrededor de ellas, como en Estados Unidos y Canadá, o como reconocimiento cultural bajo una política de “e pluribus unum”, como en Aotearoa (Nueva Zelanda para los occidentalizados). Como en todos los casos, las identidades que han adquirido categoría política han pasado por un proceso de decantamiento y de “invención” en el sentido que usa Benedict Anderson, y por lo tanto no son puras, sino construidas a partir de sus propias intenciones pero también de las expectativas sobre la acción política que les espera. A la larga, la pertenencia a una categoría identitaria es una construcción personal, anclada en una construcción colectiva, finalmente unida relacionalmente con una estructura política.

¿Cómo queda esta cuestión en el Perú? Quizá tendríamos que comenzar por considerar cómo se alimentan las identidades individuales en los distintos contextos, desde lo más urbano hasta lo más rural. Ciertamente, hay comunidades que por aislamiento y singularidad cultural son indígenas en un sentido pre-moderno; también hay elementos culturales de origen pre-colombino, mezclados con muchas otras cosas, que persisten en otras comunidades. Finalmente, hay esta mezcla confusa que llamamos peruanidad y que ocurre de tantas maneras diversas en las zonas urbanas del país.

Lo mediático es uno de esos elementos complejos que han colaborado, y mucho, para confundir los ámbitos de la identidad personal, que ahora resulta una creación antes que algo dado, algo en lo que nacemos. El consumo televisivo, radial, y de medios de Internet, es una manera clara de alimentar expectativas de consumo, como también de educarnos o al menos informarnos; pero también es un vector de elementos identitarios, los que son procesados y asimilados de maneras muy distintas por distintas personas en distintos contextos. El resultado es que junto con aquello que nos define colectivamente como miembros de una comunidad, también tenemos otras fuentes de identidad que nos permiten auto adscribirnos a otras comunidades, y en ese proceso, redefinirnos como personas en relación a nuestros pares.

Múltiples trabajos demuestran esta relación dinámica entre la identidad y el consumo cultural. Desde el seminal estudio de Huber (1) en 2002, pasando por las tesis de licenciatura de Correa (2), Olivera (3) o Giraldo (4), es fácil ver cómo el consumo mediático es una demanda de los jóvenes de múltiples estratos sociales y situaciones culturales, y cómo la realidad de lo que es “ser” miembro de una comunidad está en conflicto con los gustos y patrones de consumo de origen externo, y particularmente global.

Entonces, la identidad, sea individual o colectiva, nos define porque la podemos definir. Sin duda el privilegio de aquellos habitantes urbanos con más recursos económicos es explorar rutas identitarias con más libertad, tiempo y variedad que aquellas al alcance de quienes por limitaciones varias cuentan con menos opciones. Pero no quiere decir que no haya exploración.

Apresurarnos a definir la identidad colectiva sin considerar estos procesos personales, es peligroso para un país políticamente inestable como el Perú. Parte de nuestros problemas de gobernabilidad yacen en la diversidad extrema, no solo cultural, sino de intereses, que separan las regiones del país. Aunque la idea de un gran frente indígena que unifique y consolide las demandas de un sector importante del país parece interesante, la realidad es que sería una unión más artificial, anclada en agendas que seguirán siendo dispersas bajo la apariencia de coherencia étnico/cultural. Este proceso de diversificación a través del consumo no va a detenerse, como tampoco lo va a ser la demanda por más recursos o más autonomía local. Forzar categorías culturales en la política, probablemente solo complicará más las cosas.


Publicado originalmente en Noticias SER, 7/3/12

Notas:

1) Ludwig Huber, Consumo y cultural en el mundo globalizado, estudios de caso en los Andes. Lima: IEP, 2002. Disponible en http://lanic.utexas.edu/project/laoap/iep/ddtlibro33.pdf entre otros sitios.
2) Norma Correa, Asháninka online: ¿nuevas tecnologías, nuevas identidades, nuevos liderazgos? una aproximación antropológica a la relación de la comunidad indígena Asháninka Marankiari Bajo con las tecnologías de información y comunicación. Tesis de licenciatura de antropología, PUCP, 2005.
3) María Paz Olivera, Usos y perspectivas de los niños respecto a las laptops XO, del programa Una Laptop por Niño. Tesis de licenciatura en comunicación para el desarrolo, PUCP 2011.
4) Ximena Giraldo, La influencia del consumo de Internet en la comunicación entre adolescentes y padres en zonas rurales: el caso de IE 50499 Justo Barrionuevo Alvarez en Oropesa, Cuzco. Tesis de licenciatura en comunicación para el desarrollo, PUCP 2012.

lunes, 12 de marzo de 2012

Wikileaks:

(republico un artículo para ideele de febrero de 2011)

En su libro del 2009 Texting, the Gr8 Deb8, David Crystal se divierte demostrando que la gran mayoría de prácticas y estilos que se usan en el texteo o envío de mensajes de textos por teléfonos móviles no es más que la reutilización de formas de escritura que tienen tantos años como la escritura misma. Los griegos usaban abreviaturas comparables a nuestros “omg”, “wtf” o “lol”. Nos escandalizamos, sorprendemos o entusiasmamos con estas prácticas según nuestra particular manera de ver el mundo, y según nuestra particular pérdida de perspectiva sobre la historia de la cultura y la escritura.

Algo parecido ocurre con Wikileaks. Sin negar que hay diferencias de escala tanto en el alcance de las fugas como en la cantidad de material disponible, ni las filtraciones de documentos secretos son novedad (pensemos en los Pentagon Papers) ni tampoco nuevas en lo digital (pensemos en Cryptome, que tiene más de 10 años haciendo esto). La diferencia de fondo es la intención clara de crear un discurso político alrededor de la actividad de Wikileaks, que además coincide con un resurgimiento de las actitudes más conservadoras en la política de los Estados Unidos como para hacer un estilo de opuestos casi perfecto.

Wikileaks enarbola una posición que podríamos llamar hackerismo ultra. La posición de los hackers, los especialistas en informática que están tras movimientos como el FLOSS y la lucha contra el exceso en las leyes de derechos de autor, suele resumirse en el dictum “la información quiere ser libre”. Dadas las condiciones técnicas indispensables, la información puede estar a disposición de cualquier persona medianamente entrenada, y por ello debería estarlo. Aunada a una posición libertaria que asume que los Estados buscan opacidad para negar libertades individuales, los hackers normalmente luchan por la mayor transparencia, desde el código informático libre hasta la información gubernamental libre. Wikileaks lleva esta posición a ultranza y además asume una actitud relativamente común en los extremismos: pureza, absoluta e indiscutible certeza moral. Lo que hacen está no solo bien, sino que es indispensable para el bien común; y oponerse está mal.

Podemos estar de acuerdo o no con los fines y propósitos de Wikileaks, pero el resultado puede ser positivo como no. Varias revelaciones de esta organización han sido positivas, otras no tanto, otras son fundamentalmente banales. Lo más significativo es el discurso público, que ha convertido a Wikileaks en un actor esencial en la búsqueda de transparencia y en la defensa de libertades, con la cuota de ambigüedad o generalidad política que permite lecturas desde cualquier ángulo. Digamos que, sin importar el propósito final de Wikileaks, su posición es lo suficientemente útil para otros discursos como para que sea acogida con mucho entusiasmo: los periodistas que se postulan como defensores de la verdad pueden verse reflejados en la actitud desenfadada y contestataria de Wikileaks; los libertarios puros la ven como una ruta clara hacia sus ideales; los izquierdistas irredentos contemplan un arma potencial más en el avance hacia la destrucción del capitalismo bajo sus propias contradicciones.

Frente a esto, el Estado se ve agredido, porque si bien las revelaciones no llegan a una escala de cataclismo político, sí afectan la integridad de la función estatal. Digamos que el privilegio del secreto, en sus distintas escalas, es casi irrenunciable para un Estado moderno. Digamos también que este secreto, casi una derivación conceptual del principio del monopolio de la fuerza, es efectivamente central a la marcha de ciertas actividades estatales, si bien para otras puede ser contraproducente: un diplomático negociando un tratado necesita ser franco y directo, sin miedo a ser despedido por su opinión poco, precisamente, diplomática; un congresista que se encierra clandestinamente con cabilderos está influyendo oscuramente en esa misma negociación. Pero precisamente por esa noción de integridad, al Estado le gusta que no le digan desde afuera qué debe y qué no debe revelar. Peor todavía cuando la revelación es decidida unilateralmente por un grupo de personas que ni siquiera son ciudadanos del Estado-Nación al que afecta esta transparencia.

La Internet existe en parte por este sistema global, que ha permitido que invenciones de origen local se distribuyan por todo el mundo, a través de la acción de conglomerados de telecomunicaciones, mediáticos e informáticos. Wikileaks, como también Avaaz, o antes Greenpeace, entre otros, aprovecha esta infraestructura para proponernoEntonces, Wikileaks nos muestra un escenario fascinante: en un mundo todavía organizado por Estados-Nación, pero cada vez más articulado alrededor de sofisticadas redes económicas, sociales y simbólicas, bajo el control de actores transnacionales, aparece un conjunto de personas altamente conectadas que traslada un ideario al accionar público, y lo ejecuta a escala global. Si bien sabemos que hay un sistema global de comercio, de finanzas, de intercambios en general, este sistema normalmente existe porque los Estados-Nación le dan su anuencia y permiten que funcione: en efecto, ceden su soberanía en aras de un sistema que trae, supuestamente, mayores beneficios que los que un Estado-Nación puede proveer.

Wikileaks no cambiará el mundo, pero sí lo hará mucho más entretenido.

jueves, 8 de marzo de 2012

La red y el medio: el estatus conceptual de Facebook

(esta es la primera de dos notas que nunca terminé el 2011, y que ahora termino un poco corriendo. Igual creo que puede ser útil para muchos).

El auge de Facebook ha cambiado la relación entre los medios y las redes, hasta convertir a las redes en el centro de la acción. Claro, el problema es que a veces confundimos lo que es con lo que llamamos de una manera dada, y mezclamos conceptos.

Facebook es el más exitoso caso de un medio social: como no es ni interpersonal ni masivo, y funciona bajo la Internet, es un nuevo medio; como no depende para existir de los contenidos creados por un proveedor, sino de aquello que los usuarios mismos construyen a través de sus interacciones, es social. Por ello, medio social.

La imagen de un usuario de Facebook sin amigos en el mundo real es clara: no tendría nada en su muro, y daría un poco de pena. Pero uno puede asumir que la razón por la que alguien se crea una cuenta en Facebook es porque tiene amigos, o familia, o colegas. En otras, sociológicas palabras, participa de redes sociales, y tiene capital social: se relacion con personas en contextos socialmente claros y puede recurrir a estas redes para enfrentar problemas y aprovechar oportunidades.

La socialización, en todas sus formas, es el proceso de adquisición de redes sociales y de las reglas de comportamiento y reconocimiento que estas redes producen. Nadie trata a un pata de barrio como a un colega o a un tío; el rol que uno juega en una red produce el tipo de comportamiento en cada red.

Lo que hace a Facebook rico es la facilidad con la que permite el intercambio, la parte de interconexión social. A diferencia de los Sitios de Redes Sociales previos, como Hi5, el énfasis no es la expresión personal, como el mantenimiento de relaciones a través de la expresión orientada al intercambio: el taggeo de fotos es una manera de conectarse con terceros, entre otros. La cultura del comentario es una característica especialmente gratis de Facebook, que promueve el intercambio de señales de reconocimiento interpersonal, y por lo tanto hace posible que nuestros muros se enriquezcan con los contenidos que otros ponen y los comentarios que otros ponen a nuestros contenidos. Consumimos FB llenándolo de nosotros: poniendo lo que hacemos, lo que queremos y lo que gustamos para que todos lo vean. Al hacerlo, motivamos a más gente a pasar su vida digital al interior de FB, y enriquecemos al señor Zuckerberg. La paradoja mayor: el consumo como expresión, que no ha sido inventado ahora, pero sí llevado a una maravilloso apogeo, cuando los 800.000 usuarios de Facebook volcamos la vida en sus servidores.

Claro está, hay un gran problema: la vida real no está en una sola red, como sí lo está Facebook. Bajo la etiqueta de "amigo" metemos en FB a perro, pericote y pariente, y a veces las redes sociales se entremezclan en la "red social". Lo que pasa es que la simplicidad del medio confunde y hace que mezclemos las relaciones al definirlas al interior del medio, sin imaginación y sin considerar lo que realmente son.

Por eso la terminología ayuda y debe respetarse: Facebook no es una red social, es un medio social. Mientras mejor reflejemos, mediante listas, permisos y prohibiciones, las redes sociales en las que participamos, en el medio social que consumimos llenándolo de contenido, mejor sabremos cómo aprovechar sus posibilidades de comunicación.
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