Los maestros son partícipes de los procesos políticos, y como tales tienen qué ganar y qué perder con el proyecto OLPC. Pueden perder mucho, y ganar casi nada, si un proyecto semejante se implementa en sus países. Quizá logren cambiar el énfasis del proyecto, de centrado en el estudiante a centrado en el aula o el mismo profesor, o incluso detenerlo por completo. En el Perú, se ha aceptado que hay que incorporarlos, a través de un programa que me parece es parcial pero bien intencionado, como el de Computadoras para el Maestro del Siglo XXI. En el caso uruguayo, el presidente Tabaré Vásquez ha presentado su idea de lo que será, al decir que "los niños de una misma escuela desde su casa para hacer las tareas que mande la maestra van a poder trabajar en red", es decir que el papel del docente continuará pero la computadora se usará para simplificar el proceso.
En el caso peruano, donde la Internet tiene una función secundaria en el diseño de la implementación, quizá las cosas no funcionen así. Si se insiste mucho en la noción de "libertad para autoaprender", los profesores pueden oponerse por razones siquiera aparentemente pedagógicas, encontrando en los padres de familia aliados de primera.
Educados bajo la consigna de "educación es progreso", y esperanzados en la ayuda para la vida doméstica que significan las actividades estructuradas y los ambientes controlados, la idea de "déjenlos descubrir" puede sonar desconcertante o directamente absurda. Si bien los resultados que se presentan como posibles serían maravillosos, siguen siendo solo potenciales resultados, y el proceso para llegar a ellos bien puede ser visto como una espectacular pérdida de tiempo: que los chicos hablen con otros todo el día, programando o simplemente conversando, sin aprender cosas " de verdad" como álgebra, historia, literatura o quizá hasta religión, carpintería o reparación de autos: cosas concretas, palpables.
Si a esto unimos politiquería confrontacional, escuelas a cargo de burocracias insensibles en un vasto sistema despersonalizado, una nueva alianza podría aparecer. No será suficiente para detener la implementación nacional de la XO-1, pero podría sí cuestionarla radicalmente, retirando el apoyo público y político y causando problemas dentro de los grupos políticos tras el proyecto. La XO puede terminar siendo un peso que impida que otras iniciativas tomen vuelo, por lo que se la abandonaría a su propia suerte, o se lo cambiaría en algo más manejable pero completamente distinto a lo que se buscaba.
Ciertamente, este es un escenario extremo. Probablemente lo que ocurra sea algo al medio, un estado permanente de programas piloto que proteja a todos los involucrados. Todos tendrán las espaldas cubiertas, y los políticos podrán seguir reclamando que luchan por el "progreso", sea esto lo que sea, y los intereses atrincherados de los involucrados seguirán a salvo. Los promotores de la XO podrán echarle la culpa del fracaso a aquellos que se opusieron. No lo será. La ingenuidad o el hubris serán los culpables, según el cristal con el que se mire.
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