Como parte de la Semana de la XO-1
La inclusión social ha estado en el primer plano de las reflexiones sobre ICT4D (tecnología de información y comunicación para el desarrollo). Las ventajas de usar computadoras y la Internet como mecanismos para lograr que los gobiernos e instituciones estén más cerca de los ciudadanos, y para efectuar el potencial de acción colectiva de los consumidores, son factores significativos a la hora de proponer invertir en tecnología.
Pero la inclusión social implica también algún grado de socialización. Incluir todas las demandas de los ciudadanos que no han podido (o no se les ha permitido) ejercer sus derechos fragmenta la discusión, como lo vemos cotidianamente en el Perú, y por lo tanto requiere reconocer que formamos parte de una polity, una colectividad que coincide en la política porque colectivamente tiene más que ganar juntos que disparandose cada uno por su lado.
La socialización de los futuros ciudadanos debe pues reconocer la pertenencia de todos en el colectivo, aparte de la individualidad que cada quien puede ejercer. Una coincidencia en relatos comunes, en una historia colectiva y en una imaginación de futuro compartido es esencial para que una sociedad funcione como tal; Latinoamérica ha sido históricamente una región donde la exclusión del "otro" ha sido el primer paso de la creación de estados orientados a favorecer a algunos.
Desde finales del siglo XIX, el más poderoso mecanismo de socialización ha sido el sistema escolar. En países como el nuestro, con situaciones cuando menos confusas respecto al rol de lo étnico, la cultura y la clase, y con limitaciones estructurales para la movilidad social, la escuela es el único soporte significativo de la "comunidad imaginada", como la llama Benedict Anderson.
Sin embargo, este método tiene sus inconvenientes. Uno de los más significativos es la creación de "grandes narrativas" todopoderosas, que cubren cada aspecto de la historia, las relaciones sociales, y las posibilidades de desarrollo económico, de tal forma que la experiencia colectiva de pertenecer a la sociedad peruana se configura hacia una noción idealizada, prefijada desde intereses concretos, dominantes, de lo que sería la nación y del rol que cada quién debería cumplir en la nación. Para alcanzar esta comprensión, es necesario crear un sistema más bien vertical, poco propicio a la crítica y a las visiones alternativas. Este discurso nacional prevalente está en la misma fuente de la escolaridad, y lo informa con juramentos a la bandera, desfiles cívicos, feriados, fiestas costumbristas y próceres nacionales, además de información.
Esta estructura aplastante tiene virtudes y defectos. Pero depende de, entre otros elementos, un principio de autoridad: hay una versión oficial, una versión válida de lo que es ser peruano. El conocimiento de esta versión es lo que da autoridad al profesor, por ejemplo; cuestionar este edificio implica proponer que existen más versiones. Pero optar por un modelo centrado en el estudiante, donde el profesor es un facilitador de sus descubrimientos, bien puede terminar creando condiciones para que se cree un enorme vacío, al desaparecer la noción misma de autoridad a partir de primeros principios incuestionables.
Que las visiones monolíticas sean malas no quiere decir que podamos prescindir de alguna visión común; su construcción es tarea de los ciudadanos, pero quizá sea muy audaz o ingenuo esperar que los niños lo hagan solos, apoyándose en la tecnología para comunicarse entre sí. La escuela debe seguir siendo un espacio de socialización, menos rígido sin duda, más democrático innegable, pero para ello necesita contar con narrativas en que apoyarse.
¿Exactamente cómo se diseminarán estas nociones de pasado, presente y futuro? ¿Cómo se las discutirá, aprenderá y aceptará? ¿Habría que ignorar estas cuestiones cuando se opta por una educación libre de ataduras y orientada completamente al autodescubrimiento? Si aceptamos que incluso en el mejor de los escenarios, la gran mayoría de estudiantes no usaran la capacidad de conexión con otros para crear grandes narrativas, sino para el disfrute personal, entonces podemos tener el problema de contar con una escuela que no socializa y al no hacerlo, no nos provee de la principal fuente de ciudadanía y cohesión social con la que tradicionalmente hemos contado. Dado que los escolares tienden a ver las sugerencias de la cultura pop y del consumismo con una pasión singular, la masa crítica necesaria para desarrollar estas grandes narrativas puede no ocurrir nunca.
Aunque la prioridad no es la conexión a la Internet, igualmente esta ocurrirá, sino mediante las XO-1, por otros medios. De ser así, es altamente posible que un número enorme de chicos conectados mediante la Internet usaran el tiempo intercambiando trivialidades y casi nada más, sin ignorar la pequeña minoría de motivados que tratarán de discutir los temas más "profundos". Si a esto le unimos la pérdida de percepción de comunidad que traerá la ausencia de grandes narrativas, que para bien o mal ha sido el rol de las escuelas, tenemos un escenario complejo, que habría que estudiar con cuidado.
Este post fue publicado originalmente en OLPC News, el muy buen sitio de Wayan Vota.
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