jueves, 21 de febrero de 2008

El Valle de las Delicias


Hace mucho, mucho tiempo, una región de singular belleza recibió el mítico nombre de una isla de amazonas por ser un paraíso terrenal. Mucho tiempo después, pero unos cien años antes del tiempo que corre, un valle fértil, sano y fácil para la vida, ubicado al centro (mal llamado norte) de esta región fue considerado digno de ser llamado "de las delicias del corazón".

Avancemos a cuarenta años atrás, más o menos, de nuestros días. Este valle, que no es realmente un valle geográfico, ya no es fundamentalmente agrícola, sino que ha servido de hogar para inventores de todo tipo, innovadores tecnológicos y apasionados de lo nuevo. La reunión de universidades, militares, capitalistas y curiosos, aunados a un clima fantástico, a la cercanía de una ciudad maravillosa, y a las playas, bosques, desiertos y cumbres cercanas, hicieron que, sin abandonar las manzanas feraces o las alcachofas inmensas, el valle fuese conocido no por lo que producía, sino por lo que algunos usaban, lejos de ahí, para materializar las creaciones que harían la riqueza de muchos, y la alegría de muchos más.

Bienvenidos al Valle del Silicio.

No sé cómo se le llama a un lugar que no existe pero que tiene presencia material, geográfica. El Valle del Silicio es un estado de ánimo, creado a partir de pedazos de un valle real (el de Santa Clara), pero con playas y bahías (Santa Cruz y Monterey respectivamente), retazos de la Bahía, así con mayúsculas (la de San Francisco), e ignorando los pedacitos que no le interesan, como el exceso de agricultura, los migrantes no tecnológicos, las partes de hedonismo equivocado. En su sobrecarga capitalista pero con responsabilidad social corporativa, en su clima mediterráneo, predecible y sin la personalidad del sur (Los Angeles o San Diego) o de la Bahía (San Francisco), en su agricultura pedestre pero no menos generosa, pero nada sexy (para eso está Napa, al otro lado de la Bahía), el Valle del Silicio es allí donde viven aquellos que han triunfado, que trabajan en o para Apple, Adobe, AMD, Intel, Cisco, Applied Materials, HP, Google, que participan de la buena vida de carros bellos, casas amplias, surf, skiing, golf y perfección californiana. La revolución tecnológica tiene su sede ahí, pero el radicalismo político se deja para la Bahía, donde San Francisco, Berkeley y Marin County son sus hábitats naturales.

No es que no haya lo "otro". El Valle es también un lugar de pobreza, de inmigración, de escaso financiamiento educativo, de corrupción, de pleitos de parroquia. Pero en realidad todo eso no es el Valle, o en todo caso es el valle de Santa Clara, es San José, es East Palo Alto, es Castroville, es Cupertino (la sede de Apple y la manía de marcar la hora de toda la costa oeste en esa ciudad en cada iPod...): es ahí donde la realidad persiste en empañar el mundo imposible de éxito, de reinvención constante, de brillantez intelectual y belleza personal, de cultura y ciencia, de oportunidades para todos, que es el Valle. Atravesado por el viejo Camino Real, al costado del cual corren las líneas del tren en buena parte, el Valle recuerda un pasado lejano cuando le queda tiempo y donde le sobra espacio: su tarea es el futuro, ese cambiante panorama que nos dio la burbuja de los punto com en los noventa y ahora nos da la confusión de la realidad digital actual.

He tenido la suerte de visitarlo varios veces. He visto sus varias caras, desde la académica hasta la cotidiana. Me gusta, en general, porque es California, con sus virtudes de sol, relajo en el buen sentido, orden gringo, diversidad no forzada, belleza natural y buena vida, de pretensión de ser diferente (de nuevo Apple, que prefiere decir que sus productos son diseñados ahí, no en los meros Estados Unidos); pero también porque no es la complejidad de San Francisco, la pretensión de Los Angeles o la riqueza fuera de control del O.C. El Valle es más simple, porque es en realidad un gigantesco suburbio mezclado con un pueblo, que se superpone constantemente uno a otro.

Es un lugar caro, donde según leí hace poco se necesita ingresos de 150.000 USD al año por familia para poder comprar una casa estándar, con hipoteca de 30 años. Hay trabajo, desde ingeniero o científico en una super compañía o universidad, hasta vendedor o mesero: se puede comer modestamente pero por buen precio en alguno de cientos restaurantes "étnicos" de San José, para luego pelearse con las masas que aturden un mall o ir a comprar electrónica a Fry's, una super cadena que mantiene los precios bajos gracias a vendedores que no saben nada de tecnología (¿para qué? Si el comprador no sabe lo que quiere en el Valle, ¿qué hace ahí?).

San José es la "capital" del Valle, pero ni siquiera esta, la décima ciudad más grande de los Estados Unidos, logra desprenderse de cierto aire provinciano: La enorme comunidad vietnamita, quizá más conservadora que la cubana en Miami, todavía ondea la vieja bandera de Vietnam del Sur y se pelea por el nombre de una calle: ¿Little Saigon, o Saigon Business District? San José tiene cultura cívica, trata de tener deportes, ha creado un festival de arte electrónico anual, financia museos y revive el (mínimo) distrito histórico en su downtown, pero igual, sigue siendo la pariente pobre de San Francisco, y carece de las particularidades de Monterey (sede del TED y de un acuario de nivel mundial). A pocas cuadras de su centro ya es una serie de calles típicas de suburbio norteamericano. Saliendo de San José, el efecto se agudiza, y salvo Stanford, espectacular por ella misma, el resto del Valle y de sus múltiples pueblos no dejan de ser suburbios.

Lo que no quiere decir que no haya belleza o encanto: pueblitos como San Juan Bautista, sacados del siglo XIX; el paraíso playero de Santa Cruz con su museo del surf; el encanto pueblerino de una feria de productores en Campbell, al lado de San Jose; la constatación de la coexistencia pacífica del chino, el español, el inglés y el vietnamita en los avisos de interés público; la incoherencia de un aeropuerto en medio de la ciudad, que hacen que San José tenga aviones encima suyo todo el tiempo; arquitectura interesante, sea moderna, sea antigua ...

No habrá silicio; ni siquiera habrá un valle; habrá WiFi por todas partes pero no es aparentemente una gran urbe tecnológica, sino apenas un suburbio de la era digital. Hay que mirar con cuidado para descubrir el pueblo debajo de la pretendida grandeza urbana. Los encantos evidentes yacen en otros sitios. Pero igual, ese estado de ánimo persiste. Vale la pena conocerlo.

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