Tercera entrega de la Semana del Doctor
En 1999, Doctor Who estaba fuera del aire, y no era claro si volvería algún día a ser filmado. Pero su importancia en el imaginario colectivo británico era lo suficientemente fuerte como para motivar que varios talentos humorísticos se reunieran para preparar un "episodio" para la versión inglesa de la Teletón. El resultado fue The Curse of Fatal Death, nombre absurdo pero no por ello menos adecuado para una parodia que mezcla humor de juegos de palabras, insinuaciones sexuales, escatología y simples bromas tontas. Durante este episodio, Rowan Atkinson, Richard Grant, Jim Broadbent, Hugh Grant y Joanna Lumley interpretan al Doctor. No, no es parte del canon, pero sí del corpus.
La gracia, es obvio, es la sucesión de Doctores que aparecen en menos de 20 minutos, y la explicación para esta sucesión yace en las regeneraciones. Desde 1966, cuando William Hartnell decidió dejar de ser el Doctor, se inventó esta idea que se podía seguir siendo el Doctor en otro cuerpo, con otra personalidad, otra edad, otro estilo de vestirse, siempre y cuando se siguiera siendo británico, varón (salvo Lumley), blanco y más bien excéntrico de apariencia (salvo Christopher Eccleston). Lo demás está disponible para modificar y jugar. Lo que no cambia es la TARDIS, la nave espacial que tras la absurda y constante apariencia de una caseta telefónica policial de la década de 1960, oculta infinitos ambientes y múltiples personalidades. Lo que siempre cambia es la gran cantidad de mujeres que, sin ser pareja del Doctor, lo acompañan en sus viajes en el rol de asistente, damisela en peligro, conciencia moral y ocasionalmente comic relief.
El Doctor es constante, pero cambia: siempre lucha por la justicia, siempre es inteligente, siempre es astuto, siempre es ingenioso. Pero puede ser impaciente, infantil, irritante, incisivo, según el "vehículo" que lo contiene lo es. Tiene otra particularidad: siempre se viste igual, o casi igual. El primer Doctor, un respetable abuelo canoso de imagen eduardiana (por esto, no porque se pareciera a este autor), hace un contraste claro con la absurda bufanda del cuarto Doctor, o con la pasión por el fez del undécimo Doctor, o por la facha de jugador de cricket, con rama de lechuga en la solapa, del quinto Doctor. El único de los Doctores que no llamaría la atención por la calle sería el noveno, vestido con una simple casaca de cuero. Es el más campechano, y el más molesto o amargado.
Esta variedad no tiene coherencia con sus orígenes. En un momento indeterminado, el Doctor original decidió huir de su planeta, Gallifrey, junto con su nieta. Se robó una TARDIS (Time and Relative Dimension In Space, ya sé, el nombre no tiene sentido alguno) y se fue corriendo, huyendo. Andaría por los finales de su octava centuria; el Doctor tiene más de 900 años en la actualidad. Un viajero en la cuarta dimensión del tiempo y el espacio, el Doctor recogía acompañantes cual amante de perros callejeros, y los llevaba a conocer el universo. En el camino se topaba con sus enemigos, y tenía conflictos con sus compatriotas, y ayudaba a la Tierra a enfrentar amenazas. Poco a poco, la historia se fue inflando: acompañantes, rivales, socios locales, el Doctor dejó un rastro en cada regeneración.
Para finales de la década de 1980, los viajes del Doctor comenzaban a gastarse. La serie, originalmente más para niños que otra cosa, fue perdiendo brillo, los guiones se debilitaron y la calidad de la producción quedaba claramente en desventaja. La BBC optó por cerrar el ciclo en 1989, con el sétimo Doctor. La serie estaba agotada, más por cuestiones de estilo narrativo que por la temática o el personaje. Este en realidad seguía siendo good silly, como se ha dicho ya: alguien que precisamente por lo absurdo de su apariencia, de su comportamiento y de su estilo general de hacer las cosas, servía como paladín de la humanidad sin ser parte de ella. Un buen alien.
El término Alien en inglés quiere decir "que no es de aquí". Puede ser extranjero, puede ser extraterrestre, pero también puede ser algo disimil, inconsistente u opuesto a uno. El Doctor es alien, porque es extraterrestre y porque es disimil a e inconsistente con los humanos. Aparenta ser uno de nosotros, pero aparte de una fisiología diferente (dos corazones), y la capacidad de regenerarse y de vivir centurias, percibe la experiencia y el tiempo distinto que nosotros. Su diferencia es racional, cognitiva, pero de alguna forma no nos es alien en lo emocional. No podrá ser esposo feliz, pero en el fondo le gustaría ser "normal"; no puede quedarse en un solo sitio, pero no es su culpa, sino sus circunstancias. El Doctor vive cerca de nosotros porque la unión de lo que es y de lo que se ha visto obligado a vivir lo han vuelto bastante parecido a nosotros. Pero sigue siendo un alien, que no quiere naturalizarse; quiere persistir en su naturaleza al mismo tiempo que rechaza las instituciones y las prácticas que son parte de esa naturaleza.
¿Qué lo lleva a huir, a "estar huyendo todas mis vidas", como enuncia en el trailer de los cincuenta años? Secretos terribles que recién emergen, con el undécimo. El rechazo a su sociedad que proviene de una incompatibilidad todavía
inexplorada. Parece mentira que tras cincuenta años haya todavía cosas
que explorar en un personaje que, finalmente, es ligero, drama de 45
minutos orientado al entretenimiento de género. No estamos ante un
personaje de Dostoievsky, pero tampoco es una caricatura simplona. Es,
como toda la literatura fantástica de buena calidad, un reflejo de
temores y esperanzas de su época proyectados en espacios y tiempos por
inventarse. Es lo que nos gustaría ser si nuestras instituciones,
nuestras prácticas, nuestra forma de vida, no nos llevarán en otra
dirección.
El Doctor de la segunda vuelta cambió. Carga con su Gran Guerra Temporal, pero también con las demandas de la popularidad televisiva: es más joven, más ligero, más orientado a un público distinto donde las pasiones adolescentes se estiran por años, y donde la dedicación de sus fans exige no parece tan alien, o en todo caso ser un alien más acorde con nuestros tiempos. No es un guardián ligeramente lejano si no el chofer designado, que nos cuida en nuestros descuidos. Casi casi nuestro igual. Puede ser brusco o maleducado pero nunca se molesta con nosotros, y sigue siendo británico en sus manías, sus gustos y su apariencia. El aggiornamiento es completo: Inglaterra ya no es un refugio de excentricos que se resisten a cambiar en un mundo sin imperios ni poderío; es el centro cool del planeta, donde todo parece ser cosmopolita y original, pero con sus hilos conductores con el pasado singular de lo inglés como viñetas televisivas. Se toma té pero no se juega el cricket del campo inglés, se viste con Tweed pero tiene facha de hipster. La renovación lo hace universal en su liberalismo europeo: anda con omnisexuales pero prefiere las familias, no respeta la diferencia sino que la tiene incorporada por completo, como el caso de su gran amiga Vastra, una siluriana (reptil de antes de los humanos) casada con una muchacha de clase baja en un matrimonio tan mixto que debe producirle pesadillas a los más conservadores pero que no provoca ni siquiera sorpresa en él. Lo ha vivido todo, lo ha visto, pero sigue queriendo gozarla. Un hombre de su tiempo.
¿Cuánto más durará el Doctor? En algún momento, en el futuro mediato, este hipster metatemporal se agotará como se agotó el reflejo posimperial que apareció en 1963. Quizá se reinvente, quizá le tome un tiempo, quizá quedará como un gran recuerdo que afanosos muchachos bajarán a sus brain drives en cincuenta años, para apreciar ese arte perdido que fue la televisión. Entre nosotros, sus fans, seguirá siendo una proyección espléndida de nuestra imaginación, de la imaginación que quisieramos tener.
Doctor, que tenga larga vida y prosperidad, siempre en una TARDIS eterna en una pantalla cualquiera.
Gif de los Doctores por Javi de Castro, en Crucigramas y Café.
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