Interesante fenómeno: la maldición Nike ha tocado a casi todos los protagonistas de su desbordado comercial, desde Ronaldinho que ni siquiera viajó, hasta Rooney que si bien no terminará viviendo en un trailer, ha sido de una intrascendencia chocante. Quizá Cristiano Ronaldo pueda hacer algo destacado, pero bien puede regresarse a casa este martes; y sin duda jugadores como Coentrao han mostrado muchísimo más por Portugal.
Pero Nike no está sola. Cuando Adidas opta por poner a un jugador retirado hace cuatro años, vemos que han tenido que adaptarse a su falta de estrellas; al mismo tiempo, esta falta de estrellas muestra cómo el futbol mundialista sigue siendo un juego de equipos y que las estrellas hace tiempo que no son lo que eran antes.
Salvo Maradona, ninguna de las grandes estrellas mundialistas ha ganado un Mundial sola. Indiscutiblemente Pelé, Garrincha. Cruyff, Beckenbauer, Puskas, Zidane o Ronaldo marcaron sus equipos y les dieron una identidad muy suyas, pero tampoco se trata de asumir que los triunfos eran "el genio y 10 más", salvo el caso ya dicho de Argentina el 86: los dos grandes fracasos triunfales, el de Hungría el 54 y el de Holanda el 74, fueron encarnados en una figura notable pero se debían a un equipo que jugaba como nadie lo había hecho antes; los triunfos de Brasil o de Francia o Alemania también eran el resultado de una combinación de estrellas jugando como equipo, aplastante y renovador.
Pero claro está, el marketing requiere cracks, que son más simples de vender que el equipo, y que además pueden ser desprendid0s del mismo e internacionalizados, cosa que las hace menos confrontacionales. Esto funciona muy bien cuando no hay referentes nacionales, como lo describe el brillante Richard Williams en su crónica sobre el fin de la generación dorada de Inglaterra: en Japón el 2002, los japoneses en el estadio durante el partido Brasil-Inglaterra tenían casi todos camisetas de Beckham y Owen, dos creaciones del marketing que nunca fueron tan buenos como la maquinaria Adidas / News Corp. / Umbro nos trató de convencer. Hoy por hoy, se puede imaginar que los mismos japoneses serán orgullosos propietarios de camisetas de su selección, con énfasis en Honda, el de los tiros libres impecables.
Finalmente, el futbol es un deporte colectivo y el Mundial es un evento de países. Siquiera indirectamente, miramos a las estrellas como propias cuando son parte de un equipo, y a pesar de las necedades mediáticas, el espectador promedio termina admirando a aquellos que efectivamente hacen posible que un equipo triunfe. ¿Habrá alguien menos mediáticos que un musulmán chato y ojón como Oezil? Pero es imposible no maravillarse de su toque, su habilidad, su sentido casi paranormal de ubicación, y su energía, y a pesar de ser alemán, no cabe sino respetar a este equipo que sin su única estrella mediática, o precisamente gracias a eso, ha sabido jugar bien y bonito. El sábado habrá motivos de sobra para ver el choque entre Argentina y Alemania, y casi ninguno tendrá que ver con el marketing de Adidas.
Y el lógico corolario es que mientras los grandes jugadores no logren funcionar en un gran equipo, poco importará el marketing e incluso el talento. El caso inglés es perfecto ejemplo: buenos jugadores completamente carentes de cualquier sentido de realidad, confiados en sus triunfos reales y supuestos, arropados en la burbuja de ilusiones mediáticas de la Premier League, que cuando se encuentran con rivales que funcionan como equipos se paralizan y fracasan. A pesar de los énfasis mediáticos, el partido de esta mañana no es parte de una gran rivalidad ni será particularmente importante en la historia de los Mundiales: cualquier Italia - Alemania, como en 1970 o en 2006, lo empalidece, para comenzar. Pero eso no le quita que fuera de la insistencia publicataria, lo que Inglaterra no tuvo fue equipo.
Las marcas tienen mucho de donde apoyarse, entre lo cual destaca las ligas nacionales transnacionalizadas como la inglesa. Pero frente al Mundial, la mejor apuesta termina siendo la de Coca Cola: simplemente festejemos la fiesta, los triunfos vengan de quién vengan, y la alegría de un mundo unido tras la pelotita. Eso nos lo ofrece tanto un Nueva Zelandia - Eslovaquia como un Brasil - Argentina. Lo importante es que dos equipos jueguen bien, con pasión y entrega. Lo demás, es pura publicidad.
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