La aprobación por el Congreso de la elección universal de autoridades en las Universidades bajo regimen de claustro aparece como noticia del día, y como comidilla de los universitarios, finalmente los que viviremos con las ventajas o desventajas de esta decisión. ¿Será la solución a los problemas que aquejan a universidades como San Marcos? Poco probable, pero por lo menos permitirá hacerlos más evidentes; sin duda, creará nuevos problemas, lo que no es necesariamente malo.
El sistema actual tiene dos problemas, para el caso de los rectores: no solo saca la responsabilidad del claustro a través de una instancia de representación no muy transparente (la Asamblea Universitaria), sino que además permite que la Asamblea sea elegida, en el peor de los casos, hasta dos años antes de la elección efectiva del nuevo rector, con lo que las componendas se tienen que organizar con mucho tiempo y por lo tanto son más precarias. En el caso de los decanos, el problema es la fórmula, que permite votar por decano a todos los profesores que hayan dictado en una facultad, reduciendo el tercio estudiantil a, en el peor de los casos, el "menos del uno por ciento estudiantil".
Al trasladar la elección a la comunidad íntegra, respetando el principio de tercios (2/3 los docentes ordinarios, 1/3 los estudiantes regulares), se obliga a una discusión abierta de lo que antes era un arreglo a puerta cerrada; o al menos en teoría. Los arreglos pueden seguir ocurriendo, y las manipulaciones pueden tomar formas más explícitas: la corrupción no va a detenerse porque ahora tenga que ser pública, y si no vean a Kouri. Dicho de otra forma: la elección universal es un sistema inherentemente más transparente pero no necesariamente más limpio.
Prueba número 1: ¿realmente creen que los niveles de incapacidad y desgobierno que ha mostrado la actual administración sanmarquina podrían haberse evitado con elección universal? Probablemente habría habido más posibilidades de discutir y de condenar, pero con un manejo hábil de alianzas y prebendas, es posible paralizar un proceso democrático, salvo que haya un árbitro imparcial con respaldo político para mantenerse así. Es altamente posible que esto no sea posible, y también es posible que las universidades se resistan a tener supervisión de cualquier cuño para realizar sus procesos electorales.
Prueba número 2: en la PUCP la elección del rector es medianamente transparente, pero no por ello abierta. Por la estructura y estilo de la universidad, no suele haber mucho interés en contiendas electorales, y el resultado es un conversado. Nada malo ni corrupto, simplemente poca vocación de hacer política dentro de la casa. Esto no tendría que cambiar con una elección universal, puesto que si sigue habiendo un solo candidato, ¿cuánta política habría que hacer?
El riesgo reside en que la vocación de poder de algunos los lleve a ser corruptos abiertamente, y que el conflicto resultante paralice la universidad víctima; algo así como lo que está sucediendo en San Marcos pero antes de la elección, no durante el mandato. Cuánta mejoría es eso, difícil de saberlo.
El lado potencialmente positivo, pero con grandes riesgos: el sinceramiento de varias universidades, que mantienen el status de instituciones de claustro / sin fines de lucro pero que funcionan como tales, y donde los dueños actúan sin la transparencia de un accionariado y con la autoridad de un decano o rector de universidad medieval. Rectores eternos por la manera como han organizado el sistema de poder que tendrían que enfrentar la posibilidad de perder, claro está si se logra organizar algo parecido a oposición y se logra que se la respete; un sistema de elección universal puede ser el método perfecto de amarrarse al poder sin cuestionamiento alguno, como Cuba, Venezuela, Rusia y el Perú de los noventa nos deben recordar.
Lo que lleva a la pregunta de siempre: ¿quién garantiza el sistema? dejar al gato rectoral de despensero o peor aún, usar a la Asamblea Nacional de Rectores, una suerte de super gato, sería fatal; encargárselo al JNE o a la ONPE, una complicación espectacular. ¿Quién entonces? Pues yo tampoco lo sé.
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