Uno puede no coincidir con Beatriz Merino en muchas cosas, pero el informe defensorial sobre el transporte en Lima Metropolitana es un aporte fundamental en muchos niveles. Quisiera destacar que una crítica precisa y central es la completa ausencia de una política de transporte por parte de la administración Castañeda, que se ha limitado a un proyecto, de alcance limitado, como es el Metropolitano, el cual no está siendo llevado con la velocidad debida ni en la magnitud necesaria, mientras se ha dejado por completo de lado la urgencia de organizar el transporte de otra manera.
Esto requeriría algo que el muertito capataz no va a hacer jamás: pelearse con alguien. Los transportistas son un grupo que desde el lamentable endiosamiento que les clavó Hernando de Soto en los ochentas, no ha sido visto como el problema sino como parte de una difusa y finalmente inexistente solución. El punto de fondo continua igual: una ciudad del tamaño de Lima necesita un sistema integrado, racional y público de transporte, no una suma de empresas que compiten sin mayor orden por cubrir de manera poco sensata una urbe cada vez más grande y desordenada. Para siquiera plantear una política de transporte, se necesitaría que el alcalde diga algo elemental: no necesitamos un montón de vehículos compitiendo entre sí, sino un sistema racional de rutas con una cantidad adecuada de unidades pensadas para las rutas y demandas precisas, con precios zonales y sistémicos, probablemente más altos que los que tenemos ahora.
Castañeda ha abandonado el terreno y se limita a hacer "obra" y a enfrentar a medias un pedacito del problema. Si a esto se suma el tono condesciente de su respuesta, o las ridiculeces de sus adlateres, queda claro lo mismo: no hay intención de enfrentar el problema, como tampoco miles otros que son difíciles, incómodos y conflictivos. Más allá de la real ausencia de recursos, más allá de la caótica asignación de responsabilidades, más allá de los treinta años de abandono en la búsqueda de soluciones (desde la creación de Enatru en los setenta nada sistémico se ha intentado, salvo pequeñeces como el boletaje de Barrantes) no hay el coraje para aprovechar el capital político para proponer una Lima mejor. Que también se recuerde que esto debería interesarle al alcalde del Callao, que finalmente por esos designios incomprensibles de nuestra confusa república, tiene mucha más autonomía que la que la realidad metropolitana debería permitirle.
Otra más de alguien que ha mostrado ya ser esencialmente incapaz, por opción propia, para mover una ciudad que merecería un mejor alcalde.
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