sábado, 7 de abril de 2012

Con paciencia y sin temores: una opinión personal sobre el estado del conflicto

Quisiera compartir mi perspectiva sobre la situación en la que se encuentra la PUCP en su intento de resolución del conflicto con la iglesia católica. No es un explicación ni un intento de encontrar salidas, sino un ejercicio de ordenación de ideas para aportar a una conversación colectiva.

Quizá es necesario comenzar diciendo que estamos todavía en un proceso de negociación, y que en realidad recién comienza el proceso hacia adentro, donde la misma comunidad universitaria tiene que conversar sobre un tema estructural, que definirá la universidad por una buena cantidad de años. Es pues un asunto sumamente complejo y que requiere hacer las cosas con calma, para evitar caer en errores de apasionamiento o de exceso de confianza.

Desde este punto de partida, lo primero es que el mensaje del Rectorado no es precisamente tranquilizante. Tras haber convocado la unidad, bajo la premisa que no se iba a ceder en lo fundamental y que juntos íbamos a triunfar, ahora se nos dice que debemos aceptar como hecho consumado un acuerdo que por lo menos nos deja dudas en abundancia. En el camino, se ha pasado del optimismo jurídico al catastrofismo rotundo, sin etapas, y básicamente se espera que se acepte el acuerdo bajo esa premisa. No descarto que sea el camino más pertinente, o que sea en realidad el único camino viable, pero tampoco me parece que sea posible correr hacia una decisión sin considerar qué implica lo que se acepta, incluso, insisto, si es el único camino viable ante la amenaza legal del Arzobispado.

También me resulta preocupante la falta de claridad respecto a con quién se está negociando, y sobre todo quién es el que tomará la decisión final de aceptar o no el acuerdo. Es muy distinto si es el arzobispo de Lima el que decide o si esto todavía depende de una aprobación oficial en el Vaticano. Al interior de la Universidad, hay una cuestión formal de aprobación por la Asamblea Universitaria, pero es necesario reconocer que esta situación es mucho más grande que una votación en la Asamblea, y que se necesita una discusión no para decidir, sino para entender qué decidirán nuestros representantes, los que cargarán con la enorme responsabilidad de definir la PUCP de los próximos años, sino décadas. No obstante, entiendo que es una negociación difícil y que el Rectorado tiene una tarea compleja, y por ello es posible que la única ruta para garantizar un buen término requiera algo de opacidad; lamentablemente el compañero inevitable de la opacidad es el rumor, y sometidos a él estamos ahora.

Incomoda también que se opte por una lectura formalista que ofrece una perspectiva precisa de cada disposición, pero sin considerar el valor simbólico del total: que de ahora en adelante el clero puede, cuando no debe, opinar sobre cada aspecto de la marcha institucional, que puede y debe decirnos qué es correcto y qué no lo es cada vez que quieran; ciertamente no significa que podrán sancionarnos o botarnos, pero tampoco hace bien a una universidad que existan vigilantes de la ortodoxia metiéndose en cada tema, potencialmente fomentando (acepto que es un extremo, pero no es absurdo) una cultura del chisme y el trascendido, alrededor de lo que está bien o no, de acuerdo a la definición de un sector preciso, y hostil, de la iglesia católica.

Pero lo que más desazón me deja es el intento de disimular, en ese lenguaje más bien formalista ya mencionado, lo que en realidad es una derrota institucional. Sostener que la autonomía está incólume o que en realidad nada de fondo cambia es por lo menos un exceso de optimismo, sino una opción para ver los resultados como solamente positivos, sin margen para malas intenciones o acciones desmedidas de parte del adversario. Para todo efecto práctico, el estatuto reformado será un documento discriminatorio, que reducirá el grupo de potenciales rectores y vicerrectores, colocando además sobre los interesados en estos cargos la espada de Damocles de una opinión clerical. Que históricamente la universidad, es decir el conjunto de profesores y estudiantes, no haya considerado pertinente escoger a un no creyente como rector, no significa que haya que convertir este criterio implícito en norma y cerrar caminos de desarrollo institucional, y esto no es un tema que me parezca tenga que ver con el actual inquilino del palacio arzobispal, sino que es un criterio de sumisión, una aceptación que como colectivo, somos inmaduros, yaciendo bajo la tutela de la iglesia.

Este es un caso que pongo como ejemplo, para no entrar en cada detalle, en cada ambigüedad, aunque sí creo que cada una de ellas debe ser discutida, aclarada y aceptada o rechazada con todas sus posibles consecuencias, con paciencia y sin temores, pero sí con realismo y perspectiva. Es un retroceso fundamental, y una concesión que, si se está dando bajo condiciones de fuerza mayor, es entonces el resultado de un chantaje.

A esto hay que añadirle que la discusión de fondo nunca ha tenido lugar: siempre se ha hablado de autonomía, de rechazo a la intromisión, pero todo se ha planteado en términos legales y poco o nada en términos políticos. ¿Qué universidad queremos, realmente? ¿Una continuación del status quo de siempre, con sus vaguedades y tensiones de marea y resaca con la jerarquía eclesial? ¿Una universidad claramente secular pero que se reconoce como católica de inspiración? ¿Una universidad laica, sin relación con la iglesia? ¿O la universidad que es primero pontificia y católica, y luego universidad, como lo plantea el documento de acuerdo? Ese debate nunca se ha dado, y por eso no hemos tenido claro el end-game, el "a qué jugamos". Todavía no está claro.

Si enfrentamos esta situación porque no existen otros caminos más favorables, creo totalmente válido que como colectivo se pueda llegar a la conclusión que no tenemos otro recurso y que debemos aceptar ser despojados de parte de nuestra autonomía para preservar el bien mayor. No creo que las inmolaciones institucionales sean posibles sin consensos muy amplios, el cual difícilmente puede construirse; hay que decirlo, es altamente probable que la mayoría, por múltiples razones, pueda aceptar este nuevo status quo. Personalmente no estoy de acuerdo con ello pero aceptaré esta decisión de ser la que se alcance. Lo que me parece inaceptable es que se pretenda decirnos que en realidad nada de fondo está cambiando.

Pero sí está claro algo: estamos perdiendo. Disculparán la metáfora, pero estamos en el minuto 89, sin más cambios disponibles, con un jugador menos y embotellados en nuestra área. Podemos optar por salir todos a intentar el milagro, o por minimizar el desastre y perder por un gol. Si no hay voluntad de todos por salir a intentarlo, el milagro será imposible; pero llamar empate a lo que es una derrota está mal, y no aceptar los errores cometidos también está mal. Sea cual sea la decisión que se tome, necesitamos unidad, pero la unidad no se puede construir desde un ilusión.

ADDENDUM:

Luis Bacigalupo, no solo un excelente académico sino un gran y viejo amigo, ha respondido este post en el mejor tono posible. Adjunto lo escrito por él, y mi respuesta, para que el diálogo esté en un solo lugar, y agradezco su vocación de diálogo.

Urge ordenar ideas sobre el posible Acuerdo PUCP-Vaticano

Mi buen amigo Eduardo Villanueva ha hecho “un ejercicio de ordenación de ideas para aportar a una conversación colectiva”. Tomo el guante. Concuerdo en que la negociación recién empieza y que habrá un proceso “hacia adentro, donde la misma comunidad universitaria tiene que conversar sobre un tema estructural, que definirá la universidad por una buena cantidad de años.” No puedo estar más de acuerdo, hay que empezar a hablar.

El asunto es complejo y requiere la calma que Eduardo invoca; pero no será tratado sin apasionamiento. Si algo puede despertar pasiones en un medio intelectual es precisamente la perspectiva de perder o ganar influencia en la determinación de la identidad de la institución para la que se trabaja. Creo, además, como decía Hume, que la razón es y debe ser la esclava de las pasiones. Lo importante es saber de qué pasión hablamos acá.

Mi objeción de fondo (tal vez la única): ni el contenido ni el tono del acuerdo me llevan a pensar que hemos “pasado del optimismo jurídico al catastrofismo rotundo”. Si comparamos lo que solicitaba Cipriani en la carta del 16 de julio de 2011, que fue mencionada como el factor de adecuación en el ultimátum de Bertone, con lo que la PUCP cede en el acuerdo, no veo cómo se pueda llamar a eso una catástrofe. Al contrario, es una buena negociación.

Concuerdo con Eduardo en que no podemos correr en una decisión “sin considerar qué implica lo que se acepta, incluso, insisto, si es el único camino viable ante la amenaza legal del Arzobispado.” Hay que esperar el final; pero en caso de que Cipriani no patee el tablero y acepte incorporar lo relativo a la Junta Riva-Agüero, la comunidad tendría que poner sobre la mesa de debate lo que implica el acuerdo para la vida institucional.

Es preocupante la falta de claridad respecto del proceso. Al parecer, están negociando el Rector y el Gran Canciller, con la presencia del Nuncio. Todo indica que la decisión final la tomará la Congregación para la Educación Católica cuando reciba los estatutos modificados. Al interior de la PUCP, la cuestión implica una responsabilidad enorme para los asambleístas. Se dice que algunos están haciendo consultas a sus bases.

Sobre la “lectura formalista”, quizás sea uno de los mayores defectos del proceso. No ha habido un tratamiento abierto y a fondo de los grandes símbolos en disputa: católica y sobre todo pontificia. ¿Puede una institución con esos símbolos en su nombre no querer involucrar de alguna manera al clero en su vida institucional? Parece que no; pero, entonces, ¿cómo entienden esta participación ambos, la comunidad universitaria y el clero?

Sobre todo el símbolo pontificia dice que el alto clero está involucrado en la educación impartida en la PUCP. Se nos preguntó si queríamos seguir siendo pontificia y dijimos que sí. Entonces, no podemos nosotros decir cómo queremos serlo. Es en el entorno del pontífice donde se determina eso. Y no basta con aplicar la Ex Corde Ecclesiae, porque no dice nada sobre las universidades pontificias. La Ex Corde no es el problema.

En esto también concuerdo con Eduardo: la autonomía no está incólume, y no podía estarlo desde el momento que se respondió positivamente a la pregunta clave por el carácter pontificio. Ese era el momento de pasar a la autonomía plena y se perdió. Eso implica, en efecto, que el estatuto reformado será un documento discriminatorio porque “reducirá el grupo de potenciales rectores”. Por eso el Cardenal Erdó hizo esa pregunta clave.

Pero yo no veo necesariamente una Espada de Damocles. Veo más bien la consecuencia lógica de haber aceptado y haber reiterado la aceptación del título. Sería muy raro que el embajador de Italia en el Perú no fuera un italiano; del mismo modo, es difícil que el rector de una universidad “del pontífice” no sea un católico. Si estamos embarcados en eso, de lo que se trata ahora es de prevenir el abuso del poder que el clero de hecho tiene.

También estoy totalmente de acuerdo con Eduardo en que esto es un retroceso respecto del modo como nos comprendíamos hasta antes del efecto Cipriani. Yo era de la opinión de que debíamos renunciar al título de pontificia para preservar el carácter de universidad plenamente autónoma que habíamos adquirido en los últimos treinta años. Pero se pensó que esto era imposible. Bueno, si mi institución opta por una ruta, yo la respaldo.

No hay chantaje, mi estimado amigo, hay veinte siglos de experiencia. ¿Podemos preguntarnos todavía qué universidad queremos realmente? Yo creo que sí; pero dentro de unos márgenes que tenemos que respetar porque nos sometimos libremente a ellos. ¿Queremos “una continuación del status quo de siempre, con sus vaguedades y tensiones de marea y resaca con la jerarquía eclesial”? Ya no será posible, ahora hay que hablar claro.

La fórmula de “una universidad claramente secular pero que se reconoce como católica de inspiración” no es compatible con una universidad pontificia. La UARM puede serlo, la PUCP no. La universidad se sometió a ser primero pontificia. Traté de explicarlo recurriendo incluso a la historia medieval; pero, por desgracia, se suele despreciar el recurso al pasado conceptual, sobre el que precisamente se sostienen las convicciones y las estrategias de la jerarquía.

Todo está cambiando y está claro que hemos perdido algo que como comunidad altamente secularizada valoramos mucho más que ser una universidad del pontífice. Eso no implica, desde luego, la propiedad de los bienes. No hay que confundir la pertenencia a la Iglesia que impone el carácter pontificio con las ambiciones de Cipriani, que por desgracia hasta la fecha confluyen. Para mí, el milagro del que habla Eduardo es que se rompa esa confluencia.

Mi respuesta a Lucho:

Apreciado Lucho, agradezco el diálogo. Creo que lo que planteas es totalmente atendible.

No estoy seguro, realmente, sobre la cuestión de la “pontificidad” de la institución como tema ya zanjado al interior de la universidad. Me parece que parte del problema con el formalismo con el que se ha llevado el proceso es que se transmitió la impresión que era posible lograr dos cosas que es difícil desprender: ganar y seguir siendo pontificios. Supongo que es cuestión que los asambleístas digan cuánto de verdad hay en lo que voy a decir, pero no tengo para nada claro que se haya discutido en serio este tema, más allá de comentarios y bromas al paso.

Sí me reafirmo en lo del chantaje, porque al hacerse como se hace todo esto, la única razón para ceder tanto es precisamente la posibilidad de perderlo todo. No digo que de no haber habido juicios no podría haberse planteando un debate similarmente complejo, pero no estaríamos corriendo para tomar una decisión, y probablemente estaríamos discutiendo hacia adentro con más calma.

Reitero mi aprecio por tu comentario. Lamento, y esto de ninguna manera es un reproche para contigo, que recién estemos realmente discutiendo estos temas, de manera abierta, sobre todo porque siento que ya es muy tarde. Ojalá aprendamos, como colectivo, la lección: los debates deben ser libres, públicos y oportunos.

Lucho continúa:

Eduardo, si con lo del chantaje te refieres al uso que hace Cipriani de los juicios sobre la herencia Riva-Agüero, tienes toda la razón. Yo desestimé la idea de un chantaje solo en relación con el título de pontificia. Seguimos al habla.

Mi respuesta a este comentario:

Lucho, efectivamente me refiero a los juicios. La discusión sobre la relación con la iglesia me parece ha sido manejada, por momentos, con algo de verticalismo, pero no ha habido la mala intención inherente a un chantaje, que sí veo claramente en el tema de la administración de los bienes; esa actitud que se veía ya en lejanos comentarios que atribuían a Velasco el “robo” de la universidad y la necesidad de recuperar lo que había sido de la iglesia, cosa que como sabemos jamás fue así.

martes, 20 de marzo de 2012

Lo que debo ser no es lo que puedo ser

El artículo anterior de esta columna ocasional planteó una pregunta aparente que en realidad buscaba motivar otra conversación: los riesgos de desarrollar políticas de identidad étnico/cultural en el Perú. A partir de la consulta previa, diseñada en realidades políticas muy distintas a la peruana, la preocupación era que estábamos cayendo en el error de confundir la identidad colectiva de los tiempos contemporáneos, que es fluida, dinámica y sobre todo parcial en relación a las identidades personales, con una comunidad política.

Sin embargo, la pregunta por el qué somos sigue siendo inmensa. Las discusiones de décadas pasadas se planteaban la ausencia de una nación peruana, dada la historia de quiebres, rupturas, violencias colectivas y sobre todo exclusiones sistemáticas, pero es significativo que lo indígena desapareciera por decreto de la discusión nacional a partir del gobierno de Juan Velasco Alvarado, cuando todos comenzamos a ser peruanos y los indios se convirtieron en campesinos. A esto se aunó la política desde la izquierda, que incluso en sus variantes más “ruralistas” no quería lidiar con factores culturales como lo indígena, y optó por dedicarse a movilizar a los campesinos.

Hoy en día, una de las creaciones de aquellos tiempos, la Confederación Campesina del Perú, se autodenomina como organización indígena; sin duda es parte de la reaparición de esa noción en la discusión pública, que podría ubicarse en el gobierno de Alejandro Toledo, cuando explícitamente se apela a la categoría para encaminar acciones estatales concretas. Acontecimientos como la matanza de Bagua pusieron el término al centro, para el uso cavernario de aquellos que identificaban a los indígenas como criminales naturales, o justificatorio, para los que intentaron explicar lo ocurrido mediante categorías antropológicas.

Sin embargo, la apelación a lo indígena tiene como elemento más llamativo no tanto la falta de discusión sobre lo que significa, sino la incorporación de la dimensión política como una cuestión natural. Los indígenas parecen tener una agenda propia, aunque esto resulta evidentemente falso por los conflictos entre los distintos grupos que se reclaman representativos de distintos grupos indígenas; lo indígena ha sido usado como pretexto para reclamos desbordados cuando no ridículos, como el del anterior presidente regional de Puno Hernán Fuentes, auto declarándose estado federal.

En los países en donde lo indígena es una categoría política propia, esto ha ocurrido porque se ha asumido a las naciones indígenas como algo que va más allá de la política reivindicativa, para articularse como agentes diferenciados del estado nación establecido alrededor de ellas, como en Estados Unidos y Canadá, o como reconocimiento cultural bajo una política de “e pluribus unum”, como en Aotearoa (Nueva Zelanda para los occidentalizados). Como en todos los casos, las identidades que han adquirido categoría política han pasado por un proceso de decantamiento y de “invención” en el sentido que usa Benedict Anderson, y por lo tanto no son puras, sino construidas a partir de sus propias intenciones pero también de las expectativas sobre la acción política que les espera. A la larga, la pertenencia a una categoría identitaria es una construcción personal, anclada en una construcción colectiva, finalmente unida relacionalmente con una estructura política.

¿Cómo queda esta cuestión en el Perú? Quizá tendríamos que comenzar por considerar cómo se alimentan las identidades individuales en los distintos contextos, desde lo más urbano hasta lo más rural. Ciertamente, hay comunidades que por aislamiento y singularidad cultural son indígenas en un sentido pre-moderno; también hay elementos culturales de origen pre-colombino, mezclados con muchas otras cosas, que persisten en otras comunidades. Finalmente, hay esta mezcla confusa que llamamos peruanidad y que ocurre de tantas maneras diversas en las zonas urbanas del país.

Lo mediático es uno de esos elementos complejos que han colaborado, y mucho, para confundir los ámbitos de la identidad personal, que ahora resulta una creación antes que algo dado, algo en lo que nacemos. El consumo televisivo, radial, y de medios de Internet, es una manera clara de alimentar expectativas de consumo, como también de educarnos o al menos informarnos; pero también es un vector de elementos identitarios, los que son procesados y asimilados de maneras muy distintas por distintas personas en distintos contextos. El resultado es que junto con aquello que nos define colectivamente como miembros de una comunidad, también tenemos otras fuentes de identidad que nos permiten auto adscribirnos a otras comunidades, y en ese proceso, redefinirnos como personas en relación a nuestros pares.

Múltiples trabajos demuestran esta relación dinámica entre la identidad y el consumo cultural. Desde el seminal estudio de Huber (1) en 2002, pasando por las tesis de licenciatura de Correa (2), Olivera (3) o Giraldo (4), es fácil ver cómo el consumo mediático es una demanda de los jóvenes de múltiples estratos sociales y situaciones culturales, y cómo la realidad de lo que es “ser” miembro de una comunidad está en conflicto con los gustos y patrones de consumo de origen externo, y particularmente global.

Entonces, la identidad, sea individual o colectiva, nos define porque la podemos definir. Sin duda el privilegio de aquellos habitantes urbanos con más recursos económicos es explorar rutas identitarias con más libertad, tiempo y variedad que aquellas al alcance de quienes por limitaciones varias cuentan con menos opciones. Pero no quiere decir que no haya exploración.

Apresurarnos a definir la identidad colectiva sin considerar estos procesos personales, es peligroso para un país políticamente inestable como el Perú. Parte de nuestros problemas de gobernabilidad yacen en la diversidad extrema, no solo cultural, sino de intereses, que separan las regiones del país. Aunque la idea de un gran frente indígena que unifique y consolide las demandas de un sector importante del país parece interesante, la realidad es que sería una unión más artificial, anclada en agendas que seguirán siendo dispersas bajo la apariencia de coherencia étnico/cultural. Este proceso de diversificación a través del consumo no va a detenerse, como tampoco lo va a ser la demanda por más recursos o más autonomía local. Forzar categorías culturales en la política, probablemente solo complicará más las cosas.


Publicado originalmente en Noticias SER, 7/3/12

Notas:

1) Ludwig Huber, Consumo y cultural en el mundo globalizado, estudios de caso en los Andes. Lima: IEP, 2002. Disponible en http://lanic.utexas.edu/project/laoap/iep/ddtlibro33.pdf entre otros sitios.
2) Norma Correa, Asháninka online: ¿nuevas tecnologías, nuevas identidades, nuevos liderazgos? una aproximación antropológica a la relación de la comunidad indígena Asháninka Marankiari Bajo con las tecnologías de información y comunicación. Tesis de licenciatura de antropología, PUCP, 2005.
3) María Paz Olivera, Usos y perspectivas de los niños respecto a las laptops XO, del programa Una Laptop por Niño. Tesis de licenciatura en comunicación para el desarrolo, PUCP 2011.
4) Ximena Giraldo, La influencia del consumo de Internet en la comunicación entre adolescentes y padres en zonas rurales: el caso de IE 50499 Justo Barrionuevo Alvarez en Oropesa, Cuzco. Tesis de licenciatura en comunicación para el desarrollo, PUCP 2012.

lunes, 12 de marzo de 2012

Wikileaks:

(republico un artículo para ideele de febrero de 2011)

En su libro del 2009 Texting, the Gr8 Deb8, David Crystal se divierte demostrando que la gran mayoría de prácticas y estilos que se usan en el texteo o envío de mensajes de textos por teléfonos móviles no es más que la reutilización de formas de escritura que tienen tantos años como la escritura misma. Los griegos usaban abreviaturas comparables a nuestros “omg”, “wtf” o “lol”. Nos escandalizamos, sorprendemos o entusiasmamos con estas prácticas según nuestra particular manera de ver el mundo, y según nuestra particular pérdida de perspectiva sobre la historia de la cultura y la escritura.

Algo parecido ocurre con Wikileaks. Sin negar que hay diferencias de escala tanto en el alcance de las fugas como en la cantidad de material disponible, ni las filtraciones de documentos secretos son novedad (pensemos en los Pentagon Papers) ni tampoco nuevas en lo digital (pensemos en Cryptome, que tiene más de 10 años haciendo esto). La diferencia de fondo es la intención clara de crear un discurso político alrededor de la actividad de Wikileaks, que además coincide con un resurgimiento de las actitudes más conservadoras en la política de los Estados Unidos como para hacer un estilo de opuestos casi perfecto.

Wikileaks enarbola una posición que podríamos llamar hackerismo ultra. La posición de los hackers, los especialistas en informática que están tras movimientos como el FLOSS y la lucha contra el exceso en las leyes de derechos de autor, suele resumirse en el dictum “la información quiere ser libre”. Dadas las condiciones técnicas indispensables, la información puede estar a disposición de cualquier persona medianamente entrenada, y por ello debería estarlo. Aunada a una posición libertaria que asume que los Estados buscan opacidad para negar libertades individuales, los hackers normalmente luchan por la mayor transparencia, desde el código informático libre hasta la información gubernamental libre. Wikileaks lleva esta posición a ultranza y además asume una actitud relativamente común en los extremismos: pureza, absoluta e indiscutible certeza moral. Lo que hacen está no solo bien, sino que es indispensable para el bien común; y oponerse está mal.

Podemos estar de acuerdo o no con los fines y propósitos de Wikileaks, pero el resultado puede ser positivo como no. Varias revelaciones de esta organización han sido positivas, otras no tanto, otras son fundamentalmente banales. Lo más significativo es el discurso público, que ha convertido a Wikileaks en un actor esencial en la búsqueda de transparencia y en la defensa de libertades, con la cuota de ambigüedad o generalidad política que permite lecturas desde cualquier ángulo. Digamos que, sin importar el propósito final de Wikileaks, su posición es lo suficientemente útil para otros discursos como para que sea acogida con mucho entusiasmo: los periodistas que se postulan como defensores de la verdad pueden verse reflejados en la actitud desenfadada y contestataria de Wikileaks; los libertarios puros la ven como una ruta clara hacia sus ideales; los izquierdistas irredentos contemplan un arma potencial más en el avance hacia la destrucción del capitalismo bajo sus propias contradicciones.

Frente a esto, el Estado se ve agredido, porque si bien las revelaciones no llegan a una escala de cataclismo político, sí afectan la integridad de la función estatal. Digamos que el privilegio del secreto, en sus distintas escalas, es casi irrenunciable para un Estado moderno. Digamos también que este secreto, casi una derivación conceptual del principio del monopolio de la fuerza, es efectivamente central a la marcha de ciertas actividades estatales, si bien para otras puede ser contraproducente: un diplomático negociando un tratado necesita ser franco y directo, sin miedo a ser despedido por su opinión poco, precisamente, diplomática; un congresista que se encierra clandestinamente con cabilderos está influyendo oscuramente en esa misma negociación. Pero precisamente por esa noción de integridad, al Estado le gusta que no le digan desde afuera qué debe y qué no debe revelar. Peor todavía cuando la revelación es decidida unilateralmente por un grupo de personas que ni siquiera son ciudadanos del Estado-Nación al que afecta esta transparencia.

La Internet existe en parte por este sistema global, que ha permitido que invenciones de origen local se distribuyan por todo el mundo, a través de la acción de conglomerados de telecomunicaciones, mediáticos e informáticos. Wikileaks, como también Avaaz, o antes Greenpeace, entre otros, aprovecha esta infraestructura para proponernoEntonces, Wikileaks nos muestra un escenario fascinante: en un mundo todavía organizado por Estados-Nación, pero cada vez más articulado alrededor de sofisticadas redes económicas, sociales y simbólicas, bajo el control de actores transnacionales, aparece un conjunto de personas altamente conectadas que traslada un ideario al accionar público, y lo ejecuta a escala global. Si bien sabemos que hay un sistema global de comercio, de finanzas, de intercambios en general, este sistema normalmente existe porque los Estados-Nación le dan su anuencia y permiten que funcione: en efecto, ceden su soberanía en aras de un sistema que trae, supuestamente, mayores beneficios que los que un Estado-Nación puede proveer.

Wikileaks no cambiará el mundo, pero sí lo hará mucho más entretenido.

jueves, 8 de marzo de 2012

La red y el medio: el estatus conceptual de Facebook

(esta es la primera de dos notas que nunca terminé el 2011, y que ahora termino un poco corriendo. Igual creo que puede ser útil para muchos).

El auge de Facebook ha cambiado la relación entre los medios y las redes, hasta convertir a las redes en el centro de la acción. Claro, el problema es que a veces confundimos lo que es con lo que llamamos de una manera dada, y mezclamos conceptos.

Facebook es el más exitoso caso de un medio social: como no es ni interpersonal ni masivo, y funciona bajo la Internet, es un nuevo medio; como no depende para existir de los contenidos creados por un proveedor, sino de aquello que los usuarios mismos construyen a través de sus interacciones, es social. Por ello, medio social.

La imagen de un usuario de Facebook sin amigos en el mundo real es clara: no tendría nada en su muro, y daría un poco de pena. Pero uno puede asumir que la razón por la que alguien se crea una cuenta en Facebook es porque tiene amigos, o familia, o colegas. En otras, sociológicas palabras, participa de redes sociales, y tiene capital social: se relacion con personas en contextos socialmente claros y puede recurrir a estas redes para enfrentar problemas y aprovechar oportunidades.

La socialización, en todas sus formas, es el proceso de adquisición de redes sociales y de las reglas de comportamiento y reconocimiento que estas redes producen. Nadie trata a un pata de barrio como a un colega o a un tío; el rol que uno juega en una red produce el tipo de comportamiento en cada red.

Lo que hace a Facebook rico es la facilidad con la que permite el intercambio, la parte de interconexión social. A diferencia de los Sitios de Redes Sociales previos, como Hi5, el énfasis no es la expresión personal, como el mantenimiento de relaciones a través de la expresión orientada al intercambio: el taggeo de fotos es una manera de conectarse con terceros, entre otros. La cultura del comentario es una característica especialmente gratis de Facebook, que promueve el intercambio de señales de reconocimiento interpersonal, y por lo tanto hace posible que nuestros muros se enriquezcan con los contenidos que otros ponen y los comentarios que otros ponen a nuestros contenidos. Consumimos FB llenándolo de nosotros: poniendo lo que hacemos, lo que queremos y lo que gustamos para que todos lo vean. Al hacerlo, motivamos a más gente a pasar su vida digital al interior de FB, y enriquecemos al señor Zuckerberg. La paradoja mayor: el consumo como expresión, que no ha sido inventado ahora, pero sí llevado a una maravilloso apogeo, cuando los 800.000 usuarios de Facebook volcamos la vida en sus servidores.

Claro está, hay un gran problema: la vida real no está en una sola red, como sí lo está Facebook. Bajo la etiqueta de "amigo" metemos en FB a perro, pericote y pariente, y a veces las redes sociales se entremezclan en la "red social". Lo que pasa es que la simplicidad del medio confunde y hace que mezclemos las relaciones al definirlas al interior del medio, sin imaginación y sin considerar lo que realmente son.

Por eso la terminología ayuda y debe respetarse: Facebook no es una red social, es un medio social. Mientras mejor reflejemos, mediante listas, permisos y prohibiciones, las redes sociales en las que participamos, en el medio social que consumimos llenándolo de contenido, mejor sabremos cómo aprovechar sus posibilidades de comunicación.
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martes, 28 de febrero de 2012

La consulta es para todos

Asumamos por un instante que los problemas prácticos alrededor de la consulta previa puedan ser enfrentados, y que contamos entonces con una nueva herramienta para lidiar con los conflictos sociales. Asumamos además que los actores políticos están interesados en enfrentar los conflictos, no en eludirlos o en usarlos como mecanismo de acumulación de fuerzas.

En este escenario ideal, con un estado capaz y ubicado al medio de dos posiciones distintas sobre uso de la tierra y de recursos, tenemos a dos potenciales juegos de actores: empresas interesadas en actividades fundamentalmente extractivas, y grupos de ciudadanos interesados en mantener sus condiciones de explotación de los recursos que estarían en riesgo en caso que las actividades externas lograsen ubicarse en dichos territorios.

En otras palabras, la consulta previa es un mecanismo para negociar el control de recursos, donde en los casos en que aplica, estamos dando derecho de veto a una comunidad que se reclama ancestral y distinta del resto de los peruanos. No se les niega sus derechos como peruanos, sino que se les extiende un juego más amplio de derechos para garantizarles preservación cultural o social.

El origen de la consulta previa, desde el convenio 169 de la OIT que le da forma jurídica, es la protección de comunidades que pueden llamarse “nacionales” al interior de un estado que ejerce dominio sobre ellas. La idea no es meramente garantizar su protección cultural sino que no sean avasalladas y puedan mantener control sobre sus medios de producción; esto es más evidente en países como Australia o Canadá, donde el mestizaje, en cualquiera de sus acepciones, es mínimo; en nuestro país, sería el caso con las comunidades amazónicas, pero se vuelve más complicado con las distintas comunidades de la zona andina.

En otras palabras: hay un conflicto doble que se enfrenta con la consulta previa, la identidad y el control de la riqueza. La identidad se preserva al garantizar el control de la riqueza, pero la premisa del convenio de la OIT es que la identidad está bien definida y sobre todo, es claramente diferente, de la identidad predominante de los que ejercen el control sobre el grueso de los recursos de un estado nación.

¿Es esta la ruta de solución del conflicto social que queremos en el Perú? La identidad colectiva de muchas de las comunidades que resultan afectadas por la explotación de recursos es difusa en distintos grados; la identidad individual puede ser casi indiscernible. Pero en el fondo, los canales de transmisión entre las distintas fuentes de identidad que, parafraseando a Fernando Fuenzalida incluyen la cultura, la raza, el espacio, la iglesia y la clase entre otras, son cada vez más fluidos, y también hay que considerar el potencial para el aprovechamiento político de grupos que están luchando por control de los recursos, con fines de explotación en sus términos.

Si añadimos a esto el uso de medios de comunicación varios, incluyendo los digitales, para ampliar el alcance real y simbólico de la expresión identitaria, vemos como surgen comunidades que incluyen a individuos al parecer occidentalizados pero que se reclaman indígenas en momentos de apelación comunitaria; así como podríamos ver a individuos que se reclamen occidentales cuando su comunidad se afirma indígena.

La fluidez propia de lo que Zygmunt Bauman llama la modernidad líquida, característica de estos tiempos, no hace a las identidades menos válidas ni mucho menos, insinceras: las hace referencias antes que certezas, y sobre todo las hace individuales a la vez que colectivas, permitiendo que cada uno sea parte de una y varias identidades colectivas cuando las circunstancias se presta para ello.

La consulta previa entonces, ¿es un reconocimiento de comunidades ante-modernas? ¿o debería ser un derecho ciudadano extenso, para todos aquellos que podrían ser afectados por presencias sobrecogedoras de poderes fácticos varios? Si lo primero manda, estamos ante la clara posibilidad de afirmar una visión congelada, rígida, de la identidad, que la haría una herramienta de difícil manejo para el Estado pero de mucha ventaja para aquellos que sin realmente ser solo parte de una única identidad colectiva, pueden reclamarla para sus propios, y muy modernos fines.

En el segundo caso, la consulta previa aparece como la respuesta a la imagen que circuló por Internet, de un Club Golf de San Isidro horadado por una mina de tajo abierto. También los habitantes de los elegantes y carísimos departamentos de la avenida Pezet tienen derecho a ser consultados. Como ciudadanos, como los habitantes afectados por Conga, por solo ser peruanos, tienen el derecho a reclamar ser escuchados antes que cualquier decisión sea tomada.

Publicado en Noticias SER el 22/02/2012

sábado, 18 de febrero de 2012

Metros de Lima

OK, tenemos la paradoja de, tras casi treinta años sin rumbo, subitamente tener dos planes para reorganizar el transporte en Lima Metropolitana. Por un lado, el Metropolitano, que podríamos llamar el Metro Amarillo; por el otro el Tren Eléctrico, que funcionará eventualmente, cuando haya suficientes trenes, pero que también se llama Metro de Lima. Dos sistemas francamente mínimos, incompatibles y sin conexión, en medio del caos.

Si bien existe un plan para construir líneas de tren, subterráneo o no, tenemos tantas superposiciones que es difícil saber cómo va a terminar funcionando la cosa. Por un lado, no hay una autoridad para el transporte metropolitano, porque la Municipalidad de Lima Metropolitano y la Municipalidad de la Provincia del Callao no han creado, y probablemente no vayan a crear, una autoridad conjunta para hacer un plan único. Por el otro, el gobierno central es el único que tiene suficientes recursos para hacer obras de la magnitud de un tren eléctrico, sea por viaducto o mejor todavía, subterráneo. La autoridad sobre el caos del transporte urbano realmente existente es tenue por la realidad compleja de actores completamente en contra de grandes reformas, público impaciente y al mismo tiempo resignado, y la perspectiva, nada agradable, de la que nos espera mientras se construye cualquier obra de envergadura.

Es decir, conciudadanos: ¿se pueden imaginar lo que va a ser moverse por esta ciudad mientras se esté haciendo el huecazo bajo la Javier Prado?

¿Qué hacer primero? Quizá se podría comenzar por saludar la intención pero reclamar más organización. El gobierno central bien podría sentar a la mesa a los alcaldes de Lima y El Callao y decirles que habrá metro cuando haya sistema, y que habrá realmente sistema cuando haya autoridad unificada. Luego, integrar en uno solo ambos grandes planes, y poner fechas siquiera para tener una referencia de cuándo no tendremos una línea de subte, de elevado o de metrobus (poner nombres más adecuados sería una buena idea también). Una vez integrados los dos planes, que la Municipalidad de Lima comience a integrarse con El Callao efectivamente, haciendo una línea de metrobus conjunta, con el mismo sistema de pago que será usado en todo servicio en la gran ciudad.

Pero lo más crítico, en realidad, es lograr otra cosa antes: un plan para desfacer el entuerto, herencia fujimorista, del caos del transporte. Lo que está haciendo la MML es valioso pero solo va a funcionar cuando El Callao se lo compre y cuando el gobierno central decida que la autoridad no es suya y que solo debe hacer aquello que le piden, no lo que se le ocurre, que viene a hacer una versión Eisha de la prepotencia habitual en nuestra sociedad: será tu problema, pero yo quiero hacer lo que yo quiero, como anunciar una línea de subte sin avisarte antes (y digo Eisha por la cantidad de plata involucrada).


Entonces: qué Humala de la plata pero no se meta; qué Moreno y Villarán dispongan una sola autoridad para toda la ciudad; que las respuestas sean integradas; y que se anuncien las cosas en orden y con vistas a 30 años, que es lo que tomará lograr que las cosas esté como deben ser. Y nosotros, a prepararnos porque mientras se hagan líneas subterráneas, la cosa va a ser de terror.
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sábado, 4 de febrero de 2012

De controversias banales y cámaras de resonancia

Despejemos el terreno: las discusiones sobre la comida y la nacionalidad adolecen de inviabilidad, porque finalmente se basan en opiniones incontrastables, en puntos de vista que se sustentan apenas en la convicción de cada participante. Thays tiene tanta verdad como cualquier otro, y al mismo tiempo sus motivaciones, su retórica y sus opciones para proclamar su opinión son dignas de juicio.

No por mí. Honestamente no me interesa el tema, más allá de servir para pensar esto de la vida digital, y de la manera como ciertas visiones de nosotros mismos aparecen amplificadas hasta una deformidad digna de Botero a través del lente de los medios sociales.

Traslademos la situación a la vida real. Estamos entre amigos y alguien dice "no me gusta la comida peruana", como podría decir "no me gusta la salsa", "no me gusta 'Al fondo hay sitio'", "no me gusta el chifa"... y un largo etcétera. La reacción alrededor de la mesa sería alguien completamente indiferente, alguien completamente de acuerdo, y alguien que expresaría el conocido "¡¡¡¡pero cómo no te puede gustar la comida peruana / salsa / serie de televisión / chifa!!!!" Jijiji, jajaja, y ya está.

En Internet ocurren dos cosas distintas: no estás alrededor de una mesa, sino puesto en una vitrina al mismo tiempo a la mano y lejana, completamente personal e indiscernible. Además, tu reacción no se queda entre los cuatro amigos, sino que es vista por otros, que reaccionan también, y que te aplauden. El equivalente a la ronda de amiguitos que alientan la bronca en el barrio, que azuzan, calientan el ambiente.

La combinación de impunidad con azuzamiento crea un entorno en donde no solo es fácil armar escándalo, sino escalar el escándalo. Más y más gritos, más y más indignación. Claro, la mayoría de los gritos es tosca, poco elaborada, pasional y sobre todo banal. Lo triste es que los diarios y los medios en general usen esta colección de banalidades para hacer todavía más escándalo, y sobre todo para validar el cacareo al convertirlo en noticia. Claro, no ayuda que otros más se metan, usando sus habilidades retóricas, para rechazar estas indignaciones banales por equivocadas, para enrostrarnos la mala elección de nuestras furias; tampoco ayuda el subtexto de pasiones y broncas en la escena literaria local, que se exhibe no tan disimuladamente en las líneas de batalla, trazadas rápidamente.

Entonces, lo peor de todo es que los argumentos válidos se pierden en la retórica desproporcionada. Sí, mucho de la culinaria peruana es una bomba de carbohidratos con exceso de sazón; pero esto no quiere decir que no sea sabrosa, sobre todo porque es nuestra manera de comer y así hemos formado el gusto, de manera que nos encanta, como los chicles de ají le gustan a los mexicanos, el fish and chips a los ingleses, o el gaegogi a los coreanos.

Sí, es un exceso reducir la nacionalidad peruana a la comida; pero eso no niega que es una de las pocas cosas en las que nos encontramos y que nos enorgullecen.

Sí, la furia anti Thays es lamentable; pero es una furia banal, que no vale como otras furias que han sido mucho más importantes, como aquellas que trajeron abajo a Fujimori el 2000, o las que impidieron múltiples despropósitos en los últimos años. Esas son furias reales, que implican riesgo y efectos de fondo en la sociedad, y han ocurrido cuando han tenido que ocurrir.

Sí, algo anda mal cuando la prensa dedica tanta atención a algo tan banal; pero el problema viene de atrás, y afecta a la prensa de casi todo el mundo, y en el Perú en particular, es una manifestación de la completa falta de rumbo. Todo esto es un síntoma, y así hay que verlo.

Finalmente, sí, deberíamos poder hablar de otras cosas, y tener otros símbolos: pero no los tenemos, y es la chamba de los académicos tratar de discernir por qué ocurre esto y cómo mejorar la situación. Me reservo la indignación para otras cosas.

Me disculpan, tengo un sanguche de jamón del país esperándome.
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