El artículo anterior de esta columna ocasional planteó una pregunta aparente que en realidad buscaba motivar otra conversación: los riesgos de desarrollar políticas de identidad étnico/cultural en el Perú. A partir de la consulta previa, diseñada en realidades políticas muy distintas a la peruana, la preocupación era que estábamos cayendo en el error de confundir la identidad colectiva de los tiempos contemporáneos, que es fluida, dinámica y sobre todo parcial en relación a las identidades personales, con una comunidad política.
Sin embargo, la pregunta por el qué somos sigue siendo inmensa. Las discusiones de décadas pasadas se planteaban la ausencia de una nación peruana, dada la historia de quiebres, rupturas, violencias colectivas y sobre todo exclusiones sistemáticas, pero es significativo que lo indígena desapareciera por decreto de la discusión nacional a partir del gobierno de Juan Velasco Alvarado, cuando todos comenzamos a ser peruanos y los indios se convirtieron en campesinos. A esto se aunó la política desde la izquierda, que incluso en sus variantes más “ruralistas” no quería lidiar con factores culturales como lo indígena, y optó por dedicarse a movilizar a los campesinos.
Hoy en día, una de las creaciones de aquellos tiempos, la Confederación Campesina del Perú, se autodenomina como organización indígena; sin duda es parte de la reaparición de esa noción en la discusión pública, que podría ubicarse en el gobierno de Alejandro Toledo, cuando explícitamente se apela a la categoría para encaminar acciones estatales concretas. Acontecimientos como la matanza de Bagua pusieron el término al centro, para el uso cavernario de aquellos que identificaban a los indígenas como criminales naturales, o justificatorio, para los que intentaron explicar lo ocurrido mediante categorías antropológicas.
Sin embargo, la apelación a lo indígena tiene como elemento más llamativo no tanto la falta de discusión sobre lo que significa, sino la incorporación de la dimensión política como una cuestión natural. Los indígenas parecen tener una agenda propia, aunque esto resulta evidentemente falso por los conflictos entre los distintos grupos que se reclaman representativos de distintos grupos indígenas; lo indígena ha sido usado como pretexto para reclamos desbordados cuando no ridículos, como el del anterior presidente regional de Puno Hernán Fuentes, auto declarándose estado federal.
En los países en donde lo indígena es una categoría política propia, esto ha ocurrido porque se ha asumido a las naciones indígenas como algo que va más allá de la política reivindicativa, para articularse como agentes diferenciados del estado nación establecido alrededor de ellas, como en Estados Unidos y Canadá, o como reconocimiento cultural bajo una política de “e pluribus unum”, como en Aotearoa (Nueva Zelanda para los occidentalizados). Como en todos los casos, las identidades que han adquirido categoría política han pasado por un proceso de decantamiento y de “invención” en el sentido que usa Benedict Anderson, y por lo tanto no son puras, sino construidas a partir de sus propias intenciones pero también de las expectativas sobre la acción política que les espera. A la larga, la pertenencia a una categoría identitaria es una construcción personal, anclada en una construcción colectiva, finalmente unida relacionalmente con una estructura política.
¿Cómo queda esta cuestión en el Perú? Quizá tendríamos que comenzar por considerar cómo se alimentan las identidades individuales en los distintos contextos, desde lo más urbano hasta lo más rural. Ciertamente, hay comunidades que por aislamiento y singularidad cultural son indígenas en un sentido pre-moderno; también hay elementos culturales de origen pre-colombino, mezclados con muchas otras cosas, que persisten en otras comunidades. Finalmente, hay esta mezcla confusa que llamamos peruanidad y que ocurre de tantas maneras diversas en las zonas urbanas del país.
Lo mediático es uno de esos elementos complejos que han colaborado, y mucho, para confundir los ámbitos de la identidad personal, que ahora resulta una creación antes que algo dado, algo en lo que nacemos. El consumo televisivo, radial, y de medios de Internet, es una manera clara de alimentar expectativas de consumo, como también de educarnos o al menos informarnos; pero también es un vector de elementos identitarios, los que son procesados y asimilados de maneras muy distintas por distintas personas en distintos contextos. El resultado es que junto con aquello que nos define colectivamente como miembros de una comunidad, también tenemos otras fuentes de identidad que nos permiten auto adscribirnos a otras comunidades, y en ese proceso, redefinirnos como personas en relación a nuestros pares.
Múltiples trabajos demuestran esta relación dinámica entre la identidad y el consumo cultural. Desde el seminal estudio de Huber (1) en 2002, pasando por las tesis de licenciatura de Correa (2), Olivera (3) o Giraldo (4), es fácil ver cómo el consumo mediático es una demanda de los jóvenes de múltiples estratos sociales y situaciones culturales, y cómo la realidad de lo que es “ser” miembro de una comunidad está en conflicto con los gustos y patrones de consumo de origen externo, y particularmente global.
Entonces, la identidad, sea individual o colectiva, nos define porque la podemos definir. Sin duda el privilegio de aquellos habitantes urbanos con más recursos económicos es explorar rutas identitarias con más libertad, tiempo y variedad que aquellas al alcance de quienes por limitaciones varias cuentan con menos opciones. Pero no quiere decir que no haya exploración.
Apresurarnos a definir la identidad colectiva sin considerar estos procesos personales, es peligroso para un país políticamente inestable como el Perú. Parte de nuestros problemas de gobernabilidad yacen en la diversidad extrema, no solo cultural, sino de intereses, que separan las regiones del país. Aunque la idea de un gran frente indígena que unifique y consolide las demandas de un sector importante del país parece interesante, la realidad es que sería una unión más artificial, anclada en agendas que seguirán siendo dispersas bajo la apariencia de coherencia étnico/cultural. Este proceso de diversificación a través del consumo no va a detenerse, como tampoco lo va a ser la demanda por más recursos o más autonomía local. Forzar categorías culturales en la política, probablemente solo complicará más las cosas.
Notas:
1) Ludwig Huber, Consumo y cultural en el mundo globalizado, estudios de caso en los Andes. Lima: IEP, 2002. Disponible en http://lanic.utexas.edu/project/laoap/iep/ddtlibro33.pdf entre otros sitios.2) Norma Correa, Asháninka online: ¿nuevas tecnologías, nuevas identidades, nuevos liderazgos? una aproximación antropológica a la relación de la comunidad indígena Asháninka Marankiari Bajo con las tecnologías de información y comunicación. Tesis de licenciatura de antropología, PUCP, 2005.
3) María Paz Olivera, Usos y perspectivas de los niños respecto a las laptops XO, del programa Una Laptop por Niño. Tesis de licenciatura en comunicación para el desarrolo, PUCP 2011.
4) Ximena Giraldo, La influencia del consumo de Internet en la comunicación entre adolescentes y padres en zonas rurales: el caso de IE 50499 Justo Barrionuevo Alvarez en Oropesa, Cuzco. Tesis de licenciatura en comunicación para el desarrollo, PUCP 2012.
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