miércoles, 19 de junio de 2019

Asuntos Internos: el próximo rector

Escribo días antes de la elección rectoral de la PUCP, donde tras la Crisis de Diciembre de 2018, la Universidad tendrá que escoger por primera vez en su historia a un equipo rectoral sin miembro alguno que provenga de la administración anterior. Un cambio significativo y con muchos riesgos.

Como la gran mayoría de profesores, no voto, porque es la Asamblea Universitaria la que deberá elegir al Rector y a los tres vicerrectores. Eso no impide que uno esté pendiente y que se tenga preferencias. Espero explicar con este post por qué creo que Carlos Garatea debe ser el próximo rector, y por qué votaría por él si fuese miembro de la Asamblea Universitaria.

A lo largo del algo desordenado proceso, que comenzó realmente con el inicio del año, quedaron en claro dos clivajes, si se me permite el término: entre los que pensaban que la Universidad estaba mal administrada pero sin corrupción, y entre los que al menos insinuaban que tal posibilidad existía; y el otro, entre los que pensaban que la prioridad debía ser la solución de demandas inmediatas frente a los que pensaban que el problema es estructural, dada la posición relativa de la Universidad en el mercado peruano de la educación universitaria. Como no son caricaturas, no pretendo decir que todo se reducía a dos posiciones irreductibles en cada lado, pero sí que existía inclinaciones para interpretar las cosas dandole primicia a ciertas posiciones frente a otras.

Sobre el primer clivaje, y aunque no es aún difundido masivamente, está claro que uno de los informes encargados por la Asamblea luego de la Crisis de Diciembre exonera de responsabilidad penal alguna a cualquiera de las autoridades o funcionarios; no se puede decir más porque el proceso sigue y no hay pronunciamientos formales. En otras palabras, la gestión estuvo mal por variedad de razones, y es urgente cambiar los principios mismos de la gestión de la Universidad.

Respecto al segundo, la campaña electoral ha puesto el énfasis más en el momento y en demandas específicas, que en lo estructural y el largo plazo. Hay un problema en el horizonte, sobre el que aludí aquí, para garantizar el financiamiento de la Universidad, y que ha aparecido tangencialmente en las discusiones; pero sé que hay conciencia del mismo en las tres listas, sin que me quede claro como lo enfrentarían, en cada caso.

Lo que nos lleva a la campaña: tres candidatos a rector, los tres varones humanistas, representantes de una mirada más tradicional que modernizante de la universidad. Sus planes varían pero ninguno es singularmente visionario; mucho más elaborado el de Carlos Garatea y su equipo, con más detalle, y ciertamente más participación orgánica de profesores de toda la universidad. Los otros dos no son inherentemente malos pero me parece que carecen de una vision de largo plazo realista, o que pueda convertirse en planes concretos con facilidad.

En el fondo, no me preocupa. Creo que la universidad requiere más que otra cosa discutir en serio a donde quiere ir, y como lograrlo, antes que asumir que un equipo rectoral dado lo hará por ella. Si una critica debemos hacernos nosotros, los profesores, es que los años de la década que termina fueron dedicados a perder de vista lo importante que no fuera la supervivencia, y dejarla en manos de las autoridades. Las autoridades decidieron de formas determinadas y luego nos quejamos que no nos gustaron las decisiones, pero no nos pusimos a pensar en cómo hacer para que esto no ocurriera de nuevo. Ahora, enfrentados a una elección epocal, tendríamos primero que preguntarnos por el cómo antes que por lo que se hará.

Las tres listas tienen virtudes, que como es lógico han intentando difundir ampliamente, así que me entretendré con sus defectos por un rato (espero no ofender a nadie pero si ocurre por favor no lo tomen personalmente).

Primero que nada, creo que se necesita modestia. Es urgente repensar la universidad y mirarla de una forma que nos permita entender qué debemos conservar pero cuánto debe cambiar; qué rescatar de lo anterior y que dejar de lado. Esto requiere tomar cierta distancia de las pasiones desatadas recientemente y tratar de imaginar lo más justo para todos, pero reconociendo que no todos tienen o podrán sentirse completamente satisfechos con el resultado.

Debemos dejar atrás los tiempos de un rectorado en el que convergen las grandes decisiones y empoderar los órganos intermedios, y el superior, la Asamblea, que no es realmente muy un legislativo tanto como una suerte de Board of Trustees, sin mayor capacidad de iniciativa. No hay una solución pero tampoco debemos permitir que continue el método anterior, que no solo nos llevo a la crisis sino que ha terminado creando proyectos que no tienen mayor compromiso institucional más allá de las autoridades y que no logran credibilidad interna.

Debemos sincerar las limitaciones económicas y forzar cambios administrativos pero también a nivel docente, lo que pasa por reconocer que las necesidades que cada profesor tiene no son las que otros colegas en otras unidades tienen. Ampliar nuestra capacidad de entender lo que es investigación y lo que es responsabilidad social de manera que todos se sientan identificados; mejorar la carrera docente para que tengamos los recursos humanos necesarios, abandonando la idea que todos debemos hacer todo igual de bien; y encontrando equilibrio entre tareas administrativas y espacio abierto académico: sin negar que a mí también me resulta detestable asumir responsabilidades administrativas, el esperar que otros las hagan involucra dinero que no aumenta salarios o recursos académicos; y no hacerlas es inviable hasta por razones legales. Ergo: quejarnos de los trámites sin plantear que tenemos que hacerlos es trivializar un problema más grande.

Esto además requiere sincerar la delicada relación entre pensiones académicas y salarios, especialmente docentes. Ser honestos respecto a como manejarlos pasa tanto por reconocer que los privilegios deben tener mejor fundamento cuando los haya, pero sobre todo que debe existir una conexión entre productividad y remuneración, y no solo entre tiempo de servicio o categoría docente y remuneración, pues premia la improductividad y el exceso de conservadurismo.

Finalmente, la universidad está sacudida por conmociones políticas que en comparación con otros tiempos son menores, pero que no dejan de ser importantes. Rescatar el dialogo y el respeto a los procesos no debe impedir que se reclame lo justo; seleccionar mejor a los responsables de proteger los derechos es una obligación, en varios niveles; hacer cumplir la ley en todo nivel un principio irrenunciable. Lo demás debe conversarse más y gritarse menos.

De las tres listas, puede que ninguna cumpla con todas las expectativas que se podrían hacer. Es natural, dada la situación. Pero hay patrones. No es una cuestión de personas, pero hay que decirlo con nombres para dejarlo en claro: La lista Giusti ha optado por presentarse como insurgente pero no me ha logrado dejar en claro qué haría aparte de restaurar prácticas del pasado o tentar algunas soluciones que no están bien esbozadas, y además transmite la impresión de depender en exceso de la personalidad y energía del líder, un intelectual publico y un académico impecable que realmente hace muy bien lo que hace; ninguno de sus candidatos a vicerrector han marcado territorio claro. Esos excesos de personalismo me parecen innecesarios precisamente luego del rectorado cuasi imperial que tuvimos hasta la Crisis de Diciembre.

La lista de José de la Puente parece por momentos bicéfala, con un candidato fallido a rector ahora en el vicerrectorado administrativo. De la Puente es un académico y una persona impecable: pero transmite una sensación de falta de escala, como si a veces creyera que ser rector es como ser decano por más horas; puede que me equivoque pero no me parece correcto ver el rectorado así, puesto que lo que se viene es tan complejo que requiere otra actitud. Yo expresé mis profundas dudas sobre Eduardo Ismodes en 2014 y no he cambiado mi punto de vista; sus otros dos vicerrectores no han marcado mayor espacio, y ciertamente hay una historia de conservadurismo religioso alrededor de la plancha y del entorno de la plancha que sería absurdo ignorar. Me parece una mala idea optar por una inclinación tan ideológicamente ceñida a cierta comprensión del catolicismo para dirigir una universidad como la PUCP en estos tiempos, bajo las premisas que he mencionado.

Esto deja la plancha de Carlos Garatea, la que puede no crear grandes entusiasmos; justamente una virtud en estos tiempos. Es posible que me equivoque, pero pienso que un rector que descanse en un equipo rectoral diverso, y que dialogue mucho porque es su deber y su necesidad, sea lo que necesitamos en estos tiempos. La acusación de continuismo con la administración es infantil: Carlos y Cristina del Mastro fueron directores académicos, pero eso no implica haber tomado grandes decisiones ni estar comprometidos con las lineas de accion de la administración anterior fuera del ámbito mismo de su mandato como directores. Las posiciones que han tomado son claras y críticas a muchas de las posiciones de la administración anterior.  Es el equipo más parejo, el que más ha trabajado en su propuesta, el que es más orgánicamente académico en su respaldo, y por una cuestión generacional (mucho cincuenton) el que más tiene para vivir las consecuencias de sus decisiones, personalmente y en el juicio de sus pares. Todo esto me lleva a pensar que más allá de otras consideraciones, si buscamos balancear la universidad en sus muchas tensiones, un equipo balanceado es lo más sensato.

Con el inmenso respeto y aprecio que tengo por José y Miguel, espero que Carlos Garatea sea elegido rector, que Cristina del Mastro, Aldo Panfichi y Domingo Gonzales sean elegidos vicerrectores, y que podamos tener una gestión ordenada e ir con calma, juntos, a buscar como encaminar la casa.


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