(publicado originalmente en esahora.pe)
La campaña electoral tiene ya unos meses pero realmente solo importa desde enero. Las candidaturas, los procesos internos, las alianzas, establecen un marco general en el cual la atención ciudadana debe fijarse a partir que toda otra preocupación desaparece del panorama. Tras las fiestas de fin de año, y con las listas parlamentarias inscritas, son los tres meses finales los que definen el resultado.
La historia reciente apunta en esa dirección: sentidos comunes previos se desvanecen rápidamente una vez que la atención general se pone en ciertos candidatos, y estos comienzan a mostrar sus limitaciones. Desde el lento deterioro de Mario Vargas Llosa en el caótico verano de 1990 hasta el rápido tránsito de inevitabilidad a irrelevancia de Alejandro Toledo en 2011, es ahora donde se define el futuro del lustro siguiente.
Esto no quiere decir que un Fujimori sea posible en cada elección: las circunstancias de crisis generalizada en 1990 no existen (afortunadamente); pero sí hay un espacio para que algunos crezcan.
Precisamente porque no hay condiciones para un Fujimori, los crecimientos serán menores y dispersos. A diferencia del 2006 y 2011, no hay “dos visiones” del país en el debate público; hay una sensación de desamparo y desilusión que es el motivo central de la campaña de candidatos como Alan García, que promete sin fundamento alguno crecimientos “a la china”, en una variante francamente incomprensible del “tú lo conoces, vota por él” que usó Manuel Prado en 1956. Esto promete una campaña torpe, sin imaginación ni conflicto de ideas, en donde nos deslizaremos hacia la fecha electoral sin mayores cambios; serán contingencias, producto menos de aciertos de campaña que de errores cometidos por el contendor, lo que pondrá en segunda vuelta a alguien al lado de la casi inevitable Keiko Fujimori.
¿Puede ser distinto? Quizá. La lenta pérdida de apoyo de candidatos como Toledo y quizá García, por errores propios o falta de interés de los electores, dejará un espacio para la atención de otras propuestas. La exigencia por escoger a alguien, causada por la obligatoriedad del voto, podría significar que algunos no se resignen a tomar lo que está al alcance, sino que miren otras ofertas. Es casi imposible que esto ocurra en espacios como Facebook, por razones que merecen una explicación más larga; pero si algún candidato logra crear una narrativa atractiva y prepara una estrategia para llenar los espacios que dejen sus competidores, podría aprovechar la combinación de desencanto con unos y atención por otros para ganar cierto momento. Qué ocurrirá luego, difícil saberlo.
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