Soy Eduardo Villanueva Mansilla, y este blog contiene temas de interés profesional y personal, y lo uso para hablar sobre tecnología de la información, medios masivos y nuevos medios de comunicación, cultura y sociedad, y otras cosas que se me pasan por la cabeza.
domingo, 3 de agosto de 2008
Tragedias cotidianas de ayer y hoy
El 15 de junio de 1904, el General Slocum, un barco de pasajeros que hacia viajes a puertos cercanos de Nueva York, se incendió. A bordo iba un grupo bastante grande de madres con hijos de una congregación luterana de la ciudad. De los más de 1300 pasajeros y tripulación, regresaron 321, por lo que se calcula más de mil muertos, con claro predominio de mujeres y niños de bajos ingresos.
El barco estaba mal administrado, la tripulación pobremente entrenada; el capitán no respondió como era debido. Peor aún: los botes salvavidas estaban amarrados de tal forma que no se podían botar, y los salvavidas habían sido rellenos de corcho tan malo, que para compensar la falta de peso se les había añadido pedazos de fierro...
Los mecanismos de supervisión habían fallado; la justicia, tras la tragedia, apenas condenó al capitán a 10 años de cárcel, de los cuales sirvió menos de cuatro. No se encontró culpables por la negligencia de la empresa ni de la supervisión.
¿Suena familiar?
Aunque la escala de las tragedias del transporte de pasajeros interurbano no llega a ser tan aparatosa como la del General Slocum, lo cierto es que hay similitudes que nos pueden indicar por dónde podría venir una solución. Es cierto, Tolerancia Cero no alcanza, entre otras cosas porque no ataca el problema de fondo, la precariedad de todo el sistema, incluyendo la infraestructura, y porque como bien dicen expertos como Gustavo Guerra García, está mal diseñado, al hacerse en garitas y no en el punto de salida. El público no ayuda, los mecanismos de supervisión son incompletos, y los mecanismos de represión son para llorar de malos.
Sin duda, mientras tengamos carreteras y no autopistas, los riesgos aumentan conforme el tráfico aumenta, lo que seguirá agravando la situación. Mientras los proveedores de servicio sigan siendo muchos y muy pequeños, el incentivo para mantener costos bajos hará posible explotar a los choferes con jornadas interminables, sin controles de largo plazo que lleven a separar a tiempo a los que tienen problemas de estabilidad emocional. Mientras la policía, el poder judicial, las municipalidades y los gobiernos regionales no sean agresivos en el buen sentido, no habrá represión que funcione. Mientras no haya inversión en terminales terrestres, será más fácil que la informalidad se mantenga.
También es cierto que mientras el público se deje llevar por el efecto de la tercera persona y prefiera su comodidad a su seguridad, mientras sigamos actuando bajo el principio del facilismo miserabilista que nos lleva a pagar poco y tolerar porquerías porque "somos pobres, qué vamos a hacer", las cosas no van a cambiar. El caso reportado hace días por El Comercio es patético: el chofer le dice a los pasajeros, en medio de una serie de accidentes fatales serísima, que va a trasgredir las reglas, y la reacción de los pasajeros es "ya pe, qué vamos a hacer".
¿Por dónde podríamos comenzar? Me gustaría ver a los involucrados comprándose el pleito de tres maneras distintas: el estado, tanto a nivel nacional como local o regional, buscando agrupar a los transportistas serios para definir un plan de implementación de grandes terminales terrestres, con buen acceso de transporte urbano, excelente complemento comercial y sistemas de seguridad decentes, atrayendo al capital privado para la operación.
La segunda sería exigiendo que todas las partes cumplan su tarea: que la policía actúe cuando vea un delito en proceso, como viajar con llantas en mal estado, o paraderos informales, o cualquier trasgresión similar; que los alcaldes, comenzando por el idiota de Castañeda, dejen de esconderse y vayan a comprarse el pleito, desde pidiendo más y mejores carreteras hasta explicando los riesgos que enfrentamos.
La tercera es la más fregada. La sociedad civil deben dar la cara tras las tragedias, explicando lo que pasó y dónde caen las culpas, y usando el poder de la publicidad, entre otras herramientas, recordarle al público que su indolencia, su dejadez, su estupidez, es también causa de todo esto. Educación cívica de verdad, no las simplezas de la bandera o el escudo.
Accidentes habrán, me imagino, por siempre, puesto que siempre habrán causas incontrolables. Pero los accidentes que tenemos día a día son simplemente el resultado de la incapacidad del estado, de la sociedad civil y de la industria de reaccionar. Pasaba antes cuando el capitalismo descontrolado permitía que el General Slocum funcionara en el río Hudson. Lo que los peruanos tenemos que hacer es madurar, como otras sociedades en expansión económica urbana lo hicieron, para enfrentar nuestras carencias. Eso sería una verdadera señal que el Perú avanza.
Desde el Tercer Piso comenta también.
Foto: El General Slocum se incendia. Tomada de Wikipedia, originalmente de Harper's. En el dominio público.
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