No hay mucho que añadir sobre la vida y milagros de Gates, que ha sido tratada con lujo de detalles por autores como Stephen Manes, en la que sigue siendo la biografía estándar (a pesar de tener más de 10 años de publicada). Las ideas de fondo siguen siendo válidas: Gates es un programming wizard, pero no un hacker, puesto que su interés nunca fue cambiar el mundo sino hacerse rico; Microsoft fue siempre una empresa especializada en hacer buenos negocios antes que en innovar; Microsoft ha jugado sucio, quizá sin llegar a la ilegalidad pero por poco; Microsoft no ha sabido transformarse ante la cuarta etapa de la informática (rollo que espero desarrollar pronto).
Al mismo tiempo, Gates hace tiempo se transformó, a través de su fundación, en alguien completamente distinto. He tenido la suerte de trabajar con la Fundación Bill y Melinda Gates y es un grupo fantásticamente motivado, organizado y agresivo en el buen sentido de gente que ha sabido desde el comienzo cuáles son sus prioridades. No solo se trata de una fundación gigantesca, sino también muy bien focalizada: salud pública, información y bibliotecas, y la región de Seattle: that's it. Sus oficinas, funcionales y bien equipadas pero sencillas y sin complicaciones, son como Microsoft, según me cuentan los que trabajan ahí. No se trata de una empresa o una fundación dadas a las innovaciones en el espacio laboral como Google, o dispendiosa como una petrolera.
Y esto es, en mi opinión, lo más importante que deja Gates: Microsoft ha sido, desde sus inicios, una empresa innovadora no por lo que produce, sino por la manera como entendió el rol de sus productos en la economía contemporánea. Uno puede decir lo que quiera sobre la calidad del DOS o de Windows; sobre las aberraciones como Clippy, Bob o el Windows ME; uno puede detestar Office por haber destruido productos como WordPerfect o Lotus 1-2-3 o hasta Harvard Graphics; por lo que le hizo a Netscape; pero en el fondo, no puede dejar de admirar el hecho que mientras el resto de la industria informática hacia negocios sin mucha claridad o trataba de cambiar al mundo, Gates tenía claro que lo importante, lo significativo, era crear productos que se vendieran, y crear mecanismos de marketing que convencieran al mundo que esos productos eran lo mejor disponible cuando se consideraba el conjunto.
Gates y Microsoft jamás vendieron innovación informática: vendieron un producto para que las organizaciones y las personas pudieran innovar. Uno puede admirar el Firefox 3.0, pero el backoffice que justifica el crecimiento de la conectividad global y de la expansión de la Internet es muy probablemente creación de Microsoft.
La intensidad del compromiso empresarial de Microsoft permitió a esta empresa ser el tejido de la economía global de la información. No lo hizo con los mejores productos, y ciertamente ha dejado un agujero de innovación por donde el FLOSS puede entrar ahora, al haber despedazado la boyante pero pequeña industria micro informática en el proceso de triunfar. Pero el mundo hiperconectado de hoy tiene una deuda enorme con Microsoft, con la intensidad y la claridad de sus propósitos y la falta de pretensión tecnológica e ideológica alrededor de la empresa más grande de la industria.
Es posible que Microsoft no tenga realmente futuro, y que la riqueza de las redes, la presión de la piratería o la falta de innovación relevante para la computación en la nube la desbaraten. Pero los 30 años en que Gates creo una industria de la nada hasta convertirla, con nombre propio, en el centro mismo de la vida contemporánea, pues no es trivial.
Nada mal para un geek...
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