Es probable que vivamos en una época singular: nunca antes tanto contenido audiovisual está siendo visto por tanta gente al mismo tiempo. Al mismo tiempo, la televisión está camino a desaparecer. Acontecimientos recientes sirven como señal de este futuro posible.
Primero está la discusión, renacida, sobre neutralidad de la red en los EEUU. Lo que parecía cosa juzgada hace un año ha regresado a la discusión como parte de la agenda retrógrada del gobierno actual de ese país, empeñado en favorecer actividades económicas tradicionales en desmedro de opciones innovadoras. El principio básico de neutralidad de red es que todo el tráfico debe ser tratado por los operadores de telecomunicaciones por igual, sin discriminación regulatoria o a través de prácticas comerciales. En otras palabras, no puede haber preferencia por un tipo de tráfico o, mejor aún, no puede haber discriminación negativa (disminución de velocidad, o bloqueo) del tráfico que proviene de un servicio, para favorecer a otros. Hay muchas explicaciones pero la Wikipedia (un servicio que bien puede pensarse como en deuda a la neutralidad de red) provee una definición bastante decente.
El principio de neutralidad plantea entonces que los operadores de telecomunicaciones no pueden priorizar el tráfico que les convenga, sobre cuando estos operadores son también proveedores de contenido. Es bastante fácil de comprender si consideramos que los dos grandes operadores de telecomunicaciones peruanos, Telefónica / Movistar y Telmex / Claro, son a la vez proveedores de contenido, mediante sus negocios de televisión paga y por las aplicaciones o acceso web a esos mismos contenidos a través de sus servicios de acceso a la Internet. Bajo el principio de neutralidad, no es posible castigar con velocidades más bajas o tráfico menos eficiente a aquellos proveedores de servicio que ofrecen servicios competitivos; si es posible ofrecer tratos diferenciados de acceso a la infraestructura, que previo pago, garanticen más velocidad que la estándar o espacios separados en sus redes de transporte a dichos proveedores: es lo que hace Netflix, que compra acceso a pedazos completos de redes de transporte para tener la velocidad necesaria para sus servicios.
El punto no es la priorización o la posibilidad de mayor calidad, sino la no discriminación. Pensémoslo con un ejemplo más simple: se puede reservar un carril de una avenida para un servicio que lleve a más pasajeros siempre y cuando el acceso a ese carril esté disponible para todos los potenciales operadores, o para un servicio accesible a todos los potenciales usuarios; si el carril fuera reservado solo para aquellos que pagaran una tarifa separada a la municipalidad --a través de un modelo opaco que no permite saber los criterios por los que se ha escogido a tal o cual usuario y que no permite que cualquier otro usuario pueda acceder-- habría discriminación, la que solo podría justificarse por razones de servicio público, no por ventajas del dueño de la infraestructura.
El ejemplo más conspicuo fue la "vía expresa del Callao", esa creación corrupta e inútil que fue montada para aprovechar el monopolio de acceso al Aeropuerto, y que obligaba a pagar por usar lo que era una breve simplificación del camino. Fue un abuso de monopolio, insostenible y que nadie realmente pudo justificar sino como un aprovechamiento legal; para el consumidor, nunca fue una opción, sino una obligación.
Las protecciones de neutralidad de red no impiden entonces los contratos de priorización, el montaje de redes privadas virtuales de distinta escala, o incluso que un operador de telecomunicaciones pueda ofrecer un trato diferenciado a su propio proveedor de contenidos, si las provisiones son abiertas, transparentes y eventualmente disponibles a todos, y si están diseñadas para garantizar condiciones mínimas a los entrantes. Si AT&T hubiera tenido un proyecto de enciclopedia en línea hace 10 años, y hubiera optado no solo por darle prioridad en el tráfico a su proyecto, sino a atrasar el trafico de la Wikipedia, el resultado de esa discriminación podría haber sido el fracaso de la Wikipedia y la obligación de usar un servicio pago bajo control de un operador de telecomunicaciones. Un fracaso de mercado producto del abuso de posición de dominio, en un mercado altamente concentrado (telecomunicaciones), que afectaría a un servicio innovador en un mercado potencialmente muy diverso, como la provisión de servicios de acceso a contenidos.
Por eso es que el retroceso en neutralidad de red es preocupante: protege a una industria en desmedro de otra, en vez de facilitar que nuevos servicios realmente innovadoras nos hagan pagar por mas y mejores conexiones. De hecho, el negocio de las telcos no está siendo malo, precisamente porque los consumidores se están volcando a servicios emergentes de contenidos, como el Video Bajo Demanda (llamado para simplificar, VOD).
Sin Netflix y Amazon Prime Video, no tendría necesidad de contar con 30 Mbps en casa; sumémosle YouTube y su cada mayor popularidad en base de los YouTuberos (y YouTuberas), y está claro que el futuro del contenido audiovisual es lo que justifica pagar cada vez más por conexiones domiciliarias a Internet, que es el negocio de las telcos ahora. En cambio, pagar por cable, bueno... cada vez tiene menos sentido.
Ahi aparece la segunda gran novedad de la semana que termina. Disney quiere comprar buena parte de los activos audiovisuales de 21st Century Fox, la parte del emporio de Rupert Murdoch que maneja el negocio de cine y tv: 20th Century Fox, NatGeo, el pedazo de BSkyB, Fox Sports (la parte no EEUU de deportes), y el pedazo de Hulu, la plataforma VOD que opera en EEUU para dar acceso diferido a contenido original de las cadenas de televisión de EEUU. Disney había anunciado antes que pensaba crear su propio VOD, sacando el contenido que tiene ahora en Netflix (adiós Pixar, adiós Marvel, adiós series de ABC), y juntando alguna forma de ESPN en el sancocho. Todavía falta que los reguladores de fusiones y adquisiciones de los EEUU lo acepten (por allá SI hay control de fusiones y adquisiciones, vea usted), pero si se configura así Disney tendrá mucho más contenido y un VOD listo para ser globalizado, compitiendo con Time Warner y sus ofertas fragmentadas (HBO Go, FilmStruck) y con los dos gigantes, Netflix y Prime Video. Todavía falta ver qué intentarán Apple y Facebook (el otro gigante, Google / Alphabet, basa su estrategia en YouTube).
En otras palabras, lo que está en juego es como se reconfigurará el negocio audiovisual global. Lo que no entra en ninguna parte de la ecuación es la televisión de pago. Es un negocio con un futuro claro: en diez años será secundario en mercados pequeños como el Perú, donde la renovación tecnológica y comercial toma tiempo, pero estará en extinción, sino ya extinto, en los EEUU, y posiblemente en el resto del mundo desarrollado. Japón funciona con otras reglas y China es China, pero el cable no tiene realmente viabilidad más allá de negocios chiquitos.
En poco tiempo, por lo que pagamos por cable ahora, tendremos que combinar el pago de acceso a Internet, mas Netflix, más Prime Video, más Hulu Global o como lo llame Disney, más alguna plataforma de deportes y quizá algo de Time Warner. Puede salir costando más que Internet más cable, pero la variedad, velocidad y calidad simplemente dejaran detrás a cualquier cosa que ofrezca el cable.
Por eso es que necesitamos neutralidad de red; para evitar que el medio que usen las telcos para proteger su negocio de televisión de pago sea hacerla imposiblemente inestable y lenta. Que quede en claro: en el Perú la neutralidad de red está incorporada en la legislación, pero si de pronto los amigos de EEUU logran iniciar un proceso de mímica de políticas públicas, puede que tengamos que volver a discutir esto. Mientras tanto, la diversidad y la presencia del contenido peruano solo podrá ser preservada con acciones conscientes y dedicadas de las autoridades y de los empresarios, porque la televisión de señal abierta sí tiene futuro: es gratis, es fácil de usar, y no compite con la Internet. No será un gran negocio, como tampoco lo es la radio, pero hay que evitar que termine convertida en la radio que tenemos: concentrada, repetitiva, predecible y sin imaginación alguna. Solo una buena televisión pública podría darnos opciones cuando el futuro mediato sea YouTube y cuatro VODs.
Para pensar y para no ignorar, en el Perú y en toda la región, con sus particularidades e individualidades. Lástima que a veces, cuando el mundo está cambiando, nosotros, entrampados en la república tecnocrática y amenazados por la farsa fujimorista, no podamos pensar sino en el desastre que nos espera. Pero no debemos renunciar a imaginar el futuro que queremos, incluso en un campo menor como las telecomunicaciones y el consumo audiovisual.
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