Antes, un comunicado que parecía hecho al alimón entre Spock y Sheldon Cooper por su falta de empatía azuzó un ambiente en donde muchos se sentían, con pleno derecho, maltratados por la universidad. Era la culminación de décadas de sensación de abuso por cobro de moras, multas y de pensiones altas --filtradas estas por una oficina de servicio social similarmente carente de empatía.
¿Que la situación estaba siendo aprovechada por una dirigencia estudiantil que tenía que ser más radical que las opiniones en redes? Sin duda. ¿Que la sesión de Consejo estaba amparada legalmente y que los argumentos de los representantes estudiantil no eran realmente válidos? También. Pero todo se pudo manejar mucho mejor: aplazar un par de días la sesión, incorporar alguna oportunidad para que se desahoguen las tensiones, sin duda comunicar mucho mejor, no como el bot de abogado que parecía estar a cargo. El día de la sesión se pudo mover la misma a otro sitio en el campus o incluso fuera de él, y así se contenía la situación. Convertir todo en un pleito entre un grupo --pequeño-- de estudiantes y el Rector en el tema del día fue un horror político.
Evidentemente, la cosa es mucho más profunda que las moras. Visto desde la relativamente cómoda posición en la que me encuentro, de profesor asociado que ni es ni será autoridad, pero que puede entender mejor que otras personas lo que pasa en la PUCP, varios desastres se han ido juntando y al final han explotado en algo que no es más que una crisis mínima, pero que en estos tiempos virales se convierte en lo --aparentemente-- más importante. Esa viralidad es, además, la explicación de lo descarnadamente desproporcionada de la retórica reivindicativa: ladrones, corruptos, estafadores, se suelta con una liberalidad propia de la irresponsabilidad expresiva de las "redes". Nadie se sienta a sustentar más allá de su opinión o "filin" el origen de semejantes afirmaciones, que finalmente son acusaciones serias que merecerían un mínimo de evidencia.
Despejando: no, Marcial no debe renunciar. No solo porque estas tormentas son de corta duración, sino porque la legitimidad de las autoridades se fundamenta en su relación con el cuerpo docente y en menor medida los estudiantes, que utilizan menos sus mecanismos de representación pero que sobre todo tienen intereses mucho más conflictivos entre sí. No hay un "movimiento estudiantil", hay cierta cantidad de estudiantes movilizados, que logran apoyos coyunturales alrededor de reivindicaciones precisas de parte de una buena cantidad del resto de los estudiantes, pero no siempre ni de la mayoría.
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Esto no niega que lo que hizo no debió ocurrir, que empaña toda su gestión de casi 25 años en el rectorado, y que debería pedir disculpas. No voy a calificarlo como autoritario pero sí como innecesario y desproporcionado, y más allá de la dimensión humana, algo que le va a costar a él y a la universidad mucho más allá del momento preciso. Lamentablemente.
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En cambio existe un conjunto de docentes que tenemos miradas conflictivas pero esencialmente intereses comparables: la continuidad de la universidad bajo ciertos estándares, el mantenimiento y mejora de la calidad académica, y ciertamente, remuneraciones y recursos suficientes para nuestros intereses. Es ante los docentes que el Rector es finalmente responsable, y si bien personalmente creo que salvo terminar su periodo no le queda mucho más que hacer, y que debería evitar más conflictos, no veo qué beneficio institucional produciría su renuncia, o peor aún, una crisis de gobernabilidad ficticia, dado que ninguna elección podría ocurrir realistamente antes de mayo de 2019, es decir apenas un mes antes de la fecha regular de las elecciones.
Pero negar que esto es señal de algo mucho, mucho más serio, sería necio. Precisamente porque estamos ante una elección rectoral, se hace necesario pensar qué vamos a hacer con la Universidad. Claramente, el periodo iniciado en 1994 con el primer rectorado de Salomon Lerner Febres se ha agotado: la narrativa institucional que propone una universidad humanista, moderna, en constante crecimiento y de alta calidad académica, pero comprometida con el Perú en varios niveles (la idea caviar, digamos) se enfrenta a una dura realidad, pues para sostener este modelo solo hay una fuente de recursos, y esa fuente de recursos crea su propia contranarrativa.
La PUCP es explotadora, abusiva, un negocio, corrupta, etcétera: solo nos interesa la plata. Así se está leyendo la institución, al menos desde los estudiantes más movilizados. No importa que se suponga que todo es parte de un medio para llegar a un fin, una universidad de primera calidad al menos sudamericanamente, que se empeña en conectar con el país, y que no deja nunca de reinvertir sus ingresos para esos fines. Lo que queda es que a cambio de educación no siempre muy buena, cobramos y abusamos. Cuando no robamos.
Es pues urgente construir mejor la relación, y no solo con los estudiantes, a partir del reconocimiento que la marcha institucional no puede ser cuestión opaca y decidida sin un proceso más integrado a la marcha cotidiana de la Universidad; y que los errores politicos y efectivos no pueden ser simplemente ignorados, como se ha hecho demasiadas veces (no, no voy a entrar en detalles; hay cosas que se quedan dentro de la casa mientras sea posible solucionarlas en ella). Esta situación lo pone de relieve pero no es que no sea un tema de discusión.
Pero sobre todo, es urgente dejar en claro que los principios que se proclaman deben de tener expresiones concretas: para comenzar, si no se puede cobrar menos, o pagar más, entonces hay que gestionar mucho mejor y de manera más transparente. Si no hacemos eso esta crisis volverá a aparecer como refuerzo, como agudización, cuando venga una nueva crisis. Necesitamos reconocer que hay que reconstruir la relación para que la narrativa que se intenta proclamar sea viable y creíble. Aunque he de ser sincero: a veces no sé si la universidad, si la PUCP, quiere cambiar. Muchas veces me parece que está demasiado cómoda en sus certezas y que prefiere rajar a criticarse a sí misma. Ojalá no sea así.
Hay un proceso de renovación de autoridades por ocurrir. No es precisamente muy novedoso: los mismos de 2014 quieren intentarlo el proximo año. Más que otra cosa, quisiera que estos candidatos, ya anunciados o implícitos, dejaran en claro cómo van a restablecer confianza y refundar la relación entre las autoridades y sus constituencies, que incluye a los estudiantes, sobre todo a los profesores, con quienes tampoco es que las cosas hayan sido perfectas, para nada.
Esta crisis (permítanme la banalidad) es una oportunidad: se puede decir, clara y distintamente, a dónde vamos a llevar a la PUCP en los próximos cinco años. Repetir las mismas generalidades de siempre no sería una ruta: no pasaría de ser un callejón sin salida.
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