jueves, 5 de octubre de 2017

Blade Runner, o la utopia no deseada

Hoy, 5 de octubre de 2017, se estrena la secuela de Blade Runner.

No, no era necesaria. La película original es una obra cerrada que no requiere una continuación, que no fue diseñada para ella, y que bien podía quedarse sola, incólume al riesgo de ser destrozada por un desavisado productor ávido de extraerle dinero a los fans. Pero existe la secuela.

No, no fue una película bien hecha. Su trama es relativamente simple, fue filmada con apuro, y fue víctima de las obsesiones del director, que prefirió gastar energía y dinero en la escena del salón de Tyrell antes que en la continuidad; que permitió que se estrenara con bloopers de sincronización de audio o de doblaje memorables por su torpeza; que finalmente incluyó torpezas como la "escena de amor" entre Deckard y Rachel, tosca y francamente árida.

Pero lo que logró Ridley Scott fue crear una obra audiovisual que más allá de la trama simple o las fallas de estructura, explotaba el medio hasta un resultado magnífico; y se conectaba con la tradición de la literatura fantástica / especulativa tanto en trama como en escenas individuales, ofreciendo trascendencia y emoción al lado de apelación al intelecto.

Es decir: visualmente espectacular, pero provocando preguntas y diálogo poderosos, en la mejor tradición de la ciencia ficción, Blade Runner pasó de ser una película menor, sin éxito, a un clásico. Construyó no solo un mundo sino un referente narrativo, y no solo cinematográfico. Un mundo horrendo, del que jamás se podría hacer una serie de television porque saldríamos corriendo; un mundo desolado, en el que los ecos de la tragedia ecológica que es central a la novela en que se inspira resultan claramente desalentadores. Un mundo donde el paraíso no está al alcance, ni siquiera como imágenes concretas. La versión adulta de la tierra de Wall-E, digamos.

Luego de años de optimismo inspirado en el potencial tecnológico, que culminó con las misiones a la Luna y con cine como 2001, la Tierra volvió a ser el locus de la imaginación. Dejamos de ilusionarnos con el futuro que traerían otros o que construiríamos, para pensar en lo que haríamos con nuestro hogar. El pastiche de novela negra con devastación ecológica, insinuado más que explícito, que se construyó en Blade Runner, fue lo que permitió detenernos y pensar en la realidad que venía y qué significaba ser parte de ella. Pensar en utopía indeseables se convirtió en el nuevo ideal.

Entrar al cine en el lejano 1984 (por esas cosas de la vida, recién la vi dos años después de estrenada, luego de perseguirla sin éxito hasta por tres países), y ser confrontado con los planos iniciales, fue una saturación sensorial única. Ahi la película te capturaba o te dejaba sin interés: formado en casi dos décadas de viajes espaciales y ciencia ficción de todo tipo, ver esa imagen simplemente me dejo atónito y me hizo sumergirme en las sensaciones y las ideas, antes que en la historia, que se nos presentaba en la pantalla. Las críticas de la época no fueron nada generosas, porque vieron una película con huecos narrativos y actuaciones gruesas: los que teníamos la sensibilidad adecuada vimos una metáfora sobre la condición humana disimulada en una novela negra y con los visuales más espléndidos, decadentes y detallados que se habían hecho hasta entonces. De la azúcar y crema chantilly de Star Wars al café espresso de Blade Runner hay el mismo salto de una matinee infantil a una cena de adultos. Eso se sentía al verla: una película en serio que presentaba hermosamente, temas serios.

Como buen fan, la he visto más veces de lo que puedo recordar: en el cine, en television y doblada, en cable, en DVDs, en archivo descargado. He visto las cinco versiones y he comparado mentalmente cada una. No tengo solo escenas favoritas: tengo planos favoritos. Cierro los ojos y puedo ver un Spinner descendiendo frente al Bradbury Building, el unicornio que Gaff dejó a la entrada del departamento de Deckard, el descenso de las cortinas en el estudio de Tyrell, Pris a contra luz deslizándose por las calles decrépitas de LA; me he sorprendido escuchando la música de los créditos finales luego de ver un ascensor cerrarse delante mío.

Espero algún día encontrar el momento preciso para citar las palabras correctas de Gaff;  se que a cada rato no me atrevo, aunque quisiera, a enunciar el soliloquio final de Batty, que quiero creer recordaré al morir, porque sigue siendo las más contundentes "famous last words" que puedo imaginar.

Blade Runner no es una obra maestra. Pero marcó mi vida y me sirve como referente para imaginar lo bueno y lo malo del arte y de la vida. Hoy que veré la secuela, estoy seguro que disfrutaré, sin comparar sino refiriéndome y citando mentalmente la primera. Respeto enormemente al director: Denis Villenueve ha hecho joyas y ahora tiene en sus manos la oportunidad de entrar al panteón. Las criticas son generosas y positivas.

No quiero experimentar lo mismo que en 1984, porque no es posible. Lo que quiero es sentir como me sentí el 84: quiero salir del cine tan emocionado, ilusionado e intelectualmente estimulado como cuando vi por primera vez Blade Runner, aunque haya tomado 33 años.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Creo que la nueva pelicula te va a hacer feliz.

Enrique Prochazka dijo...

Gracias, Eduardo. Yo tuve la suerte de verla en el estreno con Guarisco, el Loco, el Platano, Ramiro y el Ebreo. Su calidad de metafora de la incertidumbre humana, lo kantiano de sus preguntas, nos tocaron a todos. A mi, para siempre. (El "And who does?" de Gaff en la primera version!!) No podre estar en el estreno de 2049, pero tendre la experiencia vicaria, implantada o replicante de verla a traves de tus ojos. Cuentanos!