La Asociación de Estudios Latino Americanos, que tiene 51 años de fundada, tuvo su conferencia anual en Lima hace una semana. Más que LASA, ha sido la conferencia como evento y como intercambio de ideas la que ha dejado muchas preguntas. Es una buena señal que semejante cosa suceda, pues indica que ha logrado sacudir la inercia local y hacernos pensar un poco más en grande. Pero como siempre, quedan muchas respuestas pendientes.
Comienzo aclarando que LASA es un organización, y un evento, muy disparejo, en buena medida por la manera como los departamentos de estudios latinoamericanos se constituyen en los EEUU, siendo este país el terreno originario de esta organización. Historia, Literatura, Antropología, sí; Arqueología, Comunicaciones, Psicología, no. No hay nada particularmente tenebroso en estas omisiones, sino la historia de los intereses de la academia de los EEUU y los sesgos inherentes a este interés; pero hay que volver a ellos luego.
Considerando estas carencias, también hay pensar en el origen "latinoamericano" de LASA. Cuando es creada en los sesentas, la ola de modernización tecnocrática estaba en pleno auge aunque ya mostraba sus limitaciones. Luego de los distintos arrebatos populistas con sesgos de derecha o de izquierda que fuerzan un modernización inicial alrededor de la década de los cuarenta (pensemos en el peronismo argentino, el Estado Novo brasileño, o Cárdenas que termina con décadas de conflictos en México), los sesenta son el tiempo de la segunda modernización, mucho más "arriba-abajo", diseñada por expertos, y latinoamericana en alcance, cortesía de la CEPAL y similares. Al mismo tiempo, LASA nace cuando una primera generación de científicos sociales latinoamericanos comienza a trazar el camino profesional de una serie de disciplinas que ahora son comunes pero que entonces eran muy novedosas, como la sociología, la economía como la entendemos ahora, o la misma antropología.
Los problemas eran latinoamericanos en el gran sentido del término: como región, carecíamos de autonomía conceptual para enfrentar las preguntas que nos eran exclusivas, en un período en el que las discusiones intelectuales en Africa o Asia estaban todavía lejanas y donde los centros académicos de Occidente irradiaban no solo dirección intelectual, sino posturas políticas. No había suficiente comprensión al detalle, profesional, de cada país; pero el esfuerzo de los pensadores de esa primera hora, con la teoría de la dependencia por ejemplo, sirvió para iluminar de manera general los problemas de cada país, y desde ahí iniciar el desarrollo, con mayor o menor éxito, de la academia latinoamericana, y en América Latina.
Esta tendencia se plasmó en grandes obras "latinoamericanas" que ahora no existen. En mi campo, autores como García Canclini o Martin Barbero ofrecieron visiones integradoras de lo que ocurría en la región que llegaron más tarde que en otras áreas (ochentas en vez de sesentas / comienzos de los setentas) pero que igual sirven hasta ahora como inspiración si no necesariamente como programa de investigación. La especialización y profesionalización, y las distintas características institucionales de lo académico en cada país de la región, han creado distintos grados de desarrollo de cada campo; pero no hay mucho "latinoamericanismo" sino más bien "latinoamericanidad": coincidencias no epistemológicas, pero sí conceptuales, para tratar los temas de la región, y grandes espacios de encuentro en los que se debate la especificidad nacional y se descubren similitudes o diferencias. El grado de rigor varia de disciplina en disciplina y de país en país.
Esto tiene que ver con la profesionalización, sin duda, y ahí es donde la influencia de los EEUU es significativa; no solo porque institucionalmente nuestros países adoptando prácticas claramente cercanas a las de EEUU y Europa post-Boloña, sino porque la formación de muchos académicos latinoamericanos pasa por los EEUU y su estilo de hacer ciencia social. En particular, la idea de acercarse a lo local / nacional para esclarecer los puntos teóricos o conceptuales en disputa hace que cada caso se vea bajo una lógica muy distinta a la que se usa cuando se buscaba comprender lo que le pasaba a la región y al país, pero en función de una comprensión crítica de las carencias de nuestras sociedades. No estamos tratando de entender para cambiar sino solo de entender para expandir el corpus académico; sin duda el cambio igual puede provenir de esa expansión, pero aparte de más etapas, la búsqueda de neutralidad intelectual quita premura o urgencia al cambio como objetivo (aparte de ser, en muchos casos, una ilusión).
Ciertamente, el quiebre de los noventas es también un asunto crítico para evaluar a LASA: la profesionalización también tiene que ver con la des-politización de las ciencias sociales, producto de la colección de colapsos que ocurren entre 1989 y 1991. No es una simplificación constatar que ese trienio acabó con más sueños que casi cualquier otro que no haya involucrado guerras en la historia contemporánea, y los acontecimientos locales (por ejemplo, el desvanecimiento del movimiento popular y consiguientemente, de la izquierda en el Perú) se articulan con los internacionales para dejarnos sin claridad sobre lo que debe hacer la política y también, las ciencias sociales.
Si por décadas las ciencias sociales habían encontrado, en distintos grados y estilos, coincidencias entre los objetos de estudio y las preocupaciones políticas de los mismos, con las preocupaciones política de los académicos e investigadores, resultó de pronto que tal cosa ya no era así, y por los noventas se pasó por una transición incomoda en donde nada parecía llenar el vacío político, mientras que a nivel conceptual y pragmático las ciencias sociales se volvían más profesionales y miraban, con cierta pausa, a los EEUU como un paradigma. Coincide esto con ejercicios de modernización impresionantes, como el brasileño, que crea un sistema nacional durísimo de incentivos y obligaciones que separa de la movilización política explicita a los académicos, que tienen que sobrevivir como profesionales en un entorno mucho más exigente que antes.
Es a partir de los 2000 que un intento de re-politizar el trabajo académico comienza, tentativamente, mediante la rehabilitación o reinvención de las temáticas de estudio. Por ejemplo, lo indígena, que como categoría había sido desplazada casi por completo en el Perú cortesía de Velasco y la izquierda, regresa poco a poco, tanto a nivel político como académico. Similarmente, el género y la cuestión de LGTBIQ, que aparecieron plenamente a partir de la década pasada; no es que no hayan existido, para nada: abundante bibliografía sobre el tema de género, desde multiples miradas, existe en America Latina desde los sesenta. Pero es el enfoque casi independiente, como categoría que no conecta con las grandes narrativas anteriores, lo que distingue aquel periodo; ahora en cambio son reflexiones centrales a las ciencias sociales globales, y también han tomado ese espacio en América Latina.
Esto conecta con la enorme influencia del norte global, y específicamente, de la academia de los EEUU: el activismo académico comienza a recoger y promover miradas críticas desde conceptos que sin ser nuevos (estudios culturales, subalternos y decoloniales, por ejemplo) se vuelven más consistentes y mucho más conscientes de su importancia política. Tomará un tiempo para que se llegue a la mirada interseccional, que está en auge en la actualidad, pero todo este proceso llega a America Latina desde el norte global, y es recogido y encaminado en las diversas especificidades locales por activistas y académicos conectados con ese norte global que a veces recibe poco cariño, o directamente desprecio, de parte de muchos de aquellos que precisamente, son parte de movimientos con conexiones evidentes con aquel.
Volvamos a LASA. Variedad de críticas se plantean a una cuestión específica, el costo de participación. Se lo ve como una demostración de la lejanía de la academia global de las realidades de las universidades peruanas, una normalización de cierto estilo de profesionalización que en realidad está alejada de nuestras necesidades y preocupaciones, o que ofrece una mirada condescendiente sobre lo que se hace en America Latina, solo aceptando a los conectados, a los que han creado un símil, un reflejo del estilo académico profesional de los EEUU, en sus países. El resto, el verdadero sur global o la verdadera academia peruana, queda fuera.
Con esta crítica también conecta la cuestión de la organización de la academia. ¿Debe esta conectarse con las luchas populares? ¿O más bien debe conectarse con la academia global? En ambos casos, ¿como así se hace? En los extremos está desde el dejar de usar "America Latina" a favor de "Abya Yala", hasta dedicarse a publicar en revistas Scopus sin importar quién o cuántos te lean. En otras palabras, ¿qué le da legitimidad a la academia latinoamericana? ¿la conexión global o la relevancia local? ¿cuán conectadas están en realidad ambas dimensiones?
LASA es bastante acogedora a una variedad de posibles respuestas: uno puede escuchar ponencias que van desde la interseccionalidad más intensa hasta la demarcación disciplinaria más convencional; llamados al trabajo académico casi monacal concurren con los gritos por tomar las atalayas institucionales para dedicarlas a la transformación social.
No voy a intentar discernir cuál es la transformación social a la que se refieren los más dedicados a ese reclamo, ni tampoco voy a pretender que el trabajo académico "puro" puede existir. Pero sí me quiero preguntar si es posible hacer cualquiera de los dos bajo cualquiera de los dos patrones en disputa.
En el primer caso, la profesionalización lleva a un acercamiento tan granular a los problemas sociales, tan dedicado al dialogo entre especialistas, que la capacidad de incidencia académica resulta mínima. Es una torre de marfil simpática, con muebles Ikea, WiFi de alta velocidad y muchas suscripciones a abstrusas disquisiciones muy sofisticadas, pero que no son capaces realmente de conectar con la sociedad salvo que se trate de intelectuales con vocación pública y tiempo para dedicarse a ellas, y que logren ser relevantes en dos campos casi inconexos, la alta especialización y el debate público. Fantásticos puestos en los rankings pero baja relevancia social hacen que cuando haya una crisis económica o política, aparezca como evidente el recortar la inversión a aquello que no tienen constituency alguna en la sociedad. Ergo, el académico profesional cosmopolita puede terminar abandonado, sin soga ni cabra y sin LASA.
Pero el académico comprometido puede terminar anclado en panfletos y sin lograr más relevancia que aquella que se le conceda desde el movimientismo. Encima, si se acepta que los actores sociales actuales tienen agendas que solo se encuentran en un ejercicio interseccional, y que no son mayoritarios en un continente donde, a diferencia del norte global, son las mayorías las que están en desventaja económica y social, parece ser que se optaría por abandonar cualquier reflexión que incorpore a los millones de personas que no caen en ninguna de las categorías que constituirían lo que llamamos "la causa por el buen vivir", pero que siguen siendo parte del sujeto social que antes estaba en la base misma de la reflexión académica, a partir de lo que difusamente se llamaba "el pueblo". El intelectual comprometido resulta entonces una respuesta tan poco conveniente como el académico profesional cosmopolita.
Parece ser más fácil ser latinoamericano en la segunda opción, porque las temáticas se prestan más para ello. Pero en realidad es complicado postular una reflexión sistemática y conceptualmente sólida desde cualquiera de los dos lados, porque al final de cuentas las diferencias nacionales y las realidades políticas jalan en direcciones muy distintas y terminan por ofrecernos tantas contradicciones efectivas que solo cierta opción por no escuchar otras voces permite anclarse en una de las dos posiciones. Cierto profesionalismo, que ofrece la posibilidad de mantenerse al día y de dialogar con colegas en entornos más exigentes, es indispensable incluso si se quiere abandonar los paradigmas granulares de la academia profesional.
Entonces esto permite conectar con el punto más superficial, sobre precios y oportunidades. Si LASA, como conferencia, ofrece la oportunidad de acercarse tanto al profesionalismo cosmopolita como al localismo interseccional, y tu campo está bien representado, es una buena inversión, pero no solo como asistencia a un congreso, sino como parte de un tejido institucional mucho más flexible y potente que el que ofrece el ilusionista del diálogo "sur-sur", que resulta más parecido a un abandono de las exigencias formales, económicas y finalmente epistemológicas que plantea una institución como LASA.
Esto implica reconocer y luchar contra las carencias institucionales que impiden que un académico peruano pueda participar en LASA o en congresos similares, no en descartarlos por ser "parte del imperio" o argumentos parecidos. Ciertamente no siempre se puede ir, y a veces realmente no es relevante, como lo es en mi caso. Pero lo ideal es que todos tengan oportunidades de intentar averiguarlo, para encontrar un espacio que permita optar por formas de ser académico que no sean tan predecibles ni dependientes de cierto estilo local o global, que se convierten en camisas de fuerzas.
Lo que no resuelve la pregunta por "América Latina". LASA es una feria, no un relato unificador. Pero sin espacios como este es difícil imaginar que algún día volveremos a tener miradas continentales, no solo colecciones de colecciones, temáticas o geográficas. Ahí hay un pendiente, que comienza por preguntarse si es viable vernos como un todo.
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