El viernes 7 de junio fue un día singular en el Perú: una victoria de la selección de futbol acompañó la denegación del pedido de indulto a Alberto Fujimori y la condena a cadena perpetua a Artemio, el último líder senderista reconocible. Pero las alegrías locales tienen que ponderarse a la luz de los hechos globales. El 7 de junio se reveló la escala del espionaje que el gobierno de los EEUU comete cotidianamente, no contra agentes extranjeros o gobiernos enemigos, sino sobre ciudadanos comunes y corrientes del mundo entero, y de su propio país. Ese día PRISM fue puesto a la luz.
PRISM es un programa de recolección de datos ejecutado por la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), un organismo que depende del Departamento de Defensa de los EEUU, y que tiene como tarea recoger información de señales, o SIGINT, tanto como proteger los sistemas informáticos del gobierno. SIGINT es algo que todos los gobiernos hacen, y por lo general, las leyes de cada país establecen normas claras sobre cómo realizarla. En los EEUU, donde existen protecciones constitucionales para evitar las búsquedas policiales sin autorización judicial, siempre se entendió que era imposible que los ciudadanos fueran espiados por su gobierno, de no mediar causa probable, es decir una sospecha fundada, y mandato judicial explícito. La herramienta principal usada para ejecutar PRISM tiene el coqueto nombre de Boundless Informant, (informante sin límites), y se trata de minería de datos, es decir programas que revisan abundante colecciones de datos para encontrar patrones que se consideren significativos.
PRISM es parte de una larga tradición, iniciada en la Guerra Fría, de herramientas de SIGINT altamente sofisticadas. Una de las primeras fue ECHELON, un programa que desde al menos 2001 se conoce como la herramienta principal para extraer información de redes públicas de telefonía, enlaces de microondas y transmisiones satelitales. PRISM tiene la gracia, singular, que no se toma el trabajo de buscar información en las redes de telecomunicaciones, sino que se conecta directamente a los servidores de datos de las empresas más grandes de servicios de Internet, que son de los EEUU: Google, Apple, Facebook, Microsoft, Yahoo. AOL, y sus respectivos servicios como Skype, Gmail, Hotmail y YouTube.
¿Qué busca? Patrones de actividad que sean considerados indicativos de actividades terroristas o potencialmente terroristas. Exactamente qué es considerado como tal, es difícil saberlo porque como corresponde en los casos de inteligencia militar, nadie va a revelar qué es lo que apunta al enemigo.
PRISM afecta pues, a todo aquel que use alguno de los servicios más populares de la Internet. Lo hace sin autorización explícita de ningún gobierno que no sea el de los EEUU, y tampoco está claramente establecido el alcance y las capacidades en juego en las normas, por lo demás secretas, que sustentan el programa al interior de la legislación de los EEUU. Fue creado en el gobierno Bush II pero continuado y potenciado en el de Obama, y es simplemente la consagración del Estado de Vigilancia más sofisticado, pervasivo, dañino y potencialmente peligroso para cualquier ciudadano del mundo que ha sido imaginado. Y todo se hace bajo el principio de proteger a los EEUU de ataques terroristas.
La paranoia posterior al Once de Setiembre ha alcanzado escalas inimaginables. Como se reportado ampliamente, por ejemplo en el New Yorker, las agencias de seguridad de los EEUU tenían una serie de proyectos en carpeta que fueron aprobados sin mucha reflexión luego de aquellos atentados, bajo la égida de la llamada “presidencia imperial”, que considera que bajo estado de guerra, el presidente de los EEUU tiene autoridad para imponer cualquier medida que sea útil para defender al país. La definición de “estado de guerra” es entonces la clave más importante: aunque Obama ya no habla de “guerra contra el terrorismo”, la sigue asumiendo como un estado constante que amerita la vigilancia total sobre todo lo que podría ser útil, a pesar que bajo ninguna comprensión medianamente sensata, la “guerra contra el terrorismo” no es más que una extensión del trabajo detectivesco y policial que todos los Estados que alguna vez han tenido que enfrentar grupos terroristas han realizado. Dicho de otra forma: se vuelto un conflicto bélico aquello que es de origen político y de resolución policial.
Autores como Anthony Giddens o Michel Foucault, desde las ciencias sociales, o George Orwell desde la literatura, han llamado la atención sobre la vocación de poder absoluto que acompaña al Estado moderno. Encandilados por el potencial de la tecnología, no parece haber límites al interés por vigilar y monitorear cada acción, cada potencial amenaza, sin importar el grado de intrusión o violencia que implican la vigilancia y el monitoreo. La continuidad política que va desde las búsquedas ridiculamente intensas en los aeropuertos hasta PRISM es la señal de los tiempos que vivimos: el Estado como vigilante por encima de cualquier derecho, bajo variantes retóricas del viejo “el que no la debe, no la teme”. Si un ciudadano no hace nada malo, no tiene por qué preocuparse de la vigilancia, porque no lo afectará. Solo los “chicos malos” podrían ser afectados. Pero el Panopticon digital tiene consecuencias...
Incluso aceptando esa premisa, la idea que la vigilancia no es mala si uno no lo es, es una aberración profunda. En el fondo, el Estado contemporáneo en las democracias liberales occidentales se está pareciendo cada vez más al Estado totalitario o autoritario de la vieja y para nada llorada órbita soviética: aquellos que se portan bien no tienen nada que temer. Qué importa si el principio es que la vigilancia solo tiene razón de ser cuando existe justificación para hacerla, consagrado en cientos de constituciones, comenzando por la cuarta enmienda de la Constitución de los EEUU. Lo importante es la seguridad, en manos de aquellos que sí saben qué es lo bueno y qué es lo malo.
No estamos en un escenario de crimentales o de policía del pensamiento, quizá. Pero la actitud de fondo es muy parecida. El Estado puede y debe definir lo correcto y lo incorrecto, y vigilarnos para que estemos seguros, tranquilos y felices. Si nos desviamos, el castigo es inevitable; la garantía que ese desvío no será tolerado es la vigilancia. Ese es el Mundo Feliz que la tecnología en manos de poderes descontrolados nos ofrece.
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Si PRISM te parece indignante, aunque no creas que puedas algo, dilo: firma este petitorio para que al menos se sepa que para muchos, en todo el mundo, la idea de la vigilancia constante es repulsiva.
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2 comentarios:
Hace tiempo que no leo 1984. Pero justo estoy viendo (en el bus, para pasar el rato) la a ratos mediocre a ratos interesante "Person of Interest". Una seriecita que a cuenta de PRISM esta un paso mas cerca de la realidad que de la ficcion.
Uno de los personajes propone: Prefiero que me vigile una coleccion de algoritmos a que me vigile una persona.
La vigilancia puede parecer ahora impersonal y asceptica.
Pero hoy dia, en alguna parte, hay row en una base de datos donde a tu vida y tu comportamiento estan representados por una coleccion de atributos.
Algun dia nos bloqueara esa informacion de conseguir un trabajo? De visitar un pais? Nos pondra "en problemas"?
Lo interesante es que no hay forma de escapar. Hay algoritmos que pueden encontrar los "nodos perdidos" en una red social, y detectar cuando se les esta dando informacion falsificada.
Esta es la otra cara de la moneda de un futuro brillante, de una nueva revolucion industrial impulsada por makers, y donde la informacion fluye sin fricciones. Nuestra prision es un data center, y ya estamos adentro.
Una excelente reseña de la historia de este nuevo engendro que ya no es solo un "Leviatán" por las implicancias directas para todos los usuarios no estadounidenses.
Algo que valdría la pena discutir, para ver si es posible matizar o no, es en qué medida el Estado Moderno conduce inevitablemente al control total. ¿Autoritarismo, masificación, imperialismo, ideologización, totalitarismo? Suenan parecido, comparten características, a veces se presuponen mutuamente... pero no son lo mismo, ni conceptualmente ni en la cantidad de desaparecidos o muertos que traen.
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