A finales de los ochenta, cuando "Libertad" el movimiento político se adueñó del concepto de libertad, la izquierda peruana se definía por la lucha por los derechos. El Estado, como agente de los intereses capitalistas, era el enemigo, y los coqueteos con Sendero o el MRTA se debían a discusiones sobre quién era realmente el enemigo principal.
Luego vino el descalabro del socialismo realmente existente, y con él el fin de la noción que la libertad podía someterse a los derechos, es decir que podíamos esperar que los habitantes del mundo capitalista prefirieran tener derechos a ser libres. Parece una dualidad incomprensible a la distancia, pero era real, sazonada además por la coyuntura local de la década pérdida.
Entonces caímos en la actualidad dualidad: la derecha solo habla de libertades, y los pedacitos de la izquierda, de derechos. A pesar de Amartya Sen, entre otros, la izquierda no ha reivindicado su lucha como una de ampliación de libertades; es más, se ha anclado a los "derechos adquiridos", es decir a lo que ya algunos ganaron. Comprensiblemente, luego de los traumas de décadas pasadas, aquellos que todavía tienen algunos derechos no quieren perderlos, pero el resultado es un conservadurismo económico que no tiene sentido en un mundo en el que realmente las alternativas económicas yacen entre un desarrollo capitalista globalmente articulado y un cierto pastoralismo utópico de origen verde, que no tiene realmente expresión concreta en el mundo actual, como sistema, no como prácticas comunitarias pre-capitalistas o de grupos de menor cuantía.
Las discusiones de estos días en el Perú apuntan en esa dirección: la izquierda no cree en la libertad sino en los derechos, y defiende los derechos de los que ya los tienen, especialmente si son económicos, o aquellos que ya están en el repertorio; pero no ha creado una narrativa que acepte que la ampliación de derechos no es un logro de clase sino una reivindicación del individuo, ciertamente en su colectividad, pero primero que nada, del individuo. La historia de colectivismo brutal que tiñe a todos los proyectos de izquierda, desde la Guerra Civil rusa de 1919 hasta las actuales agresiones a los pequeños propietarios que el Partido Comunista Chino hace ante el altar del desarrollo capitalista, muestran la entraña de desprecio al individuo que lamentablemente, caracteriza a la izquierda marxista.
Las divisiones entre izquierda y derecha parecen entonces confusas sino imposibles: ¿es la izquierda el colectivismo extractivista de Chávez, que usa lo popular como justificación para gollerías, abusos, ineficiencia? ¿Proyectos caudillistas como el de Evo Morales, que usan una suerte de comunismo primitivo como discurso hasta que se trata de destrozar una reserva natural, merecen ser de izquierda porque se pelean con EEUU y reivindican lo aymara? ¿China es de izquierda? ¿El autócrata Putin?
Y claro, para complicarlo todo, aparece alguien como Obama, que es claramente de izquierda en la agenda social, pero claramente de derecha imperialista en seguridad nacional, y ambiguamente pro-gran capital financiero en su política económica. ¿Es posible hacer política de izquierda fuera de lo social en un país como EEUU, en la realidad partidaria en la que viven? La pregunta es válida en el Perú también: ¿el problema en el Perú es la política económica, o la corrupción, la infiltración de delincuentes en el Estado, la incapacidad congénita y el quiebre entre el gobierno y la sociedad? ¿Es un asunto de izquierdas o de derechas, o simplemente de construcción de un Estado moderno, liberal, que reconozca la libertad como valor y los derechos como su expresión?
Cuando la izquierda política peruana declara jornadas de lucha y termina apoyando el asambleísmo en las universidades para darle más poder a una federación estudiantil de papel, y luego está ausente de la defensa de ciudadanos en riesgo por el poder de un grupo de retrógados que aprueba la discriminación como parte de las leyes peruanas, estamos en problemas. No solo porque es reflejo de componendas y acomodos, sino porque el conflicto entre lo que genéricamente podríamos llamar la agenda progresista y la acción de los grupos que se llaman a sí mismos progresistas sigue sin sincronía alguna.
Solucionar este conflicto es muy complicado, porque es más fácil encontrar enemigos comunes que programas comunes: está claro que la derecha más retrógada quiere regresarnos al siglo XIX, sin derechos para ninguna minoría o mayoría que no sostenga su predominio, y por eso hay esta alianza de facto entre los grupos minotarios de distinto origen identitario, como la comunidad LGBT y las renacidas comunidades indígenas; pero la pregunta inevitable es si se trata de una alianza apenas táctica o si hay una coincidencia de fondo, ontológica, en que lo que cada uno busca es ampliación de la libertad, y por ello está y estarán juntos porque como decía Madiba, "mi libertad y la tuya no pueden separarse"...
Saber la respuesta es imposible: hay que construirla. La pregunta que atormenta un poquito es si hay materiales para esta construcción, porque la respuesta que asoma es negativa...
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