Soy de una generación para la cual el futuro era solo uno, y estaba en el espacio. Nada más tenía importancia, y eso se nota porque el futuro terminó cuando el Águila se posó en la luna, cuando Armstrong dijo sus famosas palabritas. Lo demás fue la antesala al desencanto, el término de la ilusión. Hemos perdido el rumbo que nos sacaría de la tierra hacia las estrellas, no solo porque la tecnología no ha dado para mucho más, sino porque no tenemos razón para hacerlo; como dice Tom Wolfe en el NYT, el logro técnico perdió su rumbo porque no hay quién imagine para qué habría que gastar miles de millones en avanzar en esa dirección.
No importa la lógica geopolítica tras del logro, los viajes a la Luna fueron el cúlmine de una ilusión que estaba sufriendo mucho pero que todavía sobrevivía. La humanidad tenía ante sí todo lo que podía desearse, porque el progreso y el avance de la tecnología nos acercaría a grandes objetivos comunes, y nos traería, certeramente, mayor bienestar, mayor comodidad. Alcanzar la luna hacía pareja perfecta con otro gran logro tecnológico del 69: el viaje supersónico. Concorde voló meses antes que el Águila llegara al Mar de la Tranquilidad. Coincidencia perfecta de dos caminos sin salida muy parecidos.
En ambos casos, son logros de ingeniería impresionantes; en ambos casos, ilusionaron al mundo con las posibilidades del porvenir: viajes rapídisimos Concorde, la posibilidad de caminar en la Luna el otro. Apolo en particular creo un aura de ilusiones imposible de comprender hoy: basta ver las referencias al futuro inmediato en el cine y la televisión de la época para ver cómo se imaginaban las cosas en el pronto, en el pasado mañana. En el 2001 estaríamos en hoteles alrededor de la Luna, según Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick; en la década de 1990, según Viaje a las Estrellas, aquellos a punto de morir se irían a orbitar la tierra en naves criogénicas para esperar la cura.
Claro está, solo fue eso: la ilusión. Ahora lo que queda es la seguridad que nada nos impresionaría tanto como el hombre en la Luna aquella vez. Nada tiene la fuerza que tuvo esa aventura, nada nos crearía la misma gama de sueños. Sin duda, mucho bueno y malo ha pasado desde ese lejano acontecimiento; la ciencia ha logrado cosas impresionantes, la tecnología nos permite hacer cosas inimaginables hace cinco años. La computadora en la que escribo esto hubiera simplificado las tareas de los astronautas de maneras increíbles, dado que entre todo el equipo a bordo del módulo de comando y del módulo lunar no llegaban mucho más allá de 12 kilobytes de memoria (menos que un miserable chip de celular...). Pero igual, lo importante no es lo que ha cambiado, sino lo que quedó.
Mejor dicho, lo que no sobrevivió. No hay nada igual a la aventura lunar. Cuando terminó, el futuro también lo hizo.
Tres excelentes tratamientos del tema:
- El maestro Heduardo rememora el 69
- Extraordinarias fotos en Boston.com
- Cómo se escribió el software del Apolo 11: paraíso retro-geek.
1 comentario:
Señor Villanueva:
1. Comparto su entusiasmo por estas jornadas épicas de la ciencia, pero también debería usted ser justo y poner las dos caras de la medalla.
2. El cientismo o cientificismo es una creencia no científica que consiste en que personas que no son científicas ni técnicas alaban la ciencia de una manera subjetiva y ven en ella conclusiones y amplitudes que ni sus verdaderos operadores le atribuyen.
3. Esta actitud es muy común en el mundo actual y muchos actúan de esa manera (entre los cuales podemos citar a los famosos divulgadores científicos como Asimov y Sagan, o también a filósofos como Bunge) quienes no reparan en los límites de la ciencia contemporánea que son, principalmente, sus acentos experimentales y fisicalistas.
4. Dicho en otras palabras, estamos ante una ciencia que responde fielmente a las necesidades de un sistema de mercado, una ciencia industrialista, la cual, para poder operar, tiene que demostrar su eficiencia y eficacia ante quienes la financian y promueven. Este solo hecho la convierte automáticamente en imparcial, pues está totalmente teñida de una forma de pensar y de actuar propia de la Modernidad, y nosotros sabemos que Modernidad no es un sinónimo de ciencia.
5. La ciencia actual tiene entonces condicionantes específicos que la estrechan y obligan; carece de independencia para interpretar el mundo de otra forma que no sea de acuerdo al poder imperante del comercio (lo que en la vieja política se llamaba "la burguesía"). Todo proyecto, todo intento de investigación es tamizado y fiscalizado escrupulosamente por las autoridades (que no son científicas) para buscarles su utilidad y su aplicación. Aquello que atente contra el poder imperante es automáticamente rechazado o no se le financia.
6. Por lo tanto creo yo que sería necesario ampliar la visión estrecha que hoy le dan a la ciencia puesto que, en las actuales condiciones, no está abarcando toda la realidad sino solo la parte que conviene al poder. Muchas cosas ya se hubieran inventado que solucionarían el problema de la distribución de la riqueza, de las enfermedades sin necesidad de laboratorios ni curas costosas, de la propiedad de los recursos naturales del mundo, de la contaminación producto de ello, etc., si es que no existiera esa camisa de fuerza que le impone la Sociedad de Mercado.
7. Todas las épocas humanas tuvieron su ciencia, algunas más impresionantes que otras, pero todas respondían a las necesidades de su medio con eficiencia. Con esas ciencias se pudieron construir pirámides y monumentos, desarrollar medicinas sorprendentes, poseer conocimientos astronómicos que aún hoy no pueden ser comprendidos. Todas esas ciencias fueron abandonadas en su momento por buscar otras realidades, otras sociedades que satisfaciesen mejor la expectativa humana. ¿Pasará lo mismo con esta ciencia? A no dudar que sí, porque con toda su magnificiencia es solo una esclava de un grupo de ricos que la orientan y definen según su conveniencia, y eso es algo que los mismos científicos -que carecen de poder- no pueden evitar.
8. La llamada "conquista de la Luna" en realidad terminó siendo el fracaso empresarial más costoso de la historia puesto que, a diferencia de la aventura de Colón que enriqueció a Europa de tal manera que se volvió la dueña del mundo, en nuestro satélite no se encontró nada que justificara tamaño esfuerzo, por lo cual se abandonó todo interés en seguir aprovechándola. La Luna es, entonces, una mina sin riquezas, un pozo petrolero abandonado. Se aprendió mucho de cómo navegar en el espacio y otras cosas más, pero los financistas, las reinas Isabel del mercado, saben que fue una inversión desperdiciada. Por más que los científicos quieran hacer algo allí (instalar bases, realizar estudios geológicos, etc.) todo eso no cuenta ni con el interés ni el apoyo de ninguna institución pública o privada. Muchas conclusiones se pueden sacar de esto.
Muchas gracias.
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