Hace unos 25 años, cuando todavía era bibliotecario, se planteó de manera informal que la Biblioteca Nacional, que sufría las carencias post-ochentas, fuera desactivada. Los materiales históricos, como las colecciones especiales, pasarían a universidades según propuestas; la parte de servicio público, simplemente sería encargada a la Municipalidad. El resto, bueno, nadie lo discutió mucho. El mínimo alboroto que se armó garantizó que no pasara de una idea.
Pero lo que no se llegó a discutir, en esos tiempos ore-digitales, es para qué teníamos una biblioteca nacional. Hoy, que nadie pensaría que hay que desactivarla, igual viene al caso la pregunta, dada la aparente falta de interés, o cuando menos de claridad, que el ministerio de Cultura muestra con esa institución. Más allá de las discusiones sobre las razones que tuvo el ministro anterior para aburrir hasta la renuncia al director anterior, Ramón Mujica, la ausencia de decisiones sigue apuntando a la falta de una idea clara de para qué hemos de mantener una Biblioteca Nacional.
Ni siquiera cuando era bibliotecario en ejercicio fue especialista en bibliotecas nacionales; no pretendo saber al dedillo el trabajo que realiza el personal actual, salvo para acotar que tienen enormes limitaciones dada no solo la falta de dinero, sino de claridad política. Los directores suelen ser personas que, más allá de su buen, mal o indiferente trabajo, no logran articular una visión clara de para qué invertir en la institución; la profesión bibliotecaria, que no es precisamente enorme ni muy presente en el mundo político, tampoco ha logrado crear esa visión, más allá de la mirada tradicional que ve en la Biblioteca Nacional un apostolado y una cuna de la profesión.
Lo interesante es que las bibliotecas nacionales más activas no han cambiado mucho durante los años del desarrollo digital. Sus tres tareas principales se han transformado, pero no han dejado de ser importantes ni han perdido relevancia cuando las hayan tenido: las bibliotecas nacionales siguen preocupándose del patrimonio documental de un país; siguen promoviendo, articulando o respaldando el trabajo de las bibliotecas públicas, de acuerdo a las costumbres de cada país; y siguen siendo el centro nervioso de ciertas políticas, como el derecho de autor y el deposito legal, que pueden ser críticos para un país dependiendo de las circunstancias.
El problema es que en el Perú pensamos solo en lo primero, y los dos otros aspectos son o ignorados o minimizados. Ni la importancia que puede tener la BN para temas de derecho de autor, propiedad intelectual y deposito legal está reconocida ni siquiera implícitamente en la legislación, salvo obligar el deposito legal para ciertos materiales en ciertos circunstancias. La promoción de la lectura, que tiene más formas que la hora del cuento para niños, y la articulación de las bibliotecas públicas casi inexistentes en el país, no aparece para nada.
Pero incluso en patrimonio no tenemos muy presente a la BN, a pesar que debería ser crítica, y no por lo que ya tiene. El punto es que solemos pensar en la BN como una suerte de glorioso deposito de obras del pasado, como un custodio de lo que debemos conservar, porque es importante aunque no esté muy claro por qué. Pero las bibliotecas nacionales han optado hace un buen rato por ser más que custodias de patrimonio (de nuevo, con diferencias específicas de historia de cada país); son las que capturan, promueven y protegen el patrimonio que estamos creando ahora.
Solo un ejemplo, puntualisimo: la Biblioteca del Congreso de los EEUU, que es la biblioteca nacional de ese país, tiene una colección llamada El Registro Nacional de Películas, en el que está incorporadas las películas que se consideran cultural, histórica o estéticamente significativos, para ser preservados por encargo de la Nación. No reemplazan las colecciones privadas o la explotación comercial, sino que estas copias garantizan que el patrimonio de la Nación será cuidado más allá de los intereses individuales. Si tiene más de 10 años de realizado, el film puede ser uno de los 25 que se incorporan cada año. Duck Amuck acompaña a Duck Soup y a Newark Athlete, de 1891. El patrimonio de una nación, en otras palabras.
Una Biblioteca Nacional es un espacio para crear el patrimonio, no a través de colecciones sino de visiones del país. Un programa activo de rescate de la cultura expresada en distintos formatos y lenguajes serviría para que nuestro país tenga una manera más amplia y diversa de verse a sí mismo. Una institución capaz de construir esa visión sin presiones políticas y sin apuros comerciales sería fundamental para construir nuestra memoria colectiva, que tiene que alimentarse de los productos culturales que hemos ido creando, dispersa y confusamente, por casi 200 años.
Para eso necesitamos una Biblioteca Nacional. Ojalá quien sea finalmente el director o directora tenga el coraje de ir más allá de lo habitual y proponerse mirar el Perú desde todos los ángulos, voces y medios, e intente liderar esa construcción colectiva de nuestra cultura registrada. Ojalá.
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