Los ajetreos y horrores que Lava Jato ha traído al Perú sirven para rememorar las actitudes políticas de años pasados. Por ejemplo: ¿recuerdan que el gobierno de Alan García básicamente se entregó al Brasil para convertirnos en una suerte de junior partner del gigante regional? Esta disposición a ser los fieles cortesanos de nuestros vecinos se manifestó de muchas formas, y en un caso, se combinó con la disposición, bien conocida en García, por realizar acomodos tras bambalinas con los poderes fácticos, en este caso, los medios.
El caso en cuestión es la Televisión Digital Terrestre (TDT). Esta no tiene la importancia que se pensó iría a tener, cuando se la inventó, en la década de 1990, cuando fue la respuesta a la digitalización incipiente de las telecomunicaciones. Para su mala suerte, se la concibió antes que la Internet se llevara de encuentro a todo. Para cuando se lanzó en el Perú, en abril de 2009, ya estaba claro que entre la TV de pago y la Internet, no había mucho futuro. Ahora, ocho años después, cada vez tiene menos importancia. El futuro es televisión por redes IP aparte de video bajo demanda aparte de video en Internet. Ni siquiera el cable tiene realmente futuro en un mundo de millones de programas a disposición de los caprichos de cada usuario en su televisor, su computadora, su teléfono o su tableta.
Pero, a diferencia de las alternativas tecnológicas que ahora podrían ser predominantes, la TDT sigue teniendo dos características precisas: hace uso del espectro de frecuencias en canales reservados en exclusiva para ella, de manera no concurrente (o sea, si se asigna un canal para un "canal de televisión", no hay otro servicio posible bajo ese canal, salvo que lo provea el que tiene la titularidad de explotación del canal); y está bajo control del Estado del Perú, no de las iniciativas empresariales globales y las empresas de telecomunicaciones transnacionales. Es un activo local, que todavía es definido por la iniciativa de política pública nacional.
Para el 2009, el Perú estaba atrasado: no había decidido un estándar de TDT, es decir estábamos, para variar, llegando tarde. Los tres estándares existentes fueron apoyados de distintas maneras: el norteamericano, ATV-D, no fue promovido por nadie en particular, y claramente quedó fuera. El europeo, DTB, venía con el entusiasmo de la Unión Europea; finalmente, el estándar japonés, ISDB-T, tenia una adaptación regional, el SBTVD. Su ventaja principal era que está optimizado para ser visto en movimiento: si has estado en Brasil, habrás visto que casi todos los taxis tienen una pantalla en la que pueden ver novelas o futbol, sin perdida de calidad cuando están en movimiento.
Pero lo más interesante del proceso es que no fue hecha en público, sino con completa opacidad al mas alto nivel. No hubo ni siquiera el ejercicio de recibir a los representantes de los estandares hasta que todo fue decidido, y se hizo una serie de afirmaciones que nadie recordó que había que cumplir (un mercado de convertidores baratos para televisores analógicos, por ejemplo).
Días antes que se anunciara, sin previo aviso, la elección del estándar brasileño, los radiodifusores peruanos publicaron un pronunciamiento a pagina entera donde proponían la adopción del ISDB-T en versión brasileña. No fue una decisión técnica, o al menos no se la presentó así: fue una decisión política para acercar al Perú al Brasil.
Junto con ella, también se optó por la peor parte de la política: todos los estandares de TDT permitían el aumento de canales, lo que se solía entender como la posibilidad de ampliar la cantidad de radiodifusores. Pues bien, la legislación no incluyó esa parte, sino que entregó TODOS los posibles nuevos canales a los viejos radiodifusores, como si fuera su propiedad y para que hicieran lo que quieran con ellos. Entonces tenemos varios canales de ATV, o un canal digital de la USMP, que no sé de donde salió.
En otras palabras: la jugada fue favorecer al Brasil, con un estándar escogido por razones no tanto técnicas como políticas, y una administración de las frecuencias completamente echada y favorable a los radiodifusores.
No digo que hubo plata de por medio, pero sí se puede especular que el acuerdo de los radiodifusores por el estándar brasileño fue contrapartida de la decisión presidencial de entregarlas las frecuencias, cosa que no era necesaria, para que hicieran lo que quisieran con ella. Favores por aquí, favores por allá. ¿El interés público? No creo que haya nada que decir, ¿no?
Pequeño capítulo de tantos oscuros tratos con Brasil y los poderes locales. Solo falta que lo investiguen los periodistas...
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