La crisis política causada por la errática combinación de formalismo e informalidad ha provocado que las elecciones se vean profundamente desequilibradas. El resultado es difícil de avizorar, pero sin duda hay consecuencias, y una de ellas es el grado de agresividad particularmente agudo que se puede constatar en los intercambios en las “redes”, como se suele llamar a medios sociales como Facebook.
La comprobación más evidente de todo este caos es lo poco que sirven estos medios sociales para fomentar el diálogo. Usados con inteligencia por la campaña de TPP / Guzmán, y con cierta parsimonia alternada con precisión discursiva por la campaña de Alfredo Barnechea, sin duda han sido útiles electoralmente. Han captado a electores que buscaban algo distinto, y han permitido que se encuentren las distintas voces que necesitaban afirmar una mirada propia. El refuerzo positivo que se explicita cuando una persona comenta de manera favorable una intervención particularmente lograda de un candidato, permite que otras encuentren argumentos favorables y sobre todo, un espacio de coincidencia que no necesariamente es evidente en el mundo de las interacciones presenciales.
Pero al lado de esto, abundan los ejercicios de agresión, de afirmación de creencias expresadas de manera tosca o prejuiciosa, y sobre todo, impacta la generosa cantidad de respuestas que, sin importar que sean genuinas o simplemente repetición de mensajes preparados por otros, solo expresan desagrados sin argumento alguno: arietes contra la posibilidad de abandonar ciertas ortodoxias. Lo virtual resulta siendo completamente opuesto a la persuasión y sobre todo, a la deliberación.
El contrapeso debería yacer en los medios masivos, dirigidos a la colectividad y no al grupo de interés. Lamentablemente, el rol de la televisión y la radio ha sido desvirtuado, dejando el control de las ondas a intereses que además se esconden tras pretensiones de libertad, para simplemente afirmar sus propios prejuicios. La falta de objetividad se convierte en juegos de rating y búsquedas de aplausos de una tribuna parecida a la que existe en Facebook.
La lección más fuerte es que así como se puede usar bien espacios como Facebook para articular intereses específicos, necesitamos que los medios masivos sirvan para expresar todas las voces, y para lograr la deliberación que será imposible sin los viejos espacios previos a la masividad mediática, o contemporáneos. Mejores medios, que sigan el interés público, es lo que necesita una democracia, sobre todo si es precaria como la nuestra. Otro pendiente para esta república tan frágil.
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