El Jardín de las Delicias, también conocida como la campaña electoral 2016, pasa por un momento intenso hasta su inevitable debilitamiento navideño. Volverá con el verano, con la ENSO, y traerá más confusión y gotas de irritación. Los conjuntos están claros, las ideas no abundan, y los pequeños dramas farsescos que nos han agitado a los que estamos pendientes de ellos indican que las elecciones serán cualquier cosa, menos discusión colectiva sobre el futuro.
¿Por qué nos pasa esto? ¿Por qué la colección de payasos, delincuentes, cínicos e ingenuos de telenovela que pretenden ser presidentes no ofrece algo más claro sobre nuestro futuro? ¿Será que los peruanos somos responsables?
Sin duda, los niveles educativos son bajos; pero cuando escucho a miembros relativamente educados y lúcidos de la burguesía nacional pretender que Pedro Pablo Kuzcinski es un candidato viable, no puedo negar que me da risa; cuando veo a las izquierdas agitar el auto fetiche de la unidad como solución a su performance en el error estadístico, no puedo negar que me da risa; cuando escucho a César Acuña, o a Yeni Vilcatoma, o a José Luna, o a Keiko Fujimori, hablando como si fueran algo más de aprovechadores y convenidos, no puedo negar que me da risa. Como a muchos de mis amigos y conocidos, la risa es un mecanismo evasivo. En realidad me da pavor por el país.
No se trata de especular escenarios específicos, sino de preguntarse por qué estamos así, por qué somos incapaces incluso de tener un buen populismo autoritario capaz de gobernar el país por una década o dos. La historia de la región está repleta de intentos de ordenar la casa desde un proyecto nacional, en el sentido de abarcador, de una noción de qué hacer con el país en pleno, que en el Perú quizá tuvo Velasco pero nadie más: todos nuestros proyectos han sido menudos, egoístas, dedicados a hacerle mal al competidor o al enemigo o al que me cae mal, pero ni siquiera el APRA en su momento realmente masivo y popular, logró articular un movimiento capaz de empujar al país en una dirección más nacional. Los vecinos que no han tenido grandes populismos fueron de alguna manera el coto privado de burguesías nacionales más o menos organizadas, que lograron contener los conflictos de forma continua hasta que sus propias carencias los hicieron explotar (véase la gran Colombia, Chile), o pequeños casos con características particulares como Uruguay o Paraguay. Hasta Bolivia, tardíamente, reencaminó la fallida experiencia populista de Paz Estenssoro en el cocalismo indigenista de Evo Morales.
¿Qué nos ha faltado en el Perú? Velasco desmontó el viejo estado oligárquico, desinteresado en articular al país porque no necesita de él sino de sus chacras, sus haciendas y sus minas; esto lo convierte en un gobierno importantísimo, pero el problema es que no dejó nada a cambio. El vacío nos cubre desde 1975: el país no tiene ruta clara, y distintos intentos, difusos, anacrónicos o simplemente improvisados, nos agitan desde entonces. Quizá la ilusión de la macroestabilidad fiscal parezca un relato nacional, pero la prosperidad que ha traído es frágil y meramente financiera; el país sigue sin el rumbo necesario para saber qué hacer con el todo y con sus partes.
Agotado el mega ciclo de la expansión china, que ha sido tan importante como la probidad en el manejo fiscal estos últimos 25 años, la pregunta más crítica no es como crecer, sino qué hacer para que el crecimiento impida más mafias chalacas, más universidades bambas, más construcciones aisladas que no dialogan con su entorno, más alcaldes prepotentes, más precariedad de servicios que matan a los más pobres, más delincuencia desbocada capaz de todo. Ya lo sabemos, este experimento natural de los cinco lustros precedentes lo deja claro: crecer el PBI no basta para hacer un país.
Nos falta un relato nacional, nos ha faltado una comunidad imaginada. Usar a Benedict Anderson es lógico: la construcción de un estado nación a través de la secularización, del interés de las burguesías locales, del capitalismo impreso, es un proceso que se hizo evidente gracias a la agudeza, la brillantez y la economía discursiva del brillante historiador fallecido ayer, 13 de diciembre. Ese proyecto nacional del siglo XIX que no floreció, que nunca logró cubrir el país y que murió en la guerra del Pacífico, nunca fue reemplazado sino por rentismos varios y desprecio por los compatriotas; los que siguen pensando que Velasco fue lo peor que le pasó al país sigue despreciando la evidencia que el Perú no era un país funcional en esos años, y optan por mirar a Lima u otras zonas urbanas como paraísos donde todo estaba en su sitio y era tranquilo: la clásica mirada reaccionaria. Pero desde las izquierdas, que siguen soñando en movimientos que vendrán a acabar con la explotación, la opción es ser reaccionarios desde el futuro: se espera que 1848 ocurra en 2018, como se esperaba que lo hiciera en 1978, 1988, y quizá 2008 (los noventas son mantequilla).
¿Podremos algún dia imaginar un Perú realmente para todos, capaz de ofrecer lo suficiente a todos los distintos, diversos y divergentes grupos que lo conformamos, como para que se pueda evitar esta muerte por inundación lenta que parece tenernos atados? La historia parece decirnos que no. No tenemos un futuro eléctrico, en común, sino un futuro carente, similar a la misma farsa que ya vivimos, cuál confession dial colectivo; lastima la falta de astucia para salir de él.
Hasta que eso no ocurra, tendremos que soportar que cada elección sea peor que la anterior. Quizá Acuña sea visto en 30 años como un patricio al lado del Presidente Zumba. Quizá hayamos pasado a la historia como el país Peter Pan, que no quiso crecer y ser estado nación, hasta que nos fuimos a la tierra de Nunca Jamás del calentamiento global. Lo más probablemente, es que quienes estén por aquí se hagan la misma pregunta, la forma elegante y para adelante de la Questionem Zavalitaes(*): ¿se puede hacer algo con el Perú?
Imagino que la respuesta será la misma que ahora...
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*: Ya sé, no es latín. Es apenas una improvisación, lo que resulta muy nacional.
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