¿Qué somos los peruanos? Muchas veces nos encontramos con la necesidad de hacernos esa pregunta, en sus múltiples variantes, desde la existencial hasta la pesimista. No es tanto tema de análisis académico como de una cuestión personal-colectiva: muchos, incluido yo, nos sabemos peruanos, pero no tenemos muy claro que significa, en abstracto y colectivamente, ser peruano.
Javier Corcuera no nos propone una respuesta sino otra ruta de búsqueda, y eso es el acierto, el poder y la riqueza de Sigo Siendo, su hermoso documental sobre algo de la música del Perú. La película tiene momentos muy potentes, está muy bien hecha y merece ser vista en todo su esplendor cinematográfico, pues se luce en una enorme pantalla, con excelente sonido además. Me permito opinar sobre ella, no en plan de crítica cinematográfica sino de mirada sobre lo peruano; y me permito recomendar que vayan a verla, porque es realmente una experiencia hermosa y provocativa.
Corcuera logra hacer una película sobre música, no una película de música: elude la tentación de la colección de videoclips para proponernos más bien la música como el resultado de la vida de la gente; no solo de los músicos sino de lo que estos músicos son y de dónde es que son, de dónde viven, con quién viven y cómo viven. La selección musical no pretende ser completa ni cosa por el estilo: salvo la mínima pero preciosa presencia de lo selvático en la voz de Doña Amelia Panduro, cantante shipibo-coniba, tenemos a Ayacucho, y luego a Chincha y partes de lo limeño como el foco de la película; esta arbitrariedad es tan válida como hacer una lectura desde lo puñeno, por ejemplo, pero sirve para conectar y enlazar experiencias que tienen mucho en común a pesar que desde lejos puedan parecernos extrañas.
Como documental es de una honestidad francamente saludable: el Perú aparece como es, duro, áspero, árido, pobre y a pedazos rico, con rincones de marginalidad, con partes que se están agotando o yendo, con partes que no se conocen entre sí. No es una película para turistas, pero puede ser muy seductora para un viajero, para alguien que quiere conocer lo que pasa más allá de los circuitos habituales, mirando los rincones algo perdidos donde las personas se expresan y viven y disfrutan de lo que son, más allá de si lo que son es algo tradicional, algo anclado en la pobreza. Es sobre músicos profesionales o casi profesionales, que sin embargo existen en una comunidad, a veces a dos tiempos entre su vida original y su vida efectiva: el violinista ayacuchano que vive en Lima, y es heladero de playa pero que se transforma en un maravilloso músico entre su gente, que es un referente de lo que sienten sus paisanos, es un gran ejemplo.
La mirada que no es miserabilista pero tampoco se avergüenza de mostrar la vida como es; nos hace preguntarnos por lo que nos une, por lo que hace que todos los que convivimos en este Estado Peruano tenemos en común. Hace décadas nos preguntamos por qué no somos una nación, y quizá esta película nos muestra una posible respuesta: no es la diversidad sino nuestra colectiva duplicidad, nuestra capacidad de contemplar sin convivir en la experiencia de los demás, es lo que hace tan difícil entendernos. No es la pobreza de aquellos que tocan música maravillosa tanto como la ignorancia de esas otras sensibilidades, presentadas de manera maravillosa como experiencias colectivas, vivas, sobre todo fuera de Lima.
Al mismo tiempo, Lima aparece como una colección casi inconexa de esas sensibilidades. Todo está aquí, todo llega, pero no converge; como paralelas que no se unen jamás, la música refleja lo que no tenemos en común a pesar que está ahí, delante nuestro.
Kachkaniraqmi muestra eso a través de un bache narrativo: la historia de buena parte de la película gira alrededor de la experiencia del maestro Don Máximo Damián, violinista ayacuchano que vive en Lima pero que enrumba a su tierra para participar en fiestas locales, pasando por Chincha para tocar en una romería maravillosa con los Ballumbrosio, donde rinden un homenaje conmovedor a Don Amador; luego se conversa y se vive la fiesta local, la música ayacuchana, esa deliciosa mezcla de instrumentos occidentales con ritmos andinos, incluida la participación de Palomita, una espectacular Danzaq que se enfrenta a Florían Cesario Ramos de igual a igual; donde Don Jaime Guardia, Don Raúl García Zárate y Magaly Solier cantan y tocan bellamente; para luego regresar a Lima, donde Don Andrés Lares nos lleva a la escena quizá más emocionante de la película: el heladero que vende sus productos en el verano limeño para al final, tocarle al océano, con la misma emoción que le tocó a sus paisanos, a su tierra, a su agua.
En medio, luego que termina el periplo andino, se conecta con la música limeña, desde el callejón hasta las versiones más estilizadas y personales de SaraVan y Susana Baca, con Félix Casaverde y otros tocando. La desconexión entre estas dos secciones es como una metáfora de la desconexión entre la cultura popular, de donde vienen los músicos anteriores, y la cultura popular limeña, si no en extinción en franco debilitamiento, ahora convertida en expresión más profesional, más urbana, no por ello menos honesta y sincera pero sí alejada de un terruño y una gente concreta. El atosigante ambiente de Lima es representado con la misma honestidad que los brutalmente hermosos paisajes del Ande; la belleza está en la gente que vive su cultura sin más premio que el placer que se dan y que dan.
La relativa falta de ritmo en ciertas partes, la ausencia de explicaciones y de nombres, la referencia a cuestiones quizá muy locales, la abundancia de músicos que aparecen y desaparecen, hace que Sigo Siendo sea tal vez menos asequible de lo que podría ser una película más expositiva, más ágil y menos dispuesta a explorar a las personas, más inclinada a la emoción inmediata. Pero es también una de sus virtudes: no sucumbe a la simplificación, no buscar exotizar. Es una mirada personal, honesta y cariñosa de lo peruano.
¿Y qué es lo peruano? Difícil de saberlo. ¿Somos una yuxtaposición, una mezcolanza, una agregación? La sensación es que lo que nos queda es seguir buscando. Sea a través de la música, o de la belleza natural, Kachkaniraqmi nos invita a hacernos preguntas tanto como a dejarnos llevar. ¿Qué más pedirle a un documental que salir con más preguntas que las que teníamos antes?
3 comentarios:
gracias,muy buen comentario y ¡qué buena pluma!
Gracias por el halago :)
No se si tiene sentido la pregunta por una unica "nacion". Somos muchos y muy diferentes en un espacio geografico arbitrariamente delimitado. Necesitamos un estado que nos respete y nos permita ser quienes somos y desarrollarnos. Me encantaria un nosotros en el que de verdad estuvieramos todos representados con nuestros derechos respetados. Sin empujarnos, sin atropellarnos, sin ejercer violencia diaria los unos contra los otros. Incluso sin mostrarnos "orgullosos" de la musica o la comida, simplemente escuchandonos con respeto, en todas nuestras lenguas, en todas nuestras musicas y probando todos nuestros sabores. Con un nuqanchik (inclusivo) y no un nuqayku (excluyente del interlocutor).
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