Estas semanas de Conga, Espinar y encima Marca Perú han sido movidas. Nuestra sociedad, fragmentada y en riesgos varios, se junta con la realidad de un Estado disfuncional, cuyos bolsones de eficiencia no bastan para controlar el caos en sectores como Interior, o en niveles como los gobiernos regionales, que tienen casos específicos de buena gestión frente a otros que se asumen casi estados independientes ocupados por un poder externo.
En medio, la prensa no ha ayudado nada. Como bien apunta Eduardo Dargent hoy en Diario 16, la alegría con la que manipulan es preocupante. ¿Hay salida?
Ordenemos ideas: la prensa jamás ha sido el terreno de la verdad; en el mejor de los casos, hay vocación de objetividad, dado que la verdad es un asunto imposible cuando siempre existe un punto de vista, que arranca al observar ciertos hechos e ignorar otros y sigue en la manera de presentarlos, y finalmente en cómo se los difunde.
El sesgo es bueno: una sociedad democrática tiene que contar con actores honestos que tomen posición frente a lo que ocurre. Diarios de derecha o de izquierda muestran un sesgo que los hace populares, pero no tienen que perder ni cierta objetividad, que no es dar una columna a un opositor, sino darle voz a todas las versiones en un tema complejo, respetar al rival ideológico, y ponderar los juicios no solo con unos cuantos condicionales, sino con sinceras expresiones de subjetividad: "en la opinión de este diario", "hasta donde hemos podido averiguar", "según los indicios recogidos"... cualquier fórmula que garantice que la noticia presentada no es la única posible versión de lo ocurrido, y que la opinión del medio se diferencie claramente de la presentación de los hechos. Con eso basta.
El problema no está en el sesgo sino en la falta de opciones, y sobre todo en la falta de honestidad frente a los sesgos.
La falta de opciones está en camino de solucionarse mediante la aparición de medios alternativos en la Internet, junto con la crisis de los medios tradicionales. El deterioro de la calidad informativa de un diario se compensa con la aparición de sitios como Noticias Ser, que no por tener sesgo no deja de ofrecer perspectivas distintas y en muchos casos, mucho más completas que aquellas que los medios "profesionales" tienen. Es un logro que sin duda tiene todavía poca importancia en el gran esquema de las cosas, pero que apunta al punto medio entre la ilusión individualista del reportero ciudadano y el medio masivo que lo ve todo y define la realidad a través de sus elecciones.
El problema más serio es la manipulación: convertir algo en otra cosa. La mínima controversia sobre las pintas en el monumento a San Martín muestra la expresión de sesgos: diarios de derecha poniendo titulares escandalizados mientras La República pone a ediles y sindicalistas lavando las pintas. Un titular de mala onda, claramente opinión, no tiene que ser un problema tampoco.
¿Qué pasa en cambio cuando construimos la noticia? Por ejemplo, con una encuesta. De nuevo el caso que presenta Dargent: cuando se dice que el 43% respalda la mano dura frente a las protestas en Cajamarca y Espinar, y se ignora que el 35% no lo hace, hay manipulación en dos niveles. Primero, porque considerando el margen de error la distancia es tan pequeña que destacar algo por encima de lo otro en esos términos, no solo un sesgo ideológico en acción, es un acto de construcción de la realidad a través del cual se trata de darle a los lectores del medio "argumentos" para que se reafirmen en su opinión.
Pero la manipulación más perniciosa está en convertir las encuestas en la realidad. No es solo el margen de error: es la encuesta misma, que es un acto de observación sesgada en sí mismo, al crear en una serie de preguntas con pocas opciones de respuesta una ruta interpretativa. La persona interrogada tiene que escoger sobre lo que se le dice, no opinar o argumentar, y por lo tanto hay un sesgo primordial.
Cuando un medio usa una encuesta para validar sus sesgos, lo que está haciendo es trasladar esos sesgos a la formulación de una encuesta y luego usar los resultados como si fueran una observación "neutra" u "objetiva", y nuevamente aplicar su opinión a la hora de difundir los resultados. Incluso si el medio solo compra una encuesta hecha por terceros, lo hace a sabiendas que es una herramienta discutible, que da panoramas, pero que será usada como "realidad" para luego mirarla de la manera preferida. Es decir: una "realidad" creada es vista, pretendidamente, como realidad objetiva, y la opinión del medio, como interpretación de dicha realidad. Doble construcción.
El resultado es que hacer periodismo a partir de encuestas es una forma profundamente deshonesta, intelectualmente hablando, de construcción de discursos de interés público. No porque haya un sesgo en el discurso, que es lo más natural; sino porque se pretende que la encuesta no lo tiene. Esto no quiere decir que las encuestas deberían desaparecer de los medios, sino que los medios deberían ponerlas en su sitio: insumos para la discusión con sus lectores, en vez de evidencia objetiva de lo que la gente piensa y quiere. Solo así el discurso de la objetividad, o mejor dicho de la subjetividad ponderada y transparente, puede tener sentido.
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