viernes, 6 de febrero de 2015

TV Basura o el entretenimiento y sus límites

Hay una marcha contra la TV basura. Asumamos que nos entendemos, y que sabemos qué es, aunque no necesariamente podamos definirla. Más allá que todos tengamos derecho a ver lo que queramos, y que la televisión, siendo un negocio, apuesta a aquello que le dará más resultados comerciales, es válido discutir qué es lo que nos molesta de la televisión peruana y qué deberíamos tener. Siquiera como ejercicio intelectual, puesto que es altamente improbable que ocurra nada que no sea la continuación de los programas.

Hay tres grandes argumentos sobre la televisión basura: es de mala calidad, hasta el punto que es obscena, denigrante o violenta; no es adecuada porque no es educativa o no promueve valores; o se propasa, más allá de los límites que debería tener. Aunque se parecen, el primer argumento no es lo mismo que el tercero: es posible que las categorías "obscenidad" o "violencia" sean más una función del uso y el abuso que de un valor moral absoluto, siendo así que una televisión que transmite escenas violentas pero de buena calidad (digamos, un película de Scorsese) no tiene problemas con el primer bando pero siempre los tendrá con el tercero.

La cuestión de la calidad puede debatirse pero podemos partir de asumir lo siguiente: definamos calidad como una función de originalidad narrativa y audiovisual combinada con producción y ejecución. Entonces, un programa de buena calidad es aquel que, sin importar la temática, es original, innova en la narrativa y en la ejecución de la misma, y que resulta en una combinación tal que impacta positivamente. De nuevo: Taxi Driver, violenta como es, desagradable por partes como es, fue singular, innovadora y sin duda sigue siendo una gran película. En televisión, The Wire es cruda, violenta y tiene desnudos, escenas de sexo y muchas pero muchas groserías, aparte de no respetar a la autoridad; pero es una de las más grandes obras televisivas jamás hechas, y no es posible entender la televisión contemporánea, ni aprender cómo y hasta dónde se puede contar una historia en este medio, sin ver The Wire.

Esto haría a The Wire un buen reemplazo de Esto es Guerra? No. Los programas se crean para ofrecer distintas formas de entretenimiento y lo que The Wire trae no es lo mismo que aquello que un programa "reality" de competencia ofrece, y no tiene nada de malo que tal diferencia exista. Digamos que en un universo en donde coexisten programas muy diversos podemos postular la existencia de personas con intereses y gustos también muy diversos, y la televisión les ofrecerá entretenimiento a todos. Claro, la calidad no solo es función del entretenimiento que alguien obtiene, y la crítica a los "realities" de moda va porque no tienen mucha calidad medida de manera abstracta.

¿Pero en realidad no la tienen? En sus términos, bajo las premisas para las que fueron hechos, son programas adecuadamente hechos y que entretienen. Lo que lleva a preguntarnos si el problema de la calidad es que quisiéramos que a la gente le gustara algo distinto...

El riesgo del elitismo no es trivial: desde que existe cultura popular como algo diferenciado de lo que las élites hacen o consumen, y ciertamente desde antes que haya industria cultural como la entendemos ahora, las élites han reclamado por la mala calidad de lo que consumen las masas, o han presentado dicha mala calidad como prueba de la inferioridad de las masas. Con la televisión ha pasado lo mismo que con la música o el teatro: el pueblo llano consume las sobras y se pierde los buenos platos. Podemos discutir, elucubrar y finalmente acordar que sería bueno que las personas tuvieran acceso a contenidos de calidad para "mejorar" su consumo cultural, pero lo cierto es que en tiempos de diversidad y abundancia de oferta cultural, los patrones de gusto estético tendrían como expresarse sin mayores problemas y al final, el que quiere algo lograría consumirlo, así la televisión ofrecería pura "calidad", definida desde las élites culturales.

Esto no niega que el entretenimiento puede ser banal y poco original; pero son dos cosas distintas. El entretenimiento puede ser banal y no tiene nada de malo en sí que lo sea; y puede ser poco original y quizá hasta mal hecho, pero al final de cuentas, la razón por la que nos entretiene es más complicada que simplemente ser bueno o malo. Con el respeto que me pueden merecer los aficionados a Chespirito, el gusto por un programa de hace más de cuarenta años como el Chavo del Ocho no lo hace mejor o peor: lo hace entretenido para ellos. Me dirán que cómo comparo al Chavo del Ocho con Esto es Guerra... pero en realidad no es que el primero sea una obra maestra; es más entretenido para algunos, o entretenido distinto. Nada más.

El segundo y el tercer argumento son más fáciles de desmontar: la televisión es fundamentalmente entretenimiento y por lo tanto, incluso cuando presenta obras sofisticadas y de temática "elevada", no puede ser más que una forma de informarse, antes que de aprender. Si se quiere saber más sobre el Renacimiento y la política, y el rol que Maquiavelo tuvo en ella, se puede ver joyas como Imagine: Who's afraid of Macchiavelli; pero nadie aprobaría un control de lectura viendo ese programa. Claro, se transmite valores, y ahi viene el tercer argumento: la televisión basura enseña, pero cosas malas. En otras palabras, es un problema moral.

Ahí entramos en un tema muy distinto. Bajo esta mirada, el problema de Esto es Guerra es que es inmoral, y que no debería permitirse que algo así sea visto, sobre todo por los niños. Aparte del inmenso agujero que ante ese argumento ofrece la realidad, en la forma de la televisión por cable para comenzar (sin mencionar que El Bananero está a cualquier hora, en la privacidad del dormitorio, a disposición de los niños), la cuestión de lo moral y lo inmoral implica que hay que promover ciertos valores y no otros. Digamos que La Familia Ingalls sería perfecta, pero Game of Thrones quedaría fuera, porque los valores que promueve no son precisamente los más adecuados: no queremos que los niños se vean expuestos a creer que todo el mundo consiste en porno blando mezclado con asesinatos en masa, ¿no es cierto? Incluso otros programas, que no tienen esos contenidos, pueden ser condenados: Doctor Who asusta a los niños; los Teletubbies promueven la homosexualidad; Power Rangers es violento; un niño puede tirarse por la ventana viendo Superman... etcétera, etcétera.

El miedo moral es una viejísima forma de control social: cuando el señor Cipriani dice que hay que tener un ministerio de la familia que premie a las familias grandes, está promoviendo una forma de control social, y puedo imaginarlo defendiendo a La Familia Ingalls y condenando a Los Sopranos como parte de su campaña pro-familias "correctas". Juzgar a la televisión, a cualquier forma de entretenimiento, por los valores de ciertos grupos traerá inevitablemente nociones de censura moral, y usará a los niños como pretexto para lo que en realidad busca: la afirmación de un conjunto de valores que interesan a una élite. Es decir: el entretenimiento debe ser propaganda de la moral correcta.

El entretenimiento será el reflejo de los intereses y las valoraciones estéticas de los televidentes, esa es la regla. Cada vez hay más y más diversas opciones, y eso se va a poner todavía peor. Transformarlo requiere transformar la experiencia cultural, el capital cultural de los peruanos, y si bien sería bueno que eso se promueva en la televisión, tampoco es cuestión de propugnar que en vez de Combate (actual) pasen documentales repetitivos y sensacionalistas sobre la segunda guerra mundial... al final, aunque la temática sea potencialmente de interés cultural, es simplemente otra forma de entretenimiento, potencialmente tan banal como la que nos molesta.

Esto no niega que la televisión peruana de señal abierta es mala. Pero la razón no es que sea inmoral o inadecuada: es que es barata y mezquina. Busca explotar las fórmulas menos arriesgadas hasta que no queda nada de jugo en el limón, y no quiere nada nuevo porque eso puede fracasar o ser ignorado. Encima no respeta al televidente, como lo demuestra el maltrato a las películas nacionales o episodios como interrumpir la inauguración de los Juegos Olímpicos para no atrasar el programa de más rating. Entonces insiste en lo que trae a la audiencia. Claro, en el contexto actual en que los televidentes de mayor poder adquisitivo tienen tantas opciones que atraerlos a un programa de señal abierta es dificilísimo, tiene sentido comercial optar por lo barato.

Pero lo más grave de esta opción no es la serie de programas de mala calidad: es el abandono de lo que sí podrían y deberían hacer bien. Nada reemplazará el poder de la televisión de señal abierta para proponer miradas de interés general para aquello que es de interés general, con buenos noticieros y programas de discusión pública. Esa exigencia es mucho más importante, y si hay algo obsceno en los canales nacionales es su abandono consciente, agresivo, del interés público por la autopromoción y la complacencia en los programas de noticias, en todas sus formas.

Mucho más daño le hace al Perú la pobreza de un noticiero que un "reality". Si una exigencia debería hacerse, es que los programas de noticias sea de noticias. Luego, podríamos buscar que el canal del estado sea un canal público, que arriesgue y proponga nuevas miradas y respete al televidente con una oferta distinta.


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