jueves, 17 de julio de 2014

Tras el Mundial (I): el futuro (nada) diferente del fútbol peruano, o pedirle peras de oro a un olmo privatizado

A mediados de los setenta, el Perú gozaba de un buen período futbolístico. El éxito de 1970, el también éxito (aunque con trafa) de 1975, luego la clasificación a Argentina 78. En el terreno dirigencial, Teófilo Salinas Fuller era el presidente de la CSF, ahora Conmebol, y eso “era bueno para el fútbol peruano”, o al menos eso decía la prensa local. 

En la actualidad, el fútbol peruano hace agua por todos lados pero tenemos un dirigente tan prolongado como Salinas: Manuel Burga. Objeto de desagrado y desprecio, también recibe el calificativo de causa del fracaso de este deporte. Desde comentarios tremendistas que asumen que el principal o casi el único culpable es Burga, hasta los que opinan que es culpable junto con otro, su aparición en reuniones de la FIFA o en eventos deportivos produce revulsión. 

Ahora, la pregunta inevitable es ¿qué ha hecho o dejado de hacer Burga para ser convertido en la bestia negra de los aficionados peruanos? ¿Qué hace que tener un dirigente eterno sea bueno cuando nos va bien, pero deja de serlo cuando nos va mal? El problema no es, strictu sensu, corrupción, dado que la FIFA y las federaciones nacionales no son organizaciones corruptas sino más bien un monopolio transnacional sin regulación, capaces de hacer lo que quieren porque controlan un negocio majestuoso a través del mecanismo de repartir ganancias sin mayor empacho. No hay delitos, pero sin duda hay conductas inmorales. 

Salvo en los países autoritarios, la organización del fútbol a nivel nacional suele ser más bien autónoma, alrededor de grupos que se articulan en ligas y campeonatos, y que reciben exenciones fiscales pero no necesariamente financiamiento estatal. Es el caso de la Federación Peruana de Futbol, que no tiene muchas propiedades ni controla el fútbol profesional: este negocio es manejado, como en muchos otros países, por los propios equipos que juegan en la liga superior, con la única demanda de respetar la estructura integral y aceptar a los equipos que ganen los ascensos como parte de la élite comercial. 

Sin duda, Manuel Burga ha optado por la comodidad absoluta: que los clubes hagan lo que quieran, él apenas verá lo mínimo indispensable para garantizar la marcha de la selección, de las selecciones en otras categorías, y ciertamente de los campeonatos locales. Burga, digno representante de los tiempos que corren, decidió que el mercado es el mejor asignador de recursos y no ha intervenido en su marcha. 

La mediocridad del fútbol peruano resulta entonces culpa de muchos, incluyendo Burga, pero la falta de resultados no se le puede atribuir directamente. Un liderazgo activo tendría que conseguir convencer a todas las partes de crear otra estructura, pero sobre todo otras prácticas en la formación futbolística, comenzando desde la infancia con campeonatos en serio y manteniendo ese estándar por años sucesivos. Se necesitaría que los clubes vieran a los jugadores como inversiones de largo plazo antes que como soluciones baratas, a ser contratados cuando están listos para luego ser vendidos cuando alguien incauto pregunta por ellos. Se necesitaría que la FPF tomara control bajo otras premisas del fútbol peruano, con la intención de lograr algo en quince años y que mientras tanto, comprometiera a los clubes a invertir en formación, manteniendo niveles adecuados de endeudamiento, y contribuyendo con buenas, ordenadas y sistémicas divisiones inferiores. Claro, en conjunción con federaciones regionales similarmente orientadas. 

O también hacer la cosa fácil: que se maten entre todos por centavos mientras yo prácticamente vivo en Zurich y no me pierdo una sola fiesta. 

¿De verdad queremos que el fútbol peruano funcione? En un país que no tiene las reservas naturales de buenos futbolistas de los platenses o los brasileños, la única forma es formar a los talentos que emergen sin mucho apuro y sabiendo que el fracaso es la norma, que no habrá muchos éxitos al comienzo. Si Alemania ha hecho lo que ha hecho para lograr ser campeón mundial, apenas clasificarnos a un Mundial va a requerir que estructuremos formación mucho más solida y consistente en el tiempo que aquella que ya existe en los países vecinos, que están por encima de nosotros, claramente. Los dirigentes apenas servirán para hacer que esto ocurra, y deberían pasar a un completo segundo plano: pueden durar décadas o meses, si el plan está funcionando y la máquina, bien diseñada y operativa, hace su trabajo. No necesitaremos a un Salinas como tampoco será necesario odiar a un Burga. 


En otras palabras: dejar de creer que el mercado lo soluciona todo y optar por un plan sin que la prioridad sea la ganancia rápida ni la clasificación urgente. No me cabe duda alguna que Burga jamás hará eso, y por ello debería ser reemplazado; pero tampoco me cabe duda alguna que no hay interés alguno en la dirigencia futbolística en general, ni tampoco en la hinchada, en aprender a esperar; y que no hay nadie en el espacio actual del fútbol peruano en condiciones de hacer el trabajo de largo plazo solo, sino que se requiere un consenso cuidadoso y bienintencionado que no creo posible. Nuestros infantilismo de nuevo (medio) rico nos impide darnos cuenta de lo evidente: no hay razón alguna para que un milagro ocurra, sino que necesitamos trabajar, ser organizados y modestos. 

Y eso incluye dejar de echarle la culpa a Burga como si él fuera el único malo de esta historia. 

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