Este puede sonar a tema opaco hasta el extremo, pero es relevante. Desde hace un buen tiempo, se tiene claro que para planificar el crecimiento de los servicios públicos digitales, se necesita contar con un estándar abierto pero firme para los documentos electrónicos. Cualquier que haya usado una computadora más de cinco años sabe que los formatos cambian, y los documentos no se pueden abrir. Esto no conviene a nadie, salvo a los dueños de los formatos.
Por un lado, el dueño del formato documental más popular del mundo, Microsoft, vive feliz cambiando formatos porque sabe que si uno quiere abrir un documento en Word 2007 necesita contar con el programa Word 2007, en vez del viejo Word 97 que tengo por ahí; si quiero leer los trabajos de mis alumnos en mi Mac, necesito un convertidor para abrirlos en los programas que uso, sea el básico pero competente TextEdit o el más sofisticado pero lento Neo Office, la versión OSX del OpenOffice.org. Si Microsoft decide cobrarme por el formato, ¿qué me queda?
La contrapropuesta es un formato abierto, es decir que cualquiera pueda revisar e implementar, sin políticas propietarias que impiden que se lo utilice en el caso y con la aplicación que uno quiera. El único formato que cumple estas condiciones es el Open Document Format, creado a partir del formato del OpenOffice.org (como se describe en mucho detalle aquí y realmente demasiado detalle aquí). No voy a detallar el cuento completo, pero el ODF se aceptó como estándar el 2006.
Aparece entonces Microsoft, que preferiría contar con un estándar basado en el formato de Word. Claro está, no le interesa soltar por completo el formato, sino un poquito; el resultado es una propuesta llamada Office Open XML, que implementa en parte la noción de apertura pero deja algunas cosas todavía bajo patentes cerradas. Y lo lanza al foro de estandarización.
Acaban de perder. A pesar de un lobby agresivo, no lograron los votos necesarios para hacer el fast-track y ahora tienen que llevar su formato a un nivel mucho más técnico, y detallado, que el que buscaban.
Lo interesante es que, como hacen notar los activistas de EFFI (como reporta Slashdot) hay indicadores fuertes que el lobby de Microsoft fue muy agresivo, hasta llegar a la manipulación. Los países con índices de corrupción más altos (según Transparencia Internacional) tendieron a votar por el OOXML; los de menor índice, no votaron por Microsoft. Como aclaran los autores, no se prueba causalidad, pero si levanta sospecha... Incluso en Suecia, la cosa fue menos que transparente, con votantes que aparecieron de la nada, pagando el derecho de voto de pronto y sin tener historia de interesarse en estos procesos.
¿Qué les parece? Recuerda casos lejanos de cabildeo aquí en el Perú: la famosa carta de Microsoft a Edgar Villanueva (no hay relación; ¿dónde andará?) cuando se propuso, ingenuamente en mi opinión, que se utilizara solo software libre en la administración pública peruana. Vale la pena recordar la respuesta, más allá del nulo impacto real que tuvo, habida cuenta del cabildeo directo que llevó al presidente Toledo a firmar convenios y visitar Redmond el 2002.
Microsoft always plays hardball!
Breve explicación del proceso de selección de estándares aquí.
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