Tras cinco años, hoy termina mi relación con CCO131, Comunicación Social en Estudios Generales Letras. A partir del próximo semestre tendré otras responsabilidades, así que dejo un curso que disfruté enseñar y al que espero regresar pero en un número indeterminado de años en el futuro relativamente mediato. Me voy porque es bueno cambiar, no porque me haya aburrido o no lo disfrute.
Quiero eludir las reflexiones más pedagógicas que han atormentado recientemente a Martín Tanaka, para centrarme en la temática misma del curso y su relevancia en la formación académica. No lo hago porque desprecie el ángulo educacional, sino porque creo que primero que nada, se tiene que tener claro qué está haciendo uno como académico con relación a lo que enseña, y luego el para quién lo enseña. Las metodologías y técnicas salen como consecuencia, y prefiero pensar en voz (o letra) alta sobre qué hace uno enseñando comunicación social en EEGGLL aparte de servir de propagandista para una facultad o de seductor (en un sentido cognitivo, si cabe) de estudiantes indecisos profesionalmente.
El punto de partida para el curso fue reflexionar sobre cómo funciona la comunicación; esto suena muy "funcionalista", sin duda, pero es pertinente porque las ideas con las que los estudiantes llegan son terriblemente prejuiciosas: la televisión es mala; la prensa busca la verdad, salvo los mermeleros que son la mayoría; la opinión pública es creada por la prensa; cosas por el estilo. Establecer las líneas de conexión entre el negocio de la comunicación, la práctica de la comunicación y el lenguaje de la comunicación, sea creativa, noticiosa o publicataria, es el propósito final. Es entonces un ejercicio de alfabetización mediática.
Probablemente, buena parte de lo que exponía en el curso podría haber sido motivo de un buen curso escolar; finalmente, se supone que a la universidad se llega alfabetizado, y se avanza hacia otros saberes. Sin embargo, hay todavía un divorcio entre el "entretenimiento" y la "cultura seria", que las entrecomillo para no meterme a hacer definiciones formales. Lo mediático es apenas merecedor de epítetos, mientras que la cultura que viene en libros y de academias de la lengua es la que merece atención en la escuela. El desprecio que lo mediático masivo recibe termina en una apropiación intuitiva, apenas basada en la experiencia familiar o el prejuicio de los grupos de referencia inmediatos.
Esta base formativa debería servirle a los ciudadanos y consumidores futuros, más que a los comunicadores potenciales. No es que sea inútil para el comunicador, sino que es tema de las primeras dos semanas de un par de cursos y ya está. Por eso siempre insistí que el curso no era para futuros comunicadores, sino para ciudadanos conscientes. Esto refuerza aún más la encrucijada escolar: ¿no deberían salir listos para ser ciudadanos? Por otro lado, el curso tiene teoría, y algo densa, y también reflexión sobre la comunicación interpersonal, que no tiene mucho que ver con la cuestión mediática.
La teoría sirve para dar un salto: el estudiante tiene que aprender a conceptualizar, a trascender los hechos para establecer patrones y relaciones. Leer y tratar de aplicar la teoría, en particular sin la ayuda del profesor, obliga al estudiante a reconocer sus limitaciones o a descubrir su capacidad para trascender la experiencia en clases hacia el desarrollo propio de ideas. Es arriesgado porque los primeros pueden resignarse a sus propias limitaciones o ni siquiera darse que están ahí; en este caso, opto por privilegiar el beneficio para los que pueden ser mejores en desmedro de los otros. Uno tiene que escoger, y en este caso lo he hecho todos los semestres y he quedado contento.
Lo segundo es simple: incluso en un curso de comunicación social, no se puede ignorar que siempre aparece el lenguaje y con él, su aplicación cotidiana, en la forma de actos de comunicación. Lo interpersonal resulta siendo la forma básica a ser identificada y analizada en los actos de comunicación masiva, y por lo tanto lo primero es necesario para entender lo segundo.
Quedan cosas en el tintero: me gustaría evaluar lo que pasa entre aquellos que no fueron a la facultad de comunicación y su relación con la comunicación social. Cómo procesan los actos, cómo leen los medios, cómo establecen el vínculo entre industria, oficio, práctica y estética que está en la base de la comunicación en una sociedad masiva, urbana y occidental, como lo es el Perú.
Finalmente: gracias a mis estudiantes. He tenido mucho muy buenos, desde el primer semestre que dicté hasta este 2007-2 en que realmente la pasé bien con el grupo que me tocó; ustedes saben quiénes son. He tenido cachimbos, algunos grupos mejores que otros pero en general buenos; he tenido estudiantes que no estaban interesados en comunicaciones pero que llevaron conmigo por sana curiosidad intelectual. Han habido malos estudiantes, en la mayoría de casos por inmadurez o falta de responsabilidad, que espero logren enfrentar sus propias carencias y mejorar. Algún imbécil también, que en el balance final no sirve sino para confirmar que imbéciles hay en todas partes.
Lo que sí puedo decir: si disfrute dictar en Generales, si disfrute dar clases sobre temas que no son realmente mi especialidad, si toleré la corrección de exámenes, si cada semestre que regresé lo hice porque quería, no solo porque debía, fue por los estudiantes que tuve. A ellos las gracias, no por los buenos ratos o los logros académicos, sino porque a la larga, les debo haberme hecho alguien un poco mejor.