En su columna del domingo 9 de diciembre, Mirko Lauer propone a discusión el tema de la televisión digital, hasta ahora dejado al nivel de notas de prensa y ligeras menciones en espacioes como este. Saludable decisión, y motivo para ligeras aclaraciones y ampliaciones.
Lauer da en el clavo prácticamente en todo, salvo en detallitos como la relevancia de un estándar técnico a la hora de organizar la televisión: si se diese el escenario favorecido por las empresas actuales de televisión, ganaría el ATSC, que tiene como principal gancho la entrega de frecuencias a los operadores existentes, los que ya verían si usan parte de las innovaciones que permite el estándar para ampliar el número de canales, pero bajo sus términos. No es el caso con los otros dos, que están diseñados para priorizar otras cosas, pero que no niegan la posibilidad de televisión de alta definición o "mobility" como parte de la oferta.
Este es el quid del asunto: la televisión digital, que bien puede no ocurrir por unos buenos 10 años todavía, está basada en el mismo estándar de codificación de video y audio, por lo que las señales subyacentes son las mismas. Lo que cambia es el modelo de distribución, priorizando una u otra manera por encima de las otras. Para aquellos que tienen el control del espectro en la actualidad, el modelo preferido puede ser evitar la competencia; para los que están fuera, cualquier modelo que privilegie la ampliación de opciones desde el vamos resulta más atractivo.
Es una cuestión de política de comunicación, entonces, antes que cualquier otra cosa. Agravada porque la televisión digital puede ser un mecanismo para ampliar los canales de acceso a otros servicios, como telefonía móvil, datos (Internet) o una combinación de ambos, lo que quiere decir potencial competencia para los operadores dominantes en esos sectores, que en el Perú significa Telefónica y en menor medida Telmex. A esto hay que añadirle que no hay restricciones a la inversión extranjera en televisión, según la reciente resolución del Tribunal Constitucional, con las atingencias del caso (reciprocidad en el trato, que puede significar que no signifique nada porque en todas partes hay restricciones, comenzando por los Estados Unidos), con lo que tendríamos un escenario de negociación intensa por el control de las frecuencias, porque acceder a ellas daría acceso a una serie de opciones que los viejos broadcasters jamás imaginaron. Convergencia, que le dicen.
Si a esto añadimos que fuera de Lima, e incluso dentro de ella, la televisión de señal abierta y de pago sufre de precariedad, informalidad y piratería, tenemos que el terreno está bien disparejo. Podemos elegir un estándar pero no hay garantía que incluso con el mejor y más sincero esfuerzo del Estado Peruano, pase mucho. La torta publicitaria, como bien indica Lauer, es pequeña y no tiene por qué crecer mucho; la multiplicidad de canales no tiene que significar más programación local, sino mayor dependencia de contenido barato, el que ya predomina en nuestras ondas (como bien indica José Alejandro Godoy en un buen post sobre RBC); y quizá la implementación se tome tanto tiempo que tengamos alguna innovación radical que arrastre tras suyo a la televisión como la conocemos (¿una suerte de Slingbox global, quizá?) y que nos deje con la televisión digital en las manos pero sin nadie que la quiera usar.
En otras palabras: incluso si elegimos bien, puede que nada muy importante pase. Pero si elegimos mal, nada bueno pasará.
Postdata: un ensayo de Gustavo Gómez Germano sobre el tema, que puede servir para aumentar la argumentación desarrollada en los posts de este blog.
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