domingo, 25 de noviembre de 2007

Snakes on a plane, o el exceso de confianza en la Internet


Este domingo 25 de noviembre HBO ha tenido a bien traer a nuestros hogares esa obra maestra de las películas de fórmula mal logradas: Snakes on a Plane. No es que sea mala, es simplemente una película tan predecible que ni siquiera los intentos de ser innovadores (snake-vision, o cómo se supone que ve la acción cada culebra, entre otros) salen sobrando, perdidos en la mediocridad general. Claro está, si a uno le gustan las películas malas, o las películas de aviones, o una combinación de ambas, se deja ver, como lo indica el consenso. Todos los clichés posibles, a excepción de una monja cantando, están presentes; uno casi espera que se convierta súbitamente en la versión de horror de ¿Y dónde está el piloto? pero es mucho pedir.

Lo que hace memorable a este bodrio es que fue, por un rato al menos, un fenómeno de Internet. Habiendo comenzado su vida como una película sin ambiciones, poco a poco fue comenzando a crecer, hasta el punto de recibir el raro honor de cinco días extra de filmación siete meses después de haber sido terminada, para convertirla en un "vehículo" de Samuel L. Jackson, que decidió llevar al paroxismo más absurdo su pasión por la frase hecha: el público bloguero optó por hacerse grandes ilusiones con la idea de pagar por ver a Jackson gritando una frasecita de prosodia exquisita ausente en la versión original.

Todo el mundo, comenzando por New Line Cinema, esperaba un super éxito. Recuerdo que en agosto del 2006, días antes del estreno, avionetas recorrían la costa de California con banners de la película; la televisión, la prensa, los blogs y los foros, todos habían contribuido al buzz, y todos esperaban un gran taquillazo. Lástima que no fue así. Si bien, dado que había sido una película barata, produjo algo de ganancias, su recaudación fue baja y quedó como una nota a pie de página. Como Howard Dean, quizá, la capacidad de la Internet para crear impactos reales en la sociedad no virtual parece todavía lejana. La caja de resonancia no logra salir de sus confines.

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