En 1485 el dueño de la primera imprenta de Inglaterra, William Caxton, publica una recopilación de historias artúricas hecha por Thomas Malory, bajo el arbitrario título Le Morte d’Arthur. El texto no estaba en francés ni trataba solo de la muerte de Arturo, sino que recogía la totalidad de la materia de Bretaña, la summa de la temática de la Mesa Redonda, la parte celta con la cristiana más historias complementarias como Tristán e Isolda; algo aportó Malory, que decidió añadir detalles y colorear personajes. Le Morte d’Arthur de Caxton fue considerada la versión “oficial” de la creación de Malory hasta que se descubrió en Winchester un manuscrito que mostraba una organización distinta y un título diferente, entre otros cambios. El libro original terminaba siendo una versión posible de una historia que a su vez era el re-contar de muchas otras historias, y que a su vez permitió muchas otras historias, como las de Mark Twain, John Steinbeck, Bernard Cornwell y Monty Python.
Ciertamente, Malory, quien murió aproximadamente 14 años antes de la publicación de Caxton y que no se benefició en nada por su labor, escribió su texto en el tiempo primordial del libro como lo entendemos hoy; sería impensable un proceso tan caótico, en manos del impresor, en la actualidad. Asumimos que el libro, como objeto, es lo mismo que el libro como narrativa, como expresión de ideas articuladas por autores con un propósito concreto. Esas nociones de coincidencia entre el objeto y el contenido son contemporáneas, y nos llevan a pensar en el libro como un producto concreto y determinado.
En realidad, esta noción no solo es reciente, sino discutible. Toda tecnología, y el libro contemporáneo es el resultado de una tecnología concreta, es más que solo los dispositivos que usamos, sino la manera cómo los creamos y los usamos y lo que se llama los arreglos institucionales, la manera como creamos mecanismos de producción y consumo de los productos de dicha tecnología.
Para Caxton, recogiendo el trabajo de Malory cuando el libro era algo nuevo y difuso, el producto final fue el resultado de ciertas limitaciones y posibilidades que esa tecnología emergente, la imprenta, le daba: un formato, una longitud, un estilo de poner el lenguaje escrito que todavía estaba construyéndose. De la misma manera, cuando pensamos en un libro ahora pensamos en formatos, longitudes, posibilidades de alcanzar ciertas audiencias, y sobre todo maneras concretas de contar historias, de crear narrativas. El objeto resultante resulta de esas limitaciones, que son las reglas de juego que la creatividad debe aceptar, poniéndose al servicio de esas posibilidades.
Si Le Morte d’Arthur es el resultado de las posibilidades que la época le ofreció a sus creadores, ¿cuáles son las posibilidades y limitaciones que nuestra era ofrece a potenciales autores? Acostumbrados a pensar al libro como unidad de forma y fondo, no podemos negar que el surgimiento de medios digitales tan variados como el pdf, las tabletas multimedia o la simple pero poderosa Web ofrece oportunidades radicalmente distintas, tanto en modelos comerciales como estructuras narrativas: podemos cambiar la manera de contar historias, de distribuirlas, incluso de ganar dinero con ellas, como fue con el cine, la radio y la televisión,
Aislados unos de otros, los medios de comunicación masiva competían mínimamente y a veces se complementaban con el libro tradicional. Ahora resulta que podríamos imaginar un mundo mucho más rico, mucho más complejo y finalmente mucho menos fácil de aprehender, en el que las formas pueden ser múltiples, superpuestas y fluidas, por lo que no podemos facilmente optar por una forma frente a otra.
Esto no quiere decir que el libro como unidad de fondo y forma tiene que desaparecer, pero tampoco que es lo único que puede existir para cierto tipo de narrativas, porque las ideas e historias que solo entraban en un libro ahora tienen más espacios para explorar. Podemos aventurarnos con formatos distintos porque las posibilidades tecnológicas existen; al mismo tiempo, la diversidad, la dispersión de opciones, pueden ser entendidas como oportunidades para la confusión. Podemos hacer muchos intentos y equivocarnos ampliamente; podemos quedarnos en la forma tradicional y optar por seguir contando las historias como siempre. Algo nuevo, inevitablemente, aparecerá en el futuro mediato, alguna nueva y maravillosa forma de contar.
En el proceso, no solo se transforma la agencia individual: los lectores, o autores, se ven ante dilemas complejos sobre cómo crear o leer, qué narrativas acoger y qué objetos preferir; pero las instituciones tienen que enfrentarse a decisiones complejas, para no invertir en callejones sin salida, pero reconociendo que la fidelidad al objeto no puede ser el principio orientador. Un libro es algo potencialmente maravilloso pero que finalmente es apenas un objeto. Conservarlo es un placer individual, pero no necesariamente una buena inversión institucional.
Poseer una versión original de la Morte d’Arthur puede ser una fuente extraordinaria de placeres para el aficionado a los libros; lástima que el único ejemplar completo que sobrevive sea tan singular que nadie pueda verlo (aunque está alojado en una biblioteca con el nombre casi perfecto para él); si queremos adentrarnos en el mundo extraordinario de la materia de Bretaña, a través de Malory, existen opciones variadas, flexibles y mucho menos frágiles. La obra, ese intangible plasmado en el papel encuadernado en 1485, ha tomado muchas nuevas formas; podemos pensar en aquellos que seguirán el ejemplo del “caballero prisionero” que escribía en sus ratos libres mientras pagaba sus crímenes, explorando nuevas formas expresivas que vayan más allá del libro, como objeto y como oportunidad narrativa.
Por todo eso, el libro debe ser celebrado como algo vivo, cambiante y sobre todo, que encarna algo más que hermosas páginas cuidadosamente conservadas en un estante. La riqueza expresiva de los nuevos medios abre oportunidades impensadas para aquellos que se atrevan a explorar su propia creatividad. El bibliófilo podrá subsistir, pero la creatividad no se quedará atrapada en la tradición, tal como Malory y Caxton optaron por explorar más allá de aquello que era tradicional en el siglo XV. De eso se trata la creatividad, y de eso se trata, desde siempre, el libro: la mejor manera de compartir nuestra imaginación más allá de cada uno.
Publicado originalmente en Punto Edu con otro título, aquí va con ligeros cambios.
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