miércoles, 1 de diciembre de 2010

Wikileaks, o el quinto estado pasa al primer plano

(tras un mes de silencio, regreso al blog, con el compromiso ante mí mismo de publicar al menos dos "columnas" semanales de más o menos 600 palabras; a ver si lo cumplo)

La controversia Wikileaks gira sobre dos puntos. Primero, si está bien liberar este tipo de información, así, al por mayor. Segundo, si esto es el futuro de algo, por lo general del periodismo, pero también de la diplomacia. La segunda controversia es interesante pero en realidad tiene que ver con otro asunto, más de fondo, que alude sin resolver al primero.

Para discernir la narrativa del “futuro de...” que acompaña a Wikileaks, quizá habría que comenzar por decir que no se trata del futuro, sino de la “puesta en valor” de un presente bastante enredado. Desde hace un buen tiempo, la lógica de lo público que acompaña a la Internet desde sus inicios ha tomado control de una serie de espacios y recursos técnicos. Me explico: en el espíritu del movimiento FLOSS, y de la openness, existe la noción que “la información quiere ser libre” normalmente asociada con el hackerismo (estilo Stallman antes que Salander). En este espíritu, todo lo digital, todo lo que puede circular digitalmente, debe hacerlo.

Si se trata de contenidos como música, no hay razón para limitar el tráfico en razón de leyes antiguas; si se trata de una enciclopedia, lo consecuente es crear un mecanismo de circulación que permita que cualquiera participe, como Wikipedia, y el entorno wiki en general. Si se trata de información confidencial, que por lo general se entiende como oculta al interés público, contra el interés público, entonces hay que soltarla.

Wikileaks se inspira en este estilo, pero no lo inventa ni es el mejor exponente. Cryptome es mucho más antiguo y mucho más sistemático; no publica al por mayor, lo que encuentra, y sobre todo no mezcla rollos personales con la misión del sitio, como Julian Assange disfruta haciendo. Ambos sitios aprovechan la Internet y el abaratamiento de costos, pero sobre todo la opacidad y transnacionalidad de la tecnología digital, para revelar, ocultamente. Es decir, asumen que ocultar fuentes, ocultar tráfico, ocultar sus propias actividades, es moralmente correcto ante la vocación opaca de los estados.

Assange encarna como pocos a un nuevo actor político: el quinto poder, o quinto estamento. Como dice William Dutton, “The growing use of the Internet and related digital technologies is creating a space for networking individuals in ways that enable a new source of accountability in government, politics and other sectors.” Estos miembros del quinto son globales, son muy dedicados y de convicciones sólidas, como todo zelote de reciente aparición, y sobre todo, son conscientes de las posibilidades de la tecnología para el beneficio de su propia agenda.

¿Es el nuevo periodismo? No. Es un nuevo estamento usando el periodismo para sus propios fines. ¿Es una nueva era diplomática? Probablemente, porque el impacto emocional de esta fuga no es comparable a su impacto real (Wikileaks no tiene un buen scoop desde este) pero sí aumenta la paranoia, y más allá que se pueda interpretar esta situación como un payback de la paranoia que la vigilancia estatal y corporativa produce en los ciudadanos, lo que queda es que tenemos un nuevo actor político que, a través de su propia agenda, creará motivos para mayor opacidad de parte de los actores corporativos y estatales.

Finalmente, la pregunta moral se debería replantear: en el contexto de la política contemporánea, este nuevo actor, el individuo en-red, tiene una agenda propia. Usar Wikileaks es consecuente con esa agenda. ¿Beneficia una acción que privilegia la agenda propia por encima de las necesidades de los demás actores, a la ciudadanía, la que se dice representar y defender? No estoy seguro. Algunas revelaciones de Wikileaks han sido importantes y valiosas. Estas son más bien banales y quizá hasta más exhibicionismo que pertinentes políticamente. Parafraseando el argumento de Timothy Garton Ash, lo que es bueno para los historiadores no necesariamente es bueno para los ciudadanos.
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