Si bien no ha terminado, la campaña electoral por la municipalidad de Lima Metropolitana ha alcanzado una meseta. Es difícil esperar que la dinámica cambie mucho, dado que los argumentos han sido puestos y las estrategias han sido desplegadas al máximo. Ahora viene la pregunta por el voto, y reconozco que tengo más dudas que certezas.
Me he definido como de izquierda toda la vida, y al mismo tiempo creo que soy un liberal en lo político: creo que la libertad de los individuos es el único camino a la prosperidad común. También creo que la historia peruana nos muestra interminables ejemplos de victorias económicas y políticas nacidas de negarle la libertad a los demás. Los "ricos", ese término que engloba no solo un nivel de ingresos sino una actitud ante la vida y los conciudadanos, han partido siempre de la exclusión, y muchas veces la han ejercido con un enorme desprecio por los demás.
La izquierda peruana, como la izquierda de muchos lugares, sufrió de lo mismo: la convicción de sus ideas la llevó a excluir, desde el lenguaje hasta la acción más violenta. El poder justificó los mismos abusos y agresiones que la derecha realizaba con otros fines. Así como los "ricos" excluían por "rojos", vendepatrias o lo que sea a los de izquierda, estos excluían por burgueses, traidores de clase, y un largo etcétera. Hoy, varios que se suben al carro de Susana Villarán siguen siendo el mejor ejemplo de esa actitud profundamente opuesta a la libertad.
Por eso no tengo la intención de considerar el voto por Lourdes Flores, que arrastra las taras ideológicas de esa derecha excluyente, que se las arregla con su gentita y para su gentita. Como dije hace un tiempo, ha optado por negar la realidad y vivir en su Idaho Privado, y ahora que regresó al mundo real siguió rodeada de la misma gente y diciendo las mismas tonterías, como si estuvieramos en 1987 y ella estuviera azuzando a la burguesía limeña para evitar que Alan García tome los bancos. Agitar el fantasma del comunismo es juego sucio, no porque no pueda tenerse legítimas dudas sobre algunos compañeros de viaje de Susana Villarán, sino porque no se cuestiona lo que realmente puedan hacer, sino lo que supuestamente piensan o representan.
La experiencia de Barrantes es un buen ejemplo: en una etapa mucho más difícil, con partidos de izquierda con peso propio y capacidad de acción política inmensamente mayores a las que tienen ahora, el ejercicio tecnocrático que fue el gobierno de Lima de 1984 a 1986 fue completamente carente de sesgos radicales, de amenazas a la seguridad, a la tranquilidad, al orden público. No hay ninguna razón para pensar que lo que no pudo hacer en 1984 Patria Roja podría intentarse ahora: atenazar a los tecnócratas y obligarlos a darles la calle para sus tropelías.
Porque ese es el perfil del potencial gobierno municipal de Susana Villarán: tecnocracia de izquierda. El tono más "world music / New age" de la potencial alcaldesa es compensado por la casi completa carencia de oído político de los tecnócratas, como el más que respetable Eduardo Zegarra, que no es capaz de decir con sutileza algo completamente sensato: el metro de Lima es una ilusión, y hay cosas más urgentes que hacer que proponerse realizar una obra que partiría a Lima por la mitad por mucho más tiempo que el que la señorita Flores pretende se alcanzaría (¿realmente alguien cree que se podría hacer en cuatro años?), aparte de los aspectos legales y burocráticos, que hacen que "el mayor logro" que esta dama se propone no dependa de ella, sino del gobierno central.
Entonces: tenemos a una política profesional que le vende a la ciudad la idea de conseguir que el gobierno central haga una obra sobre la cual no tendrá ninguna injerencia, frente a una administración que no sabe decir que el metro sería fantástico pero que mientras la vamos viendo, tenemos cosas más urgentes, y más manejables, que hacer. Los tecnócratas reales están en el lado de Susana Villarán, los políticos profesionales sin mayor contacto con la realidad del lado de Lourdes Flores (Jaime Salinas y Xavier Barrón no merecen otro calificativo).
¿Por qué dudas? Porque la combinación de un liderazgo algo naïve, o de discurso naïve, con mucho tecnócrata y alguno que otro pendejerete, me hacen pensar que las buenas ideas y la relativamente eficiente ejecución no bastarán, que el tráfago y la lucha cuerpo a cuerpo consumirán a la alcaldía y la harán caer exangüe y frustrada. A fin de cuentas, los inmensos problemas de Lima no son fundamentalmente municipales: el desorden del transporte es el desorden de la cosa pública; la delincuencia es en buena medida resultado de la incapacidad burocrática del estado central. Entonces aparte de obras, y ganas de decir las cosas en voz alta y pelearse por lograr algo mejor, ¿alcanza para hacer algo más?
Entonces, simplemente recuerdo lo que han sido los ocho años de Castañeda, y pienso que vale la pena tratar otra ruta. ¿Más "obras" que no resuelven los problemas sino que los eluden? ¿Más reducir la ciudad al tráfico de influencias? ¿Más olvidar que la política es liderazgo moral ante que cualquier otra cosa? ¿Más renuncia a crear, siquiera el esbozo, de comunidad en esta ciudad de millones que se ignoran, cuando no se desprecian? ¿Más reducir el progreso al beneficio individual o a la imitación chabacana, sin imaginar algo para todos, a ser hecho entre todos?
Consciente de los riesgos; consciente de las (pocas y diversas) malas juntas; consciente de los posibles errores; consciente que los demás candidatos me ofrecen la certeza de sus errores y la constancia de sus prejuicios; consciente que a fin de cuentas, toda elección es un salto de fe, y que nada de malo tiene equivocarse cuando se hace de buena fe; confiaré en no equivocarme, y optaré por Fuerza Social.
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