lunes, 26 de enero de 2015

Syriza y el futuro posible de una izquierda viable en el Perú

Syriza, me dice la Wikipedia, es el acrónimo de la Coalición de la Izquierda Radical. Incluye la fauna izquierdista completa, desde troskos hasta verdes pasando por eurocomunistas y demás. Es la primera victoria de la izquierda de verdad en la Unión Europea, y puede ser el gobierno más radical de un país desarrollado desde el gabinete Attlee de 1946.

En buena medida, es el resultado del colapso de un orden político comodón y complaciente. Hay que recordar que la última dictadura militar en Grecia es parcialmente contemporánea con nuestra última dictadura militar (no, Fujimori no califica). Recién hace 40 años es que Grecia es un democracia liberal de esas que ahora parecen naturales en el mundo desarrollado, pero siempre tuvo un sustrato de complacencia con la oligarquía local, que se parece mucho a la peruana: no pagan impuestos, no obedecen las normas, desprecian al estado. Grecia sobrevivía gracias a la expansión económica primero, y luego a la integración europea, que ofrecía capitales y financiamiento público que no era capaz de generar localmente.

Se metieron al euro cuando no debían, y tuvieron Juegos Olímpicos a pesar de no poder pagarlos. Cuando cuatro años después de Atenas 2004 vino la crisis financiera y su consiguiente recesión, Grecia no tenía como salvarse, atrapada en la globalización de doble candado que viven los europeos: aparte de la globalización estándar, esa que nos afecta a nosotros, ellos tenían también la otra, más local: el euro, el banco central europeo, la comisión europea con sus miles de normas. El juego de la política fiscal era mínimo, y como las instituciones de la globalización realmente no exige que los estados funcionen bien sino que le basta con que se facilite el funcionamiento de la economía global, los griegos quedaron atrapados.

El colapso ha sido brutal: 25% de decrecimiento económico; 60% de desempleo juvenil. Las estrategias impuestas por la llamada troika (UE, FMI, ECB) son conocidas por los que tenemos memoria: austeridad, disciplina fiscal, reducción del empleo estatal. Grecia tendría que haber aumentado su recaudación fiscal pero el gobierno de Samaras no hizo mayor cosa, al parecer, y el resultado es sufrimiento para el grueso de la población mientras que los de siempre seguían pasándola lindo.

El siguiente colapso fue el bipartidismo. Al mejor estilo del resto de Europa, Grecia tenía un partido de derecha tradicional que apoyaba el conservadurismo social y el rol de la iglesia; y un partido de izquierda que aspiraba a la modernización y que apoyaba mayor cercanía con la liberalización de las normas sociales. En términos económicos, se movían más o menos en lo mismo, al estilo de PSOE y PP en España, Conservadores y Laboristas en el Reino Unido, SPD y CDU, PT y PMDB en Brasil, la Concertación y la UDI en Chile: la globalización financiera no estaba en cuestión, y solo los paliativos alrededor de ella podían discutirse. Cuando la premisa misma de la globalización falla, como en Grecia y en menor medida en España, Portugal e Italia, el modelo bipartidista deja de tener sentido y se abre la puerta a alternativas significativamente distintas.

No tienen que ser de izquierda: en el Reino Unido la fuerza que más ha crecido es UKIP, un partido comparable al FN francés; en algún momento Amanecer Dorado, neonazis descarados, parecían en camino a ganar en Grecia. Pero en Grecia convergieron varias cosas, entre ellas Alexis Tsipras.

Es Tsipras el que ha logrado armar Syriza más allá de sus orígenes. Le dio una cara con credibilidad, fresca y en sintonía con los mayores perjudicados por la recesión y la austeridad; encontró una narrativa distinta, de esperanza y renovación, que no negaba su izquierdismo pero lo sometía a aspiraciones como el europeísmo y su consiguiente movilidad social y personal; y sobre todo planteó sin miedo que primero está la gente, la gente de Grecia, y los oligarcas locales o las instituciones del proyecto europeo, que se traducen como "los intereses de Angela Merkel" en la política de la calle griega.

Ahora viene lo bueno: gobernar. ¿Cómo negociar mejores términos, cambiar el estado griego para que sirva a todos, y mantenerse en la Unión Europea? Todo esto manteniendo su coalición sujeta, lo que es un desafío dados sus orígenes diversos. Si lo logra, no solo habrá salvado a Grecia, sino también a la UE de su prisión financiera, como argumenta Zizek.  Encima, le habrá ofrecido a la izquierda de todo el mundo una ruta para la reconversión, la renovación en el siglo XXI.

Sin sueños de dictaduras del proletariado, sin un argumento realmente viable frente al capitalismo, la izquierda se entrampa en sus propias narrativas contradictorias. La idea de defender el estado nación, de fomentar un estado para todos sobre principios igualitarios, de desmontar el capitalismo financiero o al menos las instituciones que lo alimentan y protegen, parece ser un buen comienzo, al menos para crear coaliciones e iniciar el proceso de cambiar la narrativa no solo para una elección, sino para la sociedad en su conjunto.

Tsipras muestra cómo lograrlo, aunque hay particularidades griegas que no son fáciles de reproducir en el mundo en general: una buena crisis que demuestre las limitaciones del capitalismo financiero globalizante es sin duda un gran elemento a favor; pero un liderazgo positivo, optimista y renovado, una mirada integradora y generosa, ayudan un montón. Tsipras es un líder que transmite, gracias a su sonrisa y su actitud ante cámaras, empatía y confianza; algo como Renzi en Italia, como Obama el 2008. La indignación sirve con los indignados, pero no todos son indignados todo el tiempo: cuando se trata de grandes cambios, se necesita el optimismo y la bonhomía.

Pensemos en el Perú relativamente lejano: cuando el APRA, con todo a su favor, decidió presentarse como el cruce entre el fascismo y la balada latinaomericana, perdió la elección de 1980. No lograron convencer a los votantes que era una buena idea poner en el gobierno a un partido tan enamorado de sí mismo, tan convencido de sus virtudes, que incluían la historia de violencia todavía presente en la memoria colectiva. Alan García anunció el 85 que su "compromiso es todos los peruanos", usó "Mi Perú" como canción de campaña, y puso al APRA en un segundo plano: guardando las distancias, fue como Tsipras en su capacidad de ofrecer una narrativa optimista para aquietar las dudas que poner el gobierno en manos del APRA producía en muchos electores. Qué duda cabe, las dudas eran fundadas, pero esa es otra historia...

Entonces, el pendiente de la izquierda es encontrar cómo convertirse en una fuerza de esperanza para todos, afirmando valores que sin dejar de ser de izquierda puedan ser vistos como atractivos para el grueso de los peruanos, y además ofreciendo una alternativa positiva a la política económica de los últimos 25 años. No es fácil, y no basta con liderar protestas: hace 45 años la izquierda encabeza protestas y no ha significado que gobierne, ni siquiera cuando la narrativa política coincidía con la narrativa reivindicativa. La renovación de liderazgo pasa por algo más que caras: es urgente una nueva forma de decir las cosas, con convicción, y llamando a todos, especialmente a aquellos que no se sienten atraídos por la izquierda porque aspiran a la buena vida burguesa.

Syria ofrece una nueva plantilla. Sin crisis, sin aggiornamiento y sin cambio de discursos, la izquierda peruana no tiene muchas chances, pero al menos hay una ruta novedosa que podría intentar. Ojalá lo haga.



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